Esta carretera histórica te permite descubrir la gastronomía del norte de España en un solo trayecto
Aunque poco transitada, la carretera que une el centro de Castilla con el Cantábrico vuelve a resurgir en términos gastronómicos entre paisajes llenos de belleza y contrastes, pueblos patrimoniales, paradas de mesa y mantel y mucha naturaleza. Una ruta para disfrutar curva tras curva con mucho sabor pasiego.

La nacional que conecta la provincia de Burgos con la de Santander, la histórica carretera de los Valles Pasiegos, es, además de una ruta bellísima, un recorrido indispensable para los que les gusta comer.
Sus 153 kilómetros, que unen Castilla y León con la orilla del mar Cantábrico, discurren entre preciosos paisajes plagados de verdes valles, montañas donde las protagonistas indiscutibles son las vacas lecheras y ríos cuasi translúcidos que revelan la pureza de sus aguas.
A su paso, aparecen pueblos, villas y aldeas históricas, llenas de cultura, patrimonio y naturaleza en las que merece hacer una escapada, incluso un desvío de algunos minutos. Ejemplo de ello es Puente Viesgo, epicentro del bienestar de la región por sus conocidas aguas termales y donde se encuentra uno de los mejores cotos de pesca de salmón y trucha de Cantabria.

Para comer el mejor cocido loriego es obligatorio acercarse hasta su cuna, la localidad de Sargentes de la Lora, y para degustar la mejor morcilla burgalesa hasta Sotopalacios. Pero son muchos más los lugares que merecen un alto en el camino a su paso por esta carretera nacional.
Ni siquiera hace falta salir al asfalto para comenzar el recorrido gastronómico de la Nacional 623. Esta histórica ruta, que termina uniendo el interior de Castilla con el mar Cantábrico, comienza con una parada indispensable en la casa de Ricardo Temiño. Localizado en pleno casco histórico de la ciudad de Burgos, este joven cocinero oferta en un mismo espacio dos experiencias gastronómicas diferenciadas. Por un lado, se encuentra La Fábrica Restaurante, un lugar donde los grandes clásicos burgaleses se entremezclan con elementos de cocina internacional. Y, por otro, su restaurante homónimo, Ricardo Temiño Restaurante, con una Estrella Michelin y un Sol Repsol, donde a través de un menú degustación el cocinero lleva a los comensales a un viaje a lo largo de sus raíces con productos de temporada de la tierra elaborados con técnicas vanguardistas.


Saliendo de la capital burgalesa, a escasos 10 kilómetros dirección norte, aparece la primera parada, la patria de la morcilla y el asado. A orillas del río Ubierna se encuentra a su paso Sotopalacios, una localidad rodeada de arroyos y cauces plagada de vegetación ribereña cuyas aguas, antiguamente, movían las piedras de sus tres molinos harineros. Hoy este pueblo, y su restaurante homónimo abierto en 1970, Restaurante Sotopalacios, se han convertido en un lugar de peregrinaje para los amantes de la cocina tradicional, los productos típicos castellanos y los guisos caseros pero, sobre todo, del lechazo, una de las especialidades de la casa junto con la merluza rellena.


Siguiendo rumbo hacia el norte, encajonado entre naturaleza salvaje y erosionando un pequeño y precioso cañón de piedra caliza, aparece espectacular el río Pas a su paso por Puente Viesgo. Este enclave singular, marcado por unas aguas mineromedicinales que lo han convertido en parada indispensable para los amantes del bienestar, es también un lugar ideal para ver (y degustar) los salmones y las truchas que nadan río arriba para desovar.
En plena cuna de los Valles Pasiegos la parada no se puede hacer esperar. En sus alrededores aparece Sobaos Casa Ibáñez, una pequeña pastelería tradicional pasiega de corte familiar donde los sobaos, las quesadas y las galletas son su seña de identidad. Desde su propia cafetería se puede ver cómo trabajan en el interior de su obrador, además de comprar los bocados más típicos de esta zona de España.

El poco tránsito de esta carretera, y la gran riqueza gastronómica, natural e histórica que se encuentra a su paso, invita a los viajeros a recorrerla sin prisa.
Para hacer un alto en el camino, descansar y tomar fuerzas en un lugar con encanto, tan solo hay que desviarse cinco minutos desde la villa de Vargas para llegar al hotel Helguera Palacio Boutique Antique, un antiguo palacio del siglo XVII ordenado construir por el conde de Santa Ana de las Torres convertido en hotel-anticuario boutique, cuya propuesta gastronómica está enfocada a los sabores cántabros.

Los cuatro siglos de historia que tienen sus paredes se cuentan a través de los detalles que visten cada una de sus suites, con una cuidada selección de muebles y objetos traídos de todas las partes del mundo que se pueden comprar in situ, desde piezas de época hasta muebles contemporáneos. Su restaurante Trastámara, abierto al público externo al hotel, apuesta por una cocina de temporada con platos elaborados con productos de la zona provenientes de pequeños caseríos y huertas de los alrededores.

A menos de siete kilómetros de la capital cántabra y tomando un pequeño desvío, aparece la localidad de Puente Arce. Conocida como, simplemente, Arce, esta villa de origen medieval bañada por el río Pas es especialmente popular por contar con una microdestilería bajo el nombre de Siderit en la que se elaboran ginebras, vodkas, whisky y vermuts con mucho mimo y carácter cántabro que han ganado numerosos títulos internacionales.
También allí aparece en un antiguo molino del siglo XVIII el restaurante El Nuevo Molino, recomendado por Guía Michelin y con dos Soles Repsol, donde el cocinero José Antonio González propone una cocina cántabra tradicional actualizada utilizando gran parte de productos provenientes de su propio huerto y rescatando los sabores de la región.


Una vez aterrizados en Santander, el último destino es Bodega del Riojano, un lugar icónico en la ciudad caracterizado no solo por ser el restaurante más antiguo de la localidad, sino también por esconder en su interior una muestra de arte un tanto disruptiva.

Y es que, además de ser un espacio histórico y un clásico de la hostelería local, en su salón se encuentra una de las mayores recopilaciones de obras de arte contemporáneas de la segunda mitad del siglo XX pintadas sobre sus cubas. Entre ellos aparecen nombres de artistas nacionales e internacionales, como Araceli Gedack, Fernando Zóbel, Ana Álvarez Ribalaygua, Gerardo Rueda, Laila Baptista, Okuda o Iván Roldanovich y Sonia Higuera.
Pero la experiencia no se acaba aquí, pues, mientras se admiran las piezas, hay que probar sus recetas más clásicas, como su ensaladilla rusa, el pastel cremoso de cabracho con salsa tártara, sus pimientos asados, sus rabas de calamar o cualquiera de sus guisos y pescados. ¡Larga vida a la Nacional 623 y a la gastronomía que surge en torno a ella!
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