La ruta de Don Quijote

El 22 de abril se cumplió el 400 aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, efeméride que rescata, de nuevo, los lugares de La Mancha por donde transcurren las andanzas de "Don Quijote". El escritor Luis García Jambrina, autor de "La sombra de otro" (Ediciones B, 2014), que narra los viajes de Cervantes, amplía en estas páginas y completa la ruta que otro escritor, Azorín, hizo en 1905 para el periódico "El Imparcial" con motivo del tercer centenario del "Quijote".

Molinos de viento en Consuegra.
Molinos de viento en Consuegra. / Luis Davilla

Este año se celebra el cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, y, para conmemorarlo, nada mejor que lanzarse a la aventura de recorrer algunos de los lugares por los que supuestamente pasó Don Quijote o en los que probablemente se inspiró su autor. A este respecto, hay que recordar que son muchas las rutas posibles, ya que la novela es demasiado vaga e imprecisa como para que se pueda fijar una de forma inequívoca. Para empezar, desconocemos el lugar de La Mancha en el que vivía el hidalgo Alonso Quijano y del que, por tanto, partió el caballero en sus tres salidas. Sobre esto ya dejó dicho el autor que no lo nombró "por dejar que todas las villas y lugares de La Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenerle por suyo". Y, en efecto, son muchos los municipios que todavía siguen compitiendo por ser la cuna de Don Quijote, como varios son también los que lo hacen por ser la patria chica del propio Cervantes, aunque esta sea ya una cuestión zanjada por los académicos.

 

Guía de la ruta de Don Quijote
Guía de la ruta de Don Quijote

Son numerosos, por lo demás, los cervantistas de diversas épocas que se han dedicado a rastrear el recorrido de Don Quijote y Sancho, sin llegar a ningún resultado concluyente, ya que son muy pocos los topónimos que en ella se mencionan y escasos los lugares claramente identificables, por no hablar de las contradicciones e inconsecuencias en que incurre Cervantes; de hecho, a veces parece como si quisiera jugar al despiste con nosotros o fuera deliberadamente enigmático e impreciso en muchas de sus localizaciones. Y es que el Quijote es un libro escrito en contacto con la realidad, pero también con una voluntad clara de trascenderla y manipularla.

Con el permiso de los cervantistas, nuestra ruta se basa en la que hizo en 1905 otro gran escritor, Azorín, por encargo del periódico El Imparcial, pero algo ampliada y con otro orden. Se trata, pues, de una ruta doblemente literaria en la que los tiempos y los espacios se solapan; un viaje, a la vez, por el espacio y por el tiempo, por la memoria y la leyenda, por la realidad y la ficción. Esta se despliega, claro está, por La Mancha, y, de forma más específica, por lo que en tiempos de Cervantes se llamaba La Mancha Baja, que se extendía, sobre todo, por la actual provincia de Ciudad Real, e incluía también la comarca del Campo de Montiel, ya que, según parece, lo que el autor tenía en mente era La Mancha árabe, antigua o natural, cuyos límites eran más amplios y difusos. Por supuesto, quedan fuera de la ruta muchos otros lugares manchegos que también merecerían figurar en ella, así como el itinerario por Aragón y Cataluña hasta Barcelona, que dejaremos para otra ocasión; al fin y al cabo, Don Quijote hizo tres salidas.

 

Hijo y padre de La Mancha

Nuestra pretensión es ofrecer lo que podríamos llamar una ruta esencial, avalada por la experiencia y acreditada por la tradición. Tal vez no sea la más autorizada, pero es la que mejor visualiza la atmósfera de la novela, el espíritu de su protagonista y la huella que una y otro han dejado en las gentes y en el paisaje de La Mancha. Pensemos que, si no fuera por el Quijote, tal vez no se habrían conservado los célebres molinos ni El Toboso sería como es ahora. Y es que Don Quijote es hijo, pero también padre de La Mancha.

En este recorrido no importan solo los lugares sino también el camino y el paisaje que hay entre ellos. Basta con recorrer esa inmensa llanura para entender muchas cosas. Al igual que Don Quijote, en ella uno se siente como suspendido entre la tierra y el cielo, lo vulgar y lo sublime, lo real y lo idílico, lo cotidiano y lo fantástico. Y es que, más allá de su aparente uniformidad, en esa monótona planicie hay pueblos, ventas, molinos, sierras, bosques, lagunas, cuevas... todo lo que una persona sedienta de quimeras y aventuras puede necesitar para dar rienda suelta a su inflamada imaginación.

¿Y qué decir del paisanaje o paisaje humano? Los manchegos son gente afable, cordial y hospitalaria, muy acostumbrada, por ser tierra de paso, a recibir al viajero y, sobre todo, muy orgullosa de lo suyo; de hecho, es muy habitual encontrarse con personas que defienden, con pasión y conocimiento de causa, que su pueblo es ese lugar que Cervantes no quiso recordar o que por allí pasó Don Quijote o tuvo lugar tal aventura o, incluso, que en él nació el autor de la novela. Eso le sucedió a Azorín con los académicos de Argamasilla de Alba, los sanchos de Campo de Criptana o los miguelistas de El Toboso; o, en mi caso, con los miembros de la Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan, que, además, me agasajaron con un suculento almuerzo.

