Todos los encantos de San Lorenzo de El Escorial: un sitio muy real

Esta población de la sierra madrileña es un real sitio rebosante de piedras e historia. Pero también un sitio muy real, donde conviven emprendedores llegados de Japón, Senegal y Jijona, coleccionistas de bártulos y de mariposas.

Un recorrido por uno de los lugares más excelsos de Madrid.
Un recorrido por uno de los lugares más excelsos de Madrid. / Andrés Campos

San Lorenzo de El Escorial, como todos los reales sitios, está lleno de nobles fantasmas. Reyes, príncipes, infantes, duquesas de esto y condes de lo otro pululan por doquier. En los panteones del monasterio están muchos de ellos. Pero también en los nombres de las calles, de los monumentos y de los parajes naturales. Desayunas en la calle Floridablanca, comes en los jardines de la Casita del Príncipe y estiras las piernas y la mirada subiendo a la Silla de Felipe II. Hay un mercado renacentista plagado de figuras históricas, un tren de Felipe II que lleva a 1544, con Isabel de Osorio y María Manuela de Portugal, y una visita teatralizada al Real Coliseo Carlos III con el mismísimo rey.

Escalera principal del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escoria.

Escalera principal del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escoria.

/ Getty Images

El turista convencional coincide con estos señores en los lugares de siempre: el monasterio, la Casita del Príncipe, la del Infante… El viajero inquieto, que ya conoce todo eso —incluido el centro de recepción de visitantes del monasterio, que acaba de inaugurarse en la planta baja de la Primera Casa de Oficios, diseñada por Juan de Herrera—, se dedica a descubrir el sitio real, no el real sitio, y a vecinos de verdad, no a fantasmas ni a actores disfrazados como figuras de baraja. El primero se zampa un cocido de rey gotoso —¡15 platos!— en El Charolés, en la Casa de los Doctores, de 1583. El segundo come rico, sano y barato en Taberna Yamaoka y saluda al chef y artista japonés que ha decorado esta como un stand de ARCO, donde ha participado dos veces, y alucina al oírle contar su periplo por medio mundo hasta acabar aquí hace 35 años.

Escalando en el monte Abantos con el municipio de fondo.

Escalando en el monte Abantos con el municipio de fondo.

/ Istock

Otro sitio de comer y beber poco convencional es el quiosco Fuente del Seminario, en el bosque de la Herrería. Su producto estrella no es light ni de kilómetro cero: la longaniza de Graus. Pero aquí se come, sobre todo, con la vista, pues se otean todas las montañas que rodean San Lorenzo de El Escorial. Y Carlos Agudo nos explica todo lo que hay que saber de ellas, porque antes que quiosquero, o además, es geógrafo.

Puro teatro

El viajero inquieto, en lugar recorrer por enésima vez el Real Coliseo Carlos III detrás de un actor con peluca —hay visitas teatralizadas gratuitas todos los martes y jueves a mediodía—, prefiere explorar el moderno Teatro Auditorio, obra de Picado de Blas Arquitectos. Aquel es el teatro cubierto más antiguo de España, de 1771, y el único de corte en activo, pero este otro es un prodigio arquitectónico de nuestra era: una mole de 10 pisos que se ha escamoteado soterrando ocho, forrando de granito lo poco que asoma y dejando un viejo pinsapo en medio. Es como la maceta de un bonsái gigante. Muy escurialense —por el tamaño y por el granito— y muy zen —por el árbol solitario—.

Interior del Real Coliseo Carlos III

Interior del Real Coliseo Carlos III

/ Andrés Campos

¿Y el viajero inquieto no visita lugares históricos? Sí, sí que lo hace. Pero esquiva los grávidos monumentos de Patrimonio Nacional para curiosear en las Cocheras del Rey, un museo privado amenísimo que atesora más de medio millar de objetos relacionados con las jornadas de la corte: carruajes, sillas de mano, trineos, cornamusas de posta, baúles-cama, sillas-bidé y otros muebles de viaje que parecen salidos de un Ikea dieciochesco. Ocupa varios edificios de 1771, incluida la Casa del Regalero, el empleado que recogía y llevaba las flores y frutas de los jardines y huertos de su majestad a las cortesanas. Aquel feliz oficio no se ha perdido del todo: Marta Martín Worm y su hermano Pedro presentan personalmente a los visitantes la flor de su fabulosa colección.

Plaza del Ayuntamiento de San Lorenzo

Plaza del Ayuntamiento de San Lorenzo

/ Istock

Rumbo al Abantos

Pero si hay algo que le tira al viajero inquieto es el monte, como a las cabras. Al sur de la población, le aguardan el bosque de la Herrería, la Silla de Felipe II y las mamblas rocosas de Las Machotas, al pie de las cuales corre una calzada que unos dicen que es romana y otros que se hizo para poder transportar en carro las piedras del monasterio. Y al norte, el Abantos, el monte más alto de San Lorenzo (1.754 metros), que dejaron pelado las obras del monasterio y reforestaron a tope —con pinos resineros y silvestres, fresnos, encinas, pinsapos, cipreses, alerces e incluso hayas— los alumnos de la Escuela de Ingenieros de Montes, establecida aquí en 1869. 

