Río de Janeiro: la ruta de la bossa nova

A finales de los años 50 del siglo pasado, gracias a músicos como João Gilberto, Antônio Carlos Jobim, Vinícius de Moraes y otros jóvenes cantores y compositores de la zona sur de Río de Janeiro (brasil) surge un estilo de música que ha marcado a la capital carioca: la bossa nova. Esta ruta muestras los lugares emblemáticos que dieron origen a canciones como ‘La chica de Ipanema’.

Bossanova, Rio de Janeiro

Playa de Ipanema

/ luoman

Aquel día amaneció como cualquier otro en el 234 de la calle Carlos Gois, en Río de Janeiro. Ningún ramo de flores, nadie esperando la salida de los deudos a la puerta del inmueble. Solo el portero del edificio haciendo guardia, por si acaso... Aquella tarde anterior a aquel día, el corazón del misterioso ocupante del apartamento 802 decidió dejar de funcionar. “El mundo llora la muerte de João Gilberto”, proclaman a voces las cabeceras de los principales diarios...

Tienda de Bossa Nova, Río de Janeiro

Tienda de Bossa Nova, Río de Janeiro.

/ Copyright 2009

“En cuatro años nunca le vi, ni he conocido a nadie que lo haya visto”, relata la recepcionista del salón de belleza contiguo al edificio. Cuatro días antes, João Gilberto rompió su voluntario enclaustramiento para acudir a su restaurante favorito, Mariu's, en el barrio de Leme. La foto del cantante sentado a la mesa junto a los suyos dio la vuelta al mundo.“Ahora hay cola de clientes a todas horas queriendo ocupar la mesa 69, la mesa del maestro”, relata Otoniel Monteiro, empleado del Mariu's. Lo cuenta Nelson Motta, compositor, periodista y productor musical: “Quien fue tocado por la música de João Gilberto nunca vuelve a ser el mismo”.

…y le llamaron bossa nova

Fue un 10 de julio del año 1958. João Gilberto, cantante de provincias a la búsqueda de una oportunidad, llama a las puertas de los estudios Odeon, en el cuarto piso de un edificio de apartamentos en el centro de Río conocido como el Senadillo por albergar encuentros amorosos extramatrimoniales de sus señorías.

El joven y desconocido sambista interpreta una composición de Antônio Carlos Jobim, letra de Vinícius de Moraes: Chega de saudade (Basta de tristeza). Una cadencia sinuosa, insinuante, ensimismada, sencilla y sofisticada, sobria y elegante... “João fue una iluminación mística. Sin él, sin su terquedad, el mundo no existiría” (Caetano Veloso).

Playa de Ipanema

Playa de Ipanema

/ Celso Diniz / GTRES

Danuza Leão, tenida por una de las primeras musas de la bossa nova, dio cobijo al artista primerizo en su apartamento de Copacabana: “Cada vez que oía cantar a los pájaros se ponía hecho una fiera porque, según él, desafinaban como bellacos”... Tímido, huidizo, perfeccionista enfermizo, el oscuro cantante de provincias va a poner la banda sonora al nuevo Brasil utópico de Kubitschek, Óscar Niemeyer y Pelé. Es la bossa nova, la cosa nueva, el nuevo ritmo...

Himno a la belleza

La publicación de Chega de saudade en marzo de 1959 va a cambiar la vida de muchos jóvenes artistas a los que la canción abre un mundo de posibilidades insospechadas; entre ellos, un oscuro pianista de cabaret y notorio bon vivant, Antônio Carlos Jobim. “João, con su batida, nos cambió el mundo”, confesaría. En agosto de 1962, Gilberto y Jobim, junto con Vinícius de Moraes, poeta, diplomático en ejercicio, adicto al whisky escocés y a la compañía femenina, van a actuar por primera y última vez juntos en un pocket show en Copacabana (se puede ver en YouTube). En el programa, una pieza nueva. Su título: Garota de Ipanema.

Garota de Ipanema

Disco con el single 'Garota de Ipanema'

/ D.R.

Traducida a más de veinte idiomas, la segunda canción más grabada de la historia después de Yesterday, de los Beatles, Garota de Ipanema es algo más que una canción: un himno a la belleza como instrumento de redención del mundo y el más eficaz jingle turístico que nadie hubiera podido imaginar. “Muchos vienen a Río con una sola idea: conquistar a la garota de Ipanema. Algunos, hasta lo consiguen” (Ruy Castro, periodista).

