El apasionante Camino del Cid: ruta en bici por las regiones más bonitas del corazón de España

Partiendo de que nadie sabe exactamente por dónde pasó el Cid desde su destierro hasta la conquista de Valencia, este viaje, más que un trayecto puramente histórico, es un recorrido por el corazón de España y algunas de sus regiones más hermosas y, hoy en día, más despobladas.

Un recorrido en bici por el Camino del Cid.
Un recorrido en bici por el Camino del Cid. / Markel Redondo

Todo empieza en Vivar del Cid, un pequeño pueblo de Burgos donde, según la leyenda, Rodrigo Díaz fue desterrado. La aventura arranca sobre una bici gravel, pero pronto descubro que este camino es apto para muchas formas de viaje: gravel, MTB, bicicleta de carretera o incluso bici eléctrica, cada opción adaptada a la dureza del terreno y las ganas de aventura.

El recorrido está bien señalizado y el Consorcio Camino del Cid ofrece distintos tracks y variantes en su web, algo esencial para preparar cada etapa y evitar sorpresas. Los caminos pueden cambiar de un mes para otro, especialmente tras lluvias o nevadas. Es recomendable hablar con la gente local para conocer el estado real de las pistas antes de lanzarse a la aventura.

Vista aerea de Covarrubias, Burgos.

Vista aerea de Covarrubias, Burgos.

/ Markel Redondo

Empecé en marzo y terminé a finales de abril, con frío y barro al principio y días más templados al final, siguiendo el track oficial de gravel del Camino del Cid. La ruta me llevó a través de campos interminables y pueblos vacíos, donde el silencio parece haberse instalado para siempre. La España vaciada no es solo un término mediático aquí: es real y palpable. Muchos pueblos no tienen bar ni tienda, y cruzarlos puede ser como rodar por un decorado desierto. Covarrubias fue la primera parada destacada: arquitectura tradicional castellana y una plaza que invita a detenerse. Antes de llegar aquí, la ruta cruza Burgos, punto de partida oficial para muchos viajeros y donde se puede visitar la impresionante catedral gótica y el arco de Santa María, ambos monumentos ligados a la leyenda cidiana. Más adelante, Los Ausines sorprende con su estación de tren abandonada, testigo mudo del fallido proyecto ferroviario Santander-Mediterráneo.

Después de Los Ausines, la ruta pasa por Covarrubias y sigue hacia Santo Domingo de Silos, famoso por su monasterio y con su espectacular claustro románico, uno de los más importantes de Europa. Muy cerca, tomé un desvío para visitar la ermita mozárabe de Santa Cecilia, un pequeño templo que añade aún más profundidad histórica y que bien merece la parada para contemplar sus sencillas pero evocadoras formas arquitectónicas. Este tramo está cargado de historia y espiritualidad y se convierte en uno de los primeros puntos icónicos del trayecto. Opté por carretera debido al mal estado del camino entre Covarrubias y Santo Domingo, una decisión que recomiendo especialmente en épocas lluviosas.

Arco de Santa María, una de las antiguas puertas medievales de Burgos, reconstruida en el siglo XVI como arco triunfal en honor a Carlos V. Su fachada exhibe esculturas de figuras históricas como el Cid, Fernán González y los jueces de Castilla, reflejando la rica herencia de la ciudad.

Arco de Santa María, una de las antiguas puertas medievales de Burgos, reconstruida en el siglo XVI como arco triunfal en honor a Carlos V. Su fachada exhibe esculturas de figuras históricas como el Cid, Fernán González y los jueces de Castilla, reflejando la rica herencia de la ciudad.

/ Markel Redondo

Burgo de Osma y Berlanga de Duero son otros puntos que merece la pena destacar: Burgo de Osma, con su catedral y ambiente monumental, y Berlanga de Duero, con su castillo y murallas robustas. El trayecto también atraviesa el castillo de Gormaz, una de las fortalezas califales más grandes de Europa, y sigue hacia Salinas de Medinaceli y Sigüenza, esta última famosa por su imponente castillo-parador y su casco histórico. La ruta prosigue hacia Calatayud, donde la huella musulmana es evidente en su arquitectura, y Molina de Aragón, que marca la entrada a la impresionante comarca del Alto Tajo.

Torre mudéjar de El Salvador, Teruel. Construida a principios del siglo XIV, esta torre-puerta de estilo mudéjar destaca por su estructura de alminar almohade y su rica decoración de cerámica vidriada. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1986, alberga el Centro de Interpretación de la Arquitectura Mudéjar Turolense.

