Escapada otoñal a La Vera: belleza rural y tesoros ocultos... con aroma a pimentón

Esta perita en dulce de la falda sur de Gredos se impregna por estas fechas del aroma del pimentón. Por centenares de secaderos ahúman su producto más señero casi igual a como empezaron a hacerlo en el siglo XVI los jerónimos de su monasterio de Yuste. Apaciguado el gentío que atrae tanta cascada y piscina natural como atesora La Vera, el otoño devuelve la calma a sus senderos y pueblos. 

Monasterio de Yuste, La Vera

Monasterio de Yuste, La Vera

/ Proformabooks

No será una comarca oficial, pero su casi veintena de pueblos tienen tal identidad común que, salvo algún outsider, como Cuacos de Yuste o Guijo de Santa Bárbara, todos llevan el apellido “de La Vera”. Dicen, sin poner la mano en el fuego, que por quedar tanto a la vera de Gredos como a la del río Tiétar. Encajonados entre las cumbres del uno y los afluentes del otro, los 65 kilómetros de largo por 15 de ancho de este escondite al noreste de Cáceres hacen saltar por los aires la idea de una Extremadura de dehesas y latifundios de secano. De Madrigal de la Vera a poco más allá de Pasarón de la Vera, todo es boscoso y verde por estas geografías repletas de huertos, gargantas y mil y pico arroyos que, cuando aprieta el calor, ven peregrinar a una legión de veraneantes rumbo a su barbaridad de pozas, cascadas y heladoras piscinas naturales. El agua, a raudales, hace que todo en La Vera se dé fácil.

Parador de Jarandilla de la Vera, La vera

Parador de Jarandilla de la Vera

/ Luis Davilla

Desde los pastos para las cabras de sus señores quesucos hasta las higueras, almendros, cerezos y demás frutales que crecen en bancales por sus laderas. Más en el llano ganan por goleada las plantaciones de tabaco, hoy algo de capa caída, y las de pimientos para el omnipresente pimentón que, en estas fechas, hacen que la comarca entera se impregne de su aroma (ver recuadro). Ambos se procesan en tanto secadero como sale al paso. Llegó a haber funcionando cerca de 4.000 de estas alargadísimas naves de ladrillos horadados que le dan una estética única a sus vegas. Muchas de las que cayeron en desuso se reciclaron en casitas rurales o en guarida de vacaciones de celebridades como Alejandro Sanz o Marta Sánchez. Porque, gracias a su proximidad a Madrid y a su bendito microclima, hace un par de décadas La Vera se convirtió en un secreto a voces entre el famoseo y los neohippies.

Su majestad, el emperador

Hasta entonces, la gran celebrity ligada a estas tierras fue nada menos que Carlos V. A la familia se ve que no le hizo gracia que se retirara tan a desmano. Seguro que habrían visto con mejores ojos algún palacio de Flandes, Nápoles o Toledo en lugar de estos parajes serranos, que en aquellos días eran sinónimo de desgobierno y malhechores, penosamente comunicados y, encima, con malaria. Viejo y todo —¡aunque no había cumplido los 60!—, el soberano más poderoso de la cristiandad no se dejó amilanar. Al abdicar en 1556 tras sentir que había fallado en su proyecto de darle un imperio unido y una sola fe a Europa, por no hacerle sombra a su hijo, Felipe II, se instaló lejos junto a los frailes de Yuste. Importante el matiz de “junto a”, advierten los guías de este monasterio hoy perteneciente a Patrimonio Nacional, pues no era lo mismo que instalarse con ellos.

Garganta de Cuartos, Losar de la Vera, La vera

Garganta de Cuartos en Losar de la Vera

/ Luis Davilla

Y es que, al igual que aseguran que es un mito eso de que su majestad se olvidara del mundo —hay pruebas de que estuvo ocupadísimo y las grandes decisiones se tomaban con el visto bueno de Yuste—, no es más cierto lo de su presunta austeridad. Lo sería la comunidad jerónima del cenobio, pero a Carlos V, que se hizo edificar un cómodo anexo, lo atendía un séquito de más de medio centenar de almas, entre las que no faltaban un par de maestros cerveceros, pasteleros, salseros, panaderos y demás responsables de saciar esa glotonería que tan mal le venía para la gota y para las hemorroides. La que acabó con el emérito rey de reyes ni dos años después de llegar a La Vera fue sin embargo la malaria.

Monasterio de Yuste, La vera

Vista del monasterio de Yuste desde los jardines

/ Luis Davilla

Probablemente algún mosquito del estanque que mandó construir en los jardines, a imagen y semejanza de los de su casa natal en Gante, en el que se entretenía pescando truchas. Yuste, con su claustro gótico y el posterior plateresco, el retablo de Juan de Herrera en el altar de su iglesia o la casa-palacio de Carlos V, es el reclamo number one de La Vera, pero sus senderos para echarse al monte, su buena mesa y mejores pueblos tampoco tienen desperdicio. De estos, hay cinco tan primorosamente conservados que se han ganado el título de conjunto histórico-artístico: el del emperador, claro, Cuacos de Yuste, además de Pasarón de la Vera, Valverde de la Vera, Villanueva de la Vera y, otro outsider, Garganta la Olla.