Cualquier ruta de la garota (chica) de Ipanema deberá comenzar inexcusablemente por el establecimiento homónimo (antiguo bar Veloso), situado en la calle Vinícius de Moraes (antigua Montenegro), en Ipanema. El encargado del boteco (diminutivo de botequim, equivalente a nuestro bar) les señalará gustoso la mesa-observatorio desde la que Tom Jobim y Vinícius de Moraes acompañaban el caminar bamboleante de la adolescente Helô Pinheiro camino de la barra del bar. “Fue en aquella mesa que compusieron la canción”, remacha Adonias Teixeira amparado por la autoridad que conlleva llevar 36 años trabajando en el establecimiento. Poco importa que no sea cierto (Jobim y De Moraes compusieron la pieza cada uno por su lado, en sus domicilios). Y es que “Tom y Vinícius eran hombres serios –termina reconociendo el ilustre barman–. Iban al bar a beber, no a trabajar”.

Tom Jobim

Tom Jobim.

/ Brazil Photos / GETTY

Con suerte, el visitante podrá darse de bruces con la propia Helô Pinheiro a sus 74 muy bien llevados años, en alguna de sus recurrentes visitas al establecimiento que la inmortalizó. Y, si no, siempre podrá acudir a la boutique propiedad de la misma situada pared con pared. Su nombre: Garota de Ipanema. Unos metros más allá, el Vinicius Show Bar ofrece la infrecuente posibilidad de revivir los viejos-buenos tiempos del género en la voz inefable de María Creuza (jueves a domingo). “Yo llegué algo tarde –reconoce la susodicha–, pero aún quedaba el glamour de Ipanema y, sobre todo, quedaba Vinícius”.

Aquellos maravillosos años

Para muchos, el boteco era su segunda casa... o la primera. “Uno iba al Veloso –recuerda uno de los últimos profesionales de Ipanema en activo–, y el camarero le llamaba por su nombre, y si podía pagar, bien, y si no, también”. La turma de Montenegro, con Jobim y De Moraes, competía en popularidad con la de los intelectuales, comandada por el cineasta Glauber Rocha. Puntos clave: Zeppelin, Veloso, Mau Cheiro (rebautizado como Astor), Jangadeiro... y la playa, destino inevitable antes y después del botequim para debatir, cantar, leer a Marcuse, Françoise Sagan y, en su caso, practicar el surf. “La Ipanema de 1950-1965 reprodujo la efervescenciacultural de Saint-Germain-des-Prés en París o del Greenwich Village en Nueva York. Con una diferencia significativa a su favor: quedaba a la vera del mar, con todo el mundo semidesnudo y un sol excepcional” (Ruy Castro).

Bar Garota, rio de janeiro

Bar Garota, donde Tom Jobim y Vinícius de Moraes se inspiraron para la canción homónima.

/ Mario Tama / GETTY

Siempre a la que salta, Vinícius de Moraes y Tom Jobim erigieron un segundo punto de vigilancia en torno al Puesto 9 de la playa (hoy conocido como Garota de Ipanema), correspondiendo al lugar en que la sirena de ojos azules y cuerpo de ola tomaba su diario baño de mar: “olha que coisa mais linda...”. Años más tarde, una sucesora de Helô Pinheiro, la modelo e inventora Rose di Primo, haría su aparición triunfal sobre las mismas blancas arenas luciendo el primer tanga de la historia: “Cuando hice mi aparición, ¡la playa paró!”.

“La arena de Ipanema era tan fina, que cantaba en el pie... cuando corrías, la arena hacía cuim, cuim, cuim...” (Jobim).

La playa: ver y dejarse ver

El carioca acude a la playa para ver y dejarse ver, ponerse al día de las últimas novedades en ropa de baño y, acaso, darse un somero baño, nunca más arriba de la cintura. “Estas aguas no son de fiar”, aseguran los profesionales de Ipanema no sin motivo. El bañista puede elegir entre el amplio menú que ofrecen los comerciantes ambulantes, del tradicional coco helado al sabroso acarajé bahiano, y un amplio surtido de especies marinas procedente de la fosa Santo Antonio, situada a escasos cien metros de la playa.

Arpador, Rio de Janeiro

La Punta de Arpoador, que divide las playas de Copacabana e Ipanema, es el lugar más concurrido para contemplar la puesta del Sol.

