Sorprendente Tallin, un paseo por la Capital Verde Europea 2023

Eclipsada por la belleza de su imponente casco medieval intocado, la otra Tallin es joven, moderna y vibrante. Tiene arquitectura contemporánea premiada, arte rompedor, numerosas propuestas de sostenibilidad y todo un barrio dedicado a la cultura alternativa, entre otras cosas. Vamos a recorrer la Capital Verde Europea 2023.

Tallin

Vista aérea de Tallin con la iglesia de San Nicolás en el centro.

/ Kris Ubach

La chica que está tomando café en la mesa contigua lleva el pelo teñido de rosa y el flequillo de un intenso tono azul. Viste ropajes anchos, extremadamente anchos y unos vaqueros desgajados que dejan las rodillas al aire. Mi vecina de desayuno debe rondar la veintena e igual que el resto de jóvenes de su generación, siempre ha conocido Telliskivi como lo que es hoy: el epicentro de la cultura alternativa, de las boutiques de autor y de las noches de cerveza hasta las tantas.

Podríamos decir que este barrio de Tallin es la versión estonia de aquellos berlineses Prenzlauer Berg o Friedrichshain que por los avatares de la historia quedaron en la parte soviética del muro y que en los noventa renacieron como algo distinto para erigirse como símbolos de la contracultura europea. Mi compañera de cafetería nunca lo vio, pero quizá sus padres sí lo hicieran y con toda seguridad sus abuelos recuerdan cuando todo este conglomerado de galerías de arte, talleres de diseñadores centrados en la sostenibilidad y cafeterías de aspecto posindustrial no eran otra cosa que las instalaciones de la colosal —y hermética— fábrica Kalinin.

Tallin

Museo Fotografiska, en Telliskivi

/ Kris Ubach

Hoy, en los módulos más o menos rehabilitados donde antaño se producía maquinaria pesada conviven unas 250 empresas que representan todo el abanico posible de startups artísticas o tecnológicas, galerías, un hotel hecho con contenedores de carga y hasta un restaurante con estrella (verde) Michelin. Todo en este lugar, y en realidad muchas cosas en Tallin, son muy como mi vecina de pelo rosado: jóvenes, dinámicas, atrevidas y con un futuro brillante.

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Torre Pikk Jalg

/ Kris Ubach

Este barrio pide ser visitado sobre todo si uno tiene inquietudes artísticas, musicales (aquí se celebran varios festivales) o hambre de arquitectura posindustrial. Y el abundante arte urbano —una de las muchas obras murales la firma el cotizado artista Bordalo II— es un buen preludio visual al prestigioso museo Fotografiska. Con sedes en Estocolmo, Berlín, Nueva York, Miami y Shanghái, en sus paredes se exhibe todo lo bueno que el arte fotográfico ha dado al mundo desde Andy Warhol o Frank Ockenfels hasta brillantes autores contemporáneos como la artista china Pixy Liao. Un poco más allá, ocupando el espacio de la antigua estación de trenes de Tallin, está el mercado Balti Jaama, donde los vecinos del barrio suelen hacer sus compras. El orden y la pulcritud en todo es máximo. Hay fruta y verdura expuesta con orden milimétrico, pescados que esta mañana nadaban en el Báltico y toda una miríada de restaurantes donde comer samosas, Kiluvoileib (sándwich de pescado), sopas de carne, pizzas o sushi. En el piso superior de Balti Jaama, una de las pocas concesiones que hay en Tallin al pasado comunista del país es el mercado de anticuarios, donde entre multitud de cachivaches aún aguantan en pie unos cuantos iconos de Lenin y algunos ositos Misha. 

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Raejoka plats, plaza del ayuntamiento

/ Kris Ubach

Pero Telliskivi no es el único barrio que brotó sobre las cenizas de lo que antes era otra cosa. Otro distrito más elegante, más comercial y situado en el otro extremo de la parábola de lo underground es el de Rotermann. La zona debe su nombre a un industrial sombrerero que amasó una ingente fortuna a principios del siglo XIX y que legaría a la ciudad toda una saga de Rotermanns que dieron continuidad a la suerte empresarial de su progenitor. A aquellos almacenes de mercancías que contuvieron sombreros se le unieron con el tiempo depósitos de sal, de harina o de lana, así como varias factorías de pan, madereras, hilaturas e incluso una destilería de vodka. Este macrocomplejo fabril prosperó hasta que la Segunda Guerra Mundial y la ocupación soviética pusieron patas arriba los negocios de los Rotermann, de Tallin y de todo el país.

