Un viaje sin reloj, sin prisas al Pirineo navarro
En el extremo occidental de los Pirineos, Navarra guarda uno de los bosques más antiguos de Europa: la selva de Irati. Un refugio estival donde caminar, escuchar y redescubrir la naturaleza. Los valles Roncal y Salazar ofrecen paseos entre leyendas, oficios antiguos y pueblos empedrados donde dormir bajo las estrellas y disfrutar en familia

Hay un lugar de Navarra donde el tiempo se mide de forma diferente. En los pueblos del Pirineo cuando alguien quiere hablar de algo muy antiguo, una historia vieja, dice así en euskera: “Iratiko zuhaitzak ere ttikin zirenean”. Literalmente, “cuando los árboles de Irati aún eran pequeños”. Así empiezan los relatos sin fecha, fuera del tiempo. Relatos ancestrales que siguen vivos en la memoria oral de la zona.
Y no es una licencia poética: la Selva de Irati es uno de los hayedos-abetales más extensos, antiguos y mejor conservados de Europa. Tan solo superado por la Selva Negra en Alemania. Algunas de las hayas de este bosque navarro alcanzan ya los 300 años de antigüedad. Y hay registros que demuestran que este bosque ha estado aquí al menos desde hace cinco milenios. Patrimonio natural que conecta pasado y presente.

Rutas, pueblos y estrellas
Hoy, es posible recorrer y disfrutar en familia de ese paisaje único bajo las sombras de esas mismas ramas. El hayedo de Irati se extiende a lo largo de 20.000 hectáreas, gran parte de ellas se encuentran en Navarra, en los valles de Aezkoa y Salazar. Pero también en parte del territorio francés. En el centro de este espacio natural, se encuentra el embalse de Irabia. Un ecosistema protegido que invita a explorar sin prisas.
Uno de los lugares más extraordinarios es la cascada del Cubo, en el corazón del bosque. Un paseo breve de poco más de una hora (ida y vuelta) y familiar, donde las sombras dan frescor, los helechos cubren los márgenes y el agua corre limpia. La ruta parte del precioso pueblo pirenaico de Ochagavía y se toma la carretera de Abodi o NA-2012. A unos 24 kilómetros, se llega al aparcamiento de las Casas de Irati, donde podrás dejar el vehículo. Allí se ubica el Centro de acogida e información a visitantes (teléfono 948 050 700). Desde allí, parte el sendero de Errekaidorra, señalizado en un panel. Siguiendo la pista —apta hasta para sillitas de bebé y personas con movilidad reducida—, que sube paralela al río Urbeltza, en unos 20 minutos se llega al acceso a la cascada. En primavera, cuando crece el caudal, rebosa vida por los cuatro costados. Senderos accesibles que permiten disfrutar en familia sin dificultad.

Pero este es tan solo un rincón de muchos, dentro del bosque hay rutas para todas las edades y niveles de dificultad. Merece la pena quedarse aquí un poco más, ir sin prisas. Para dormir en la zona, hay alojamientos que respetan el entorno: casas rurales de piedra, pequeños hoteles familiares y propuestas singulares como los iglús de madera Irati Barnean o las casas en los árboles de Irati Kabiak en Orbaizeta. Todas ellas ofrecen la oportunidad de vivir una noche romántica o en familia bajo un cielo estrellado, una explosión de constelaciones como en el principio de los tiempos. En los campings de Asolaze (Ochagavía), Murkuzuria (Esparza de Salazar), Urrutea (Garde), Urrobi (Aurizberri / Espinal), las noches de verano también huelen a hierba cortada y el cielo se muestra destellante y sin filtros. Alojamientos sostenibles donde la experiencia natural continúa incluso al dormir.
Oficios, leyendas y memoria viva
Ochagavía es uno de los pueblos más pintorescos del Pirineo navarro con sus casas apuntaladas a ambos lados del puente de piedra. A tres kilómetros de allí, se encuentra Izalzu, otro hermoso pueblito, misterioso y pequeño. Desde aquí parte la Ruta de Gartxot, un sendero de leyenda que asciende hasta el alto de Elkorreta, una grieta en la roca donde encerraron de por vida a este trovador medieval que se negó a cantar en latín y que defendió la lengua de su valle. A lo largo del sendero que lleva a la gruta donde fue encerrado, se ven también búnkeres de la Segunda Guerra Mundial. Pueblos con historia, que enlazan tradición, paisaje y resistencia.

Hacia el este, en el valle de Roncal, las pendientes del Pirineo navarro se acentúan. Isaba es el pueblo más alto. Aquí las casas de piedra se cierran contra el frío invernal, pero en verano ofrecen un respiro frente al calor de otras latitudes. En Burgui, la historia se desliza por el agua. Este es el pueblo de los almadieros, intrépidos hombres que antiguamente transportaban la madera de estos bosques río abajo en grandes balsas, precarias embarcaciones armadas con los propios troncos. Hoy, el museo y la Senda de los Oficios permiten rastrear y conocer más esta profesión tan singular en familia. Patrimonio fluvial que sigue navegando en la memoria local.
En el centro del pueblo, el horno de Panadería Ezker Okindegia continúa amasando hogazas con harina molida en piedra y cocida con leña desde 1932. Rubén Ezker despacha pan cabezón, barras, tajas, tortas de aceite, txantxigorris, bollos y magdalenas tal y como le enseñó su abuelo. Al lado, la quesería Larra ofrece visitas y degustaciones de su famoso queso DO Roncal, la primera denominación de origen de España. Esta es una oportunidad para que los niños vean cómo se elabora el queso con leche cruda de oveja latxa. Y para que los adultos disfruten del sabor auténtico de la montaña. Pan, queso y buen vino. Sin adornos, sin necesidad de artificio. Sabores auténticos, sin concesiones ni artificio.
Muy cerca, siguiendo el valle hacia arriba, en Isaba comienza la conocida Ruta de las Golondrinas, que revive los pasos de aquellas jóvenes que cruzaban a pie los Pirineos a finales del siglo XIX para trabajar en fábricas de alpargatas en Mauleón, en Francia. Hoy esa ruta puede recorrerse en varias etapas, también en familia, como ejercicio de memoria migrante en femenino. Senderos históricos que invitan a caminar con conciencia.

Para completar esta escapada y antes de regresar al asfalto de la ciudad, nada como dirigirse al sur, hacia el Prepirineo navarro. Allí nos espera la Vía Verde del Irati, un antiguo trazado ferroviario reconvertido en sendero sencillo y seguro. El tramo más espectacular atraviesa la Foz de Lumbier, un desfiladero de piedra caliza, estrecho y sobrecogedor donde los buitres leonados sobrevuelan a escasos metros de altura, arrancando exclamaciones de asombro a grandes y pequeños. Paisajes sobrecogedores que se disfrutan con todos los sentidos.
El Pirineo navarro ofrece tiempo, escucha y el sabor de lo auténtico. Quizás la posibilidad de caminar entre árboles que llevan aquí más tiempo que cualquiera de nosotros, antes que cualquier nombre o apellido sea suficiente para quienes buscan reconectar con lo real, con lo humano, con lo lento.
Viajar sin prisas y reconectar con lo esencial.
Mas información en www.visitnavarra.es