Lima, los lugares de Mario Vargas Llosa
Los artistas, sus obras, sus ecosistemas. Kakfa en la Praga judía, Castilla-La Mancha con "El Quijote", el día completo del "Ulises" de Joyce en Dublín, un punto preciso en Buenos Aires donde se ve el "Aleph" de Borges... Ahora se nos abre una nueva ruta literaria con los lugares de la capital peruana que han sido frecuentados o narrados por el Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, para hacérsela uno mismo como quien intenta escribir una novela.

Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), el escritor y periodista peruano, ha recibido el Nobel de Literatura 2010. Quienes conocen su obra, sobre todo la inicial, habrán reparado en la cantidad de claves que ésta contiene para connotar sus avatares, lanzados en esta ciudad enorme y complejísima. Lima está más viva que nunca y se puede visitar siguiendo los pasos de Vargas Llosa. Lo peculiar, en comparación con otras rutas literarias, es que ésta existe en el papel y en su versión digital: contamos hoy con una guía impresa elaborada por Promperú, la entidad oficial promotora de turismo de Perú, que también ha sido colgada en su web (www.peru.info) para que sea fácil de ubicar y usar. Pero la ruta en sí misma aún no está armada como un circuito, el viajero se la hace solo, llevado por el librito editado por Promperú, La Lima de Mario Vargas Llosa. Ello, lejos de ser una limitación, puede ser una ventaja, pues al no estar estructurada, la ruta es más experiencia que tour. Es decir, más literaria que turística.
El centro de Lima, un Patrimonio Cultural de la Humanidad catalogado por la Unesco en 1991, está compuesto por unas novecientas manzanas. La ciudad fue fundada por Francisco Pizarro en 1535 y quedó establecida como capital del Virreinato, lo que le dio una solera que no se encuentra en otras ciudades sudamericanas. No es, sin embargo, el testimonio arquitectónico colonial ni republicano lo que ahora nos trae a este centro, sino un impulso cultural que, sin preguntarnos, nos conmina a caminar entre dos plazas enormes unidas por una calle emblemática llamada Jirón de la Unión.
La Plaza Mayor es el corazón del poder político y religioso de la ciudad, mientras que la Plaza San Martín, inaugurada en 1921, comporta una modernización que transforma la manera de vivirla. Entre una plaza y otra, el Jirón de la Unión era uno de los trayectos por los que Zavalita, el joven periodista que protagoniza Conversación en La Catedral, arrastraba el sopor moral derivado de saber que el estercolero del poder político estaba más cerca de su vida de lo que él mismo intuía. Esta vía tuvo su belle époque, de la que dan fe elegantes y cochambrosos edificios art nouveau. En tiempos de Zavalita, los años 50 del siglo que pasó, cuando Perú se asfixiaba bajo la dictadura del general Odría, este jirón estaba poblado de cafeterías afrancesadas, tiendas de joyas y ropa importada, y galerías comerciales que igualaban a Lima con Buenos Aires y Montevideo. Sin embargo, en las callejuelas que van hacia el Parque Universitario, hoy como ayer se ubican las chinganas, los bares de hombres en los que se bebe cerveza y frustración saliendo de la oficina, lugares de esta ciudad que en mucho fascina porque no esconde nada. En la Plaza San Martín se encontraba el Negro Negro, cave existencialista conducida por una dama francesa, que recibía todas las noches a los trejos compañeros de trabajo de Zavalita con canciones de Juliette Greco.
Santiago Zavala y Ambrosio, el chófer afroperuano de su padre, conversan durante cuatro horas en un bar de mala muerte llamado La Catedral. Esa charla sostiene las páginas de la monumental novela. Hoy, el bar ya no existe, el local está en ruinas y resulta imposible visitarlo por dentro. Pero merece la pena tomar un taxi, indicarle la dirección (Alfonso Ugarte, 203, cercado de Lima), y desde el automóvil o el autobús turístico al menos hacer una buena fotografía del exterior.