Torre mudéjar de El Salvador, Teruel. Construida a principios del siglo XIV, esta torre-puerta de estilo mudéjar destaca por su estructura de alminar almohade y su rica decoración de cerámica vidriada. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1986, alberga el Centro de Interpretación de la Arquitectura Mudéjar Turolense.

/ Markel Redondo

Historia en cada rincón

A lo largo del viaje, la historia se hace presente en cada rincón: Medinaceli, con su imponente arco romano; Atienza, fortificada y silenciosa; Molina de Aragón y su castillo vigilante; Albarracín, simplemente mágica con sus murallas rojizas. Entre Checa y el Barranco de la Hoz, el Alto Tajo despliega uno de los paisajes más imponentes de toda la ruta: cañones, bosques, pistas de grava que parecen perderse en lo infinito.

Viaducto de Albentosa, con sus ocho arcos de piedra y 50 metros de altura, es uno de los hitos más espectaculares de la Vía Verde de Ojos Negros, la más larga de España. Este antiguo puente ferroviario, que cruza el río Albentosa en la provincia de Teruel, forma parte del recorrido que une las antiguas minas de Ojos Negros con la costa valenciana, ofreciendo a ciclistas y senderistas un viaje entre historia industrial y paisajes naturales.

Viaducto de Albentosa, con sus ocho arcos de piedra y 50 metros de altura, es uno de los hitos más espectaculares de la Vía Verde de Ojos Negros, la más larga de España. Este antiguo puente ferroviario, que cruza el río Albentosa en la provincia de Teruel, forma parte del recorrido que une las antiguas minas de Ojos Negros con la costa valenciana, ofreciendo a ciclistas y senderistas un viaje entre historia industrial y paisajes naturales.

/ Markel Redondo

Uno de los lugares más curiosos fue La Chequilla, en plena serranía de Cuenca, famosa por sus formaciones rocosas conocidas como la Ciudad Encantada. Allí me contaron que “el Cid durmió cerca”. Nadie sabe con certeza si es verdad, pero la leyenda sigue viva y eso es parte de la magia del camino.

Además de los paisajes y la historia, lo mejor del viaje fueron los encuentros. Aunque fueron pocos, los ciclistas que me encontré durante todo el trayecto, y en su mayoría extranjeros, esas charlas breves o kilómetros compartidos le dieron alma al camino. Jean André, un ciclista francés, hacía el Camino del Cid en sentido inverso y desde Burgos enlazaría con el Camino de Santiago para llegar a su casa en los Pirineos. Rubén Arenere, dueño del restaurante El Rinconcico en Mora de Rubielos y amante de la bici, me acompañó en una ruta en MTB eléctrica —una modalidad que se está haciendo muy popular por su capacidad para superar los tramos más duros sin agotarse. También conocí a Marius y Mariana, dos jóvenes ciclistas que habían salido desde Santander y, pese al frío y la lluvia, seguían pedaleando con una sonrisa imborrable.

Monumento a Santo Domingo de Silos frente al monasterio que lleva su nombre, símbolo de la espiritualidad y el arte románico en la provincia de Burgos.

Monumento a Santo Domingo de Silos frente al monasterio que lleva su nombre, símbolo de la espiritualidad y el arte románico en la provincia de Burgos.

/ Markel Redondo

Teruel fue otro punto fuerte: ciudad pequeña pero cargada de historia mudéjar. La transición hacia la frontera valenciana me llevó por la sierra de Gúdar en Mora de Rubielos y siguió en dirección de Puebla de Arenoso, ya en la Comunidad Valenciana. La ruta de MTB allí es espectacular, pero técnica y exigente; en algunos tramos es inevitable bajarse de la bici.

El Camino del Cid no es un simple recorrido turístico. Es una experiencia inmersiva que obliga a adaptarse a la geografía, a la meteorología y a los caprichos del terreno. Es también un retrato vivo de la España vaciada: pueblos que sobreviven en silencio, cargados de historia y memoria. Este viaje te enseña que hay muchas maneras de recorrer un mismo camino y que, a veces, lo más duro deja la huella más profunda.

El Cantar de mio Cid, la gran epopeya medieval, sirve como telón de fondo invisible: mientras pedaleas por estas tierras, es imposible no pensar en aquellos versos que relatan la destreza, el coraje y las hazañas del Campeador. Aunque nadie puede decir con certeza qué caminos pisó, el espíritu del relato impregna el viaje.