Hablando de comida, cuenta Azorín en La ruta de Don Quijote que en su recorrido tan solo llevaba encima buen pan y buen queso manchegos. Por suerte, el viajero de hoy puede contar con numerosos y afamados restaurantes donde degustar la rica gastronomía manchega, que tan presente está en el Quijote; por no hablar de los vinos, muy celebrados ya en tiempos de Cervantes, lo que, sin duda, constituye un importante aliciente para este viaje. Y, si no, que se lo pregunten a Sancho Panza.

Ningún lugar más apropiado para iniciar esta ruta que Puerto Lápice. Para ello, hay que abandonar la autovía A4-E5 y dirigirse al paso natural formado por una depresión entre montañas. Se trata de un pueblo surgido al amparo del tráfico continuo de viajeros, arrieros y carruajes que iban y venían entre Madrid y Andalucía, hasta convertirse en un conjunto de ventas y posadas, como las que tanto frecuentaron nuestro caballero andante y el propio Cervantes, que también fue muy andariego, y de las que aún quedan testimonios más o menos auténticos, como la posada de La Dorotea, en la que se alojó Azorín. En ellas se cruzaba antaño todo tipo de gente, desde nobles y frailes a pícaros y maleantes; de ahí que fueran tan propicias para la aventura. En Puerto Lápice se puede evocar ese ambiente e imaginar cómo eran los viajes en aquella época.

De allí nos dirigiremos a la ciudad de Alcázar de San Juan, que presume de ser no solo el lugar de Don Quijote sino también la cuna del propio Cervantes. Como principal prueba, alegan la partida de bautismo que se guarda en el archivo parroquial de la iglesia de Santa María la Mayor. En ella se declara que un tal Miguel de Cervantes fue bautizado en esa iglesia once años después que el alcalaíno. Y, si bien es cierto que eso lo único que demuestra es que pudo haber otra persona con ese mismo nombre, resulta muy tentadora la hipótesis de que Cervantes fuera manchego. En todo caso, de lo que nadie puede dudar es de que Don Quijote y su autor están muy presentes en Alcázar de San Juan, donde además hay muchas cosas que ver, como el Museo del Hidalgo, el de la Alfarería Manchega o el llamado conjunto palacial.

Muy cerca, en medio de una extensa planicie, se alza Campo de Criptana, célebre por sus molinos de viento, si bien hay que decir que podemos encontrarlos en otros pueblos de la zona. Al parecer, en este lugar llegó a haber treinta y cuatro molinos, de los que ahora se conservan unos diez en buen estado e incluso aptos para moler, algunos de ellos del XVI. Según la tradición, pues la novela no lo precisa, aquí tuvo lugar la primera de las aventuras quijotescas y tal vez la más emblemática de todas ellas. Aunque hace ya tiempo que se han convertido en una imagen tópica, siguen siendo tan imponentes y fascinantes como en la época del famoso caballero. El interior tiene tres pisos y la cubierta es giratoria. En el pueblo, escalonado sobre la ladera del cerro, se pueden ver también las cuevas, el pósito real, el pozo de nieve y el barrio del Albaicín.

Pero si hay un lugar que no puede faltar en ninguna ruta quijotesca ese es El Toboso (Toledo). No en vano es el lugar más mentado en la novela, y no es para menos, ya que en él habitaba la sin par Dulcinea. A su palacio enviaba Don Quijote a todos aquellos a los que derrotaba o redimía para que fueran a rendirle pleitesía. Ahora acude gente de todo el mundo para visitar la casa-museo de Dulcinea, un típico caserón manchego del siglo XVI con muebles de la época; el museo de Humor Gráfico Dulcinea; el museo Cervantino, con su gran colección de ediciones del Quijote en todas las lenguas, formas y tamaños, donadas por conocidos intelectuales y políticos; o la iglesia de aspecto catedralicio ante la que Don Quijote dijo aquello de "con la iglesia hemos dado, Sancho", que tantas especulaciones ha suscitado luego.

El corazón de la ruta

A continuación nos encaminaremos hacia el sur, pasando por Mota del Cuervo (Cuenca) y la laguna de Manjavacas, en cuyo entorno algunos sitúan la venta en la que Don Quijote fue armado caballero, hasta llegar a Argamasilla de Alba, corazón o centro de esta ruta, ya que en él se sitúa desde antiguo el lugar de La Mancha. Según una arraigada tradición, basada en algunas alusiones del Quijote y difundida luego por algunos comentaristas y biógrafos de Cervantes, aquí estuvo encarcelado nuestro autor, circunstancia que aprovechó para empezar a escribir El Quijote, tal vez inspirado por un personaje local, don Rodrigo de Pacheco, que en 1601 padecía una enfermedad mental. En la Casa de Medrano, hoy convertida en centro cultural y oficina de turismo, se puede visitar la cueva en la que Cervantes estuvo prisionero, y, en la iglesia de San Juan Bautista, contemplar un cuadro exvoto del tal Pacheco. Otros lugares de interés son la botica de los académicos de Argamasilla y la casa del bachiller Sansón Carrasco.

