Las villas marineras más apetecibles entre Galicia y Euskadi

No hace falta salir a faenar para disfrutar del ambiente marinero y del olor a sal de fondo que se respira en numerosas villas situadas en la franja norte de nuestro país, entre Euskadi y Galicia. 

Villas Marineras

Casa El Molino del Hotel El Molino de Bonaco

/ @RUBEN GARCIA ESCALANTE

A cinco kilómetros de Irún, a los pies del monte Jaizkibel, en la bahía de Txingudi, se recuesta sobre el mar la “muy noble y muy leal Fuenterrabía”, aunque hace tiempo que recuperó su nomenclatura original, Hondarribia, que quiere decir vado de arena. La ciudad amurallada mejor conservada de Guipúzcoa está llena de historia, con un coqueto casco antiguo y un castillo, el de Carlos V, del s. X, convertido hoy en Parador. Una auténtica fortaleza medieval, que añade a su enorme patio una fantástica terraza con vistas a la costa francesa.

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Villa Magalean & Spa

/ photographe christophe bielsa

Desde aquí se pueden trazar un sinfín de itinerarios, como el que nos llevará hasta el barrio de los pescadores, el de la Marina, que es precisamente el nombre de una de las ocho habitaciones del Villa Magalean Hotel & Spa, nacido de la rehabilitación de una vivienda de los años 50, de la que conserva elementos originales. Ahí están sus vigas talladas, los balcones en hierro forjado, los revestimientos de piedra en las ventanas… El restaurante Mahasti es una oda a los productos locales.

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Residencia Guardada del Hotel Brillante

/ D.R.

Rodeado de viñedos, y con txacolí propio, el Hotel San Prudentzio, es un centro de operaciones estupendo para conocer Getaria, cuna de Juan Sebastián Elcano, el primer hombre que completó la primera vuelta al mundo, y la cercana Zarautz, entre cuyas calles aún se escuchan viejas leyendas de balleneros y navegantes intrépidos. En pleno centro de esta localidad abre sus puertas el Hotel Zerupe, una antigua nave en la que combinan a la perfección hormigón, acero, vidrio y madera con grandes fotografías del entorno como decoración.

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Habitación de Cabanas Vendaval

/ emma ovin

A escasa media hora de Bilbao, el Puerto Viejo de Algorta es el alma marinera de Getxo, en la costa de Vizcaya. Un pequeño rincón que enamora por sus casitas blancas, apiñadas en empinadas callejuelas en las que sobreviven bares de toda la vida que continúan sirviendo el mejor pescado fresco. Bacalao al pil-pil, kokotxas de merluza, txipirones estofados en su tinta y medallones de rape son algunos de los platos que propone la carta del restaurante del Hotel Embarcadero, que ocupa una antigua mansión en la avenida Zugazarte. Con vistas a la bahía, su terraza es el mejor lugar para desconectar, algo que se consigue también en sus luminosas suites, casi volcadas sobre el paseo marítimo.

Villas Marineras

Vistas de la costa francesa desde el Parador de Hondarribia

/ D.R.

Era una simple pensión cuando Rubén Darío se alojó en lo que hoy es el Gran Hotel Brillante, que ha sabido conservar el ambiente de aquellos tiempos en los que la burguesía, atraída por la llegada del ferrocarril, se instaló en San Esteban de Pravia, en el concejo de Muros de Nalón, en Asturias. Con vistas a la ría del Nalón, cuenta con 14 habitaciones, entre ellas, una suite dedicada al poeta, desde la que contemplar amaneceres inolvidables. Puerto de Vega, en el concejo de Navia, encarna el romanticismo en la costa occidental asturiana, y por eso ha sido y es también una poderosa fuente de inspiración para artistas.

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Terraza del Parador de Ribadeo

/ D.R.

Las habitaciones del Hotel Pleamar no solo miran al Cantábrico. Están ambientadas con detalles marineros y llevan nombres de lo más apetecibles: Dorada, Caballa, Breca… Visita obligada en el pueblo es la lonja, en la que podremos asistir a la subasta de pescado. Una actividad de la que también disfrutaremos en la de Ribadesella, conocida como La Rula, nombre del original sistema que organiza desde tiempos inmemoriales la compra y venta de mercancías. Un clásico en esta bellísima villa marinera de la costa oriental es Villa Rosario, un palacete de principios del siglo XX que es toda una joya de la arquitectura indiana.

Con nombre también de mujer nos sorprenderá en Suances (Cantabria) Posada Marina, situada en el antiguo barrio de los marineros, frente al Mirador de la Cuba, desde donde se divisa la desembocadura de la ría San Martín. El porche acristalado y el jardín son los rincones favoritos de los huéspedes, que pueden diseñar desde aquí infinitas rutas para visitar las villas marineras cántabras, como Santoña, Laredo o San Vicente de la Barquera, en cuyas inmediaciones encontramos un lugar fantástico para descansar. Aunque alejado del mar, El Molino de Bonaco ofrece ocho casas de campo, con porche y jardín privado, ideales para recorrer después el entorno.

Cinco son los alojamientos (Rojo, Azul, Gris, Amarillo y Verde) que integran Cabanas de Vendaval, unas cabañitas de madera que iluminan el paisaje en Malpica de Bergantiños (A Coruña). Es un complejo hotelero de lo más curioso, propiedad de una familia marinera en la que en su día hubo carpinteros de ribera, percebeiros, atadoras y recogedoras de algas. Con distintas capacidades —pueden albergar entre dos y seis personas— en ellas se respira auténtico calor de hogar.

¿Y por qué son cada una de un color? Recordemos la tradición: antiguamente los marineros aprovechaban la pintura que les sobraba tras remozar sus barcas para dar un lavado de cara a las casas. Por eso, a veces, las puertas lucían de un color y las ventanas de otro. Terminamos nuestra ruta donde empezamos, en un Parador, el de Ribadeo, en Lugo, una casona gallega ubicada en la desembocadura del río Eo. Prevalece en su decoración el estilo marinero, que también se deja sentir en su restaurante, con vistas panorámicas.

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