Alpes japoneses

La ciudad feudal de Takayama; la aldea de Shirakawa-go, que durante siglos estuvo aislada de Occidente; macacos de las nieves que se bañan en aguas termales en Yudanaka. Una ruta por el Japón tan extraño como amable de las altas montañas del centro del país, los Alpes Japoneses, que marcan la línea divisoria de Honshu, la principal isla del archipiélago.

Alpes japoneses
Alpes japoneses / Gonzalo Azumendi

Takayama

Uno llega a Takayama para toparse con el Japón feudal de provincias, el del periodo Edo (1603-1868), el del shogunato Tokugawa que decidió aislarse de Occidente. Takayama era tierra de samuráis y carpinteros. La prefectura Hida estuvo administrada por los señores feudales con mano de hierro y cuando algún vecino del pueblo acudía a quejarse de sus maneras a Edo (Tokio), normalmente les respondían cortándoles la cabeza. En el centro de la ciudad se encuentra el Takayama Jinya, alzado en 1615 y el único edificio gubernamental de su clase que permanece en pie. Un buen lugar para recrear esas historias. En torno a las calles de Kami-cho se puede reconocer la silueta más amable de la ciudad de los comerciantes. Para empaparse del ambiente de los artesanos y campesinos hay que ir a Hida no Sato, a las afueras, un museo al aire libre con más de 30 granjas y construcciones típicas procedentes de Shirakawa-go que retratan cómo se vivió una vez allí. Mientras, en el hotel, ya de vuelta al Japón actual, a uno le resulta tan chocante como el mundo de los samuráis o de las antiguas élites feudales japonesas que en el baño el váter sea un robot, un ingenio electrónico con panel de control para graduar la calefacción de la taza, encender el secador o disparar el desodorante. Debe de ser el único país en el mundo donde el retrete venga acompañado de una pegatina con las instrucciones de uso.

Shirakawa-go

Shirakawa-go está ubicado en una región montañosa de Japón que se mantuvo incomunicada del resto del mundo durante siglos. Hoy incluso tampoco tiene un acceso fácil. Cuando llegas, te das cuenta de que has necesitado avión, tren y un autobús que ha desfilado entre montañas nevadas para hacerlo. En el camino desde Takayama cruzas también el segundo túnel más largo del país, con 11 kilómetros. Aunque se imponen las imágenes de los templos y las geishas de Kyoto y las luces de neón y los rascacielos de Tokio, Japón es ante todo un país de montañas -el 75 por ciento de su territorio- y bosques -el 66 por ciento-. El aislamiento tiene su recompensa: el escenario en Shirakawa-go es diferente a Madrid, a Takayama, a Tokio, al resto del mundo. Se alimentó durante años del cultivo de moreras y de la cría de gusanos de seda. Alessandro Baricco bien pudiera haberse inspirado en Shirakawa-go para escribir su novela Seda, la historia del comerciante francés que viaja repetidamente a un aislado Japón en el siglo XIX para adquirir huevos de gusanos de seda con el fin de abastecer de esta materia a la industria textil de su pueblo.

Las casas conservan su peculiar estilo arquitectónico gassho, único en el mundo y por el que la Unesco declaró la aldea Patrimonio de la Humanidad. A comienzos del siglo XIX los vecinos se dieron cuenta de que la mejor manera de proteger a sus gusanos y de guarecerse de las terribles nevadas era mediante la construcción de casas de madera con techumbre de paja inclinada en forma triangular hasta casi besar el suelo. Como unas manos en oración, eso significa gassho. Y siempre paralelas al río Shogawa -la importancia de la armonía visual en Japón-.

Cuando llegas a la pequeña estación, tienes que salvar el río caminando por un hermoso puente colgante para comenzar a contemplar el desfile de casas gassho entre templos, santuarios y pequeños arrozales con proporciones de jardín particular. El observatorio construido en lo alto de las ruinas del castillo de Ogi-machi ofrece una estampa despejada de toda la aldea. Te puedes alojar en el pueblo, hay más de una docena de ryokanes (hoteles tradicionales japoneses), pero, sobre todo, tienes que probar la cocina miso. Y si es posible, en el humilde restaurante de la tienda de souvenirs junto a la estación. Sí, ya sé, una tienda de souvenirs, pero una tienda japonesa con mucho zen al fin y al cabo: está prohibido hablar con el móvil y hacer fotografías. El plato típico de alta montaña Hoba Misho Teishoku (1.750 Y) está compuesto básicamente de una pasta dulce de miso que se cuece con aceite de sésamo y cebollino en una vasija de cerámica en la propia mesa, en un hibachi personal, sobre una hoja de magnolio. La guarnición incluye sopa de miso, tofu, nabo, té, hongos con sésamo y verduras.

