Vanuatu, el país de la felicidad

Playas donde no va nadie cuando tú vas, ríos con langostinos, cero estrés, prisa ninguna, fuera móviles, más canoas que coches... Estos y otros atributos hacen que la República de Vanuatu (las antiguas Nuevas Hébridas), formada por un archipiélago de 83 islas en el Océano Pacífico Sur, situada a 1.750 kilómetros al este de Australia y con poco más de doscientos mil habitantes, haya sido declarada, según un estudio de la británica Fundación New Economics, como el país más feliz del mundo. Se lo ha ganado.

Vanuatu, el país de la felicidad
Vanuatu, el país de la felicidad

¿Cuál es el país más feliz del mundo? Si hay respuesta para eso, tiene que ser Vanuatu, al menos es lo que asegura un estudio de la Fundación New Economics de Gran Bretaña (ver recuadro). Uno cree que se ha tardado mucho tiempo en reconocer que Vanuatu, país independiente desde 1980, cuenta a su favor con tantos parámetros positivos. En primer lugar, tiene numerosas playas donde no va nadie el mismo día que se te ocurre ir a ti. Puedes ser el dueño provisional de muchas olas, el capitán de ríos llenos de langostinos de agua dulce, y el jefe de algunas palmeras bajo las que anidan los cangrejos del cocotero, siempre celosos de esas nueces que parten con sus pinzas y que comen con delectación. No te dan nada, pero tampoco te muerden.

Las selvas de Vanuatu, por otro lado, nunca están llenas de víboras ni de leones, sino todo lo más de algunos zorros voladores, que son apetitosos a la brasa para aquellos que gusten de ese manjar. Todo ello y más con el debido permiso de los nativos vanuateños, pero a ellos no les importan en absoluto las fantasías de los demás mientras tengan, a eso de las seis de la tarde, una cita con la kava, el jugo de una raíz ligeramente narcótica, de uso legal en todo el país, que les sirve para entrar plenamente en el tiempo de los antepasados, es decir, en un tiempo aún mucho más feliz que el actual, que tampoco se queda corto.

Los amantes de encontrar talones de Aquiles en todo no lo llevan fácil en un país como Vanuatu, donde es evidente el nivel de paz y relajación que disfruta la gente. Eso se debe a la falta de estrés y a una radical falta de prisa. Quizá sea porque hay tan pocos coches. En algunas islas el número de canoas supera al de los vehículos motorizados. Tampoco abundan los teléfonos móviles, y en alguna isla, como Ambryn, aún tocan para comunicarse sus grandes tambores rajados, que parecen árboles. Respecto a las oficinas, sí que existen en la capital, Port Vila, pero no del estilo de las que ponen máquinas de café donde despellejar a superiores e inferiores deseando que vengan rápidamente las vacaciones. En Vanuatu las vacaciones ya han llegado, porque están todo el año de ellas. Aunque muchos isleños tengan sus ocupaciones, eso no se puede definir como trabajo a la occidental. La gente se gana la vida un poco, pero sin insistir, y además para qué. Todavía no han puesto grandes almacenes, ni grandes plazas de toros, ni grandes salas de rock and roll, ni nada grande. Todo resulta pequeño, a una escala humana; incluso la capital se reduce a una calle larga, la Kumul Highway, y luego a una serie de casas desperdigadas por las laderas de los montes, o en las orillas de las ensenadas y de los islotes adyacentes.

Pero cuantifiquemos, que a algunos les gustan las cifras más que las letras, siempre ambiguas. La República de Vanuatu es un conjunto de 83 islas, de las cuales apenas un tercio están habitadas. El resto son cientos de islotes para coger lapas y cantidad de cayos para observar cómo cambian de concha los cangrejos ermitaños. Y es que a lo largo de los más de mil kilómetros por los se diseminan las islas de Vanuatu predomina una absoluta falta de superpoblación. Todo el país (poco más de 200.000 personas) cabría en un estadio de fútbol, apretándose un poco.