/ luoman / ISTOCK

Imprescindible la visita a la cercana punta de Arpoador al momento del crepúsculo, siguiendo una tradición que algunos remiten al rey fenicio Baal-Zir, presunto descubridor de Brasil siglos antes que los españoles y portugueses. El visitante deberá abrirse paso entre la multitud que acude al lugar al propósito de aplaudir la puesta del Sol sobre el totémico morro Dois Irmãos (correspondiendo a los dos hijos de Baal-Zir). El espectáculo, cargado de significado místico y esotérico, no defrauda.

“Quando eu morrer, enterrem meu coração nas areias do Arpoador”

Transcurrido el mismo, cumple dar las gracias por lo experimentado fundiéndose en un abrazo con la estatua de Tom Jobim, sita a la entrada del parque Garota de Ipanema. Se sabe que el pianista y compositor manifestó su deseo de ser enterrado en las arenas de Arpoador, aunque sin mucho éxito (su cuerpo descansa en el cementerio de São João Batista). A tal respecto, la nota hecha pública por el Ayuntamiento de la ciudad alertando sobre el desgaste que sufre la figura en salva sea la parte del retratado. “Qué quiere –remarca Roberto, habitual de Arpoador–, los cariocas somos muy efusivos”.

Tom Jobin, estatua en la playa de Ipanema

Tom Jobin, estatua en la playa de Ipanema

/ Joao Paulo Tinoco / ALAMY

Es el caso de Carlos Alberto Afonso, profesor jubilado, 25 años detrás del mostrador de Toca de Vinícius; lo más parecido a un centro de referencia de la bossa nova en Río de Janeiro: “Abrí la tienda en el año 1993 con la ayuda inestimable de un buen amigo, Karl Marx”.

El fin del verano eterno

En las vitrinas del minúsculo y acogedor comercio-proyecto educativo, un ejemplar del disco que el saxofonista japonés Sadao Watanabe dedicó a la cantora Elis Regina junto con una muestra del Paseo de la Fama de la bossa nova que atesora Afonso: “A veces pienso que los franceses o los japoneses tienen a la bossa nova en mayor aprecio que nosotros mismos”.

Conversador infatigable, rebelde porque el mundo le hizo así, en 2018 Alfonso se plantó delante de las máquinas excavadoras en un vano intento de frenar el derrumbe del chalé que diseñó Jobim y donde compuso la música de Garota de Ipanema.“En otros países, ese edificio hubiera sido declarado monumento nacional”, puntualiza. En su lugar se alzará un edificio de alto standing y cuatro alturas (Bossa 4).

Instituto Antorio Carlos Jobim

Instituto Antorio Carlos Jobim

/ Copyright 2009

Desencantado, Tom Jobim tomó el camino del exilio: los Estados Unidos, primero, y el muy exclusivo barrio del Alto Jardín Botánico, después. El compositor hará construir su residencia “en lo alto de una quimera”; por entre la exuberante vegetación de la región, en una vuelta a sus orígenes de naturalista aficionado. “Toda mi obra está inspirada en la mata atlántica”, declaraba por entonces.

Asomado a la amplia cubierta de su arca de Noé, el artista tiene el mundo a sus pies: de un lado, la laguna Rodrigo de Freitas, escenario de las proezas natatorias del compositor en sus años mozos; del otro, el imponente Jardin Botánico, fuente de inspiración y refugio para el susodicho; Ipanema y la punta de Arpoador, al fondo; el Cristo de Corcovado, a un lado. Jobim declara sentirse bendecido como solo puede estarlo quien vive bajo “el sobaco de Cristo”. Serán sus años más productivos; los más felices.

Rio de Janeiro, Calle

Murales callejeros realizados con motivo de los Juegos Olímpicos de 2016.

/ Hemis / ALAMY

“Soy un ecologista antes de que la palabra existiera. Mi música tiene mucho de cielo, de mar, de animales…”

Veinticinco años desde su muerte, el nombre de Jobim sigue vivo en el Jardín Botánico de Río de Janeiro a través del espacio que lleva su nombre, erigido alrededor de la ceiba que iluminó más de una de sus composiciones, y el instituto y sala de exposiciones Antônio Carlos Jobim, situado en un extremo del mismo. Por donde el más ilustre vecino del Jardín Botánico inspiró la creación de la agrupación carnavalesca que cada mes de febrero recorre las calles del mismo, una de las más populares y concurridas de la ciudad. Su nombre: O suvaco do Cristo.