Kanazawa

Shirakawa-go se encuentra a hora y media en autobús tanto de Takayama como de Kanazawa. Aquí, en Kanazawa, ciudad ribereña del Mar de Japón, hay que ir al mercado. Omicho no tiene el carisma ni la repercusión del mercado tokiota de Tsukiji, pero sí es un lugar apropiado para hacerse una idea de cómo hacen la compra cada día los vecinos o de comprobar de primera mano cómo se manipulan las materias primas antes de convertirse en un plato de sashimi. Hay pescados, mariscos, bandejas con piel de ballena, pero también especias, diferentes clases de té, pescados deshidratados, frutas, hortalizas, utensilios de cocina... Los pequeños restaurantes escondidos por los recovecos del mercado garantizan un buen almuerzo y a buen precio.

Kanazawa también representa una prolongación del Japón de la época feudal, pero ya con proporciones de gran ciudad. Tanto el castillo como el jardín de Kenrokuen son la mejor prueba de ello. Del monumental castillo construido por el clan Maeda hace ya más de 400 años solo se conservan los jardines, la gran puerta monumental o Ishikawa-mon y las murallas. El resto es una fiel reconstrucción. El jardín de Kenrokuen ya es otra cosa. De hecho, parece todo menos un jardín: un enorme parque de más de once hectáreas con estanques, canales y estatuas faraónicas que comenzó a construirse en las proximidades del castillo en el siglo XVII, en 1676, y no se abrió al público hasta 1871. Todo es puro artificio, pero se disimula muy bien. La singular versión japonesa de un Central Park neoyorquino o un Retiro madrileño (aunque hay que pagar entrada para entrar, 300 Y, aproximadamente dos euros).

El jardín del clan de los señores feudales Kaga reina en el podio de los tres jardines más bellos de Japón junto con Koraku-en en Okayama y Kairaku-en en Mito. El nombre de Kenrokuen alude a los seis atributos que debe tener todo jardín perfecto: espacio, tranquilidad, artificio, antigüedad, fuentes de agua y unas magníficas vistas. Todos los años, a partir del 1 de noviembre, los árboles más antiguos se protegen con yukitsuris, unas sogas ajustadas a la copa en forma cónica para evitar que las ramas se rompan con el peso de la nieve.

Los samuráis tuvieron su distrito en Kanazawa y, de puertas para fuera, se conserva inmaculado. Después de que Toshiie Maeda se trasladara al castillo en 1583, Kanazawa fue una ciudad-fortaleza del dominio de Kaga gobernada por la familia Maeda hasta 1868. Los samuráis de clase media y alta fueron ubicados en el laberinto de calles de Naga-machi. Con el paso del tiempo y la desaparición de esta poderosa élite militar feudal, la apariencia de las casas cambió. Hoy es la residencia de gente acomodada. Los pasillos originales forrados con esterillas de paja que se cambian cada invierno, las paredes de barro y las puertas de nagayamon (puertas en hileras de las casas), sin embargo, permanecen tal y como fueron, y proporcionan la misma estampa que en los años feudales. El canal de Onosho que rodea el barrio es el más antiguo de Kanazawa y se utilizaba como vía fluvial de comunicación entre el puerto y la ciudad.

A diferencia de Naga-machi, el barrio de las geishas en Higashi Chaya es algo más postizo, no tiene nada que ver con el de Kyoto, por ejemplo. El problema reside en que algunas de las antiguas casas de chaya construidas hace más de 180 años alojan ahora tiendas de regalos y cafeterías. Merece la pena el paseo entre las viejas casas de madera restauradas, pero aquí, geishas, pocas.

Karuizawa

Karuizawa es una estación de esquí con tren-bala (shinkansen) a pie de pista. Este alto en el camino es una recomendación para los que quieran esquiar, practicar snowboard o simplemente ir de compras. La estación de esquí, muy popular en Japón desde finales del siglo XIX, reúne en una plaza tiendas de alta montaña y boutiques de moda hasta la extenuación. Se encuentra situada en las faldas del monte Asama-yama, al sur de la prefectura de Nagano, apenas a una hora en tren de Tokio (el Nagano shinkansen).

