Ni Ávila, ni Albarracín: la muralla más peculiar de todas está en el norte de España
Con una historia de miles de años, esta muralla deja a cualquiera sin respiración, por su belleza y sus curiosidades.

Villas y pueblos antiguos se construían rodeados por una gran muralla que los protegía frente a posibles invasiones. A causa de la mencionada función, estas impresionantes construcciones han presenciado batallas y guerras a sus pies, así como conquistas, cambios de gobernadores y de estilos de vida. Aún hoy se mantienen muchas en pie, rodeando ciudades que todavía están habitadas y mantienen la muralla como principal seña de identidad.
Quizá Ávila es el ejemplo más conocido, con dos kilómetros y medio de longitud, 14 metros de altura, un grosor de tres, 80 torres semicirculares y nueve puertas de acceso a la ciudad. Se erigió en el siglo XI para defender la ciudad durante la Reconquista y fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1985. Otro pueblo cuya muralla es la gran protagonista de todas las postales es Albarracín, en Teruel, considerado de los más bonitos del país.

Sin embargo, hay una muralla cuyo atractivo puede ser incluso mayor, a pesar de no ser tan conocida. Se trata de la de Lugo, la única de España que se conserva completa. Por ello, además, es Patrimonio de la Humanidad. Más allá de su evidente belleza, cuenta con una leyenda única que dice que los romanos la construyeron hace 17 siglos para proteger el 'Bosque Sagrado de Augusto' (en latín, 'Lucus Augusti', de ahí el nombre de Lugo).

Cómo son la muralla y sus puertas
Mide más de dos kilómetros y cuenta con diez puertas -una más que la abulense-. En algunos tramos llega a alcanzar los siete metros de ancho y en total tenía 85 torres -de las que se conservan 71-. Pasear por lo más alto es como viajar en el tiempo a la época de la Roma Imperial y sentirse un romano más observando lo extenso de su territorio. Aunque hay algunos elementos que se han ido modificando a lo largo de los años en pos de su conservación, como las puertas.

Así, la Puerta de Santiago, de 4,5 metros de ancho y 5,5 de alto, ya existía en el siglo XII, cuando se conocía como Posticu, Porticu o Postigo, haciendo referencia a la existencia de un postigo que ya no se aprecia. En sus orígenes perteneció a la Iglesia y la empleaban los canónigos hasta el año 1589 para acceder a sus huertas. Posteriormente se ensanchó, se añadieron unos poyetes para el descanso de los caminantes y se adornó por dentro.

Otras puertas se fueron añadiendo, como la del Obispo Aguirre en el año 1894, la del Campo Castelo en 1887 o la de la Estación en 1921. La primera de las puertas modernas fue la de San Fernando, construida en 1858 con motivo de la visita de Isabel II y sus hijos. Otras, como la de San Pedro, la Nova o la Falsa, se crearon al tiempo que la muralla. La más antigua que se conserva con menos modificaciones es la Miñá o del Carmen, que sigue los cánones de Vitruvio.
Un paseo por el recinto intramuros
Atravesando cualquiera de ellas se accede al conjunto histórico de Lugo, ciudad bimilenaria. En el recinto intramuros hallamos algunos monumentos importantes como la Catedral, que alberga en su interior las Capelas barrocas de San Froilán y de la Virxe dos Ollos Grandes. Por otro lado, el Museo Provincial se encuentra en el interior del Convento de San Francisco, y expone mosaicos recuperados de los sótanos de esta antigua ciudad.

La Plaza Mayor está presidida por el Palacio Municipal, así como por otros edificios como el Círculo das Artes. Desde aquí salen callejuelas que conducen a otras plazas, salpicadas de preciosos y tradicionales soportales, como la Praza do Campo. Otros testigos de la época romana son las Termas, ubicadas en el balneario del Miño, o el Conjunto arqueológico de Santa Eulalia de Bóveda. Todo Lugo, de principio a fin, merece una visita, sabiendo que su muralla es completamente única.
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