Vista del Castillo de Burgo de Osma, fortaleza de origen medieval situada en lo alto de un cerro que domina la localidad soriana. Construido entre los siglos X y XV, fue clave en la defensa fronteriza durante la Reconquista.

Vista del Castillo de Burgo de Osma, fortaleza de origen medieval situada en lo alto de un cerro que domina la localidad soriana. Construido entre los siglos X y XV, fue clave en la defensa fronteriza durante la Reconquista.

/ Markel Redondo

Recomiendo descargar la app oficial del Camino del Cid, que ofrece mapas, alertas de estado de rutas y puntos de interés actualizados. Es esencial llevar agua y comida suficiente, sobre todo en las etapas más solitarias, y prever rutas alternativas en caso de que los caminos se deterioren, algo habitual tras tormentas o temporadas de lluvias. Un dato curioso: muchos albergues y alojamientos ofrecen descuentos a quienes muestran la credencial del Camino, un detalle que mantiene vivo el espíritu de hospitalidad medieval.

Formaciones rocosas en La Chequilla, un curioso paraje natural situado junto al pueblo de Chequilla, en la Sierra de Molina (Guadalajara). Esculpidas por la erosión a lo largo de millones de años, estas singulares moles de piedra rojiza configuran un laberinto natural que recuerda a paisajes del oeste americano, convirtiendo la zona en un rincón único del Alto Tajo.

Formaciones rocosas en La Chequilla, un curioso paraje natural situado junto al pueblo de Chequilla, en la Sierra de Molina (Guadalajara). Esculpidas por la erosión a lo largo de millones de años, estas singulares moles de piedra rojiza configuran un laberinto natural que recuerda a paisajes del oeste americano, convirtiendo la zona en un rincón único del Alto Tajo.

/ Markel Redondo

Para quienes se planteen este viaje, hay que tener en cuenta que aunque la ruta está señalizada, la experiencia varía mucho según la modalidad: la bici gravel es ideal para quienes buscan un equilibrio entre pistas y tramos rápidos; la MTB permite adentrarse en las variantes más aventureras y técnicas; y la bici eléctrica ha demostrado ser una gran aliada, como comprobé en los tramos más exigentes junto a Rubén Arenare.

El Camino del Cid no solo conecta paisajes y pueblos, sino que también enlaza pasado y presente, desafiando a quienes se atreven a cruzarlo a descubrir la España menos conocida con todos los sentidos alerta.

Vista del castillo de Berlanga de Duero con el casco histórico del pueblo al fondo. Esta imponente fortaleza renacentista, construida sobre una anterior estructura medieval, formaba parte del sistema defensivo del Duero en tiempos del Cid. Hoy domina el paisaje soriano como símbolo del poder señorial y la historia fronteriza de la región.

Vista del castillo de Berlanga de Duero con el casco histórico del pueblo al fondo. Esta imponente fortaleza renacentista, construida sobre una anterior estructura medieval, formaba parte del sistema defensivo del Duero en tiempos del Cid. Hoy domina el paisaje soriano como símbolo del poder señorial y la historia fronteriza de la región.

/ Markel Redondo

Desde los campos abiertos de Castilla, las pistas infinitas serpentean entre colinas suaves y cultivos dorados que cambian de color según la luz del día. La ruta bordea la impresionante silueta del castillo de Molina de Aragón, encaramado en un cerro, que vigila silencioso un territorio que mezcla belleza y dureza. A lo largo del trayecto, destacan también los molinos eólicos que emergen en el horizonte, símbolos modernos en un paisaje ancestral. Las carreteras secundarias cruzan túneles oscuros, viejos viaductos de hierro y gargantas profundas, mientras los pueblos presentan fachadas de adobe desgastadas y plazas donde apenas se oye un murmullo. La Ciudad Encantada de La Chequilla, con sus piedras esculpidas por el tiempo, añade un toque surrealista al recorrido. Cada rincón combina historia y naturaleza en un equilibrio que, a veces, parece frágil, pero siempre cautiva. Todo ello forma parte de la esencia del viaje: un camino donde cada kilómetro es un encuentro íntimo con la historia, el paisaje y la resistencia callada de la España rural.

Ermita de la Virgen de la Hoz, enclavada bajo las imponentes formaciones rocosas del Barranco de la Hoz, en el Parque Natural del Alto Tajo. Este santuario del siglo XIII, construido tras la reconquista de Molina por Alfonso I "El Batallador", combina arquitectura románica y gótica, y se integra armónicamente en el paisaje de areniscas rojizas moldeadas por la erosión a lo largo de millones de años.