Argamasilla es un buen punto de partida para adentrarnos en el Parque Natural de lasLagunas de Ruidera. Por el camino, que va paralelo al río Guadiana, enseguida nos encontramos con el castillo de Peñarroya, sobre el embalse del mismo nombre. Las lagunas, de origen tectónico, configuran un paraje único; de ahí que excitaran la imaginación de Don Quijote. En total son dieciséis, cada una con su nombre, y, por lo general, están conectadas entre sí por pequeñas cascadas. Además, están rodeadas de abundante vegetación (cipreses, álamos, pinos, alisos, sauces...) y albergan una interesante fauna, en la que destacan el pato colorado y el aguilucho lagunero.

Entre las localidades de Ruidera y Ossa de Montiel (Albacete) se encuentra la Cueva de Montesinos. Ahora el paisaje se llena de lomas y ondulaciones de color pardo, de barrancos y cañadas. A la entrada hay una caseta de recepción donde podemos concertar una visita guiada. En un declive se encuentra el acceso a la cueva. Se trata de una grieta abierta en tierra roja y rodeada de encinas. En el interior, el descenso es suave y resbaladizo, pues las paredes rezuman humedad. Al final el espacio se amplía y nos muestra una pequeña laguna. En la novela, Don Quijote se quedó dormido y, cuando despertó, dijo que había visto cosas asombrosas, como que las lagunas eran, en realidad, doncellas encantadas por el mago Merlín.

Campo de aventuras

Muy cerca de la cueva están las ruinas del castillo de Rochafrida, el del famoso romance, que Cervantes conocía bien. Después atravesaremos, hacia el sur, el Campo de Montiel, escenario de buena parte de las aventuras de Don Quijote. Situado en el sureste de la provincia de Ciudad Real y el extremo oeste de la de Albacete, su paisaje está compuesto por grandes encinares con sabinas albares y campos de cereal. Villanueva de los Infantes se encuentra en un importante cruce de caminos del Campo de Montiel y tiene el honor de haber sido elegida recientemente por investigadores de diversas universidades como el lugar de cuyo nombre no quiso acordarse Cervantes, valiéndose para ello de métodos y criterios más o menos científicos. Declarado conjunto histórico, está lleno de iglesias, conventos y casas palacio, como la de don Diego de Miranda, quien, según la tradición, podría ser el Caballero del Verde Gabán, personaje importante de la segunda parte del Quijote. En una celda del convento de Santo Domingo murió, además, Francisco de Quevedo. Y aquí finaliza también esta ruta quijotesca por algunos lugares de La Mancha. Pero la aventura continúa, ya que el recorrido queda abierto, como dijimos, a nuevas salidas.

Recordando a Cervantes

Durante todo 2016, Castilla La Mancha celebrará el IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, fallecido un 22 de abril, con diferentes actividades, principalmente exposiciones, conciertos y espectáculos teatrales, como Escrito en las estrellas, sobre el cautiverio del escritor alcalaíno en Argel. La obra, interpretada por Emilio Gutiérrez Caba, podrá verse en diferentes localidades, entre ellas Alcázar de San Juan, ya que formará parte de la programación del festivalEscenarios de Verano junto a El Quijote en los espejos. Esta ciudad acogerá también, a partir del 28 de abril, la Feria de los Sabores de la Tierra del Quijote, un encuentro cultural y gastronómico que gira en torno a dos valores igual de importantes en estas tierras: la novela de Cervantes y los alimentos manchegos. En noviembre, para conmemorar el bautismo del escritor -en Alcázar de San Juan encontraron una partida bautismal de un tal Miguel de Cervantes-, se llevarán a cabo las jornadas Vino y Bautismo Cervantivo, animadas con teatro y catas. A principios de septiembre es ya tradicional el Mercado Cervantino de Villanueva de los Infantes.

Existe otro similar a principios de mayo en Argamasilla de Alba, localidad que acogerá una lectura colectiva del Quijote los días 15 y 16 de abril en la Cueva de Medrano. En la misma ciudad tendrá lugar en junio El Quijote en la calle, con representaciones de diversas escenas del universal libro en la plaza de Alonso Quijano. Los días 3 y 24 de abril los molinos de Campo de Criptana realizarán las tradicionales moliendas, que serán nocturnas los días 4 de junio, 9 de julio, 6 de agosto y 10 de septiembre. Durante el verano, la Cueva de Montesinos, en Ossa de Montiel, tiene programadas visitas guiadas teatralizadas.

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