V Centenario de Santa Teresa de Jesús: tras los pasos de la Santa

La conmemoración del V Centenario de Santa Teresa, que pivota entre su Ávila natal y Alba de Tormes, donde murió, apunta como una de las grandes citas del año. Desde la edición extraordinaria que "Las Edades del Hombre" consagra a su figura hasta el Año Jubilar Teresiano confluyen en el homenaje a esta mística con los pies muy en la tierra que llegó a ser la primera mujer Doctora de la Iglesia y una de las mejores plumas del Siglo de Oro español.

Alba de Tormes
Alba de Tormes / Luis Davilla

"La dictadura franquista hizo a Teresa de Ávila un flaco favor al proclamarla la santa de la raza", asegura el Premio Príncipe de Asturias Joseph Pérez, biógrafo de esta escritora, poetisa y mística admirada por Lope y Cervantes, amén de fundadora de la Orden femenina y masculina de los Carmelitas Descalzos. El V Centenario de su nacimiento invita a un acercamiento a toda la dimensión de esta monja rebelde y andariega, como le reprochaban sus muchos enemigos dentro de la Iglesia, que eligió su destino y alcanzó logros impensables para una mujer del siglo XVI. Nació como Teresa de Cepeda y Ahumada en Ávila el 28 de marzo de 1515, nieta de judíos conversos por parte de padre, en el seno de una familia acomodada y culta. Además de una audaz negociadora, la que llegara a convertirse en una de las figuras más complejas del Siglo de Oro era alegre, guapa y coqueta en sus tiempos mozos, segura de sí misma y, como sus antepasados, de una gran cultura, aunque abandonó todo oropel cuando, escapándose de casa para tomar los hábitos, acabó liderando la sonada reforma del Carmelo. Escandalizada por la pérdida de valores y el lujo en el que vivían las monjas de origen noble, se entregó en cuerpo y alma a regenerar esta orden, devolviéndola a la contemplación y la austeridad más absoluta de los primeros eremitas. La Santa, como le dicen los abulenses, fue una mujer infatigable y de un carisma tal que, pese a su mala salud y al acecho constante de la Inquisición, se las compuso para conseguir el dinero y los permisos con los que, recorriéndose a caballo media España, fundar los conventos que se regirían bajo estas premisas entonces revolucionarias.

Arranca un año de conmemoraciones en su honor, englobando dentro de ellas su Año Jubilar o la edición extraordinaria de Las Edades del Hombre que acaba de inaugurarse conjuntamente en Ávila y Alba de Tormes. Se daba por hecho que el Papa acudiría y su renuncia a visitar España en 2015 cayó hace unos meses como un jarro de agua fría. Francisco no vendrá, y la cosa no deja de sorprender cuando Santa Teresa, al igual que él, personifica la difícil cuadratura del círculo de contar entre sus adeptos tanto con católicos como con ateos recalcitrantes. Recorremos de la cuna al sepulcro los principales lugares que marcaron la vida de esta mujer adelantada a su tiempo.

Su Ávila natal

Incluso la vista más fotogénica de Ávila queda ligada a Santa Teresa. Con su poderoso hilván de murallas al frente, el mirador conocido como Los Cuatro Postes es donde la pillaron de niña junto a su hermano Rodrigo, entonces dos devoradores de libros de caballería, tras haber huido de casa rumbo a tierra de moros con la extravagante fantasía de morir decapitados para ganar el cielo. O al menos eso asegura la leyenda. También desde este promontorio, ya de monja, emprendió uno de sus muchos viajes despidiéndose, mientras se sacudía las sandalias, con aquel famoso "De Ávila, ni el polvo", disgustada por los recelos que su forma de entender la fe suscitaba en la ciudad. Hoy sus vecinos, que la han perdonado el despecho, achacan con sorna a la dichosa que el gordo nunca caiga aquí. Antes incluso de adentrarse por el casco viejo de la capital de provincia más alta de España y, en consecuencia, la más próxima al cielo, las huellas de Teresa conducen a la Encarnación, donde vivió cerca de tres décadas y llegó a ser priora. Sigue siendo un convento de clausura, pero uno bien atípico. Porque, mientras todos los demás andan escasos de vocaciones, en este hay lista de espera para ingresar como monja y cuentan entre ellas con jóvenes y hasta universitarias que, como las demás, apenas salen para ir al médico, a votar o al cementerio, dejando solo así plaza para una nueva. Con suerte podrá hablarse a través del torno con alguna de sus carmelitas y oírle explicar cómo la Encarnación fue un convento calzado hasta la Guerra Civil, tras la cual se descalzaron -sustituyendo los zapatos por alpargatas sin calcetines, lo cual no es pecata minuta con los inviernos que se gastan estas tierras- para celebrar que sus dependencias no hubieran sido saqueadas y que todas las madres sobrevivieran. La celda de esta santa tan humana, la escalera en la que se le apareció el Niño Jesús, el Cristo llagado que tanto la conmovía o la célebre Capilla de la Transverberación son algunos de los iconos del museo que esconde este monumento extramuros. Tras admirar el puente sobre el río Adaja que tantas veces cruzó y franquear el cinturón de murallas que abraza el centro histórico, el paseo sobre sus empedrados va salpicándose de nuevos rastros teresianos. Entre mansiones hidalgas, restaurantes de chuletón y confiterías especializadas en las yemas que llevan su nombre, irá aflorando el convento de San José, el primero de los 17 que fundó, así como el de La Santa, anexo a un recién remodelado museo junto a cuya iglesia, levantada sobre su casa natal, una huertecilla recuerda el lugar donde Teresa jugaba a construir ermitas con su hermano después de su aventura fallida de buscar el martirio en tierra infiel. Siempre cerca, porque en Ávila no hay distancias, la iglesia de Santo Tomé el Viejo, en la que un párroco le recriminara el empeño de abrir tanto convento; y desde el palacio de su padrino Núñez Vela o el de su protectora Guiomar de Ulloa, hasta la catedral, donde una capilla dedicada a ella se adorna con la imagen de la virgen a la que se encomendó de adolescente al morir su madre.