Ermita de la Virgen de la Hoz, enclavada bajo las imponentes formaciones rocosas del Barranco de la Hoz, en el Parque Natural del Alto Tajo. Este santuario del siglo XIII, construido tras la reconquista de Molina por Alfonso I "El Batallador", combina arquitectura románica y gótica, y se integra armónicamente en el paisaje de areniscas rojizas moldeadas por la erosión a lo largo de millones de años.

/ Markel Redondo

El sonido del viento y el crujir de la grava

Un aspecto que sorprende a lo largo del recorrido es cómo conviven los vestigios medievales con la naturaleza salvaje y los signos de abandono rural. La ruta está salpicada de aldeas semiabandonadas, como el pequeño pueblo soriano de nombre Recuerda, que parece haber caído en olvido. La sensación de soledad es, a menudo, abrumadora, pero al mismo tiempo ofrece una oportunidad única de reconectar con un paisaje esencialmente ibérico. La ruta también atraviesa espacios naturales de enorme valor ecológico, como los cañones del Alto Tajo o las riberas del Jiloca y el Turia, donde se pueden avistar buitres leonados, águilas y una flora exuberante en primavera. Las tardes se llenan del sonido del viento y el crujir de la grava bajo las ruedas, y en los pueblos donde aún late vida, la hospitalidad es una constante, con historias locales sobre el Cid que cada uno cuenta a su manera, mezclando mito y memoria colectiva.

Vista de Albarracín con su muralla medieval, que asciende por la ladera hasta la Torre del Andador. Esta fortificación, iniciada en el siglo X por los Banu Razin y ampliada en épocas posteriores, refleja la importancia estratégica de la ciudad durante la Edad Media. En tiempos del Cid, Albarracín era la capital de una taifa independiente, que en 1088 se convirtió en tributaria del Campeador tras negociaciones en Calamocha.

Vista de Albarracín con su muralla medieval, que asciende por la ladera hasta la Torre del Andador. Esta fortificación, iniciada en el siglo X por los Banu Razin y ampliada en épocas posteriores, refleja la importancia estratégica de la ciudad durante la Edad Media. En tiempos del Cid, Albarracín era la capital de una taifa independiente, que en 1088 se convirtió en tributaria del Campeador tras negociaciones en Calamocha.

/ Markel Redondo

Un consejo importante: llevar siempre algo de efectivo, porque en muchos de estos pueblos el pago digital no es posible, y algunos alojamientos funcionan de forma muy básica. También es muy útil llevar una luz frontal potente para los túneles largos de la Vía Verde y revisar con antelación los puntos de avituallamiento, sobre todo si se viaja en temporada baja, cuando la mayoría de bares y tiendas cierran. 

Este es un viaje que invita a la introspección y a la admiración lenta, donde cada jornada combina aventura física con la contemplación pausada de un país profundo y cargado de historia. Para quienes buscan más contexto, el Camino del Cid atraviesa ocho provincias y cuatro comunidades autónomas, sumando cerca de 1.500 kilómetros si se completa entero hasta Orihuela. Además del itinerario principal, existen rutas temáticas como el Anillo de Gallocanta o el Ramal de Castellón. Las huellas históricas son ricas y variadas: castillos como el de Atienza, fortalezas musulmanas, calzadas romanas e iglesias románicas que cuentan la historia de un territorio de frontera durante la Reconquista.

La ermita de Santa Cecilia, junto al río Mataviejas y a los pies de la Peña Cervera, es una joya prerrománica en el entorno de Santo Domingo de Silos.

La ermita de Santa Cecilia, junto al río Mataviejas y a los pies de la Peña Cervera, es una joya prerrománica en el entorno de Santo Domingo de Silos.

/ Markel Redondo

Un dato llamativo es que esta ruta ha sido declarada Itinerario Cultural Europeo, lo que la sitúa a la altura de otros grandes recorridos patrimoniales como el Camino de Santiago. La diversidad paisajística es otro de sus fuertes: desde la austeridad castellana hasta las sierras turolenses y la apertura al Mediterráneo. Cada etapa del Camino ofrece oportunidades para profundizar en la cultura local: desde los afamados jamones de Teruel hasta la artesanía en Albarracín y la cocina castellana en pueblos como Covarrubias y Medinaceli. Vale la pena explorar museos locales, pequeñas exposiciones sobre el Cid y mercados rurales, donde todavía se puede respirar la vida auténtica de estos lugares.

Queda claro que este no es solo un reto deportivo: es un viaje cultural, natural y humano que deja cicatrices dulces en la memoria y una conexión íntima con la historia de España. 

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