Roma, la ciudad con siete vidas

El año 2025 es jubilar, la excusa perfecta para redescubrir una urbe distinta pero siempre igual a sí misma, llena de barrios alejados del bullicio del centro que merecen ser explorados durante una segunda o tercera visita a la Ciudad Eterna.

Una ciudad de Europa con siete vidas.
Una ciudad de Europa con siete vidas. / Istock / bruev

Amanece y me despiertan las voces superpuestas de docenas de campanas. Cuando eso sucede, sin duda estoy en Roma. Confirman la primera impresión los gritos de ¡Ahó! que llegan de la calle y que tanto pueden significar buenos días como ¡oye!, además del inconfundible petardeo de una Vespa de las de siempre. Aunque este vehículo no es exclusivo de la Ciudad Eterna, es muy necesario para desplazarse por un mapa extenso trazado sobre sietes colinas y mil ruinas que impiden la existencia de un transporte público eficiente.

Vista de Roma con Piazza Venezia al fondo.

Vista de Roma con Piazza Venezia al fondo.

/ Juan Serrano Corbella

El tañer de las campanas aquí no es molestia, como consideran los urbanitas cuando van al campo, sino parte intrínseca del latir cotidiano. Suenan por los motivos que propician el santoral, las celebraciones familiares o, en 2025, para celebrar el año jubilar, cuando el Papa abre las Puertas Santas de San Pedro en el Vaticano, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor, las cuatro basílicas que conceden la indulgencia plenaria a los creyentes que peregrinan hasta ellas. Pero los tiempos cambian, y para aquellos que quieren pasar por la puerta del Vaticano, es obligatorio inscribirse en una web equipada hasta de tutoriales en vídeo. 

Pero el apoyo técnico no evita las colas que se forman a la entrada, así que evito por ahora el Estado Pontificio y me dirijo a Santa Maria Maggiore, basílica que ha mantenido su aspecto paleocristiano a pesar de sus imponentes dimensiones. Atravieso la portalada dos veces, no por extrema devoción, sino porque me confundo buscando el acceso al tejado del templo, abierto al turismo para la ocasión. Esta fue la primera iglesia de Occidente dedicada a la Virgen y se la conoció como Santa María de las Nieves, ya que, según la tradición, se construyó sobre el monte Esquilino tras caer una nevada en pleno mes de agosto del año 538, delimitando el espacio donde habría que edificarla. Dentro se guarda la Santa Cuna, el pesebre del Niño Jesús, y por eso durante años el sumo pontífice celebraba aquí la misa de Nochebuena. El edificio integra columnas jónicas de la antigua Roma y varios elementos medievales, como los suelos de mármol que se aprecian al entrar en la nave o el inevitable campanario. 

Vista de la basílica de San Pedro.

Vista de la basílica de San Pedro.

/ Istock / Juan Serrano Corbella

Paseando por las alturas del templo, es fácil advertir la topografía creativa de una ciudad donde los edificios suben y bajan de las lomas como los ciclistas en el Giro de Italia, combinando palacios con auténticos bosques en plena ciudad. De hecho, cuando empecé a frecuentar la ciudad, descubrí que en muchas ocasiones pensaba haber salido de sus fronteras, cuando en realidad solo había cambiado de barrio, confundido por pinedas que los romanos consideran ubicadas en el corazón de Roma. Por cierto, que hay dos nombres para designar un barrio: los que se encuentran fuera de las murallas aurelianas, las más antiguas, se llaman quartiere. Los que quedan dentro del cinto de piedra son rione. Así que cuando vuelvo a pie de calle, estoy en pleno rione Monti, lo que fuera el primer barrio de Roma.

Foro de Trajano.

Foro de Trajano.

