Viaje al mundo de Julio Verne

Nantes le vio nacer un 8 de febrero de 1828 , en el número 4 de la rue Olivier de Clisson. Una placa lo recuerda y señala que fue en la cuarta planta donde ocurrió el parto. La casa se salvó de milagro de los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial que arrasaron parte de la ciudad, enclavada en una zona estratégica importante, pues cerca se encuentra el puerto de St. Nazare, donde los alemanes ocultaban su flota submarina del Atlántico.
El pasado mes de marzo llegaron a Nantes en peregrinación vernólogos y vernianos procedentes del mundo entero. Los primeros son los estudiosos y especialistas. Los segundos, los mitómanos y fetichistas que consideran a Verne algo más que un escritor de novelas de aventuras para jóvenes.
Pensando en ellos la alcaldía de Nantes ha editado un completo depliant en castellano con el que se puede seguir y conocer paso a paso todos los lugares relacionados con la niñez y juventud de Verne, hasta su huida a París. Ya sabía que "la verdadera celebridad es imposible en provincias", o como dicen los franceses, "hors de Paris point de salut". Y Verne se lo tomó al pie de la letra, máxime cuando su prima Carolina, de la que estaba enamorado, le rechazó y se casó con otro. Por si fuera poco, su adusto padre se empeñaba en que fuera abogado y un día heredara su bufete.
Hubo otras razones, las expuso en un poema que escribió en 1847, traducido por Servane Le Neel. Dice así: "Un barrio nuevo y presentable entre muchos otros feos./ Hombres estúpidos construyendo sobre arena en negocios poco escrupulosos./ Un pueblo de negociantes de azúcar y de arroz que sólo sabe contar su dinero./ Un pueblo sin ningún conocimiento de ciencias./ Un clero que es una nulidad./ Un precepto estúpido./ Una ciudad que no tiene fuentes./ Así es Nantes". No ha de extrañarnos que, escrito esto, Nantes no quisiera saber mucho de él. Eso sí, Nantes está ahora repleta de fuentes.
Cuando nació Julio Verne, su casa estaba situada en la denominada isla Feydeau . Una foto obtenida desde un globo en 1916 muestra que era una isla. Hasta que un desgraciado proyecto urbanístico enterró uno de los brazos del río Loira y unió la isla con tierra firme.
Algunos vernianos creen que la isla semejaba una inmensa Jangada de piedra, una ciudad flotante que provocó, al parecer, la vocación marinera y aventurera del niño Verne, junto a los relatos de los negreros acaudalados que aquí se instalaron construyendo espectaculares mansiones, con los típicos mascarones en sus fachadas y medallones reproduciendo sus rostros como señal de ostentación y poderío.
La riqueza les llegó de su mercado de esclavos negros a los que transportaban desde África al Caribe, donde los cambiaban por especias y otros objetos exóticos que después vendían en el puerto de Nantes. Era una riqueza de mala reputación. Las ciudades donde nacen sus hijos predilectos son proclives a señalar que la vocación les surge ya en la cuna o en la niñez.
En el caso de Verne es posible que así ocurriera. Soñaba con ver el mar, pero se conformaba con ver el río. Y es que desde Nantes a la desembocadura hay 50 kilómetros de recorrido. Con el transcurso de los siglos el puerto fluvial de Nantes perdió su importancia porque los barcos de gran calado no podían llegar hasta la misma. Hoy día los nanteses no saben qué hacer con tanto terreno baldío y sólo funcionan algunos astilleros.
En uno de ellos, en los antiguos astilleros Dubigeon, están construyendo una reproducción del yate St. Michel II, que fue propiedad de Verne y cuya conclusión está prevista para 2008. Conversé con los fabricantes y me mostraron los planos, los mismos que sirvieron para construirlo en 1868 por vez primera en Le Havre.
Pero dejemos de lado a Verne y sigamos conociendo Nantes: esta ciudad también vio nacer al director de cine Jacques Demy, que rodó aquí algunas secuencias de su inolvidable película Lola. La magnífica mediateca de la ciudad ostenta su nombre.
En la actualidad Nantes se ha puesto de moda entre los parisinos, a quienes les ha dado por vivir en este tranquilo lugar de seiscientos mil habitantes, provocando el encarecimiento del suelo. El año pasado otro cineasta, Claude Chabrol, rodó aquí La dama de honor. Un punto obligado de visita es la hermosa catedral de San Pedro y San Pablo, sede del obispo de Nantes y a su vez iglesia parroquial. Destruida por un incendio el 28 de enero de 1972, ya ha sido restaurada en su totalidad.