El Real Monasterio de Santo Tomás, palacio de verano de los Reyes Católicos, es con sus soberbios claustros un tesoro que nadie debería perderse aunque no estuviera vinculado a Teresa. Aunque también lo está: es aquí donde venía a confesarse con los dominicos, más instruidos y abiertos que otros frailes, ya que no le dolían prendas al proclamar que prefería a los curas que hacían pensar frente a los que solo conminaban a rezar. El protagonismo durante el Centenario es de esperar que lo acaparen la Capilla de Mosén Rubí, la iglesia de San Juan, donde se conserva la pila gótica en la que fue bautizada, y el convento de Nuestra Señora de Gracia, en el que la internara su padre en contra inicialmente de su voluntad. Y es que los tres albergan la exposición de arte sacro Las Edades del Hombre, que, con el nombre Teresa de Jesús, maestra de oración, puede visitarse hasta noviembre.

Por las llanuras de la Moraña

La cuarta sede de Las Edades del Hombre aguarda en Alba de Tormes, la noble villa salmantina donde acabó sus días. Aunque de camino allí, la comarca de La Moraña va esparciendo por un centenar de kilómetros nuevos señuelos con los que seguir sus pasos. Enfilando por pequeñas carreteras entre los paisajes esteparios de estas tierras repobladas por moriscos -de ahí su nombre-, la primera parada se impone en Gotarrendura. Raro será no toparse por sus callejas con don Tomás, uno de los abuelos que parecen hacer guardia por estos pueblitos medio despoblados. Tras recitarle al visitante las coplas adorables que le ha compuesto a la Santa, le indicará el camino hacia el Palomar que todos vienen a ver. Hoy muy bien restaurado, es lo único que queda en pie de la casa en la que pasó parte de su infancia y de la que, cuando el hambre apretaba, la familia de su madre le mandaba unos pichones para las palomitas, como decía Teresa, que la habían secundado en la epopeya quijotesca y hasta peligrosa de poner patas arriba el Carmelo.

En Gotarrendura se cruza el Camino de Santiago del Sureste con la ruta teresiana De la cuna al sepulcro, que une Ávila y Alba de Tormes. A través de senderos ahora señalizados, el goteo de quienes emprenden a pie tanto el uno como la otra ha propiciado que el pueblo abriera un diminuto albergue de peregrinos hecho entero de adobe y madera. La mayoría de los caminantes son extranjeros, por lo que sería curioso ver cómo se las ingenian para averiguar que, si el Palomar está cerrado, habrá que buscar la casa de Timoteo, el vecino que guarda las llaves. De la misma forma que las que abren los observatorios de las cercanas Lagunas de El Oso habrá que pedirlas en el bar del pueblo mientras siga sin terminarse el Centro de Interpretación de esta reserva ornitológica a rebosar de ánsares y grullas. Por La Moraña todo es entrañablemente de andar por casa, y ese es parte del encanto de esta España de secano que vive bajo mínimos de la cebada, el trigo y los rebaños que en ocasiones taponan las calzadas.

Entre pueblos de nombres tan castellanos como Hernansancho o Papatrigo habrá que desviarse para admirar el castillo de Narros de Saldueña y el retablo de su iglesia de San Martín; el bellísimo artesonado mudéjar de la de San Juan Bautista, en Narros del Castillo, y el todavía más asombroso de la iglesia absolutamente única de Macotera. También el camino público que entre las dehesas de Castronuevo permite espiar uno de los castillos medievales aún utilizados por la Casa de Alba, así como el entramado de plazas porticadas de la ya mucho más grande Peñaranda de Bracamonte. Y, salpicando la ruta, otros escenarios teresianos como el convento de Mancera de Abajo y el de Duruelo, la primera fundación conjunta de Santa Teresa y su compañero de fatigas San Juan de la Cruz, pero sobre todo Fontiveros, el pueblo de este otro teólogo y poeta místico. Tras recuperar fuerzas con el tradicional cocido Sanjuaniego, podría recalarse por su casa natal y hacer una visita a las sorprendentemente dicharacheras carmelitas del Convento de la Madre de Dios, quienes viven de vender las casullas y palios que bordan.