/ Juan Serrano Corbella

Monti, en su definición ampliada, abarca un triángulo que delimitan monumentos como la basílica que acabo de visitar, el Altar de la Patria en Piazza Venezia, el templo de San Giovanni Laterano o el mismísimo Coliseo. El romano de nacimiento, cuando habla de Monti, se refiere a un espacio más concreto, circunscrito alrededor de la deliciosa plazoleta de Santa Maria ai Monti, donde todo son callecitas estrechas en bajada o subida —depende de si vas o vienes— y que se identifica con lo que se conocía como la Suburra en la época clásica, un vecindario poco recomendable, popular y masificado, donde se encontraban los burdeles. Hoy abunda en galerías de arte y vinerías, entre las que se esconde la Via Panisperna, sede histórica del departamento de física de Universidad de La Sapienza, donde se reunía en los años 30 un grupo de científicos que descubrieron los neutrones lentos, paso previo a la invención del reactor nuclear. 

Pero la vía más famosa del barrio es aquella donde habitó el marqués Onofrio del Grillo, aristócrata romano que se dedicaba a gastar bromas de alto voltaje para matar el aburrimiento. Inspiró una de las películas más famosas de Mario Monicelli, interpretada por Alberto Sordi, actor que es toda una institución local. En la misma calle vivió el pintor siciliano Renato Guttuso, famoso por sus obras críticas con el fascismo, dignas de revisar en estos tiempos convulsos. La otra cara de la moneda la encontramos al sur, en el EUR (Exposición Universal de Roma), donde se localiza el antiguo Foro Mussolini, hoy Foro Itálico, estadio grandilocuente concebido por el arquitecto Enrico del Debbio y donde las estatuas de los atletas representan diferentes regiones de Italia, aunque su actitud resulta más marcial que deportiva. 

Vespas frente al Coliseo.

Vespas frente al Coliseo.

/ Juan Serrano Corbella

Animales fantásticos y dónde encontrarlos

Priorizando la belleza al ruido de sables, decido seguir mi paseo por el rione de Coppedè, al noreste, enclavado entre la vía Salaria y Parioli, lo que sería el equivalente al madrileño distrito de Salamanca. Fruto de la inspiración del arquitecto Gino Coppedè, este es uno de los espacios menos conocidos de la ciudad, un reino de fantasía habitado por animales mitológicos y seres mágicos. Se construyó en los años 20 del siglo pasado en un estilo ecléctico, mezclando referencias de la antigua Roma con el art nouveau, que de preferencia aquí llaman liberty. 

Uno sabe que está a punto de ver algo fuera de lo común cuando se acerca por la Vía Tagliamento y lo recibe un arco monumental del que pende una lámpara gigante, como si fuera la entrada a una gran mansión. En realidad, es la antesala de la plaza Mincio y se inspiró en un decorado de la película Cabiria, un clásico del género colosal o péplum que trata de la segunda guerra púnica y cuyo guion firmó nada menos que el político y escritor Gabriele D’Annunzio, precursor de los ideales fascistas. En esta ciudad nunca se escapa de la política ni del pasado, aunque la historia contemporánea pone su contrapunto: casi delante de la arcada se encuentra una de las discotecas más famosas de Roma, Piper, el templo de la música pop donde Patty Pravo cantaba La bambola y donde tocaron los Beatles, que decidieron bañarse en la Fontana delle Rane después de un concierto en el año 1965. La fuente barroca se llama así porque unos batracios en piedra llenan de agua la balsa que la rodea. 

Venta de radicchio rosso en el mercado.

Venta de radicchio rosso en el mercado.

/ Juan Serrano Corbella

Enfrente, un palacio lleva el mismo nombre y, algo más allá, los Villini delle Fate son una serie de apartamentos independientes unificados gracias a la decoración, donde asoman Dante y Petrarca, figuras fantásticas mezcladas con escenas de cortesanos florentinos y hasta la lupa capitolina, la loba que amamantó a Rómulo y Remo, los padres de Roma.

