Sabores de Mallorca con pura esencia mediterránea

"La isla de la calma", como la llamaba Rusiñol, es uno de los destinos preferidos por los amantes del sol y la playa, de las actividades deportivas (náutica, golf, submarinismo...), de la naturaleza y, por supuesto, por los modernos "foodies", gourmets y amantes de la buena gastronomía. Una isla que ofrece un buen número de exquisitas viandas y una despensa llena de aromas y sabores mediterráneos en estado puro.

La catedral de Palma es un imponente templo de estilo gótico construido en el siglo XIV
La catedral de Palma es un imponente templo de estilo gótico construido en el siglo XIV / Tayo Acuña

La isla de Mallorca alberga una despensa con los ingredientes necesarios para disfrutar de la dieta mediterránea, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Una dieta rica en cereales, legumbres, verduras, frutas, aceite de oliva, pescados, frutos secos, un consumo moderado de carne roja y, para acompañar, siempre una copa de vino. Una dieta que defiende un estilo de vida que incluye un recetario con ingredientes locales, de temporada y elaboraciones sencillas, además de ejercicio físico moderado y sol; en pocas palabras, estamos hablando de un modelo de vida muy saludable. Un modelo al que hay que añadir también el ingrediente fundamental de los pueblos mediterráneos: la sociabilidad. Todos sabemos que comer y beber es importante, pero siempre se disfruta más y sienta mejor cuando se hace en buena compañía.

Herencia cultural

Por estas islas pasaron muchos pueblos, y todos dejaron un poso de su cultura: el cultivo de la viña y el vino que trajeron los romanos; el aprovechamiento del agua, los regadíos y los cultivos en bancales con los árabes... Una rica cultura ancestral que se ha mantenido hasta la llegada del boom turístico de los años 60 del siglo pasado, un turismo que cambió el paisaje, la economía y los modos de vida locales. Primero fue el turismo de sol y playa, luego la náutica y las embarcaciones de recreo, más tarde el golf y los amantes de la ornitología, los artistas... y cada vez es mayor el número de visitantes que se adentran en el corazón de la isla en busca de historia, arte, naturaleza, tranquilidad y, por supuesto, un buen vino y una gastronomía extraordinaria. Palma de Mallorca, la capital, lo tiene todo: deportes, historia, cultura (catedral, museos, edificios civiles), jardines, playas..., un gran número de restaurantes donde saborear los productos de esta tierra generosa y, para terminar el día, una preciosa vista de los jardines y la bahía desde la terraza del Bar Armas, saboreando un gin tonic con polvos de oro.

El cultivo de la vid tiene una larga tradición en la isla. Llega con los romanos y alcanza su máxima producción en el siglo XIX, cuando los franceses tienen que arrancar sus viñedos arrasados por la filoxera (pulgón que devora las raíces de la planta) y no tienen más remedio que comprar vino a otros países productores, entre ellos España. Después, esa plaga bíblica llegaría a España y destruiría nuestros viñedos. Terminaba el siglo XIX con los viñedos arrancados y empezaba el XX con malas perspectivas. Guerras, hambre y la despoblación de las zonas rurales hacen que disminuya la cantidad y calidad del preciado líquido; la puntilla para nuestros vinos llegó con la política europea de subvencionar el arranque de viñedos. Pero, como recuerda el dicho popular, "no hay mal que cien años dure", y esto es lo que ha pasado con las bodegas mallorquinas. El siglo XX comenzó siendo malo (algunas desaparecieron y otras se transformaron en restaurantes), pero tuvo un final glorioso gracias a la buena labor de los viticultores y al interés de los consumidores por los productos locales.

Uvas autóctonas

La mayor concentración de bodegas de la isla está en el Pla de Mallorca, bajo la D.O. de Binissalem. En general son bodegas pequeñas que están elaborando unos vinos singulares marcados por el terroir, el clima de la isla y la singularidad de las variedades autóctonas (manto negro con sus aromas de fruta muy madura -mora e higo- y recuerdos de algarroba tan abundante en estas tierras; callet con aromas a frutas rojas maduras y prensal-blanco con aromas de fruta blanca y notas cítricas) mezcladas con variedades francesas (cabernet sauvignon, merlot y syrah).

El Celler Ramanya es una bodega joven que ha decidido apostar por los matices que dan a los vinos las variedades autóctonas elaborando unos vinos jóvenes (blancos, rosados y tintos), intensos y aromáticos; crianzas con aromas de fruta, un espumoso rosado (Goig) hecho exclusivamente con manto negro y un vino dulce (Somni) hecho con la uva manto negro sobremadurada, unos vinos muy interesantes y diferentes.

