Posadas y conventos con duende en Cuenca
El genio universal de la pintura Diego de Velázquez ejerce de cicerón en este recorrido histórico por un selecto grupo de hoteles de Cuenca. Gracias a la llegada del tren de alta velocidad a la ciudad manchega, los viajeros contemporáneos pueden optar por seguir los pasos y visitar los lugares del gran maestro en apenas un suspiro.

Aposentado en una estancia de la casa de Juan Bautista Martínez del Mazo, su yerno y protegido, el maestro Diego de Velázquez trabaja en el boceto para un encargo de Felipe IV. Corre el año de 1656. Con 57 años, el pintor sevillano se encuentra en la cumbre de su carrera. En 1634 conmemoró la victoria española sobre el ejército de los Países Bajos, dirigido por Justino de Nassau, en La rendición de Breda. Después, en 1650 retrató al Papa Inocencio X. Velázquez goza de estabilidad económica y reconocimiento social. Beneficiado por su labor como pintor de Cámara, ha visitado Italia en varias ocasiones para depurar su estilo. Es un hombre de mundo. No obstante, ya no es el joven impetuoso de antaño. Las labores en la corte son muchas. Recientemente ha sido nombrado Aposentador Real por el monarca, ocupación que reduce aún más su tiempo para pintar. A pesar de la maledicencia que rodea las relaciones entre yernos y suegros, Velázquez mantiene un excelente trato con el marido de su hija Francisca. Además de sus vínculos afectivos, Martínez del Mazo es un excelente pintor y se ha convertido en alumno aventajado del autor de La fragua de Vulcano. Incluso las malas lenguas aseguran que algunos de los lienzos más populares de don Diego han recibido más de una pincelada del joven pupilo.
Una vez que Velázquez decidió alejarse temporalmente de la corte para pergeñar la citada y ambiciosa obra encargada por Felipe IV, la opción de visitar la casa familiar de su yerno en Cuenca cobró fuerza con rapidez. La vivienda se encuentra en uno de los mágicos edificios que parecen levantarse sobre el aire en la Hoz del río Huécar. La tranquilidad del entorno y la majestuosidad del paisaje aportan la energía necesaria para llevar a cabo este exigente encargo. Aún queda la mayor parte del trabajo por hacer. Incluso duda de cómo referirse a la obra. De momento habla de ella como "el cuadro de la familia". Lo que no sospecha Velázquez es que en los años venideros ese cuadro será estudiado como una de las más grandes obras artísticas de la historia. Y su nombre para la posteridad será Las Meninas.
A riesgo de romper el encanto, conviene puntualizar que no existen pruebas fehacientes de que Velázquez trabajara en el boceto de Las Meninas en Cuenca. Son solo leyendas. Lo que no cabe lugar a dudas es la vinculación del maestro sevillano con la ciudad castellana a través de su yerno. Los viajeros contemporáneos aún tienen la posibilidad de visitar la casa de la familia Mazo. Es más, incluso pueden alojarse en esta centenaria Casa Colgante. La historia del edificio es de tal magnitud, que los límites de este reportaje resultan minúsculos. A grandes rasgos puede resumirse así: poco después de la muerte de Velázquez en 1660, Diego Mazo de la Vega, arcipreste de la catedral de Cuenca e hijo de Juan Bautista Martínez del Mazo, transformó la vivienda en el Colegio de San José, que funcionó hasta 1931. Hace poco más de 25 años, un conquense y su mujer canadiense convirtieron el edificio en la encantadora Posada de San José. Resulta toda una aventura adentrarse en este edificio laberíntico, con suelos de madera, estructuras desiguales, gruesas vigas de madera... A la hora de elegir habitación conviene saber que todas son distintas. La irregularidad de esta ensoñadora construcción, por otra parte prototípica de las casas colgadas, puede apreciarse en que la fachada levantada hacia el Huécar consta de cinco plantas y la opuesta solo de dos.