Ahora los nanteses afirman que es "interiormente" la más bella catedral restaurada de Francia. Quien no se consuela... En esta catedral Enrique IV firmó el famoso Edicto de Nantes el 13 de abril de 1598, igualando a católicos y protestantes en derechos. Más tarde, en 1685, Luis XIV lo revocaría provocando la terrible persecución de los hugonotes y obligándoles a dejar Francia. Tras la catedral se yergue el espectacular castillo de los duques de Bretaña, que alberga dos museos: uno consagrado al arte popular bretón y otro a la historia marítima de la ciudad.
Pero nadie podrá afirmar que ha estado en Nantes si no ha visitado y recorrido el Passage Pommeraye, una creación arquitectónica del siglo XIX con una decoración suntuosa. Son tres plantas unidas por una monumental escalera adornada con estatuas alegóricas y cubiertas por una espectacular galería de cristal. Elegantes comercios y boutiques se ofrecen al visitante.
El centro ha servido de plató cinematográfico en muchas ocasiones. Muy cerca está el Teatro Graslin, con una fachada de ocho columnas corintias, que coronan ocho musas con ropaje clásico. El teatro sirve de sede a la Ópera de Nantes, que ofrece temporadas brillantes. Se puede visitar igualmente el Palacio de Justicia, de moderno diseño, cuyo autor es el arquitecto Jean Nouvel (1993) y que surgió entre el desolado paisaje de naves industriales abandonadas y que significó el comienzo de la metamorfosis de la isla de Nantes.
Otro ejemplo es la Maison Radieuse de Le Corbusier, construida en 1955 y que este año celebra su 50 aniversario. Y en plan modernidad la ciudad exhibe con orgullo la Torre Lu, una fábrica de galletas transformada en 1998 en el Teatro Nacional de Nantes. Su torre parece una invención de Verne. Desde su cima, el Gyrorama ofrece una vista espectacular de la urbe.
En cuanto a museos, el de Bellas Artes y el de Historia Natural, uno de los mejores de Francia, son de obligada visita. Los vernianos deberán acudir a Chantenay, un antiguo barrio, ahora inmerso en la ciudad, donde todavía existe la mansión donde veraneaba la familia Verne. Cuando murieron sus padres, Julio se apresuró a venderla. Muy cerca de esta casa, en lo alto de la loma de Santa Ana, se yergue un caserón del siglo XIX que alberga el Museo de Julio Verne, en plena rehabilitación y que se abrirá al público de nuevo el mes de septiembre.
Desde aquí la vista es espléndida con el río Loira en primer plano y la ciudad al fondo. La hoja de ruta de los vernianos indica que desde Nantes, y siguiendo la cronología, hay que trasladarse a París, desde donde el viaje continúa a Le Crotoy y a Amiens. Nada mejor que aprovechar un rápido tren TGV que une Nantes y Amiens. En esta ciudad vivió sus últimos años y murió. Pero antes nos aguarda Le Crotoy...
El año 1869 Julio Verne, viviendo ya en París, decidió pasar una temporada en un precioso pueblo situado al borde de la bahía del Somme. Su primera estancia la llevó a cabo de prestado en una mansión de un amigo erigida sobre las ruinas de un castillo donde estuvo prisionera Juana de Arco, como lo recuerda una inscripción.
De aquí saldría cruzando la bahía camino de Rouen donde le esperaba la hoguera. Verne decidió alquilar una casa y allí se instaló con la familia. En el pequeño puerto tuvo atracados sus barcos. Los vernianos acuden a ver la casa y sus dueños ya están acostumbrados a su presencia.
Le Crotoy es el típico pueblo de fin de semana placentero, con selectos restaurantes y numerosas tiendas de souvenirs. "Me gusta el cielo gris de Le Crotoy", aseguraba Verne; y es que por estos lugares, si no es verano, es fácil que el cielo sea gris. Cuando en 1870 estalló la guerra franco-prusiana, Verne convirtió su barquito en guardacostas y ejerció labores de vigilancia; dado que los prusianos no disponían de muchos barcos, su trabajo nada tuvo de aventurero. Hoy Le Crotoy y la bahía del Somme bien merecen una visita, aunque uno no sea verniano, porque la zona es de una belleza impresionante.