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Mural en Telliskivi

/ Kris Ubach

Saltando mucho en el tiempo llegó el año 1991, la independencia, y con ella los tallineses reivindicaron su modernidad empezando la reconversión del viejo polígono en desuso. El antiguo almacén de sal se convirtió en el Museo de la Arquitectura Estonia y con los años los más prestigiosos arquitectos del país fueron llamados a idear construcciones contemporáneas (im)posibles para rehabilitar el resto de edificios. La mezcla de ladrillo industrial y los añadidos futuristas ricos en metales y cristaleras no fueron del agrado de todos en Tallin, pero sí de los jurados del European Union Architectural Award y del National Heritage Board, que les concedieron sendos premios en 2009 y 2016.

Un parque con mucho arte

En esta Tallin que es realmente rompedora —incluso hay robots por las calles que reparten comida a domicilio— aún me quedarán muchas cosas nuevas por ver. Una de ellas está en el señorial parque de Kadriorg, extensa zona verde a la sombra de robles y los castaños de Indias que antaño ejerció como residencia veraniega para los zares. Hoy, el palacio barroco diseñado para Pedro I de Rusia alberga el Museo de Arte de Kadriorg, en cuyas estancias saturadas de molduras y lámparas de lágrimas, el pintor flamenco Pieter Brueghel se codea con su coetáneo Cranach el Viejo. De puertas afuera, los antiguos jardines privados son hoy un espacio natural muy propicio para tomar el sol, el running, pasear con los niños o estar al día de las últimas tendencias artísticas exhibidas en el KUMU Kunstimuuseum. 

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Parque Nacional de Lahemaa

/ Kris Ubach

Esta mañana, un grupo de escolares se apiña en la puerta de este museo de arte contemporáneo y junto a ellos unos jubilados alemanes se colocan las audioguías para seguir discretamente las explicaciones en su idioma. Y es que todas las edades son buenas para descubrir que los estonios siempre fueron artísticamente muy prolíficos. Más allá del arte local de las primeras décadas del siglo XX, de los creadores de avant-garde de la era soviética y del novísimo arte sonoro y audiovisual, está el envoltorio que los cobija, el propio edificio del KUMU, una extravagancia de cristal y hormigón que por sí sola ya merece la pena. En la cafetería del complejo, por cierto, sirven unas tostadas con salmón, unas sopas de champiñones y unas tartaletas de arándanos que ayudan a recuperar fuerzas para seguir adelante con las visitas.

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Museo Fotografiska

/ Kris Ubach

Y es que, en Tallin, el asunto de los cafés con encanto es cosa seria. Me lo cuenta mi amiga periodista, Kristi Pärn-Valdoja, directora de la revista femenina de moda Säde, quien me cita en uno de estos locales que son tendencia en la ciudad. Sin salir de la elegante Kadriorg, nos vemos en NOP, un espacio que es a la vez un supermercado orgánico, una pastelería casera, una cafetería y un coworking improvisado. Kristi me da las pistas para hacer un recorrido cafetero-pastelero por la ciudad.

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Cafetería RØST

/ Kris Ubach

Podría arrancar en la ya conocida Rotermann para codearme con los modernos en el RØST, donde lo suyo es tomarse un café de Etiopía con un bollo de canela; después seguiría por Päris, un local distinguido muy a la francesa, donde los pain au chocolat conviven con los brioches, las tartas de manzana y los tés de especialidad. Hay más en el área de Telliskivi a los que ya acudí: Aarde Bakery Bread Studio, con unos panes de centeno que quitan el sentido, o Fika, con sus cappuccinos de colores, donde coincidí con la chica de pelo rosa. Uno más, favorito entre muchos jóvenes universitarios de Tallin, es Kiosk Nº. 1, un garito encantador tan escueto como popular donde igual sirven cafés con leche cremosos que cervezas artesanas.

Las mejores vistas

Y ya que esta última cafetería está muy cerca de las murallas del maravilloso núcleo histórico, abordaré ya esta parte de la ciudad que, como en las buenas películas, he dejado para el final. La parte alta del casco antiguo de Tallin es Toompea, que se alza orgullosa en forma de ciudadela sobre el resto de la ciudad vieja. Toompea siempre fue el lugar de residencia de la nobleza feudal, de su brazo armado y de un obispado que desde aquí arriba extendía sus tentáculos de poder sobre los mercaderes y artesanos que habitaban en la parte baja de la villa medieval. 

