Vestigios astures y romanos
Apartados de los grandes flujos, los valles en torno a Benavente secretan historia a flor de piel. Entre bodegas soterrañas y pueblos vaciados, dólmenes neolíticos, castros de la Edad del Hierro y campamentos romanos comparten un paisaje sosegado.

Tres valles y cuatro ríos: los valles de Vidriales, Órbigo y Eria, regados por el Tera, Esla, Órbigo y Eria, a más de regatos feudatarios y acequias laboriosas. El agua abunda, la tierra no es mala, así que ha sido éste un magnífico solar para alzar poblados desde la prehistoria. Muchos asentamientos neolíticos se han borrado, pero han durado los megalitos con que sus moradores trataban de asomarse a la eternidad. Castros astures, enrocados en la sierra de las Carpurias, plantaron cara a los invasores romanos, que armaron en el llano unos soberbios campamentos, luego derivados en ciudad, luego esfumados en el aire, como los castros, como las aldeas neolíticas, por un cambio de rumbo en los vientos de la historia.
Aulas arqueológicas
Con ayuda financiera de la Unión Europea, se estableció hace cosa de un lustro esta ruta arqueológica que flanquea la N-525 (o la paralela autovía de las Rías Bajas). Lo más aconsejable (por razones fundamentalmente logísticas) es comenzar la ruta en la localidad de Santibáñez de Vidriales. Allí se encuentran, frente por frente, el Aula Arqueológica y un pequeño museo. En la primera se puede ob- tener (mediante vídeo y explicaciones) la información necesaria para luego abordar los campamentos romanos. Es más, el Aula está concebida de forma didáctica, casi lúdica, de modo que los alumnos de los colegios, o los miembros de una familia, puedan vestirse de romanos y empuñar unas réplicas exactas de espadas, cascos y armaduras, con todo su peso y tacto. En el museo se conservan piezas originales, halladas por la zona.
Los campamentos romanos quedan localizados a las afueras del pueblo, antes de llegar a Rosinos. Son dos, uno mayor y otro más reducido, posterior, dentro del perímetro del primero. Sólo se ha acondicionado el segundo campamento, marcando perfectamente el cuadrilátero, excavando un pequeño sector y levantando con traviesas de madera parte de su armazón: constaba de una muralla rodeada de foso, con seis torres, cuatro puertas y dos portillos. Allí acampó la Legio X Gémina, la cual, tras ser elegido emperador Vespasiano, se trasladó a la zona del Rhin (y es allí donde arrancan las desventuras de Gladiator , al que se apoda " el Hispano ", en la taquillera película de Ridley Scott).
La Legio X fue sustituida por la VII, y ésta por el Ala II Flavia. A los soldados solían acompañarles familiares, comerciantes, prostitutas, buscavidas; además, el campamento era un foco constante de atracción para los indígenas. Así nació, casi por inercia, la ciudad de Petavonium. Donde ahora se alza, solitaria, la Ermita de la Virgen del Campo estaba el templo de Júpiter y, enfrente, las termas. Una fotografía aérea permite rastrear con una absoluta nitidez las lindes del campamento grande, de la ciudad, del canal que les abastecía de agua. Cuando las legiones se fueron, la ciudad languideció. Pero sigue ahí, sin otra cosa encima más que la hierba y los sembrados, como una fina piel, o un paño mojado que no oculta sus prominencias.
Rituales de la muerte
Una fuente romana puede verse en la localidad de San Pedro de la Viña. Y en Granucillo, dos dólmenes, además de los dientes de un castillo asomando tras una loma. En Arrabalde hay otro dolmen de corredor, muy vistoso (" El Casetón de los Moros "), y un aula arqueológica sobre el castro de Las Labradas en el cerro vecino, y sus tesoros escondidos.
Más adelante, en el municipio de Morales del Rey, el dolmen de El Tesoro cuenta con una réplica para hacerse una cabal idea de este tipo de enterramientos colectivos. En el aula arqueológica se explican también todos los rituales de la muerte, y otras rutinas y costumbres de la vida cotidiana. La última de las aulas se encuentra en Manganeses de la Polvorosa. Es la mejor y la peor: la mejor, porque se hizo en un edificio ex profeso (las otras aulas ocupan unas escuelas desahuciadas); la peor, porque desgraciadamente lo que allí se muestra es el yacimiento de El Pesadero, que quedó aplastado por la autovía en el año 1997. Sólo las fotografías y algunos objetos rescatados dan buena cuenta del poblado de la Edad de Hierro, y del alfar romano de Valerio Tauro, que tenía empleados indígenas y firmaba cada teja cocida en sus hornos: era sin duda una empresa de marca.
Notable centro de mercadeo
Benavente es el punto último de referencia, y anclaje de la ruta. Tiene Parador histórico, buenos hoteles, no malos figones y bastante trajín. Pero las guerras (de la Independencia) y otras calamidades o desidias han hecho de su carnadura urbana un amasijo descon certante y vano. En el cual, no obstante, sobresalen dos joyas que tienen que ver con su historial como notable centro de mercadeo: la Iglesia románica de San Juan del Mercado y, sobre todo, Santa María del Azogue (o sea, también del mercado: al-zouk , el zoco). Sus cinco ábsides coronados con mocárabes de estirpe mora, sus portadas, las yeserías polícromas que están siendo restauradas en el interior, el entorno, en fin, constituyen algo así como el ombligo o mentidero donde pasan las cosas importantes que pasan.
La villa zamorana de Benavente sabe mucho de pasar: el Camino de Santiago pasa por sus calles, y es en la actualidad un importante nudo de autovías y carreteras. Un error, pues, sería pasar de largo.
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