Decir Amiens es decir la espléndida catedral de Nôtre Dame , la misma que producía espasmos de placer a Ruskin y a Proust hace siglo y medio. Ambos escribieron en torno a ella cosas maravillosas... y ciertas. Es posiblemente la más bella catedral gótica del mundo. Aconsejan que nada más llegar a la ciudad se vaya a contemplar la catedral, sea la hora que sea; dicen que Verne cumplió la sugerencia.
Si se llega al atardecer, el efecto es indescriptible. Proust prefería penetrar en la catedral por la puerta que ahora se denomina Marcel Proust. "Cuánto me gusta la Virgen Dorada, con su sonrisa de ama de casa celestial -escribió Proust-. Cuánto me gusta su acogida en esta puerta de la Catedral".
Ahora las cosas han cambiado porque la Virgen Dorada está en el interior, protegida de las lluvias y de los vientos y de la contaminación que comenzaba a corroerla. Tras esta visión, otras maravillas aguardan en la catedral de Nuestra Señora de Amiens. Los turistas se apresuran a contemplar el laberinto colocado en el suelo de la nave central.
En su centro hay una losa de forma octogonal que tenía una inscripción ya borrada pero que se conserva y que hace referencia a los tres arquitectos que construyeron la catedral. Aquí está el famoso ángel llorón, de tamaño pequeño y que llora, según afirman, por su triste suerte. En cuanto a tesoros, la catedral conserva el relicario de plata de San Fermín y el cráneo de San Juan Bautista.
El 24 de junio, festividad del santo, se exhibe dicho cráneo a los fieles en bandeja de plata, por supuesto. Aseguran que es auténtico. Por la mañana, a primera hora, es gratificante acercarse hasta los canales que conforman los llamados hortillonnages, esos huertos y jardines flotantes repartidos en 300 hectáreas, testigos de dos mil años de historia de tierra recuperada por los huertanos a las marismas, día tras día, pacientemente.
Por algo han llamado a Amiens la pequeña Venecia. Pasear entre sus canalillos es pura delicia, montados en unas deliciosas canoas que asustan a los patos y sus patitos mientras discurren pacíficamente por sus tranquilas aguas.
Otro atractivo de Amiens lo constituye el Museo de Picardía, ubicado en un espléndido edificio inaugurado en 1867 por Napoleón III y Eugenia de Montijo (la "N" y la "E" figuran en la entrada). Tampoco debe faltar nunca un paseo por el encantador barrio de Saint-Leu, con sus canales, su mercadillo sobre el agua, sus restaurantes y bares, y sus tiendas de anticuarios. Por la noche el barrio cobra gran animación, con conciertos al aire libre en cada esquina.
Para los "vernianos", Amiens ofrece muchos atractivos . Sus biógrafos aseguran que vino a vivir a esta tranquila ciudad de provincias en busca de paz, tranquilidad y tiempo para escribir. Además, su mujer era de Amiens y sus dos hijastras también. Ellas querían vivir en esta ciudad y la decisión de Julio Verne fue muy bien acogida en la familia.
No pensaban lo mismo sus amigos, y especialmente su editor, Hetzel, que sospechaba la verdad. Ahora se ha sabido por qué fue a vivir a Amiens. "¿Es verdad que Julio Verne se vino a vivir a la localidad de Amiens porque tenía una amante en París y temía que su familia descubriera esta circunstancia?", pregunté a la guía que me acompañaba en mi recorrido por la ciudad. Y la guía, colocando el dedo índice en sus labios cerrados, me susurró: "Eso es un secreto...". Se ha sabido en los últimos tiempos que Verne se enamoró apasionadamente en París de Estelle Duchense, y ella también le correspondió.
Era un amor imposible para aquella época ya que ambos estaban casados y tenían hijos. Además, Verne era la imagen del escritor moral que escribía para la juventud. Estelle murió a la edad de 29 años y aseguran que por amor. A Verne su fallecimiento le causó un gran impacto y significó el comienzo de su decadencia física.
En Amiens Julio Verne siguió escribiendo y también se ocupó de la ciudad, pues fue elegido concejal del Ayuntamiento. A él se debe el precioso Circo Julio Verne, inaugurado por el escritor en el año 1861. Es una visita obligadísima porque, aunque remozado y modernizado, conserva en su interior toda la espectacularidad y candor de los viejos circos.