Arquitectura verata

Viniendo de Madrid, sin perderse a la altura de Madrigal la garganta de Alardos y su Puente Romano, Villanueva será el primero donde pasear entre las típicas casas veratas. Construidas por necesidad con materiales de la zona, sobre un primer piso de granito, en el que antaño se guardaban los alimentos y el ganado, se levanta una urdimbre de adobe y vigas vistas en la planta donde, a salvo de la humedad, vivía la familia. En lo alto, los secaderos para airear los pimientos, el tabaco y la matanza. Una forma inteligente de disponer las tejas permitía que circulara el aire sin que entrara la lluvia ni hiciera falta chimenea, y rara es la fachada que no luce un Ave María desde que, cuentan, a los muchos judíos que hubo en La Vera se les obligó a poner una para demostrar que se habían convertido, y los cristianos, pensando seguramente “y yo más”, también se aficionaron a colocarla en el dintel.

Villanueva de la Vera, La vera

Mujer paseando por las preciosas calles de Villanueva de la Vera

/ Luis Davilla

La morada más importante del pueblo, la de los condes de Nieva, hace tiempo que se dividió en un puñado de propiedades; una de ellas, una preciosa botica con mobiliario del XVIII. Más encandiladoras, las casas como de los enanitos de la calle Lanchuela, de fachadas diminutas apoyadas unas sobre otras y a rebosar de plantas. Por el centro de las calzadas se abren paso los regueros con los que canalizar el agua de lluvia y el ¡agua va! de cuando se vertía la inmundicia a la calle. Y al buen observador tampoco se le escaparán los talleres de shiatsu y el cien por cien orgánico de los neorrurales que han ido instalándose en los últimos tiempos, tan amigos de darse un chapuzón como Dios los trajo al mundo en las orillas más apartadas de la Chorrera del Diablo. De mucho antes, Villanueva ha sido siempre el pueblo del Peropalo, uno de los carnavales más ancestrales de España.

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Al pelele, que para algunos representa a un bandido y para otros un cobrador de impuestos, se lo enjuicia, mantea y, a pesar de que parte de los vecinos lo defiende y la otra lo acusa, acaba sin remedio en la hoguera entre un jolgorio de coplas. Nada que ver con la severidad de los Empalaos del pueblo todavía más bonito de Valverde de la Vera. Descalzos, con una soga de esparto envolviéndoles el torso y los brazos en cruz, un número de penitentes que hasta el último momento será un misterio emprende su sepulcral vía crucis en la madrugada del Jueves al Viernes Santo. Antaño no se salía a las calles a verlos; solo se los oía pasar por el entrechocar de los aros de hierro o vilortas que penden de sus extremos de crucificado. Hoy sí, aunque respetando un silencio que pone los pelos como escarpias.

Pimientos de la Vera, La vera

Volteo diario de los pimientos para su secado, deshidratación y ahumado en La Vera

/ Luis Davilla

Ya los eriza el Museo del Empalao, donde hacerse una idea de cómo se las gasta esta hoy “fiesta” de Interés Turístico Regional si no se coincide con la Semana Santa. Aunque entonces quizá apetezca más tomar unos vinos de pitarra en el par de barcitos de su coquetísima Plaza de España, con su fuente y sus edificios del siglo XV y el XVI, tras callejearse este entramado medieval por el que despuntan la iglesia renacentista de Nuestra Señora de Fuentes Claras y las ruinas del castillo. Desde sus alturas se divisan los tejados de la villa entre el mar de pinos, robles y olivos que la cercan. Con más curvas que Marilyn, la comarcal EX-203 que atraviesa La Vera cruza el ya menos uniforme pueblo de Losar, donde un jardinero a lo Eduardo Manostijeras pensó que sería buena idea tallar sus setos con formas de caballo, ciervo, dragón y hasta de botijo para que los turistas tuvieran alicientes al margen del puente medieval que, a un par de kilómetros, enmarca la piscina natural de la garganta de Cuartos. Son decenas de esculturas topiarias, y se ve que también tienen su público.