Los vinos Albaflor de las bodegas Vins Nadal son, por su parte, el resultado de una buena combinación de cepas jóvenes de cabernet con cepas viejas de manto negro. En casi todas las bodegas se organizan visitas con catas incluidas.

La Sierra de Tramuntana, al noroeste de Mallorca, constituye la principal cima de las Islas Baleares y es, además, Patrimonio de la Humanidad. Una orografía complicada con una línea de costa donde se alternan acantilados con pequeñas calas y un interior de profundos y fértiles valles protegidos por altas montañas que le han permitido sobrevivir con cierto aislamiento del exterior y del boom turístico. Un escenario único con una pequeña población rural de agricultores y ganaderos, donde la mano del hombre ha esculpido las laderas de las montañas creando un espectacular paisaje escalonado (bancales) para el aprovechamiento de los terrenos y un sinuoso entramado de caminos tallados con piedra en seco (con las piedras que encontraban en los campos unidas sin cemento ni argamasa).

Almazaras con historia

En el Valle de Sóller pueden verse almazaras que siguen obteniendo aceite artesanalmente con el tradicional molino de piedra, los capachos y la prensa, como en Ca''n Det, que pertenece a la misma familia desde el siglo XVI. La Cooperativa Agrícola de Sóller ha mecanizado el proceso de elaboración, pero sigue utilizando los procedimientos tradicionales en la recolección y transformación de las materias primas (olivas, cítricos, mermeladas...), permitiendo a los visitantes participar en las tareas a través de talleres y actividades en el campo, una experiencia que cada día tiene más adeptos.

La capital es Sóller, el corazón económico y cultural del valle. De su importancia histórica hablan edificios como Can Prunera (museo), casas señoriales, iglesias... En sus restaurantes y casas de comida se puede degustar la gastronomía local y mallorquina, donde nunca faltan las sopas mallorquinas, el frit, el arroz de matanza, la ensalada payesa, el flaó, la miel, las alcaparras de Llubí, sobrasada... y el licor de naranja de la zona.

Un recorrido en tren por los paisajes más bellos de la isla

El Ferrocarril de Sóller es un coqueto tren de vía estrecha que une la cosmopolita Palma con la rural Sóller, un convoy de madera que acaba de cumplir 101 años y es uno de los atractivos turísticos de la isla. El proyecto de unir las dos ciudades fue el sueño de un visionario que sabía lo importante que son las buenas comunicaciones para el desarrollo y progreso de los pueblos. Lo que parecía una quimera pronto se hizo realidad y en abril de 1912 se inauguró oficialmente el tramo Palma-Sóller, un trayecto de 27,3 km que cruza la Tramuntana por un conjunto de túneles y trincheras (trece túneles, varios puentes y el viaducto "dels cinc-ponts"), salvando la escarpada orografía del puerto Coll de Sóller en la Sierra de Alfàbia con un túnel de casi tres kilómetros, un alarde de la ingeniería de la época con el que se conseguía sustituir un viaje de unas seis horas por un estrecho, sinuoso y empinado camino en diligencia por un cómodo trayecto de 90 minutos en tren.

El Ferrocarril de Sóller, S.A., sigue siendo una empresa de capital privado y, además, continúa utilizando la misma locomotora eléctrica de finales de los años 20, cuando se sustituyó el vapor por la electricidad. Al principio solo transportaba mercancías y pasajeros; en la actualidad la mayoría son turistas que quieren conocer y disfrutar de los más bellos paisajes de la isla.

Dejando atrás la bulliciosa ciudad de Palma, el tren se adentra lentamente por las llanuras cultivadas del Pla, los pequeños bosques de algarrobos, almendros, olivos... para terminar en el valle de los naranjos. Un recorrido de una hora que permite al viajero disfrutar de unos parajes preciosos y de un paisanaje que ha sabido aprovechar hasta el último palmo de terreno, creando unos cultivos en bancales con olivos milenarios y naranjos, un lugar donde el hombre y la naturaleza han convivido en perfecto equilibrio aprovechando los recursos naturales sin destruir el entorno.

Un delicioso viaje que comienza con el baile de los sonidos de la ciudad y las notas marinas de la bahía y que, a lo largo del periplo, se van transformando. Atrás quedan las notas marinas y aparecen los aromas de romero, hierbabuena, hinojo, anís, enebro romero, azahar... Ya lo decía Santiago Rusiñol cuando hablaba de Mallorca y la llamaba "la isla de la calma", una calma que se puede oler y palpar, una calma que hay que vivir y saborear. Para muchos el viaje no termina aquí y puede continuar tomando en la misma estación un tranvía eléctrico que le trasladará hasta el Port de Sóller, con un bonito paseo por la bahía.

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