Nagano

La ciudad de Nagano, ubicada entre montañas en el centro del país, es conocida como el techo de Japón. En 1998 fue sede de los Juegos Olímpicos de invierno y el acontecimiento la puso en el mapa. Sus vecinos presumen de tener el aire más limpio del archipiélago japonés. La ciudad es un campamento-base para practicar deportes de alta montaña en la zona, visitar la estación de esquí de Karuizawa o los onsen de Yudanaka, pero también es lugar para el arte: desde abril de 1990 el Nagano Prefectural Shinano Art Museum exhibe casi un millar de obras del prestigioso pintor paisajista de Yokohama Higashiyama Kaii (1908-1999), donación del propio autor. Higashiyama está considerado un maestro en el nihonga, pinturas de estilo japonés, aquellas que se han realizado de acuerdo con las convenciones artísticas convencionales de Japón, con una tradición de más de mil años de antigüedad. El centro cuenta también con fondos pictóricos de artistas locales como Hishida Shunso, Rokuzan Ogiwara y Masuo Ikeda.

El museo (www.npsam.com) se inauguró en el año 1966 y se halla en el parque Joyama, muy cerca del templo Zenkoji. Nagano es arte y también religión. Zenkoji, además de un importante centro de peregrinaje, es uno de los templos budistas más visitados de Japón. Se fundó hace 1.400 años y se cree que alojó la primera imagen de Buda que llegó al país nipón. La estatua sagrada Ikko-Sanzon fue donada por el máximo regente de Corea al emperador japonés en el año 552, pero nunca ha sido mostrada al público. Incluso durante la gran ceremonia Gokaicho Matsuri, celebrada una vez cada siete años, se expone la única copia existente. El templo actual, ubicado en un espacio religioso que recuerda al barrio de Asakusa en Tokio y que está formado por un total de 39 edificios, fue reconstruido en el año 1707 y está considerado un tesoro nacional.

Una recomendación gastronómica: Daidara Botchi es una de las mejores izakayas (taberna) de la prefectura. El menú varía cada día y está manuscrito con un rotulador negro en una hoja tamaño A3 con una caligrafía que resulta tan irrelevante para un japonés como preciosista para el viajero, hasta tal punto que me la traje para casa para enmarcarla. Sirven un okonomiyaki estupendo (tortitas de masa de huevo y col acompañadas de carne, pescado o verdura y aderezadas con katsuo bushi -copos de bonito- y aonori -un alga verde parecida al perejil-; es un plato que triunfa sobre todo en Hiroshima y Osaka, donde suele cocinarse en las mismas barras de los restaurantes en un teppan o plancha de hierro). Además del okonomiyaki hay que atacar sus brochetas de carne, udon, yakisoba y tempura de camarones. En ocasiones, por cierto, los izakayas son opacos vistos desde el exterior y uno duda si están abiertos o cerrados. La respuesta es sencilla: cuando el noren (toldo) de la puerta está bajado, se sirven comidas; cuando el está recogido o no está, el establecimiento se encuentra cerrado.

Yudanaka

Tren a Yudanaka desde Nagano (45 minutos, 1.260 Y), taxi hasta Jigokudani Yaen-Koen (10 minutos, 1.500 Y), dos kilómetros de caminata entre bosques nevados de coníferas. Aquí están una de las maravillas de Japón: los macacos de las nieves. Unos monos que han aprendido que la mejor manera de combatir el crudo invierno de los Alpes Japoneses es darse un baño calentito en las aguas termales naturales junto al río Yokoyu. Esto no es un zoológico, los monos viven a su aire en su entorno natural, aunque los trabajadores del Parque Natural de Jigokudani los alimentan. Jigokudani se traduce como Valle del Infierno. Se llama así debido a su alta actividad volcánica. Cuando llegas te golpea el fuerte olor de las aguas sulfurosas.