Pimentón de la Vera, La vera

El pimentón de La Vera es uno de los más utilizados en España

/ Luis Davilla

Siempre a tiro de piedra, la estrella de Jarandilla es el castillo de los condes de Oropesa, donde se instaló Carlos V mientras le remataban su residencia en Yuste. Reciclado en Parador, con la excusa de curiosear entre sus torreones habrá como mínimo que echarse un café o, mejor, meterse entre pecho y espalda un cuchifrito, unas migas, unos repápalos de canela o un pata negra extremeño que habría hecho llorar de gozo a su excelencia. Si cada 7 de diciembre en Jarandilla celebran con hogueras gigantes la noche de los Escobazos, el primer fin de semana de febrero se recrea a pie y a caballo el viaje del emperador a Yuste. Antes de continuar hacia allí, merece la pena desviarse a Guijo de Santa Bárbara, cuna del caudillo antirromano Viriato, amén del pueblo más alto de La Vera. En plena Sierra de Tormantos, hasta esta aldeíta de adoquinados y casonas de piedra se llevaba en verano a pastar las cabras desde Jarandilla y todavía, de camino, no será raro tener que detener el coche para dejar pasar algún rebaño. Compensa haber alcanzado tan arriba ya solo por admirar los bosques de castaños y robles melojos enmarcando las lomas y, salvando el desnivel, sus terrazas de frutales. Otro motivo de peso para dejarse caer por Guijo: hacerse con unas hogazas del célebre pan de su horno de leña o con unas mermeladas y otras viandas artesanas en Casa Alonso.

Plaza de Juan de Austria, Cuacos de Yuste, La vera

Plaza de Juan de Austria en Cuacos de Yuste 

/ Luis Davilla

Ya sí a dos pasos del monasterio del emperador, raro es el monumento de Cuacos de Yuste que no rapiñó algunas de sus piedras cuando, tras los destrozos de la invasión napoleónica y la Desamortización de Mendizábal, se marcharon los frailes y acabó arrasado. Por su casco viejo, montones de fuentes, casas veratas y un hilván de placitas encantadoras: la de España, la de la Fuente de los Chorros, la de Juan de Austria… Porque, sin todavía saber que era hijo ilegítimo de Carlos V, al futuro héroe de la batalla de Lepanto lo instalaron de niño en Cuacos para alegrarle los últimos años a su padre. Vivió en algún caserón, aunque no se sabe cuál, de la plaza bautizada en su honor.

 Cascada del Diablo, Villanueva de la Vera, La vera

Cascada del Diablo en Villanueva de la Vera

/ Luis Davilla

Para muchos, La Vera acaba aquí. Cumplen con la visita obligada a Yuste, se quedan invariablemente extrañados por el vecino cementerio militar donde reposa un centenar largo de soldados alemanes, suben a lo sumo a fotografiar las vistas desde el mirador rumbo a Garganta la Olla, pero ahí se dan la vuelta, sin avanzar hasta el tesoro, más anónimo, de la Vera Baja. Adornada de pórticos y balconadas, del pasado trashumante de Garganta quedan la Casa de Postas y la del Almotacén, mientras de los muchos judíos que se convertían de boquilla da fe el Tribunal de la Inquisición, hoy abierto como museo de torturas.

Cuacos de Yuste, La vera

Mujer junto a los tradicionales pimientos secos colgados en Cuacos de Yuste 

/ Luis Davilla

De la seda que se hilaba por toda La Vera queda la Casa de la Seda, antaño residencia de los duques de Alba, y de las correrías de las tropas de Carlos V, la Casa de las Muñecas, uno de los varios burdeles que llegó entonces a sumar el pueblo. Mario, su actual propietario, regenta en su interior una tienda gourmet con productos de la zona. De lengua fácil, a poco que se le dé carrete te contará la historia del edificio, de cómo se pintó de añil para distinguirlo de las casas de bien y cómo se obligaba a las mozas de fortuna, “alemanas o de Flandes, tan pálidas que parecían muñecas de porcelana”, a llevar unas enaguas de picos marrones bien visibles para reconocerlas sin malentendidos. De ahí lo de irse de picos pardos.

Pasarón de la Vera, La vera

Vista otoñal de la localidad de Pasarón de la Vera

/ Luis Davilla

Aunque también presuma de ser conjunto histórico-artístico, son pocos los que continúan hasta las callejuelas de Pasarón de la Vera, cuyas casas atesoran en los bajos unas bodegas con tinajas tan grandes que, imposibles de meter por las puertas, se construían en los propios sótanos. Insisten aquí en venderse como pueblo romántico remontándose a los supuestos amores juveniles entre el futuro Juan de Austria y la hija de los condes de Osorno, por cuyo palacio renacentista aseguran sigue vagando cual alma en pena.

En estos días de reivindicaciones feministas, más a cuenta les saldría echar mano, al igual que hicieron en Garganta, de la leyenda de la Serrana de la Vera. Seducida con engaños, como en distintas versiones del mito narraron Lope de Vega y Vélez de Guevara, la bella rebelde, ballesta al hombro, fue en venganza beneficiándose y dando muerte a todo macho viviente en su cueva secreta de esa sierra de Tormantos por la que termina La Vera y empieza el Valle del Jerte.

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