Y de los animales imaginarios a los de verdad, que encontramos en abundancia al sur de Copeddè y Monti, en los Foros Imperiales. Por allí pasean a todas horas los llamados “bienes bioculturales” de Roma, es decir, los gatos. Desde el año 2001 los protege la ley y se calcula que en la ciudad viven más de trescientos mil felinos, unas dos terceras partes en libertad. El amor romano por el gato deriva de lo necesario que era para preservar pergaminos y documentos de los ratones, y aún hoy en día, para salvar los monumentos clásicos del deterioro que provocan los túneles de los roedores, ya que debilitan el sustento de columnas y muros. Los mininos cuentan con una casa de retiro en el sitio arqueológico de Torre Argentina, donde asesinaron a César, y también se los puede ver por el Cimitero Acattolico, o sea, protestante, donde se alza la pirámide de Caio Cestio. Este es otro de los remansos de paz asediados por el endiablado tráfico local, y es en esa paz donde reposa para siempre el poeta romántico John Keats, que murió de tuberculosis en una casa a los pies de la célebre escalinata de la Piazza di Spagna. Hoy la vivienda se ha convertido en un museo dedicado a él y a otros románticos, como Percy B. Shelley y Lord Byron. Pero no todo van a ser viejas glorias, ya que en el mismo cementerio está la tumba de Andrea Camilleri, creador del comisario Montalbano. Imprescindible comprar alguna de sus obras editadas por Sellerio, con sus inconfundibles guardas azules. 

Rione de Coppedè.

Rione de Coppedè.

/ Juan Serrano Corbella

Estamos ya en el rione de Testaccio, que muchos identifican con el alma popular de Roma —mucho más que el Trastévere, demasiado gentrificado—, algo que se observa sin esfuerzo en el Nuovo Mercato Testaccio, donde la mercancía se expone con todo el mimo, explotando todo su potencial de olor y color. En esta ciudad los mercados son una institución, y nadie en su sano juicio deja de acudir a ellos al menos una vez por semana para abastecerse de las muchas verduras que se devoran en Roma. El tópico de la pasta y la pizza cae por los suelos ante las variedades de achicoria y puntarelle, ensaladas amargas, alcachofas… Sin embargo, quizá el mercado más apreciado por el público local sea el Trionfale, al lado del Vaticano, para poder alimentar el cuerpo además del espíritu.

Castillo de Sant'Angelo

Castillo de Sant'Angelo

/ Juan Serrano Corbella

Rumbo al sur, camino a la Garbatella Vecchia, es posible que veamos una rara estructura cilíndrica metálica que amenaza el cielo. Es el Gazometro, un pedazo de arqueología industrial en la frontera con el barrio Ostiense, vinculado como el nombre indica a la distribución del gas a domicilio. También tiene mucho que ver con la obra pública la citada Garbatella: el barrio nació con la primera piedra colocada por Vittorio Emanuele III en 1920, cerca de la plaza Benedetto Brin, disparo de salida de un ambicioso proyecto que pretendía crear un canal navegable desde el puerto de Ostia hasta un punto situado en los márgenes del Testaccio. En esta especie de ciudad–jardín a la inglesa hubieran vivido los trabajadores del puerto, y por eso, muchas calles tienen nombres dedicados al mundo marinero. Pero el proyecto fracasó y acabó acogiendo en los años 30 a las familias desplazadas por la construcción de las nuevas vías de la Conciliazione y de los Foros Imperiales, forzando el derribo de muchas viviendas. Las nuevas construcciones se hicieron en estilo barocchetto romano, una interpretación económica del barroco histórico, para pasar al racionalismo y futurismo de las edificaciones de la época mussoliniana. El origen humilde y popular del barrio se ha convertido en la bandera que ha agitado en su ascenso la presidenta italiana Giorgia Meloni, que pasó aquí su infancia. 

Gazometro

Gazometro

/ Juan Serrano Corbella

Pero a pesar de las conexiones con el poder, la Garbatella sigue exhibiendo el revoco de las casas en un estado discutible y las malas hierbas creciendo en los márgenes de las calles, algo que en realidad forma parte de su encanto decadente, así como los locales escondidos en sótanos a los que se accede por escaleras improbables donde esperan cocinas que castigan a los comensales con gigantescos platos de pasta con cacio e pepe, carbonara o la romanísima amatriciana.

Renovarse o morir

De vuelta al centro, y con la intención de contemplar el Vaticano durante un atardecer de este año jubilar, decido dejar a un lado el siempre ajetreado Corso Vittorio Emanuele para tomar una calle casi paralela, la vía del Governo Vecchio, que traza una elipse para evitar la Piazza Navona en su camino hacia el Castel Sant’Angelo y el río Tíber. 

