Ni Cuenca ni Teruel: el paraíso otoñal está en un pueblo sin turismo, tiene una cascada de 300 metros y miradores que se asoman al abismo
El otoño se vive en todo su esplendor en este rincón albaceteño; donde la calma se entremezcla con el milagro de la naturaleza y la esencia de lo de antes.

Cuando el otoño llega a la Sierra del Segura, el aire huele a leña y los montes se tiñen de cobre. Allí, en lo alto de una colina que domina un valle infinito, Riópar Viejo guarda el alma de la sierra albaceteña; un pueblo diminuto, sin multitudes ni escaparates, donde el silencio tiene sonido y el paisaje parece del norte. A pocos kilómetros de allí, el Nacimiento del Río Mundo deja caer sus aguas por un salto de casi 300 metros, una cascada tan impresionante que muchos la llaman “la Niágara de Castilla-La Mancha”.
Un pueblo que sobrevivió al tiempo
Riópar Viejo fue durante siglos la villa original de la zona. En el siglo XVIII sus vecinos se trasladaron al actual Riópar para trabajar en las Reales Fábricas de Bronce de San Juan de Alcaraz, impulsadas por Carlos III. El viejo pueblo quedó casi abandonado… hasta que en las últimas décadas fue recuperado piedra a piedra.

Hoy apenas viven medio centenar de personas, pero conserva una atmósfera medieval intacta; calles de diseño, casas de piedra con balcones de madera y la iglesia del Espíritu Santo, del siglo XV, levantada sobre una roca con vistas al infinito. Desde su mirador, el horizonte parece una pintura con sus valles encajados, montes cubiertos de robles y el sonido lejano del agua.
Un espectáculo único en el mundo
A solo siete kilómetros del casco antiguo está el Parque Natural de los Calares del Mundo y de la Sima, uno de los paisajes más espectaculares de Castilla-La Mancha. Su joya es el Nacimiento del Río Mundo, una enorme cavidad natural de la que brota el agua formando una cascada de varios saltos que, en conjunto, superan los 300 metros de desnivel.

El momento más impresionante se da cuando ocurre el llamado reventón, un fenómeno natural en el que la presión subterránea hace que el caudal se multiplique y la cascada ruja con fuerza. Ocurre varias veces al año, sobre todo en otoño y primavera, cuando las lluvias alimentan el sistema kárstico del Calar del Mundo. El sendero para llegar es corto y fácil (apenas 1,5 kilómetros), con miradores y pasarelas que permiten observar el salto desde distintos ángulos. En los días de niebla o después de una tormenta, la imagen es sencillamente hipnótica.
Otoño entre bosques y silencio
En esta parte de Albacete, el otoño se vive sin artificios. Los bosques de robles, quejigos y arces cubren las laderas con una paleta de ocres, dorados y rojizos. El aire huele a tierra húmeda y a chimenea, y las tardes son lentas, de paseo corto y conversación larga.

Cerca del pueblo, rutas como la del Calar del Río Mundo o la Cañada de los Mojones permiten adentrarse en el corazón del parque, entre barrancos y formaciones calizas que esconden más de 80 cavidades subterráneas. Es un destino perfecto para quienes buscan desconectar del ruido y reconectar con lo esencial; caminar, mirar y respirar.
Un destino para quienes no tienen prisa
Riópar Viejo tiene solo una posada rural, un pequeño restaurante y varias casas de piedra reconvertidas en alojamiento. Desde sus terrazas se puede ver el atardecer teñir de naranja los montes de la sierra mientras suenan los cencerros de las vacas. No hay tiendas ni tráfico, pero sí algo que escasea; autenticidad. Y quizá por eso, este rincón albaceteño se ha ganado su fama silenciosa: una joya otoñal sin turismo, con una cascada de 300 metros y una calma que parece de otro siglo.
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