Los ciudadanos de Vanuatu son en su inmensa mayoría melanesios, de piel negra y con grandes narices de tipo semítico. No hay que juzgar a nadie por su apariencia. Durante mucho tiempo estuvo muy extendida la práctica del canibalismo en las Nuevas Hébridas, el antiguo nombre colonial del país. Sin embargo, uno no cree lastimar la verdad diciendo que los antiguos caníbales se encuentran entre las personas más agradables del mundo que ha podido conocer. En toda la Melanesia, y de forma especial en la República de Vanuatu, se percibe una evidente amabilidad hacia el forastero. Los vanuateños, luego, están dotados de un sentido tan alto de la hospitalidad que es difícil no sentirse a gusto una vez llegados a esas playas sin chiringuitos ni bananas móviles ni el paracaídas cautivo ni el persistente vendedor de alfombras. Eso suponiendo que uno quiere arenales y no montes, o costumbres, o ritos, o mares... o todo.

Porque todo, si acaso, también existe allí. Es "Bali Hai", el nombre y la imagen del paraíso en esta vida. Un sitio naturalmente inventado por James Michener, el escritor norteamericano de Relatos del Pacífico Sur, que pasó en Vanuatu la Segunda Guerra Mundial como soldado. Pues bien, Bali Hai está en Vanuatu, según Michener, y podría coincidir con la isla de Maevo. O Maewo, que también se pronuncia así la gracia de una isla larga como un cigarro puro, con 56 kilómetros de arenas negras y palmerales. Teniendo Maevo una anchura máxima de 7,5 kilómetros, en algún punto de la isla se puede ver con un ojo una orilla y con el otro la contraria, abarcando dos mares y a lo mejor de distintos colores, según el día y las olas.

Maevo fue bautizada como "Aurora" por el navegante francés Bougainville. Tampoco era mal nombre. En unión de Ambae, su isla hermana, Maevo forma un pequeño grupo insular situado hacia la mitad norte del país. Casi todos los viajeros van a Pentecostés, la gran isla vecina, de forma que Maevo y Ambae se quedan para vestir los santos de sus tradiciones, que aún son muy fuertes y mágicas, pese a que el cristianismo entró de alguna forma en el siglo XIX. El principal factor para que las goletas del pasado no recalasen en Maevo y Ambae fue su escasa población (hay ahora unas 3.000 almas en Maevo y un poco más del triple en Ambae). El asunto es que no sólo había allí poca gente que reclutar como mano de obra forzosa, tampoco había sándalo, como en la rica y muy caníbal Erromango, isla al sur del país. Por otro lado, en Maevo y Ambae, dado lo accidentado del terreno, se secaba poca carne de coco para hacer copra. Pero en ese par de islas había y hay un tesoro mayor: gente con una tez de color café con leche, y ellas dueñas de impresionantes y sedosas melenas.

La impronta física y cultural resulta allí más polinesia que melanesia. Incluso su mitología tiene claros rasgos polinesios. Se cree que Ambae fue la mítica morada de Tangaro, el dios que en las islas Cook y otras partes del Pacífico es conocido como Tangaroa, divinidad suprema de grandes atributos sexuales. Según una leyenda que ha quedado en Ambae, el dios Tangaro vino navegando desde Samoa en el siglo XV de nuestra era. Quizá sea decepcionante que un dios sea tan joven y que use barcas para moverse en vez de la fuerza de su pensamiento o la velocidad de la luz. Pero Tangaro también era capaz de coger un volcán humeante de Ambae y trasplantarlo a la isla de Ambryn como si fuese una simple maceta.

El Tangaro divino, el que quitó un volcán a Ambae, lo compensó ampliamente haciendo brotar tres lagos en esa isla. Uno es verde, el lago Vui, y a 300 metros de él se encuentra el lago azul Manaro Lakua, que está repleto de peces. Ambos son "los ojos de Lombenben". Luego hay otra laguna, siempre con fumarolas en sus inmediaciones, y con agua dulce y clara a casi 1.500 metros de altitud.

Pues bien, ahí mismo, o si no muy cerca, está Bali Hai, la isla diez para James Michener. Un ejemplo de cómo la tranquilidad, los buenos alimentos, el aire limpio, el agua fresca o las sonrisas pudieron hacer mella en un infante de Estados Unidos, como ahora puede seguir haciéndolo en un viajero con los ojos abiertos. En la Segunda Guerra Mundial, Vanuatu se salvó de los bombardeos japoneses y no fue más que un inmenso depósito de mercancías bélicas. Ya en tiempos de paz volvió Michener y halló un paraíso elevado al cubo. Maevo seguía siendo fabulosa, aunque lo mismo que decenas de islas. Todas las playas estaban limpias de botas de soldados, los cocoteros apuntaban sus proyectiles sobre la arena desierta y las muchachas se habían puesto más bellas y fornidas a base de comer mariscos y tubérculos sin echar de menos las chocolatinas. Sin embargo, fue en eso cuando Michener vio una doncella de Maevo, algo más polinesia que melanesia, más sedosa que arisca, y del suspiro que dio le surgió la historia de Bali Hai.