Leblon, el último refugio

Apenas un recodo en el extremo sur de Ipanema, Leblon conserva la atmósfera de barrio venido a más. Sus habitantes presumen de conocerse: “Aquí puedes ir a pie a cualquier parte y todo el mundo te saluda”. Para los adictos a la bossa nova, Leblon es el destino final de un viaje que arranca el día en que João Gilberto hace su entrada en un estudio de grabación en el centro de la ciudad y termina con el mismo viviendo una existencia de náufrago solitario en un piso del barrio. En Leblon tuvo Jobim su último refugio etílico: Plataforma (hoy derribado).

Bossa Nova, Rio de Janeiro

Estatua sobre la Bossa Nova en Río de Janeiro

/ Alex Rotenberg / ALAMY

El barrio con el metro cuadrado más caro de la ciudad cuenta con un triángulo de las Bermudas íntimamente ligado a la historia de la bossa nova. Del clásico Antonio's, hoy desaparecido, a los no menos históricos Arataca (culinaria típicamente nordestina) y Degrau, proveedor oficial de los almuerzos y cenas de João Gilberto. Roberto de Assis, actual portero del establecimiento, fue el encargado de tan delicada misión: “Durante cuarenta años llevándole la comida y la cena diariamente, nunca conseguí verle”. João Gilberto, o sea.

Durante más de una década, la noche carioca tuvo un rey indiscutible: Chico Recarey, nacido en la localidad de Coristanco, Galicia. No fue el único. Desconocidos por la mayoría, los empresarios españoles llegados a Brasil en busca de fortuna son parte esencial de la bohemia que dio nombre a la Cidade Maravilhosa. Sin su aportación, la historia de Río de Janeiro no sería la misma.

Casa Villarino

“Si hay un sitio arqueológico de la Bossa Nova, es este” (Ruy Castro).

Durante años, el parroquiano acudía a Casa Villarino sabiendo que muy probablemente iba a encontrarse con Vinícius de Moraes en alguno de los salones privados para hombres, rodeado de su corte de amigos y botellas de whisky. Fue allí donde tuvo lugar el encuentro crucial entre el poeta y el joven Tom Jobim, de lo que saldría el primer gran éxito de “la nueva música brasileña”, la banda sonora de Orfeu negro (Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera en 1960). “La relación entre Vinícius y Tom era como un casamiento, mismamente” (Ana Lontra Jobim).

Bossanova, Rio de Janeiro

Tom Jobin con Frank Sinatra

/ Pictorial Parade

La historia de Casa Villarino cambió cuando Antonio Vasquez, español formado como camarero en la casa, tomó las riendas del negocio de manos de sus propietarios originales, también españoles. Algunas cosas cambiaron: los salones privados fueron derribados y sustituidos por una acogedora salita presidida por la imagen de Vinícius de Moraes y su clá. Mientras tanto, Vasquez sigue mostrándose generoso con las dosis de alcohol servido a los clientes. “Es la norma de la casa: cada whisky de Villarino vale por dos en cualquier otro lugar” (Castro).

Antonio's

Para Jobim, lo primero después de una larga gira de conciertos es “el bar, dulce bar”, donde quiere decirse Antonio's. Centro de la dolce vita tropical, el bar que condujera con mano firme el compostelano Manoel Ribeiro Romar, Manolo, contaba con un ejército de paparazzi instalados a la puerta del establecimiento las 24 horas del día. Antonio's era el place to be, la definición misma del glamour en un barrio, Leblon, que comenzaba a reclamar su lugar en el imaginario noctámbulo de la ciudad.

Bossanova, Rio de Janeiro

El saxofonista Stan Getz.

/ GAB Archive

Culpable en buena medida del buen-mal nombre del lugar, Vinícius de Moraes fue protagonista de innumerables noches de leyenda regadas con whisky y saravahs (bendiciones) para todos los presentes, junto con su joven y bien parecido discípulo, Chico Buarque. Ribeiro supo compartir su trabajo al frente de Antonio's con diversos negocios de éxito, incluyendo la creación del segundo mayor banco de Brasil, y su mayor afición: la taxidermia. Antonio's cerró sus puertas en el año 1997.

