Irlanda, la costa de la Invencible

Fernando Martínez Laínez, autor de "El náufrago de la Gran Armada" (Ediciones B, 2015), la extraordinaria aventura del capitán Francisco de Cuéllar por el interior de Irlanda, narra en estas páginas la huella que los naufragios de la Armada Invencible han dejado en el arco de la espléndida costa occidental de Irlanda.

Irlanda
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Un buen sitio para empezar esta ruta podría ser Sligo, una ciudad a 250 kilómetros de Dublín, situada al fondo de una bahía de litoral abrupto. Aunque la mayoría de los visitantes del lugar quizá lo ignoren, Sligo es también un cementerio histórico, el lugar en que murieron cientos de españoles náufragos de la Gran Armada enviada en 1588 para combatir a Inglaterra.

Los fuertes temporales aún siguen destrozando en esta zona los pecios de las naves hundidas desde hace siglos, y el severo oleaje ha dejado ahora al descubierto en estas playas más residuos arqueológicos que en los cincuenta años anteriores. Restos que hoy constituyen un buen reclamo para la arqueología subacuática. Y la búsqueda prosigue.

La célebre frase atribuida a Felipe II: "Yo no envié mis barcos a luchar contra los elementos", aunque seguramente nunca se pronunció, no carece de fundamento real. Solo dos barcos de los 130 de la Gran Armada (apostillada Invencible con sorna por los británicos) se perdieron en combate, y otros cinco en las costas de Francia y Flandes. El resto, más de veinte, fueron devorados por los temporales en el litoral occidental irlandés: un paisaje pasmoso, de belleza natural sorprendente, que a nadie dejará insensible.

La tragedia de la Armada tuvo como escenario algunos de los parajes próximos a la bahía de Sligo, como Ballysadare Bay, Sligo Harbour y Drumcliff Bay. En Drumcliff, en un modesto camposanto pegado a una pequeña iglesia y a una torre medieval, está enterrado el poeta nacional William Butler Yeats, del que ahora se conmemora su 150 aniversario. Sobre su oscura lápida, tres sencillos versos: "Contempla con indiferencia/ la vida, la muerte/ ¡Jinete, pasa de largo!".

La ruta de Cuéllar

En las proximidades de Streedagh Strand -un inmenso arenal que domina la masa oscura del monte Binn Ghulbain- quedan todavía restos de tres naves: Lavia, Juliana y Santa María del Visón. En la Lavia iba el capitán Francisco de Cuéllar, que se salvó de la muerte de milagro y en una marcha asombrosa, herido y hambriento, recorrió el norte de Irlanda hasta que pudo llegar a Escocia, y de allí a Flandes. El relato de su odisea, que él mismo escribió en 1589 en Amberes, está considerado una de las primeras crónicas viajeras de la literatura irlandesa.

Los tres barcos que llegaron al área de Sligo anclaron en Drumcliff Bay, buscando alguna protección de los atroces vientos del oeste. Encallaron a un cuarto de milla del arenal y en menos de una hora quedaron reducidos a astillas por el oleaje. Se ahogaron la mayoría de los hombres que iban a bordo, unos mil doscientos. Muchos, como el propio Cuéllar, no sabían nadar. Solo sobrevivieron unos 300, que fueron desvalijados y asesinados al pisar tierra por los ingleses, que castigaban con la muerte cualquier ayuda que se prestara a los náufragos.

Cerca de Streedagh se encuentra el pequeño pueblo de Grange. Por allí pasó Cuéllar y en una encrucijada hay una señal que indica: Spanish Armada 1588. De Cuéllar Trail. Siguiendo la carretera, a poca distancia, aparece la playa. Un vasto y espléndido paisaje solitario, envuelto en un silencio profundo solo interrumpido por el graznido de las gaviotas. En Grange había un castillo con soldados ingleses que rastreaban la zona en busca de fugitivos españoles con intención de darles caza y desvalijar los cadáveres, pues habían oído decir que guardaban oro entre sus ropas.

Próximo al pueblo de Grange, en un enclave denominado Caraig na Spáinnach (Roca de los Españoles), en Streedagh Point, hay una placa que recuerda los hundimientos y un sencillo monumento de poca altura, con forma de proa de galeón, a pocos metros del mar.

Además de Sligo, otro sitio muy vinculado a la Armada es Spanish Point. Lugar remoto situado en el condado de Clare, no muy lejos de los famosos acantilados de Moher. Una tierra sin árboles, barrida por el viento húmedo del océano, de prados empapados de barrizal, marismas y turbas pantanosas. En el sitio palpita todavía la tragedia de la Gran Armada. El hotel más importante de la zona lleva incluso ese nombre, Armada, y guarda en uno de sus pasillos una colección de grabados donde se explica el desastre de la flota hispana en versión triunfalista inglesa.

