Vietnam: desde el corazón del dragón

Cuando Estados Unidos retiró su ejército en 1975, Vietnam quedó unificado y las ciudades de la región central –Hué , Hôi An y Da Nang– recuperaron la oportunidad de deslumbrar al viajero. El dragón renació en esta zona marcada por el paralelo 17, que divide al país

Vietnam

Puente Dorado en las colinas Ba Na, inaugurado en 2018.

/ Pedro Grifol

Hace ya décadas que Vietnam se posiciona como uno de los destinos del sureste asiático más apetecibles. Echando una ojeada a los paquetes estándar de los touroperadores, la mayoría de los viajeros se empeñan en recorrer el país en programas de quince días, con un interés por verlo todo que para algunos puede resultar estresante. Quizá prefieran planificar un viaje sin prisas, a lugares de los que quizá se tenga una vaga referencia y que pueden despertar emociones insospechadas.

Vietnam, Mausoleo

Mausoleo del emperador Minh Mang, con cascadas, lagos y frondosos jardines.

/ Pedro Grifol

En la actualidad Vietnam va a toda máquina. Ha dejado atrás los ideales del paraíso comunista y ha puesto sus metas en la senda del capitalismo. Este largo y estrecho dragón se divide en tres grandes regiones: Bac Bô, el norte; Trung Bô, el centro, y Nam Bô, el sur, antiguamente conocidas como Tonkin, Annam y Conchinchina. Este viaje recorre el corazón geográfico del país, la región central, repleta de lugares de interés cultural, de bosques, playas... y también de memorias conmovedoras.

Vietnam, Mausoleo

Mausoleo del emperador Tu Duc, también en Hué.

/ Pedro Grifol

La ciudad de entrada a Vietnam central es Hué, equidistante 680 km (80 minutos de vuelo) y 900 km (90 minutos de vuelo) de Hanoi y Saigón, respectivamente, los dos aeropuertos internacionales de entrada al país. Hué queda, por tanto, lejos del mundanal ruido motorizado de Hanoi (capital del norte) y de Ho Chi Minh City (capital del sur). Aunque también en Hué los semáforos son más una sugerencia que una regulación –¡y a veces hasta una provocación!–, aquí todo es más calmo; de hecho, los fines de semana, a partir del viernes a mediodía, se prohíbe el tráfico rodado en las dos principales calles de la ciudad, con lo que turistas y lugareños pueden pasear sin temor a ser atropellados.

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Budas de mármol en Da Nang.

/ Pedro Grifol

Hué es pequeña y tranquila, edificada junto a un río de seductor nombre, río Perfume, con canales y vegetación frondosa. Tiene un cierto toque de refinamiento, resultado de la huella dejada por la cultura francesa, y también de tolerancia, que reside (dicen) en su larga tradición budista. Las aparatosas modas occidentales (incluidos los jeans rotos a jirones) no han logrado reemplazar totalmente al bello, sencillo y elegante vestido tradicional vietnamita, el ao dai. En el contexto espiritual, la idiosincrasia vietnamita tradicional respetaba los principios confucianos de una vida recta. Estos valores de la convivencia siguen estando presentes, con lo que la seguridad del turista deambulante está, en teoría, garantizada (es lo que tiene la filosofía).

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Escala en el paso de Hai Van, entre Hué y Hôi An, con playas de gran belleza.

/ Pedro Grifol

De entre ellos destaca el palacio de Thai Hoa (palacio de la Suprema Srmonía), donde se celebraban las coronaciones y los fastos reales. Un viajero francés presenció en los años 20 del pasado siglo uno de esos espectáculos y lo describió así: “Vi portadores de perfumes ataviados con prendas azul real, sirvientes vestidos de seda que movían enormes abanicos de plumas de colores, músicos, danzantes y mandarines con túnicas bordadas con dragones en relieve entre nubes de incienso flotando. Todo en un marco de color rojo sangre con pinceladas doradas”. Pompa y circunstancia a tope.

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Campo de arroz en la región central.

/ Pedro Grifol

De esa época datan asimismo los Mausoleos Reales. Hay siete tumbas, cada una de ellas ubicada en un lugar distinto, cumpliendo los requisitos estéticos que satisficieran los caprichos de los cosmólogos de turno. Alrededor de cada mausoleo se añadieron cascadas artificiales, pintorescos lagos y frondosos jardines. Los más sobresalientes son los del emperador Minh Mang y la tumba del emperador Tu Duc. De las correrías, aventuras y tropelías de estos dos sujetos la Wikipedia da buena cuenta, incluida la vida erótico-festiva de Tu Duc, personaje que saboreaba cincuenta platos al día y poseía a las 104 concubinas que vivían en el Jardín de la Eterna Paz. No tuvo hijos.

ESENCIA ORIENTAL

Las guías de viaje señalan que “Hôi An es la ciudad más bella de Vietnam”, y puede que tengan razón. Por lo menos es auténtica, ya que la mayoría de su arquitectura popular se conserva casi intacta porque fue ignorada durante la guerra contra los norteamericanos. Es la Venecia o la Brujas de Vietnam. Una ciudad coqueta y única. Pura esencia vietnamita. Fue asimismo uno de los grandes emporios comerciales del sureste asiático.

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Paseo turístico por Hôi An.

/ Pedro Grifol

A su puerto llegaban barcos mercantes de los lugares más remotos, que de una forma u otra fueron dejando su huella. Todavía algunos descendientes de aquellos tiempos de fulgor comercial siguen viviendo allí. En su casco antiguo se conservan casas del siglo XVI que están según se construyeron, y alguna aún se puede visitar. Penetrar, por ejemplo, en la intimidad de la vivienda de la familia Tran es un privilegio, y Hôi An brinda esa opción.