El norte de la prefectura de Nagano es muy popular por sus onsen, los baños termales. Son populares tanto para los japoneses como para los macacos. Bajan hasta los manantiales para darse un baño y se dan masajes, se expurgan, discuten, se relajan, se quedan dormidos con cara de felicidad, se colocan con la espalda pegada a la pared y los brazos extendidos en toda su envergadura sobre la piedra como si se tratara de magnates rusos en un balneario de Karlovy Vary en lugar de monos salvajes en un valle perdido de Nagano. Todo sucede a unos centímetros de ti, ya están habituados a los mirones. Por un momento parece que el eslabón perdido entre humanos y simios se encuentra dentro del agua, dándose un baño de agua caliente. Parece incluso que se tratase de un homínido superior porque, al fin y al cabo, el que se está pelando de frío eres tú y no ellos.

La historia comenzó en 1963 por una mujer, como todo en esta vida. La mona Mukubili empezó a meterse en los manantiales para recoger las semillas de soja que caían en el agua. Se dio cuenta de lo a gusto que estaba y empezó a darse sus buenos baños en aguas naturales a 45?C para combatir los -15?C del invierno del norte de Nagano. Otros monos empezaron a imitarla. Y así hasta hoy.

Tokio

Tokio o el desenlace inevitable del viaje. Yudanaka se encuentra a unos 200 kilómetros de Tokio y lo más apropiado es regresar a España desde la capital nipona y aprovechar para alargar unos días la estancia visitando la efervescente capital japonesa, que será sede de los Juegos Olímpicos de verano en 2020. El centro de Tokio, con sus 23 barrios, ocupa un tercio de la metrópoli, con una población cercana a los 13,23 millones de habitantes, por lo que hay que ser selectivo en los lugares a visitar. Desde hace muy poco Tokio se puede ver además desde el cielo. La inauguración de la Tokyo Sky Tree en el barrio de Sumida batió varias marcas. Con una altura de 634 metros, es la estructura más alta construida en una isla y, por tanto, de Japón, y la torre de telecomunicaciones más alta del mundo. Habría que colocar tres Pirulís superpuestos para que la torre madrileña, con sus 232 metros, superara esa altura. En los días claros se puede contemplar suspendido en el cielo el seno desnudo del Monte Fuji, el techo natural de Japón.

Tras descender de los cielos merece la pena acercarse a Asakusa, a un paso de Sumida. Por un lado, es el barrio del cielo en la tierra: aquí están el santuario Asakusajinja y el templo de Sensoji, fundado en el año 628, quién sabe si el más antiguo de Tokio. Por otro, es el de los mercadillos, los puestos callejeros y las calles de artesanos, como Kappabashi Dogugai, una avenida de casi un kilómetro con 170 tiendas de enseres de cocina y vajillas. Asakusa, el barrio tradicional e histórico de Tokio, es el mejor subrayado final de una ruta por el viejo Japón feudal de los Alpes Japoneses.

Noche en el ryokan

El grito más agudo y desgarrador que he escuchado jamás en Japón lo escuché en un ryokan, el alojamiento tradicional japonés. Lo emitió casi sin querer, de forma involuntaria pero con un timbre de soprano o de osa en celo, una amable ancianita que no superaría los 50 kilos de peso que me estaba mostrando una de las habitaciones de su ryokan. A mí se me ocurrió pasar al interior de forma inconsciente, casi por educación para confirmar que todo estaba en orden, y cometí el error de pisar el tatami sin descalzarme, lo que desató el rugido de la bestia. La primera regla de un ryokan es esa: igual que en todas las casas japonesas, sin excepción, hay que quitarse los zapatos en la entrada de la habitación. Esto también sucede en muchos templos, restaurantes tradicionales o incluso institutos y academias. Las habitaciones de un ryokan tienen suelo de tatami y, en lugar de cama, un futón que se coloca cada noche. Muchos de estos establecimientos cuentan con onsen (baño termal natural) o sento (baño termal artificial), baños públicos divididos por sexos, con un vestuario, preparados tanto para el aseo particular como para el baño relajante en agua caliente. En Yudanaka Onsen se encuentra el ryokan Biyu no Yado (2951-1, Hirao Yudanaka Onsen, Yamanouchi; www.yudanakaview.co.jp), que cuenta incluso con una habitación con onsen privado y ofrece un servicio de transporte gratuito hasta el parque de los macacos de las nieves en Jigokudani Yaen-Koen. En Tokio también es posible pernoctar en un ryokan. Sadachiyo Sukeroku No Yado (2-20-1 Asakusa, Taito-ku, Tokio;www.sadachiyo.co.jp), en pleno barrio de Asakusa y con un restaurante extraordinario, es uno de los mejores.

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