El casco antiguo de Cuenca guarda un buen número de edificios históricos conservados con tino. Afortunadamente muchos de ellos han sido transformados en alojamientos hoteleros de calidad. La llegada del AVE, cuyo trayecto a Madrid apenas dura 50 minutos y a Valencia 60, ha otorgado una nueva dimensión turística a la ciudad manchega. A la hora de visitarla, los enamorados de los hoteles de porte aristocrático deben considerar como primera opción el Parador. La ubicación de este edificio gótico del siglo XVI, antiguo Convento de San Pablo, es de las que cortan el hipo. Situado en plena Hoz del Huécar, frente a las Casas Colgadas, está comunicado con el centro histórico gracias al Puente de San Pablo. Convertido en Parador en 1993, hasta 1974 fue seminario de Teología de la Orden de los Paúles. Las obras del convento y la iglesia fueron realizadas por Pedro y Juan de Alviz, también responsables de la Catedral de Cuenca. En concreto, el claustro, que hoy es uno de los rincones más acogedores del hotel, fue obra de Pedro. Algunas estancias han mantenido su estructura original, aunque, obviamente, han modificado el uso: la Sala Capitular es hoy cafetería; el Refectorio, con púlpito incluido, alberga el restaurante, y la Sala de Estudios, que mantiene su bonito artesonado, se conserva como el multiusos Salón Vicenciano. Adherida al antiguo convento se encuentra una iglesia que ha sido transformada, gracias a una elegante rehabilitación, en el Espacio Torner, donde se exhiben obras del significativo artista conquense Gustavo Torner. Una preciosidad. Los interesados deben tener en cuenta que cierra el lunes.
Este moderno centro de arte sirve para subrayar la fuerte vinculación de la ciudad con la modernidad. La historia de amor que vive la ciudad desde los años 60 con el arte abstracto parece no tener fin. A escasos minutos del Parador, atravesando el Puente de San Pablo, se encuentra el Museo de Arte Abstracto Español. Inaugurado el 1 de julio de 1966 gracias al esfuerzo de Fernando Zóbel, Gustavo Torner y Gerardo Rueda, este atípico museo ocupa una de las Casas Colgadas de la ciudad. Eduardo Chillida, Manolo Millares, Rafael Canogar, Pablo Palazuelo, Antoni Tàpies, Antonio Saura, Fernando Zóbel, Martín Chirino... cualquier centro de arte moderno desearía tener las obras que aquí pueden contemplarse. Es un privilegio para el visitante disfrutar del peculiar retrato de Brigitte Bardot llevado a cabo por Saura, mientras a su espalda un fantástico ventanal exhibe toda la grandiosidad del Huécar.
Cerca de allí, junto a la Catedral, nace la calle de San Pedro, una de las más concurridas del casco antiguo. En el número 12 se encuentra el Convento del Giraldo, un elegante hotel de cuatro estrellas que oculta una peculiar historia. Hasta los años 50, el edificio perteneció a la familia de Luis Martínez Kleiser (1883-1971), escritor y folclorista madrileño, nombrado hijo adoptivo de Cuenca por ayudar a la difusión de la región a través de su labor periodística. En ese instante, la regia edificación pasó a manos de la congregación de las Hermanas Celadoras. Hace un par de años, unos empresarios locales convencieron a las religiosas para que el edificio albergara un moderno hotel, por lo que iniciaron su rehabilitación. No obstante, las Hermanas mantienen un par de plantas en propiedad. Al tomar el ascensor para acudir a las habitaciones, el huésped apreciará que un par de pisos tienen limitado el acceso por un llavín especial. Esas plantas están ocupadas por las monjas. Resulta difícil coincidir con ellas, ya que tienen accesos independientes al resto de clientes, pero a lo largo del año puede haber entre cuatro y cuarenta monjas alojadas en el hotel.
Independientemente de esta anécdota, el Convento del Giraldo es un hotel cálido y acogedor, con techos altísimos y pasillos interminables. En la cuarta planta todas las habitaciones están abuhardilladas, lo que les confiere mayor personalidad. Pero una estancia sobresale entre todas. La que está ubicada en el antiguo palomar dispone de una terraza con vistas de casi 180 grados que abarcan desde el Parador, pasando por la Torre de Mangana, hasta llegar al reciente Centro de Interpretación de la Naturaleza Ars Natura.
La historia siempre es un buen compañero de viaje. En este aspecto, Cuenca nunca defrauda. El opresivo ambiente del franquismo puede seguirse en los escenarios naturales de Calle Mayor (1956), filme que rodó en la ciudad Juan Antonio Bardem. El dominio árabe en la Península se percibe en el alajú, postre almendrado con miel y pan rallado del que da buena cuenta la veterana pastelería Ruiz. Este juego se podría hacer con cada uno de los grandes acontecimientos históricos de España. Desde su ubicación en lo alto del casco viejo, la Torre de Mangana ha sido testigo mudo de los últimos cinco siglos.
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