Los restos del "Girona"

En Spanish Point se alza en un extremo de la playa un monolito con una placa en inglés, español y gaélico (sin ninguna referencia a los muertos de la Armada) en la que puede leerse: Esta placa conmemora la visita de SSMM los Reyes de España Don Juan Carlos y Doña Sofía a Spanish Point el 2 de julio de 1986. Cerca naufragaron los barcos San Esteban y San Marcos. El primero, de la escuadra de Guipúzcoa, encalló en los arrecifes cercanos a Doonbeg, mientras el galeón San Marcos se iba al fondo del mar tras estrellarse contra las rocas entre la isla de Mutton y Lurga Point. Los supervivientes fueron ahorcados por el sheriff de la zona en lo alto de una colina.

Más al norte se recuerda otra tragedia que tuvo como escenario algunos de los paisajes más bellos de Eire. Solo hay que acercarse hasta el arenal de Kinnagoe Bay, en la península de Inishowen, muy cerca de Carndonagh. Este bucólico enclave situado al noroeste del condado de Derry marcó la desventura de la galeaza Trinidad Valancera, que mandaba don Alonso de Luzón, comandante del tercio de Nápoles. La Valancera -cuyos restos pueden verse en el Tower Museum de Londonderry- fondeó en la bahía de Glenagivney, Donegal, y allí escoró y se hundió. Los 560 hombres de la galeaza que lograron llegar a tierra fueron hechos prisioneros y masacrados.

En las rocas cercanas a la impresionante Calzada del Gigante, en Lacada Point, condado de Antrim, Ulster (hoy territorio británico de Irlanda del norte), tuvo lugar uno de los naufragios más recordados de la Armada: el de la galeaza Girona. En ella iban más de 1.300 hombres bajo el mando del valeroso Martínez de Leyva, y solo se salvaron cinco. El lugar exacto del hundimiento se conoce como el Puerto de los Españoles (Port na Spaniagh), que domina el castillo de Dunluce, donde se asegura que están enterrados muchos de los hombres de Leiva. Descubiertos en 1967 por el arqueólogo marino Robert Stenuit, los valiosos despojos del Girona (aparejos, armas, medallones y monedas de oro y plata) se guardan hoy en el Ulster Museum de Belfast, en sala aparte que bien merece una visita.

Paraje fundamental en el itinerario evocador de la Armada es también la península de Dingle, en el condado de Kerry. En su abrupto litoral lucharon contra el temporal el San Juan de Portugaldel almirante Recalde y el San Juan Bautista. Refugiados en Blaskett Sound, estos dos barcos sobrevivieron a la terrible galerna y lograron volver a España. Pero no tuvo tanta suerte el Santa María de la Rosa.Se hundió con toda la dotación sin que escapara nadie, y es fama que llevaba un fabuloso tesoro del cual se sigue hablando en los pubs de muchos kilómetros a la redonda.

Honra y desgracia

Galway y sus alrededores fueron otro infierno para los náufragos de la Gran Armada. No muy lejos de la ciudad, en la pequeña bahía de Ballikil,encalló el Falcón Blanco Mediano, una urca con 103 hombres a bordo. Unos 80 llegaron a la orilla, donde los nativos los despojaron. El gobernador Bingham exigió su entrega y fueron conducidos a la cárcel de la ciudad y luego ejecutados.

Poco después, también al norte de Galway, en el lugar conocido como Duirling na Spáinneach, naufragó el Concepción de Elcano. El desastre se produjo por malas artes de algunos merodeadores lugareños, que con luces traicioneras desde la orilla guiaron a la nave a su perdición.

Otro barco destruido fue el Gran Grin, nave almiranta de la escuadra vizcaína. Encalló con 329 hombres a bordo en las rocas de la bahía de Clare, zarandeado por la mar gruesa, y continuó a la deriva hasta que un golpe de mar lo mandó al fondo del océano. Los náufragos de Clare fueron hechos prisioneros y terminaron siendo recluidos en la cárcel de Galway, en la que ya había 400 compatriotas. Todos ellos fueron ahorcados o decapitados. El horror de esta carnicería movió a piedad a las mujeres de la ciudad, que hicieron sudarios para enterrarlos.

Sus tumbas esparcidas en esta costa de horizontes melancólicos, siempre verdes, velados de brumas y nubes negras, con el rumor del cercano mar implacable, son el recordatorio de la atrevida empresa de una Gran Armada a la que sirvieron con tanta honra como desgracia.

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