Su última morada

Santa Teresa ya había edificado una década atrás su octavo convento en Alba de Tormes. Enferma y con 67 años, y presintiendo la muerte, se dirigía a Ávila desde su última fundación en Burgos cuando le llegó el aviso de que los duques de Alba la esperaban para asistir al nacimiento de su nieto. Gracias a esa casualidad fue en esta villa salmantina a orillas del Tormes donde murió y reposa su cuerpo. O lo que queda de él, ya que el tráfico de reliquias milagreras estaba a la orden del día y las de la monja abulense se cotizaron tanto que hasta Franco llevaba consigo cual talismán su famoso brazo incorrupto, que en realidad era la mano izquierda. A la muerte del dictador ésta fue devuelta a las carmelitas de Ronda, mientras que en Alba, sobre el altar de la Anunciación, se alza su sepulcro junto a sendos relicarios con su corazón y el verdadero brazo, que pueden admirarse más de cerca desde el Museo Carmelitano que acaba de ampliarse en un ala del convento.

Bajo la mirada de la imponente Torre del Homenaje de Alba de Tormes, el reguero de iglesias de su cogollo medieval llega a marear, y eso que en los tiempos en los que el patrimonio no se valoraba se destruyeron muchas de las que habían erigido gremios de tradición como los herreros y los alfareros. Quedaron afortunadamente desde la de San Juan de la Cruz hasta la basílica de Santa Teresa, que acoge ahora Las Edades del Hombre; desde la iglesia de Santiago hasta la más bonita aún de San Juan, a un costado de la Plaza Mayor, con su impagable apostolado románico de tallas de un metro y sus arcos que le dan el empaque de un salón renacentista.

Arranca un año en honor de esta escritora universal y primera Doctora de la Iglesia a la que algunos se acercan a través de la religión, otros de la literatura, y muchos atraídos por la personalidad arrolladora de una figura que contribuyeron a recuperar intelectuales más bien poco beatos de la Generación del 98. Azorín, fascinado por la hondura de todas sus facetas, se preguntaba: "¿Hay espíritu más enérgico e indomable que el de la mujer de Ávila?".

Las 17 huellas de Teresa

Aunque Ávila y Alba de Tormes protagonizan el grueso del Centenario, Santa Teresa no se limitó a dejar su impronta solo en ellas. La reforma del Carmelo en la que puso todo su empeño la llevó a fundar 17 conventos por media España, y todas las ciudades donde se alzan se han unido para proponer una ruta atípica, pero con credencial y todo, que puede descargarse en huellasdeteresa.com. No hay límite de tiempo, ni orden fijo, ni medio específico de recorrerla, y el objetivo no tiene por qué ser religioso. Los únicos requisitos: visitar un mínimo de cuatro ciudades de al menos dos Comunidades y finalizar en Ávila. ¿Los destinos? Sus otras fundaciones castellanas en Burgos, Palencia, Soria, Valladolid, Medina del Campo, Salamanca, Segovia, Pastrana, Toledo, Malagón y Villanueva de la Jara. Por tierras murcianas, Caravaca de la Cruz, y en Andalucía, Sevilla, Granada y Beas de Segura. Si se prefiere caminar, hay también cuatro rutas que siguen por Castilla los pasos de la Santa y que se pueden consultar en caminosteresianos.com, aunque de momento solo la que une Ávila y Alba está bien señalizada.

Las "Edades del Hombre" en el Año de la Santa

Visitas guiadas por las principales ciudades donde Teresa de Jesús dejó su huella, recitales de poesía, conferencias, conciertos, teatro, menús inspirados en la cocina carmelita por infinidad de restaurantes y hasta la peregrinación por la ruta De la cuna al sepulcro que, entre Alba de Tormes y Ávila, se ha programado del 22 al 26 de abril para seguir por La Moraña el rastro de esta mística con los pies tan en la tierra.El V Centenario de su nacimiento está cuajado de eventos que pueden consultarse en 500stj.es. Sin embargo, pocos acapararán tanta atención como el que, edición tras edición -y ya van veinte-, suscita Las Edades del Hombre (www.lasedades.es), consagrada este año a Santa Teresa. Inaugurada el 23 de marzo y dividida en cinco capítulos que ahondan en cada etapa de su vida, la exposición Teresa de Jesús, maestra de oración se exhibe hasta noviembre en la basílica de Santa Teresa, en Alba de Tormes, y los templos abulenses de San Juan Bautista, Nuestra Señora de Gracia y Mosén Rubí. El arte sacro, como en todas las muestras de Las Edades, oficia como hilo conductor para tejer un relato. En esta ocasión, el que actualiza el mensaje de Santa Teresa y trata de entenderla dentro el contexto que le tocó vivir a esta mujer del siglo XVI que debatió con los sabios de la Iglesia y produjo una ingente obra -desde miles de cartas hasta el Libro de Vida, Camino de Perfección o Las Moradas- que la aupó como una figura esencial de la literatura del Siglo de Oro.

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