Sicilia mediterránea con carácter

Ha sido fenicia, griega, romana, árabe, normanda y española. Sicilia puede presumir tanto de su historia como de una variedad de paisajes casi única en Europa. Palermo, la capital, es un excelente ejemplo arquitectónico, con magníficos palacios, iglesias y capillas que en sus mosaicos interiores lucen una de las policromías más espectaculares del planeta. Pero Sicilia es más que Palermo. La isla más grande del Mediterráneo tiene carácter, mucho.

Puerto pesquero en Sciacca

Ha sido fenicia, griega, romana, árabe, normanda y española. Sicilia puede presumir tanto de su historia como de una variedad de paisajes casi única en Europa. Palermo, la capital, es un excelente ejemplo arquitectónico, con magníficos palacios, iglesias y capillas que en sus mosaicos interiores lucen una de las policromías más espectaculares del planeta. Pero Sicilia es más que Palermo. La isla más grande del Mediterráneo tiene carácter, mucho.

/ Eduardo Grund

Setecientas mil almas viven oficialmente hoy en Palermo, aunque si se lo preguntas a cualquier vecino de esta ciudad de tráfico irritante te contestará con rotundidad que sus habitantes suman un millón. Una ciudad históricamente cubierta por el polvo de la historia, maltratada por terremotos, planes urbanísticos y bombardeos durante la II Guerra Mundial, que ha recuperado parte de su esplendor tras lograr en julio de 2015 que la Unesco reconociera como Patrimonio Mundial alguno de sus monumentos, caso de la Capilla Palatina. Pero la historia de Palermo, que no la de Sicilia, toma protagonismo después de la antigüedad, cuando este puerto se convirtió en la capital de la isla más grande del Mediterráneo gracias al impulso de los conquistadores árabes.

Para hacerse una idea del poder de ese Palermo musulmán, poblado por 350.000 habitantes, baste decir que solo una ciudad en el siglo X, Córdoba, era capaz de superarla en empuje cultural y económico. Los árabes permanecieron en la isla 200 años. Su suerte cambió cuando el Papa Nicolás II pidió ayuda en 1061 a los normandos, instalados en el sur de Italia, para expulsarles. La guerra duró treinta años, pero el rey normando Roger II, cautivado por la cultura y las artes musulmanas, permitió que siguieran viviendo en Sicilia y algunos de ellos participaron de manera decisiva en la construcción de los edificios más relevantes de la época, creando un nuevo estilo arquitectónico: el árabe-normando. La huella española vino después con la Corona de Aragón, que instaló parte de su Corte en la isla, y con la Corona de España, encabezada por los Borbones. Durante tres siglos la transformaron en una moderna urbe barroca, con un barrio situado junto al mar, Bagueria, que crecía con majestuosos palacios de verano.

Orient Express compra dos hoteles en Sicilia
Orient Express compra dos hoteles en Sicilia

Ruta por Palermo

Hay que perderse por las viejas y estrechas callejuelas de Palermo antes de iniciar la ruta clásica monumental. Por esas antiguas vías, donde todavía es posible ver cómo las mujeres tienden la ropa a la vista de todos. Es mejor evitar el coche, pues las obras del tranvía contribuyen al caótico tráfico de la ciudad y se aconseja caminar. Escucharemos así cómo sus habitantes hablan en los tres idiomas de la ciudad, mezclándolos en muchas ocasiones: el italiano para charlar sobre temas serios; el siciliano y el palermitano, ambos, sobre todo este último dialecto, indispensables en las conversaciones más chistosas. La Puerta Nuova (del año 1460), que separaba la ciudad vieja de la moderna, puede ser el punto de arranque de esta ruta. A su lado se encuentra el Palacio de los Normandos, edificado por orden del citado Roger II entre los años 1132 y 1143, y sede hoy del gobierno regional de Sicilia. En su interior, la Capilla Palatina es el máximo exponente del arte árabe-normando, con sus magníficos mosaicos de inspiración bizantina. Hay que dirigir la mirada hacia su rico techo traído de El Cairo, brillante con sus teselas que incluyen cenefas árabes y elementos ortodoxos, así como al altar, con la impresionante figura del Pantocrátor (“Yo soy la luz del mundo”, reza en latín y griego), rodeada de ángeles y arcángeles, y las naves laterales con escenas del Viejo y del Nuevo Testamento, dignas de descifrar con detenimiento. La capilla es uno de los escenarios favoritos para las parejas de novios que quieren casarse en Palermo y mantiene sus oficios diarios a las ocho y media de la mañana.