Aquí rodó Federico Fellini su filme Los clowns en 1972. Los vernianos también visitan el Ayuntamiento, con su espléndida fachada, donde acudía el concejal Verne a las sesiones de trabajo. La ruta conduce luego ante su estatua, muy cercana a las dos casas donde vivió con su familia. Julio Verne no tuvo suerte con los monumentos que le dedicaron -ni en Amiens ni en Nantes- puesto que ninguno de ellos vale gran cosa.
La familia Verne vivió 18 años en el número 2 de la rue Charles-Dubois que acoge el Centro Internacional Julio Verne, en la actualidad en obras de remodelación. Está previsto que a finales del presente año terminen las obras, algo parecido a lo sucedido en Nantes con el Museo Verne.
Los vernianos también visitan la biblioteca municipal a la que acudía el autor para recabar material pa- ra sus novelas. Al final de su vida la familia Verne cambió de domicilio trasladándose a una casa más modesta y cercana a la antigua, que hoy ostenta en su portal el número 44. Se llama ahora bulevar Julio Verne. Una placa lo recuerda, pero la vivienda es de propiedad particular.
Y, por último, una obligada visita al cementerio de la Madeleine, en la rue St. Maurice. Quizás sea la visita más emotiva. Cuenta J. J. Benítez en su biografía de Julio Verne que le costó dar con la tumba. Ahora resulta fácil porque a la entrada del cementerio han colocado un plano orientativo.
Y entre los cipreses y otros árboles de gran tamaño surge de repente el escalofriante panteón de Julio Verne, obra de un escultor de Amiens, amigo en vida de Verne, Albert Roze. Asusta y sorprende la visión de un hombre que trata de abandonar la tumba alzando su brazo derecho hacia el cielo, intentando quizás alcanzar ¿la eternidad, la luz, el cielo...? J. J. Benítez se ha dedicado a estudiar la tumba durante muchos años de su vida, a la búsqueda de un mensaje.
Quizás no haya mensaje alguno, pero cuesta creer que Julio Verne no pensara en ello. Y hasta aquí, el recorrido verniano que nos ha hecho conocer dos maravillosas regiones francesas: el Loira y Picardía. Y en medio, París, la ciudad que realmente forjó a un escritor, que le educó, que le dio oportunidades, que le lanzó a la fama, que le dio gloria y dinero. Pasear por sus bulevares y recorrer sus viejos teatros también permite evocar la figura de Julio Verne.
En el número 104 de la aristocrática calle londinense Pall Mall se sitúa un monumental edificio, de estilo renacentista italiano, con unas escalinatas centrales y una placa dorada reluciente que reza Reform Club.
Es el club de Phileas Fogg, el célebre protagonista de la novela de Julio Verne La vuelta al mundo en 80 días. La visita al Reform Club es a todas luces imposible si no se conoce a dos distinguidos miembros del club que faciliten el acceso. O se ponga uno en contacto con el secretario del club, Mr. Michael McKerchar (? 00 44 207 930 93 74), una persona amable que de lunes a viernes puede facilitar una rápida visita, obviamente sin cámaras fotográficas.
Desde luego, la visita merece la pena, porque nada más atravesar su puerta de entrada es posible que veamos a Phileas Fogg -tal y como narra Verne- "paseando a un paso igual, por el vestíbulo con parqué de marquetería del club, o por la galería circular por la que se cierra una redonda cúpula de vidrieras azules que sostienen 20 columnas jónicas de pórfido rojo". Exacto. Rene Escaich, estudioso de Julio Verne, es decir, vernólogo, sostiene que el escritor concibió su novela cuando leyó un anuncio en La Magasin Pittoresque, del año 1870, en el que calculaba, teniendo la horadación del istmo del canal de Suez, que se podía dar la vuelta al mundo en menos de tres meses. E incluso se atrevía a calcular, etapa por etapa, su duración: 80 días.
Y habría que añadir algo que Verne no cuenta: la existencia en la actualidad, tras la puerta de entrada, de un artilugio metálico dorado, reluciente, destinado a que los ilustres socios del elegante club apaguen sus puros habanos cuando penetran en el sagrado recinto.
Una curiosidad: el artilugio muestra un orificio a menor altura para que pudiera acceder Winston Churchill sin su puro. Churchill, obviamente, era socio de este afamado club. Y puestos a dejar volar la imaginación, dado que al otro lado de la calle existe una agencia de viajes Nigel Burgess, especializada en travesías por mar de largo recorrido, cabe preguntarse si Phileas Fogg fue su cliente...