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Actuación de apsaras (bailarinas celestiales) en el complejo My Son.

/ Pedro Grifol

El emblema de la ciudad es el Puente Japonés, que tiene su leyenda: después de que la ciudad sufriera una serie de terremotos en el siglo XVI atribuidos a un monstruo con la cabeza en China, la cola en Japón y el corazón en Hôi An, para no sufrir más seísmos la comunidad nipona construyó en 1590 un puente cuyos pilotes se clavarían metafóricamente en el corazón de la bestia. En el puente permanece el pequeño templo dedicado al dios taoísta Tran Vo Bac, que controla el viento, las tormentas y otros influjos malignos. El puente, el monumento más utilizado como fondo para selfis de la ciudad, parece que no se tambalea. Por los siglos de los siglos. Amén.

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Complejo Sun World Ba Na Hills.

/ Pedro Grifol

En Hôi An, el atardecer de todos los días se engalana con miles de linternas de seda que iluminan su Old Town e invitan al paseo. Por los canales surcan barcas que impulsan remeros y remeras con suave parsimonia. Es el momento ideal para sentarse a disfrutar de la noche. Las orillas de río Thu Bon se llenan de mesitas y sillitas (minúsculas todas ellas) donde cenar, tomar un cóctel o dejar pasar el tiempo al amparo del romántico ambiente lumínico. Los creyentes depositan sobre las aguas velas votivas sobre flores de loto de papel para pedir un deseo. Encantador.

CULTURA CHAM

En una zona de colinas cubiertas por bosques, a 40 km de Hôi An y al pie de la montaña sagrada de Hon Quap (Diente de Gato), se encuentra My Son, las ruinas más importantes del reino Champa. La cultura cham, de origen indonesio y creencias hinduistas, se extendió por el sudeste asiático entre los siglos III y XVI. Los templos no son comparables a los camboyanos de Angkor Wat, pero lo que pasó en ellos sí: fueron sepultados por la jungla y posteriormente despojados de sus riquezas.

Además, durante la guerra el Viet Cong los utilizó como base, así que el área fue bombardeada por los B-52 americanos. Lo poco que quedó de ellos –representaciones de lingas (falos estilizados), garudas (vehículos alados para los dioses) y apsaras (bailarinas celestiales)– fue llevado a Da Nang, la ciudad más cosmopolita de la región central, donde ya en la época de dominación francesa (1859-1954) se había construido un museo para custodiar las emblemáticas obras de esta cultura y donde recientemente se ha inaugurado el Puente del Dragón, actual icono de Da Nang.

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Puestos callejeros de comida en Hué.

/ Pedro Grifol

Tanto el Museo Cham como las ruinas de los templos merecen una visita. Todo es cultura, y no decepciona. Y lo que también es cultura es quedarse al espectáculo que las apsaras de carne y hueso representan diariamente en el complejo de My Son. Las posturas de las danzantes, sin saltos ni cabriolas, embelesan.

LA ZONA DESMILITARIZADA

Capítulo aparte merece la llamada Zona Desmilitarizada –DMZ (Demilitarized Zone) en sus siglas en inglés–, donde se puede ver in situ la línea de demarcación y los campos de batalla durante la guerra entre el Norte y el Sur y donde el Viet Cong utilizó eficazmente la guerra de guerrillas. Lo que se contempla allí no coincide con ninguna película que se haya visto porque no hay película que pueda contar lo que pasó ahí. El tiempo se dilata o se ralentiza en el Museo de Khe Sanh contemplando las viejas fotografías de las escenas bélicas. No hay sombras del pasado, pero la sensación de que cada vietnamita lleva dentro un superhéroe está presente.

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Puente del Dragón en Da Nang.

/ Pedro Grifol

Para algunos turistas puede que sea un lugar inhóspito; sin embargo, para otros será el final de una experiencia... o la meta de un peregrinaje. En plena jungla se divisa la Rockpile, el relieve kárstico que domina el valle y que los americanos utilizaban para otear. Se puede llegar hasta el Camp Carroll, donde estaban emplazados los cañones gigantescos, y también al escenario de la tristemente famosa Colina de la Hamburguesa. En el río Ben Ha, que marcaba la antigua frontera, el monumento a la unificación entre los dos Vietnams cierra la experiencia.

Naturalmente queda mucho por ver, pero como se ha viajado relajadamente, ha habido tenido tiempo para detenerse en muchos lugares del camino que no están en las guías al uso y ver cómo se fabrican los típicos sombreros cónicos o las varitas de incienso que aromatizan las ceremonias de las pagodas, se ha parado en medio del paisaje para hacer la foto de los verdes campos de arroz y en las Montañas de Mármol se ha podido hacer un vídeo de cómo esculpen dioses en bloques de piedra rosácea; otra parada para ver cómo se hace un cuenco de barro en un torno, ver un taller artesano de farolillos de seda...

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Puente Dorado en las colinas Ba Na, inaugurado en 2018.

/ Pedro Grifol

Existe por ahí una lista de monumentos que uno tiene que ver una vez en la vida y debería haber también una lista de gentes que uno tiene que conocer alguna vez en la vida. El pueblo vietnamita encabezaría esa lista. Como en aquel cuento del dinosaurio del guatemalteco Augusto Monterroso, el mejor elogio que se podría hacer de este extraordinario país quizá fuese: “Cuando Vietnam despertó, el dragón todavía estaba allí”.

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