Enfilando la vía Vittorio Enmanuele, antigua vía Toledo, hacia el mar cruzaremos por la Piazza Quatro Canti, plaza octogonal con cuatro fachadas cóncavas del siglo XVII, distribuidas en tres órdenes con las estatuas de las cuatro estaciones, los reyes españoles Carlos I, Felipe II, Felipe III y Felipe IV y las cuatro antiguas santas palermitanas (Ninfa, Ágata, Cristina y Oliva). A la izquierda de este bello recinto se erige el Teatro Massimo (s. XIX), el más grande de Italia. Es conocido también porque Al Pacino y Diane Keaton rodarpn en él algunas escenas de El Padrino III. A la derecha de la vía, a solo unos pasos, brilla la Fontana Pretoria, traída desde la Florencia renacentista, que los palermitanos denominan Fuente de la Vergüenza, pues todas sus imágenes aparecen desnudas. Muy cerca, completan este bello espacio urbano el Ayuntamiento y la Martorana, a la espalda de la casa consistorial. La Martorana, o Concatedral de Santa María del Almirante, o Parroquia de San Nicolás para los griegos, es otra bella iglesia repleta de mosaicos dorados que nos traslada al mundo de Las 1.001 noches. San Cataldo es otra joya medieval donde se dice que los templarios rezaban antes de viajar a Tierra Santa para luchar en las Cruzadas.

El paseo por Palermo depara más sorpresas a medida que se penetra en su laberinto urbanístico. Están las momias centenarias del convento de los Capuchinos y un macabro tour a través de sus catacumbas. También los mercados vivos, representados por Il Capo y Ballaro, una vez que la Vucceria ha caído en desgracia entre los propios palermitanos. La catedral, de aire oriental, que ha perdido con los siglos su majestuosidad, guarda los sepulcros de Roger II, su hija Constanza de Aragón y sus sucesores en la Corona, Federico I y Federico II. En la misma plaza del duomo se encuentra la estatua de la santa más venerada por los palermitanos, Rosalía, objeto de dos procesiones muy populares en la ciudad, los días 14 de julio y 4 de septiembre. Sus restos también se custodian en la catedral.

Las provincias de Trapani y Agrigento

Al abandonar Palermo en dirección a las provincias de Trapani y Agrigento, la costa meridional siciliana sorprende por sus ruinas griegas y por sus extensos arenales, mientras en el interior se descubre esa Sicilia agrícola con carreteras estrechas repletas de pequeños tractores que transportan las mejores olivas del país, uvas que se convierten en vinos muy apreciados y últimamente granadas, un nuevo cultivo en esta zona que guarda gran parecido con algunos rincones de Andalucía. Un bello contraste con esa otra Sicilia marinera que sigue conservando la flota pesquera más importante de Italia y una de las principales de todo el Mediterráneo. Junto al mar se levantan los más impresionantes yacimientos griegos fuera del país heleno. El Valle de los Templos, al sur de Agrigento, tiene fama mundial por sus nueve templos conservados, con el Templo de la Concordia al frente. Si no se desea llegar a este destino más alejado desde Palermo, las ruinas de Selinunte son tan sorprendentes o más que las anteriores y fueron edificadas en el mismo siglo (VI a.C). Selinunte fue fundada en el año 651 a.C por los colonos de Megara Hyblaea, una colonia de griegos que ya vivía en Sicilia, junto a un activo puerto del Mediterráneo. Hoy se puede visitar un parque arqueológico con más de 40 hectáreas para descubrir lo que constituyó la antigua acrópolis, sus calles y santuarios, y admirar los templos dedicados a Zeus y Hera, dos colosales construcciones del mundo griego situadas entre las colinas y los escarpados acantilados que caen al mar.

Selinunte pertenece a Castelvetrano, en la provincia de Trapani, y es famosa en Italia por su pan negro, aliñado normalmente con el mejor aceite de Sicilia, orégano y sardinas saladas. Su centro histórico destaca por sus palacios nobiliarios y por la iglesia de San Domenico, cerrada hasta 2014 por los habituales terremotos que ha padecido la zona. Algunos califican a este templo como la capilla sixtina de Palermo, una comparación quizás exagerada, aunque su visita resulta recomendable en una ciudad, como casi todas en esta isla, que no destaca por la belleza exterior de sus casas. Sus habitantes no dan importancia al aspecto de sus fachadas, que en muchos casos se muestran inacabadas o abandonadas. Algo peor es el aspecto de Partanna, a 14 kilómetros de Castelvetrano, seguramente el municipio del valle de Belice más afectado por el terremoto de 1968. Sus monumentos más importantes, si exceptuamos el Castello del Grifeo, permanecen en ruinas. La Iglesia Madre y los templos del Purgatorio o de San Francisco, en el que aguanta en equilibrio casi milagrosamente su esbelto campanile, forman una imagen fantasmal de un pueblo cuya plaza principal está dedicada a los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, que fueron asesinados por la mafia en 1992.

