Es Patrimonio de la Humanidad, se puede recorrer a pie y es una joya de la arquitectura: el puente que deberías pasear una vez en la vida
Este puente es una auténtica joya arquitectónica y, con los años, se ha convertido en un reclamo turístico por derecho propio.

Hay estructuras que imponen por su tamaño, otras por su historia, y después está el Puente de Vizcaya: elegante, funcional, resistente al paso del tiempo y con ese no-sé-qué de las cosas bien hechas. Uniendo Portugalete y Getxo desde hace más de un siglo, esta maravilla del País Vasco no solo se puede contemplar. Se cruza. Se pisa. Se vive.
Inaugurado en 1893, fue el primer puente transbordador del mundo. Que se dice pronto. Pero para entender su genialidad, hay que situarse en plena revolución industrial, el puerto de Bilbao creciendo a ritmo frenético y una necesidad urgente de conectar ambas orillas sin frenar el tráfico marítimo. ¿La solución? Una góndola suspendida que vuela, literalmente, sobre la ría del Nervión.

El responsable de esta proeza fue Alberto de Palacio, ingeniero vizcaíno y discípulo directo de Gustave Eiffel (sí, ese Eiffel). Junto al francés Ferdinand Arnodin, ideó una estructura de hierro que desafiaba las reglas de la época. Ligereza y solidez en una sola pieza. Una especie de esqueleto metálico de 160 metros de largo y 61 de alto, que sigue impresionando hoy igual que entonces.

Una obra que no solo se ve, se usa
Lo mejor de todo es que no hablamos de una reliquia de museo. El puente sigue en uso. Día tras día, su góndola transporta coches, bicis, peatones y hasta perros con cara de “esto no me lo esperaba”. El trayecto dura unos 90 segundos y cuesta menos que un café. Pero si te van las alturas, existe la opción de subir al pasadizo peatonal superior, a 45 metros, y cruzar caminando. El vértigo se mezcla con unas vistas que quitan el hipo. A un lado, el Cantábrico. Al otro, el puerto de Bilbao. Debajo, el constante ir y venir de la ría. Y tú, en medio de todo eso, flotando entre acero y horizonte.

Patrimonio Mundial con todas las letras
En 2006, la UNESCO lo reconoció como Patrimonio de la Humanidad, destacando su valor técnico, estético e histórico. Porque no solo fue el primero de su clase, sino que también es el único que sigue cumpliendo su función original más de 130 años después. Una lección de sostenibilidad antes de que la palabra se pusiera de moda.

Pero no todo ha sido un paseo. En 1937, en plena Guerra Civil, el puente fue dinamitado por las tropas republicanas para frenar el avance franquista. Quedó herido, pero no vencido. Cuatro años más tarde, se reconstruyó utilizando muchas de sus piezas originales, como si la estructura misma se negara a desaparecer.

Más que un puente, un carácter
El Puente Vizcaya, ese es su nombre oficial, aunque todos lo llamen “colgante”, no es solo hierro y remaches. Es una identidad. Representa el espíritu industrioso de la ría, la arquitectura funcional elevada a arte, y una forma de entender el progreso sin renunciar a la belleza. Cada tornillo cuenta una historia. Cada viga tiene propósito. Y verlo al amanecer o al anochecer es como presenciar una coreografía entre el tiempo y la materia.

Además, se ha convertido en un reclamo turístico por derecho propio. Hay visitas guiadas, ascensores panorámicos, paseos en barco para verlo desde abajo y hasta excursiones que lo combinan con museos cercanos.
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