Cree uno que casi todas las islas de Vanuatu se merecen un premio a la perseverancia en la belleza, por la calidez de sus gentes y aguas, por el gusto de sus frutas.

Y de todo lo demás. Todavía hoy sería un señor viaje ir a los atolones del norte del país, en las Torres y Banks, ya casi en el confín de las Salomón. Toda una aventura cortés y meditada llevaría a los bosques de Santo y a los poblados más remotos de Pentecostés y Malekula. Y luego hay una isla en el sur del país que compendia casi todo lo bueno y parte de lo mejor. Es Tanna, donde siguen vivos y palpitantes los cultos del carguero, muchos de ellos, como el de John Frum, motivados por la fascinación que produjeron las riquezas bélicas de los norteamericanos. Y donde abundan los cerdos casi con categoría divina. O humana.

Aparte de tener Tanna maravillosos peces de los corales, también cuenta con dugongs, que andan por la bahía intrigando a la gente, que no sabe si son carne o pescado. Y, por supuesto, en Tanna siguen también activos los volcanes, sobre todo el Yasur. Un día el famoso vulcanólogo francés Haroun Tazieff puso cables y geófonos para seguir los movimientos de ese volcán, pero los habitantes de Ikepel, el poblado cercano, le dijeron que estaba molestando a Iarpopangi, la divinidad que duerme en la lava. Parece que ese espíritu del Yasur les habla por la noche y les dice lo que han de hacer. Y la gente va y lo entiende.

En Vanuatu se habla casi un millar de lenguas distintas, lo que significa una de las mayores riquezas lingüísticas de este planeta. En una pequeña isla como Malekula existen 35 idiomas (algunos con sólo una decena de parlantes) y hasta 80 dialectos. No extraña que algunos entiendan el lenguaje de los dugongs y los volcanes.

Pedro Fernéndez de Quirós la bautizó como "Tierra australiana del espíritu Santo"

Los españoles fueron los primeros europeos en visitar Vanuatu en el año 1606. Pedro Fernández de Quirós bautizó ese país como "Tierra Austrialia del Espíritu Santo", un homenaje a la Casa de Austria y a la Tercera Persona de la Trinidad. Sin olvidar que Quirós buscaba la Tierra Austral del mundo. El siguiente viajero importante fue el francés Louis-Antoine de Bougainville, quien en 1768 descubrió Maevo y Ambae, aunque probablemente Pedro Fernández de Quirós las avistara antes, lo mismo que las islas Pentecostés, Torres, Banks y, por supuesto, Espíritu Santo. El bautizo de mayor calado para el archipiélago fue el de James Cook. Impuso el nombre de Nuevas Hébridas, vigente hasta la independencia del país en 1980. Desde ese año se llama Vanuatu, con el significado de "Nuestra Tierra" en bislama, que es el chabacano o "pidgin" local. A principios del siglo XX, Francia y Gran Bretaña instauraron en Nuevas Hébridas un régimen colonial conjunto llamado Condominio. Fue una experiencia singular que llevó a crear dos policías, dos hospitales, dos escuelas, dos idiomas... Por eso el Condominio fue más conocido como el "Pandemonio".

Cómo se mide el índice de la felicidad

Vanuatu es el mejor país para vivir si lo que uno quiere es felicidad y ecología y sus sutiles combinaciones. Es lo que sugiere la clasificación establecida por la Fundación británica New Economics con su "Índice del Planeta Feliz". Vanuatu ha obtenido ahí la primera posición. España ocupa el puesto 85, aunque Francia está en el lugar 129 y los Estados Unidos en el 150. La fórmula de esa felicidad, más mágica que matemática, consiste en dividir bienestar y esperanza de vida por impacto ecológico. Eso es lo que genera que Vanuatu esté en la cabeza de la clasificación y que países como Colombia y Costa Rica hayan conseguido también buenos puestos. En la cola, en cambio, aparecen los africanos Zimbabwe y Burundi.

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