Por la línea de la costa

Volviendo a la línea costera, pero ya en la provincia de Agrigento, el puerto pesquero de Sciacca es una parada recomendable. Desde su puerto, esta ciudad de casas coloreadas y llenas de luz parece una Marsella siciliana, con acantilados hermosos, buena artesanía y un original carnaval que se celebra en la Piazza Scandaliato, muy próxima al Ayuntamiento, con unas vistas excepcionales hacia el Mediterráneo. El director de cine Federico Fellini fue uno de sus grandes defensores. De ahí que rodara algunas de sus películas en esta villa famosa también por su oferta termal, aunque desgraciadamente para sus habitantes sus históricas instalaciones para tomar las aguas llevan un tiempo cerradas al público.

Vista nocturna de Caltabellota
Vista nocturna de Caltabellota / Eduardo Grund

En verano es muy corriente acudir a las playas de Sciacca que se encuentran a un lado y a otro de la ciudad, aunque la excursión más popular es acercase tierra adentro, a unos 20 kilómetros, a Caltabellotta. Este bonito pueblo, desplegado en las faldas de un espectacular promontorio que se eleva 950 metros sobre el nivel del mar, cuenta con un puñado de pequeñas iglesias encantadoras y una antigua catedral que hay que visitar una vez que se haya subido al monasterio de San Pellegrino. Este viejo templo, emplazado en una montaña habitada por eremitas, recuerda de alguna manera al célebre de la película El nombre de la rosa, por su tortuosa subida, aunque la ascensión merece la pena para conocer la leyenda del santo que resultó victorioso ante un malvado dragón, y recorrer la gruta subterránea del eremita que, según la tradición, convertía la comida en piedras.

De regreso al aeropuerto de Palermo-Punta Raisi, un viejo pueblecito requiere una última parada. Lleva el nombre de Giuliana y muestra en su parte más alta el castillo de Federico II de Sicilia, tercero de los hijos de Pedro III de Aragón y de Constanza de Hohenstaufen. Federico II, rey políglota, fue excomulgado por el Papa Juan XXII. Fue también emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de Chipre y Jerusalén. Los historiadores aseguran que su logro más importante fue que los sicilianos consideraran a la Casa de Aragón como propia y por eso sus restos descansan, junto a otros de su misma dinastía, en la catedral de Santa Agata, en Catania. Hoy, desde la torre del homenaje de este castillo de Giuliana se divisan sus dominios en una panorámica espectacular de 360 grados, mientras que en el interior de la fortaleza se organizan comidas y charlas sobre este monarca poco conocido en España, pero que fue uno de los más interesantes de la historia universal.

Claustro de la catedral de Monreale
Claustro de la catedral de Monreale / Eduardo Grund

La catedral del oro

A menos de 15 kilómetros de Palermo surge en el horizonte la ciudad de Monreale, en los límites de la fértil Conca d’Oro, a la que hoy los palermitanos llaman cuenca de cemento por su excesiva urbanización después de la II Guerra Mundial. Esta localidad es conocida por su Catedral de Santa María la Nueva, fundada en 1172 por el rey normando Guillermo II. Es un sensacional ejemplo de la arquitectura románica, con aires bizantinos e islámicos. Presidido por un centenario reloj preciso, en el que curiosamente se puede leer la frase Tuam Nescis (“Tu hora no la conoces”), es este el edificio normando más importante de Europa. En su interior destacan los mosaicos de los siglos XII y XIII, que representan escenas del Antiguo Testamento y los Evangelios, para los que se necesitaron 2.200 kilos de oro. Estos mosaicos cubren más de 6.000 metros cuadrados y se mezclan con las columnas decoradas en mármol y las estalactitas de influencia árabe del cielo raso del crucero. La temática de los mosaicos abarca desde la Creación hasta la Pasión de Cristo, destacando entre sus joyas más relevantes el ábside, presidido por un Pantocrátor que corona la jerarquía de la Virgen, los ángeles y los santos. No se debe abandonar la catedral sin visitar el portentoso claustro normando que formaba parte del convento de los benedictinos. Sus 228 capiteles románicos (s. XI), de gran belleza, son obra de albañiles borgoñeses y provenzales, con iconografías que combinan lo religioso y lo pagano, los elementos clásicos y la mitología popular. Están siendo restaurados meticulosamente por el artista Cesare Tini.Ha sido fenicia, griega, romana, árabe, normanda y española. Sicilia puede presumir tanto de su historia como de una variedad de paisajes casi única en Europa. Palermo, la capital, es un excelente ejemplo arquitectónico, con magníficos palacios, iglesias y capillas que en sus mosaicos interiores lucen una de las policromías más espectaculares del planeta. Pero Sicilia es más que Palermo. La isla más grande del Mediterráneo tiene carácter, mucho.

Síguele la pista

  • Lo último