En la avenida Tacna, marcada por un transporte sin reglas y repleta de un sinfín de vendedores ambulantes, se localiza el edificio del diario La Crónica, donde Mario Vargas Llosa comenzó a practicar el periodismo a los 15 años y que fue el centro de labores de Zavalita. En su portada de granito negro, Zavalita elabora la sentencia más dura del imaginario nacional: "¿En qué momento se había jodido el Perú?".
La ciudad y los perros es una novela de aprendizaje, el de un joven de la clase media limeña que fue obligado por su padre a ingresar en el Colegio Militar Leoncio Prado, tal cual ocurriera con el propio Vargas Llosa. Dicho centro de estudios, un gigantesco local de los años 40 levantado en una inhóspita zona en el camino al puerto de El Callao, es el hábitat de la novela que ganó el premio Biblioteca Breve Española en 1963. El Poeta es el sobrenombre que recibe Alberto, el protagonista, pues se gana el respeto de sus condiscípulos redactando relatos pornográficos para vendérselos. Vargas Llosa sostiene que antes de ingresar en el Colegio Leoncio Prado nunca había imaginado que más allá de su propio barrio, el de Miraflores, existieran personas con otros colores de piel, que hablaran quechua, que tuvieran costumbres distintas a las de Occidente en su Lima. En ese sentido, el colegio, con sus abusos, su machismo y su militarismo, no funcionaba sólo como una metáfora del poder en un país estragado por la corrupción sino también como la maqueta de los desencuentros que lo fragmentaban. Vargas Llosa en años recientes se ha reconciliado con el Leoncio Prado, admitiendo que entre sus muros descascarados aprendió sobre la vida más que en las universidades. Hoy el colegio dejó de ser ese símbolo de la castración y abre sus puertas para visitarlo, incluyendo las mazmorras vargasllosianas (la célebre Siberia), y un pequeño museo donde hay piezas de la historia militar de Perú. Un gran lugar para tomar fotografías.
Cerca del centro de la capital peruana se abre un distrito muy grande y populoso, La Victoria, originado en la ampliación de la ciudad correspondiente a la era industrial, cuando los obreros necesitaban espacios para vivir. La Victoria tiene una plaza central dedicada a Manco Cápac, el fundador de la dinastía incaica, representado por una estatua de piedra de gran tamaño en la que el soberano señala con el dedo la dirección a seguir para expandir su imperio. En La Victoria se ubicaban los prostíbulos de Huatica, en la dirección a la que apunta el dedo de Manco Cápac, lo que hace decir a Vallano, compañero del Poeta, que "Manco Cápac es un puto, con su dedo muestra el camino a Huatica...".
"La Lima de entonces era todavía una ciudad pequeña, segura, tranquila y mentirosa", declara Vargas Llosa en una entrevista del año 2006. Los adjetivos que emplea se aplicaban a ciertos distritos de la capital, particularmente a Miraflores, que tiene una especial resonancia ya no solamente en las dos novelas citadas sino además en Los cachorros (1967) y en un cuento llamado Día domingo, que forma parte de Los jefes, publicado en el año 1952. Miraflores quizá sea el distrito de Lima con personalidad más y mejor definida, desde sus orígenes hasta hoy. Situado al sur de la ciudad, hasta mediados del siglo XIX era un balneario -pues se asoma al mar- compuesto por huertas y ranchos que fueron aumentando a medida que una clase media incipiente y ciertos grupos de extranjeros descubrían el valor de vivir cerca de la naturaleza. La arquitectura civil era la del clásico rancho, definido por la madera y la mampostería, casas de un solo piso con verandas y terrazas llenas de enredaderas, macetones y pajareras, y rodeadas de jardines y huertas olorosas donde daban los frutales. Sus calles estaban sombreadas por moreras y pared con pared con los ranchos, abrían sus puertas pequeños negocios: zapateros, costureras, fruteros, bodeguitas, sastres... como hasta hoy. Miraflores, la esencia mesocrática, alberga el barrio de Diego Ferré, escenario de Los cachorros y de La ciudad... Desde sus vecindades conservadoras los jóvenes vargasllosianos iniciaban sus excursiones a los acantilados salvajes, al Parque Central donde paseaban las chicas, a las heladerías y salones de té, a los cines, al primer local de bowling de Lima, a caminar por la alameda Pardo y a pasar las tardes de domingo en el Parque Salazar, hoy transformado en Larcomar, el punto más visitado por los turistas que vienen a Lima, por su oferta cosmopolita de cafés y restaurantes, de librerías y tiendas de artesanía, además de ser el espacio desde donde se aprecia la mejor puesta de sol hacia el Pacífico, con la isla San Lorenzo como una gran ballena narcotizada.