Barrio de la Garbatella.

Barrio de la Garbatella.

/ Juan Serrano Corbella

Este enclave del rione Parione lo saturan boutiques de ropa vintage, vinotecas y bares de moda, además de locales con mucha solera, como el Cul de Sac, uno de los primeros bistrós de la ciudad. Al inicio de la calle está la Piazza di Pasquino, donde se puede ver una estatua helenística que se cree representa al personaje del mismo nombre y donde la gente coloca notas con pensamientos y comentarios cómicos o satíricos, tradición que viene del siglo XVI, ya que ese era el modo de criticar a clérigos y pontífices. En cuanto al nombre de la propia calle, deriva del cambio de la sede de la Gobernación de Roma en 1755, pasando del Palazzo Nardini del número 39 al Palazzo Madama. Más interesante resulta el 57, donde habitan los fantasmas desde el año 1811 según las crónicas, cuando se registraron todo tipo de fenómenos paranormales, desde platos que salían volando de los anaqueles a mantas que se desplegaban solas sobre las camas, sin faltar los ruidos de cadenas que se arrastran o los gatos de ojos negros… aunque esto último es lo más probable por los muchos que habitan en Roma. 

Otro dato curioso es que en el número 127 de la vía vivió el arquitecto Donato Bramante, artífice de la basílica de San Pedro, pero también del muy cercano y delicioso templete de San Pietro in Montorio. Además, en su claustro se puede disfrutar de un relajado bistró para una comida ligera o una pausa durante el día, siendo especialmente bonita la Sala delle Sibille, en la planta superior, decorada con la colorida obra contemporánea Trappola d’Amore a Pleasure Palace, una explosión florida de colores que, sin embargo, no eclipsa otro fantástico descubrimiento: en el lateral de la sala, una ventana permite ver a la altura de los ojos el fresco de las Sibilas realizado por Rafael en el techo de la iglesia de Santa Maria della Pace, contigua a este espacio.

Obra Fallen Fruit.

Obra Fallen Fruit.

/ Getty Images

Y ya que hablamos de Bramante, ahora sí que ya toca dirigirse directamente hacia el Vaticano, cruzando el escenográfico puente que lleva al Castel Sant’Angelo tras dejar atrás la Piazza dell’Orologio. Hay que reservar hora sí o sí, pero la fortaleza ofrece desde la Navidad pasada un nuevo atractivo: la visita al Corredor del Borgo, un pasadizo elevado y cubierto que la conecta con el Palacio Apostólico Vaticano y que tenía la función de ofrecer una vía de escape al Papa en caso de peligro. En una época en que los peores ataques son cibernéticos, esta precaución se ha convertido en visita turística.  

A los pies del castillo se despliega ahora una plaza con una fuente ornamental y unas graderías. Se trata de la remodelada Piazza Pia, obra central del Jubileo, gracias a la cual se ha pacificado la zona soterrando el paso de los automóviles. El mayor espacio peatonal de Roma, con capacidad para 150.000 personas, es el preámbulo a la Vía della Conciliazione y a la célebre columnata de Bernini, que parte de la basílica de San Pedro como un abrazo en piedra. Es por eso que los peregrinos que se han inscrito para atravesar la Puerta Santa del Vaticano se encuentran aquí antes de emprender la corta pero emotiva procesión. 

Piazza di Santa Maria Maggiore

Piazza di Santa Maria Maggiore

/ Istock

Por otro lado, los alrededores del pequeño Estado Pontificio también han querido aprovechar el tirón reformador, convirtiendo en peatonales calles comerciales como la de Ottaviano. Casi se diría que Roma ha querido dejar atrás su carácter anárquico e improvisador, pero para desmentirlo están ahí los adoquines que aún pavimentan muchas calles, últimos de una estirpe que en su día ocupó las más bellas avenidas de Europa, siempre dispuestos a masajear los riñones de motoristas y conductores de autos que poco reparan en la belleza de las fachadas terracota y las tapias vestidas de buganvilia de su ciudad, no por desprecio, sino porque viven convencidos de que son eternas. 

Síguele la pista

  • Lo último