Las obras de Julio Verne siempre tuvieron en nuestro país una gran aceptación y acogida. Junto a la consideración de autor imaginativo, fantasioso y "científico", se añadía otra muy importante: era "limpio" en sus historias, en el lenguaje utilizado, y limpios también eran los personajes que creaba. Por lo tanto, las novelas de Julio Verne podían leerse sin poner en peligro a los españoles.
En el terrorífico libro del padre Ladrón de Guevara, Novelistas malos y buenos, donde sólo salva a algunos "mediocres" autores de sus críticas, Verne queda totalmente a salvo de las críticas en estas breves líneas: "Es inofensivo, habla de Dios y de la Providencia no pocas veces, pero no se manifiesta francamente católico, si se exceptúa alguna del tiempo de las guerras de Vendée y de los bretones contra la Revolución, aunque entonces tampoco deja del todo cierta escoria liberal".
A Julio Verne nunca le cayeron demasiado bien ni los británicos ni los españoles. Ningún héroe o protagonista español aparece en la selección de los 410 personajes extraídos de sus Viajes extraordinarios. El estudio, llevado a cabo por María Helena Huet, es citado por J. J. Benítez en su libro Yo, Julio Verne, de imprescindible y curiosa lectura.
Al parecer su postura se dulcificó cuando recaló en Vigo, en Cádiz y en Málaga, donde fue agasajado con recepciones y homenajes. Iba camino del Canal de Suez, la gran obra de ingeniería de su amigo Fernando de Lesseps, que si bien consiguió llevar adelante este magno proyecto, fracasó sin embargo con el del Canal de Panamá.
Julio Verne sería el último en recibir la medalla de la Legión de Honor de manos de la esposa de Napoleón III, la española Eugenia de Montijo. Aparte de leer, muchas generaciones españolas han disfrutado también escuchando la zarzuela Los sobrinos del Capitán Grant, una deliciosa parodia de uno de los títulos más emblemáticos de Julio Verne, con música del maestro Fernández Caballero y libreto de Miguel Ramos Carrión.
De familia burguesa y acomodada, Julio Verne era el mayor de cinco hermanos y a los 11 años intentó fugarse clandestinamente en un barco hacia las Indias. Su padre consiguió, por los pelos, impedir que partiera en el barco Coralie y lo ingresó en el seminario de Nantes.
Enamorado profundamente de su prima Caroline, ésta le rechaza y se casa con otro. Su padre le envía a estudiar Derecho a París cuando cuenta veinte años de edad para hacerle olvidar el mal trago. En la capital francesa entabla amistad con los Dumas, padre e hijo, una relación que será importantísima para su futura carrera literaria.
Se licencia en Derecho en 1849 y se dedica a escribir obras de teatro, con mediocres resultados. Comienza a interesarse por temas científicos y escucha embelesado las aventuras sin cuento de su hermano Paul, que es marino mercante. Sigue enamorado de Caroline, que se ha quedado viuda, pero ésta vuelve a rechazar a su primo Julio.
Defraudado de nuevo, Verne proyecta un matrimonio de conveniencia y lo encuentra en una joven viuda de 25 años, Honorine, que ya tiene dos hijas. Esta decisión será, como confesaría años más tarde, el gran error de su vida. El año 1862 conoce a Hetzel, un editor que cree en él y le publica Cinco semanas en globo, que obtiene un éxito impresionante. Lo mismo sucederá al año siguiente con Viaje al centro de la Tierra.
Y al siguiente con De la Tierra a la Luna. En 1872 abandona París y se va a vivir a Amiens, la ciudad de su mujer. Su único hijo, Michel, le causa graves problemas y es internado durante unos meses en una cárcel de menores. El año 1886 resultará especialmente negro para el escritor. Es víctima de un atentado y su autor es Gastón, un sobrino demente que le dejará cojo. Ocho días más tarde muere su gran amigo el editor Hetzel.
Al año siguiente fallece su madre. En 1888 acepta ser concejal del municipio de Amiens en una lista radical-socialista. Con el comienzo del siglo XX empiezan los achaques. Sufre de cataratas y de diabetes. Y precisamente tras una crisis diabética muere el 24 de marzo de 1905. Tenía 77 años.
Con motivo del Año Verne, las editoriales españolas han editado, y reeditado, numerosos títulos de la prolífica producción literaria del autor. Las vacaciones son un momento ideal y hay donde elegir.