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Mural en la Ciudad Creativa de Telliskivi

/ Kris Ubach

Hoy los miradores de Toompea que todo lo ven son —con perdón del campanario de San Nicolás— el mejor lugar de la urbe para hacer panorámicas; y eso lo saben bien los turistas que Google Maps en mano suben y bajan escalinatas y se cuelan por intrincados callejones para encontrar la atalaya perfecta para sus selfies. La ruta más evidente para subir a Toompea es a través de la Pikk Jalg, una robusta torre de perfiles medievales en la que no solo vivieron algunos conocidos artistas estonios, sino que cuenta con sus propios fantasmas residentes. Callejón adoquinado arriba, siguiendo la vieja muralla, tres estatuas de tres monjes recuerdan que las presencias fantasmales más activas son precisamente estas, las de oscuros frailes sin rostro.

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Oficinas en el distrito de Rotermann

/ Kris Ubach

Al margen de los espectros y del jugoso beneficio que estos puedan aportar a los guías especializados en el tema, los muros y las muchas torres de la Tallin medieval cuentan las historias reales de aquellos tiempos en que la ciudad estuvo dominada por los daneses, los templarios (los Hermanos Livonios de la Espada la tomaron en 1224), los miembros de la Liga Hanseática, los suecos y los rusos. En el siglo XXI Toompea sigue frecuentada por la élite política y eclesiástica del país y no muy lejos la una de la otra se encuentran las iglesias Toomkirik (luterana) y Alexander Nevsky (ortodoxa rusa), además de varias embajadas y el Castillo de Toompea, hoy sede del parlamento de Estonia.

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Interior del KUMU Kunstimuuseum.

/ Kris Ubach

Ya escaleras abajo para llegar a la villa en la que siempre vivió el pueblo llano, Tallin despliega encantos de postal después de que —tras décadas de pátina en negro— los edificios medievales se remozaran y se pintaran de nuevo en colores pastel. La ciudad baja es pues el mascarón de proa de esa Tallin de esplendor que protagoniza portadas de revistas y de folletos turísticos: una bombonera muy bien surtida. Muchas son las torres y los muros que la abrazan, pero ninguna es tan famosa como la puerta Viru, una de las barbacanas de un sistema defensivo del siglo XIV que a día de hoy aún conserva intactas 26 torres y más de dos kilómetros de muros impenetrables.

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Torres y muralla medieval en Lindamäe Park, en Toompea

/ Kris Ubach

Viru es la puerta que sin solución de continuidad nos transporta desde la Tallin de las amplias avenidas, los edificios de cristal y los grandes almacenes a la de los callejones angostos, los adoquines y las casas abuhardilladas que son Patrimonio de la Humanidad. Si uno ha estado en Lübeck, Riga o Bergen reconocerá aquí la misma arquitectura preciosista que denota que tras estas residencias estaba el poderío económico de los mercaderes hanseáticos que dominaron el Báltico entre los siglos XIII y XV. Los arqueólogos estonios del siglo XXI todavía encuentran barcos de madera que pertenecieron a estos mercantes cada vez que se levanta el suelo del puerto para hacer una obra.  

Emblemas del casco antiguo

Desde la puerta Viru andar en cualquier dirección siempre tiene premio, pues del casco antiguo nada es desdeñable. Aquí o allí hay un tramo de muro, una torre, un patio trasero, una pequeña estatua, una escalinata encantadora o un edificio que siempre estuvo allí. Literalmente. En las plantas a pie de calle de estas viviendas, allí donde se vendía pescado seco, lana o cerveza, hoy se abren cafés con encanto (cómo no), tiendas de artesanías, joyerías que venden ámbar que no es estonio, sino de Kaliningrado, y restaurantes en los que comer a cualquier hora. Pero es en Raekoja plats, la plaza del ayuntamiento, donde se ubican los emblemas más antiguos de Tallin, esto es el último ayuntamiento gótico del norte de Europa —de 1371— y una farmacia, la Raeapteek, que lleva aliviando las dolencias de los tallineses desde 1422.

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Cocina sostenible en Noho, Rotermann

/ Kris Ubach

Hay cola para entrar en la botica y también para sacar dinero del cajero contiguo; también hay una pequeña aglomeración que espera para hacerse una foto a solas con el ayuntamiento detrás y otro grupo que hace fila para coger mesa en alguna de las muchas terrazas que flanquean el perímetro de la plaza. En este concreto rincón de Tallin hay muchos de esos turistas que se apresuran después de que un crucero les haya posado en el muelle y les haya dado cuatro horas para conocer la ciudad. Para conocerla o para ver de ella un tráiler más bien. 

Me gusta este barrio bajo que impresiona por vetusto, pero me quedo con la Tallin de los cafés y los bollos de canela, con las tiendas de diseño sostenible, con el arte urbano de Telliskivi, con los robots que reparten verdura desde Balti Jaama, con las sopas de carne, con los castaños de Indias y los Brueghels de Kadriorg. Y se necesitan más que cuatro horas para conocer eso, muchas más. 

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