Más al sur de Miraflores está Barranco. Su belleza algo decadente, sus alamedas de ficus viejísimos ("proyectan sobre la pista sombras como arañas"... Mario Vargas Llosa dixit), sus mansiones desvaídas cubiertas de jazmines y madreselvas, su bajada a los baños y su encantador Puente de los Suspiros, tienen presencia en la vida y en la obra del autor (de hecho, su apartamento se encuentra ubicado en este distrito limeño, en una calle que lleva su nombre). Lugar de bohemia joven y cultura contestataria, Barranco representa el ámbito donde los mejores arquitectos han hecho reales sus proyectos más originales y audaces, para que presenten su cara al mar.
Apenas hemos pasado a las voladas por las páginas de la guía y de la obra de Mario Vargas Llosa. A esta ruta limeña le sobra capacidad para profundizar en la vida y en los relatos del autor, para entrar y descubrir, y en ese proceso conectarse con los aspectos más complejos de la condición humana.
Una buena obra literaria explora allí donde el turismo convencional idealiza. Por ello, el desafío para el viajero es encontrar en esta Lima el equilibrio entre la autenticidad de los lugares vargasllosianos y el atractivo que estos ofrecen en su presente, sabiendo que no son esencialmente bellos con belleza de postal sino interesantes y llenos de sentido.
Ayer y hoy
El Parque Universitario, esencial en "Zavalita" y Vargas Llosa, alberga el local de la Universidad de San Marcos, la más antigua de América (1551). "Al salir de la universidad conversaban horas en El Palermo de La Colmena, discutían horas en la pastelería Los Huérfanos de Azángaro, comentaban horas las noticias políticas en un café-billar a espaldas del Palacio de Justicia", escribe Vargas Llosa en Conversación en La Catedral. Ya en los 60 se convirtió en academia de alto vuelo y polo de radicalización ideológica y política de una juventud que pujaba por hacer grandes cambios en la sociedad peruana. La bellísima casona de San Marcos, compuesta por tres claustros de los siglos XVII y XVIII, ha sido recuperada gracias a la cooperación española y hoy es un centro cultural de primera línea. En lo que es cultura, la ciudad de Lima arrasa. Tiene espléndidos museos como el de Arqueología y Antropología, el Museo Amano (dedicado a las culturas precolombinas), el cosmopolita MALI (Museo de Arte de Lima) y, recientemente, un remozado y extraordinario lugar llamado Museo Larco, donde apreciar los tesoros de las antiguas culturas del norte. Además, en Miraflores, Barranco y San Isidro abundan también las galerías con un arte contemporáneo de muy buen nivel.
Novelas y parapentes
Todo este recorrido está próximo a los acantilados, de modo que al mirarlos estaremos ante el paisaje de los primeros relatos de Vargas Llosa, sólo que ahora cruzarán sobre nuestras cabezas los parapentes y observaremos las playas de la Costa Verde llenas de surferos. Y si estamos en verano, nos daremos un buen baño en las frías aguas del Pacífico. Nuestro mar ofrece salidas en yate para observación de aves, lobos de mar y otras especies, a distancias muy cortas del puerto de El Callao. Los observadores de aves tienen acá un paraíso, que se combina con las aves de humedal -migratorias y endémicas- que se pueden apreciar en el Santuario Natural Humedales de Villa, cerca de Miraflores y Barranco. Una marina recientemente inaugurada recibe yates y veleros, que al viajero lo pueden llevar, cruzando la bahía de Lima, desde Chorrillos, en el extremo sur, hasta La Punta, un distrito del puerto de El Callao, lleno de casonas de finales del siglo XIX.
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