La Cinelandia de Serrador

Como tantos, Francisco Serrador (Valencia, 1872) llegó a Brasil solo y sin recursos. Dotado con un instinto infalible para los negocios, no tardó en convertirse en un magnate en el ramo inmobiliario y del entretenimiento. Su sueño: recrear la atmósfera del Broadway neoyorquino en el corazón de Río de Janeiro. Fue así que surgió el barrio Serrador, epítome de la modernidad erigido sobre las ruinas de la, entonces, adormecida capital del país. Al punto brotaron en torno al mismo las salas de cine y los teatros de variedades de todos los colores y estilos. El barrio Serrador, con su nombre actual de Cinelandia, terminó por convertirse en la meca de la música popular brasileña y en la sede de numerosos templos dedicados al género, entre ellos el Teatro Rival Petrobras, elegido para sus presentaciones en directo por numerosos artistas asociados a la bossa nova, como Leila Pinheiro, Leny Andrade, Joyce o el cuarteto em Cy.

Junto a todo ello, Serrador fue también el introductor de los populares perritos calientes en Brasil.

Chico Recarey

Francisco Chico Recarey Vilar llegó a Brasil en fecha sin determinar entre 1956 y 1962. Durante sus primeros años trabajó como garçom (camarero) en diversos establecimientos de Río de Janeiro hasta que, finalmente, abrió su propio Chico's Bar. En los años 80, Recarey estuvo considerado “el rey de la noche” y llegó a recibir el título de ciudadano honorario de Río de Janeiro. En el año 1984 Recarey dio vida a su proyecto más ambicioso, la sala de espectáculos Scala, por entonces la mayor de América Latina y la primera en programar semanalmente un baile gay. En su apogeo, el imperio Recarey superaba los cuarenta establecimientos diseminados a lo largo de la ciudad. “Creo que, a mi manera, soy un embajador de España en Brasil”, declaraba por entonces.

Bossanova, Rio de Janeiro

Janis Joplin.

/ D.R.

Entrando la década de los 90, el imperio Recarey comenzó a desmoronarse. En 1999 fueron subastados judicialmente el 70% de sus bienes a causa de las deudas contraídas. Seis años más tarde sería detenido como consecuencia de una sentencia del Tribunal de Cuentas carioca.

De Brigitte Bardot a Jean-Paul Sartre o Mick Jagger. Fueron muchos quienes acudieron al llamado de la Cidade maravilhosa durante los años dorados de la bossa nova. Aun así, ninguna de aquellas visitas adquirió la relevancia de la que realizó, principiando los 70, la cantante norteamericana Janis Joplin. La reina blanca del blues-rock aterrizó en el aeropuerto de Galeão (hoy Antônio Carlos Jobim) en febrero de 1970 buscando cura a su adicción a la heroína. Brasil parecía ser el destino más apropiado para alguien con problemas que, a mayor abundamiento, tenía la Garota de Ipanema entre sus canciones preferidas. Joplin comenzó ocupando una suite presidencial en el exclusivísimo hotel Copacabana Palace, hasta que fue sorprendida bañándose desnuda en la piscina del establecimiento. La cantante fue expulsada del mismo para ser acogida por el fotógrafo Ricky Ferreira en su apartamento de Leblon.

“Uma garota diferente”

Durante seis meses, Joplin paseó las calles y bares de la ciudad pegada a una botella de aguardiente. Para Ferreira, la convivencia con la cantante y su cohorte de amigos y (des)conocidos devino en pesadilla. En un descuido, Joplin llega a prender fuego al colchón de su camastro. “Vivíamos en una situación de riesgo permanente”, recuerda Ferreira. Hasta el día en que, paseando por la playa de Ipanema, la cantante conoce al que va a ser “el amor de su vida”, David Niehaus, un profesor estadounidense de vacaciones en Brasil. Con una particularidad: Niehaus desconoce la verdadera identidad de su enamorada. Janis demoraría algunos días en revelársela. Antes de tomar el camino de regreso a los Estados Unidos, la pareja hace planes de boda. Solo falta establecer el día y la hora. Y el lugar.

De regreso a los Estados Unidos, Joplin recae en sus viejos hábitos. Ninguna de sus incontables cartas a Niehaus obtiene respuesta. El 4 de octubre de 1970 la cantante es encontrada sin vida en su habitación del Landmark Motor Hotel de Hollywood como resultado de una sobredosis de heroína bajo los efectos del alcohol. Al día siguiente se recibe un telegrama en la recepción del hotel dirigido a la ocupante de la habitación 105. En el remite, el nombre de David Niehaus. En el mensaje se puede leer: “Te echo mucho de menos. Las cosas no son iguales cuando estás solo. Me podría reunir contigo en Katmandú cuando quisieras, pero a finales de octubre es la mejor temporada. Te quiero, nena. Más de lo que tú sabes” (más información en Janis: Little Girl Blue, filme documental dirigido por Amy J. Berg en 2015).

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