#yoviajoconVIAJAR: el desierto verde de Marruecos
Exploramos la belleza del Pre-Sahara, encajonado entre los altos picos del Atlas y la inmensidad de arena

Toca soñar con un lugar hermoso, amplio de miras, lleno de misterio. Un lugar al que apenas se presta atención, dada su condición de paso, y que sin embargo esconde un peculiar atractivo. Este lugar es la antesala del Sahara, en el sur de Marruecos. Unas planicies secas, desnudas y rocosas que conforman esta zona de transición hacia ese horizonte infinito de dunas y palmerales.

El Pre-Sahara comienza cuando se cruzan los montes Atlas hacia el Sur, dejando tras de sí la estela de un espacio estéril de roca y maleza. Una visión desoladora, sí, pero que ofrece a la vista el espectáculo cromático de la tierra. En esta vasta extensión que abarca los valles del Dadés, el Draá y el Tafilelt no existe más resto humano que el de las esporádicas ciudades fortificadas que van salpicando el camino, confundidas con el paisaje. Son poblados bereberes a los que se denomina ksur.

Insólita vegetación
A sus antiguos habitantes, especialmente dotados para el comercio y la artesanía, se deben estas bonitas ciudadelas de barro y adobe, a las que circunvalaron de atalayas que en su día cumplieron una misión: la de proteger a sus sedentarios habitantes en las trifulcas con los nómadas. Y aunque hoy muchas de estas fortalezas se encuentran despobladas, también hay quien se ha resistido a abandonarlas: pobladores que practican un triste pastoreo y a los que puede verse, esporádicamente, rondando estas ciudades fantasma.

Porque, pese a que cueste imaginarlo, a veces la lluvia cae de manera copiosa y forma un lecho natural de agua. Y con esta muestra de vida, esta especie de milagro, crece algo de vegetación en su entorno y se mantienen vivas las cosechas. Por eso este lugar conforma el desierto verde de Marruecos.

Aventura saharaui
Hay que atravesar el puerto del Tzi-n-Tichka (2.260 metros) y la kasba de Ait-Benhaddou para llegar a Ouarzazate, atractiva ciudad de casas deliberadamente alineadas, y típico punto de partida hacia la aventura saharaui. Una villa que, pese a su encanto, bien pudiera haber pasado desapercibida de no ser por el ojo avizor de Hollywood, que vio en ella un jugoso filón para sus producciones de cine.

Después, dirección sur, llegará la primera sorpresa: la sobrecogedora ciudadela roja de Agdz, donde, entre adelfas y palmerales, el Valle del Drâa muestra por primera vez el río de su mismo nombre. A partir de aquí, este delgadísimo hilo de agua se abrirá paso entre los montes hasta perderse en el desierto, aunque a veces sólo deje el rastro de un lecho arenoso de grava. Por algo a este río hoy se le llama fantasma. Y con todo, es el más largo de Marruecos.
Océano de dunas

Después irrumpirá Zagora, la más célebre de las ciudades presaharianas. Un centro de gran infraestructura hotelera, con una fortaleza en ruinas y un impactante oasis de cerca de 30 kilómetros. Desde sus imponentes hoteles, auténticas reminiscencias del Africa más profunda, se organizan excursiones a M'hamid, la llamada puerta del desierto.

Es el comienzo de la aventura, a lomos de dromedarios y en vehículos todo terreno. M'hamid permite conocer de cerca aquella cultura nómada que tiende a desaparecer. Pronto comenzarán a elevarse los montículos y emergerán de pronto los campos de dunas. Y desde cualquiera de sus cimas ya todo lo que se contemple será arena.

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