Cumbre del monte abantos

Cumbre del monte abantos

/ Andrés Campos

Un par de horas se tarda en subir desde la presa del Romeral, siguiendo las marcas blancas y rojas del sendero GR-10. El Abantos un buen lugar para ver en verano las lágrimas de San Lorenzo —las perseidas—, en otoño, para buscar setas, y en invierno, para pisar las nieves, cada vez más esquivas, que tiñen de blanco estas primeras cumbres del Guadarrama.

En primavera también se ven maravillas allá arriba. En los pinares que rodean el Abantos aparece entonces la Graellsia isabelae, la mariposa más bella de España, de unos ocho centímetros de longitud, con sus cuatro alas de color pistacho, oceladas, venas alares de grueso trazo castaño y largas colas curvas rematando las traseras. Muy llamativa para haber pasado inadvertida hasta 1849, cuando la descubrió el naturalista Mariano de la Paz Graells, que por aquel entonces vivía en la Casa de la Parra. Bueno, en realidad, la descubrió Curicus, su perrito de lanas, pero la gloria —y la placa conmemorativa— se la llevó él. Curicus hoy sería tratado como un héroe, y más en San Lorenzo de El Escorial, que es un destino dog-friendly, donde los perros son los reyes.

Secuoya en los jardines de la casita del principe

Secuoya en los jardines de la casita del principe

/ Andrés Campos

El único defecto que tiene la Graellsia, por sacarle alguno, es que es nocturna. Para observarla, hay dos opciones: salir de excursión por la noche con un guía experto o verla en cautividad. Ambas posibilidades las ofrece Pedro Velasco, el creador de InsectPark, un centro de naturaleza al pie del Abantos —en un antiguo hospital de la Guerra Civil— donde enseña a los visitantes algunos de los 90.000 bichos que ha reunido durante 40 años de expediciones científicas por todo el mundo, la mayoría disecados, pero otros vivos y coleando: insectos-palo tropicales, tarántulas, milpiés gigantes…, y mariposas Graellsia que cría y exhibe en una sala acristalada. Más cómodo que andar detrás de ellas por el monte con luces y sábanas blancas, como la Santa Compaña, ya es. Pero si somos animales nocturnos, como ellas, Pedro Velasco nos lleva a buscarlas.

Dueña del museo Cocheras del Rey

Dueña del museo Cocheras del Rey

/ Andrés Campos

Cerca de la cima del Abantos, hay dos lugares que atraen a los senderistas por motivos distintos. O a distintos tipos de senderistas. Uno es el mirador de la Naranjera, desde el que se ve a placer —o con repelús— el valle de Cuelgamuros, antes de los Caídos. El otro es el pozo de Cuelgamuros, un depósito de 14,21 metros de profundidad y 8,35 de diámetro, construido en 1609 dentro de una nave con bóveda de cañón y tejado a dos aguas, donde cabían 230 toneladas de nieve bien apisonada, que en verano se vendía para conservar alimentos y hacer helados. 

Vista del Valle de Cuelgamuros desde el Mirador de la Naranjera

Vista del Valle de Cuelgamuros desde el Mirador de la Naranjera

/ Andrés Campos

El pozo, en uso hasta 1934, está ligado a la memoria de muchos vecinos. Como Alfonso González, al que en 1920, mientras apisonaba nieve en el fondo, le dio tal hipotermia que estuvo en un tris de morir con la típica sonrisita del congelado, de ahí que “quedarse con la risa del tío Alfonsillo” fuera hasta hace poco un modismo habitual entre los guasones de San Lorenzo.

Placeres helados

Para helados, los que han vendido aquí desde 1942 Los Valencianos, aunque con más propiedad debían llamarse Los Alicantinos —de Jijona venían los abuelos con su carrito todos los veranos— o Los Gurriatos, porque Marcos Cebrián, el nieto que dirige el próspero negocio, despachando a dos manos sabores tradicionales y polos de horchata, está censado en San Lorenzo. Y para helados modernos y cien por cien autóctonos, los de la microheladería trashumante Campo a Través. Micro, porque Mariluz y Paula elaboran un solo sabor cada día. Y trashumante, no porque cambien de local dos veces al año —llevan en el mismo desde mayo de 2024—, sino porque usan leche de cabras del Guadarrama que pastan en libertad. Nada que ver con los helados tradicionales. Estos alimentan. Y llevan menos azúcar. También hacen kéfir: ¡brutal!

¿Demasiado frío para tomar helados? Es hora de comer turrón —también de Los Valencianos— y de hacerse un jersey con las mejores lanas del país, de oveja merina trashumante y extensiva, en dLana. Todos los días se reúnen en esta tienda de Esther Chamorro y Javier Benito —dos fanáticos de la trazabilidad, de la artesanía y del detalle— manos expertas que nos enseñarán a tejerla. Ya puede nevar en el Abantos.

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