Basta con conjurar su nombre para comenzar a fantasear con un festín de arenales como el talco, de hoteles donde dejarse malcriar y de aguas turquesa delineadas por un zafarrancho de palmeras balanceándose con la brisa del Índico. A medio camino entre la costa africana y las Maldivas, las tres islas principales de este archipiélago de postal tanto sirven para una luna de miel como de colofón a un safari, o para olvidarse sin más del mundo.
Eduardo Grund
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