Desde la editorial RBA, que puso a la venta todas sus novelas, incluida la serie de los Viajes extraordinarios, hasta las reediciones muy cuidadas de Alianza, Edaf Anaya Juventud, Abraxas, Espasa... En torno al autor, se han reeditado dos libros muy dispares: Julio Verne, ese desconocido, en Alianza Editorial, escrito por el fallecido Miguel Salabert, y el estudio quizá más serio que se ha hecho en España sobre el autor.
Los fans de J. J. Benítez tienen en su reeditada obra Yo, Julio Verne, en editorial Planeta, un libro curioso. Es asombrosa la cantidad de obras de Julio Verne que han sido llevadas al teatro, al cine y a la televisión. Resulta difícil contabilizar las innumerables adaptaciones cinematográficas, pero sería injusto no citar Veinte mil leguas de viaje submarino, que dirigió Fleischer en 1954, y La vuelta al mundo en 80 días, dirigida por Michael Anderson en 1956.
La primera quizás sea la versión más lograda en cine de una obra de Verne. La segunda, taquillera y facilona, todavía se sigue exhibiendo en las pequeñas pantallas, con una interpretación inolvidable del actor David Niven. En el año 1959, Henry Levin filmó una espectacular versión de la novela Viaje al centro de la Tierra, y tampoco hay que olvidar las dos versiones de Cinco semanas en globo, una de 1962 y otra de 1965.
Muy recomendable para los amantes de estos géneros -cine y televisión- es el libro de Jesús Angulo Las veinte mil caras de Julio Verne, editado por el Festival de Cine de Huesca en el año 2003. Ya en vida de Verne, en el Grand Theatre de Lyon se llevaron a cabo numerosas representaciones de La vuelta al mundo en 80 días con un montaje espectacular.
Dada la imposibilidad de reflejar los numerosísimos eventos que se han organizado tanto en París como en Nantes, Amiens y Le Crotoy en el denominado "Año Julio Verne", reseñamos los e-mail y páginas web más interesantes:
Centre Internacional Jules Verne . 2, rue Charles Dubois, 80000 Amiens.
www.jules.verne.net ? 03 22 45 37 84 Circo Jules Verne-Amiens. mail prac@amiens.metropole.com
Musée National de la Marine. Paris-Palais de Chaillot. Exposición: El romance del mar (hasta el 31 de agosto). www.museemarine.fr
Para "vernianos" y "vernólogos": Viaje al centro del Verne desconocido, "sitio diseñado y mantenido por Ariel Pérez":
Es una creencia casi general que Julio Verne no viajó o que, si lo hizo, fueron escapadas cortas y en contadas ocasiones. Pero Verne viajó. Y mucho. Ya con 11 años intentó fugarse de la casa paterna y embarcó clandestinamente, de polizón, en Nantes, "camino de las Indias".
El padre consiguió impedir esta tentativa a última hora. Con 31 años viajó a Escocia y Londres. Allí visitó los astilleros en los que se estaba construyendo un espectacular transatlántico, el Great Eastern, en el que viajaría ocho años más tarde, en 1867, a los Estados Unidos.
Un año después gastó sus primeros ingresos en la compra de un barco, o más bien un barquito, el Saint Michel I, que más adelante sustituiría por el Saint Michel II y, finalmente, por el yatch a vapor Saint Michel III, al que observaba diariamente, atracado en el puertecito de Le Crotoy, en la bahía de Somme.
Con este tercer barco llevará a cabo uno de sus grandes sueños: viajar por el Mediterráneo hasta llegar al Canal de Suez, crucero que repetirá seis años más tarde. Dos años después de esta última travesía decidió vender el barco, ya que su mantenimiento le resultaba carísimo.
El primer crucero le llevó a Vigo, Lisboa, Cádiz, Tánger, Gibraltar, Tetuán, Málaga y Argel. En el segundo, durante el verano de 1884, navega por el Mare Nostrum. Esta vez recoge a su mujer e hijo en Orán y visitan Argel, Bona, Malta, Sicilia, Nápoles, Civitavecchia, Roma, Florencia, Venecia y Milán. Fue en este crucero donde Verne pudo ver o vislumbrar desde su St. Michel III el faro del fin del mundo, que no es otro que el faro de la Mola de la isla de Formentera, en el archipiélago de las Baleares.
En su novela Héctor Servadac, Julio Verne hace referencia a la isla de Formentera, pero, como bien señala Carlos Garrido en su precioso librito Formentera mágica, Verne comete desatinos al hablar de ella. Es decir, ni pisó la isla ni conoció el faro.
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