Miradas en blanco y azul en Sidi Bou Said

Un lugareño de Sidi Bou Said adornado con la flor típica del pueblo.
Un lugareño de Sidi Bou Said adornado con la flor típica del pueblo.

Pipas de agua, jaulas sin pájaros, marionetas de madera, espadas de verdad y también de mentira. La calle principal de Sidi Bou Said es un gran zoco de souvenirs y vendedores al acecho que se estira entre callejuelas empinadas y callejones sin salida, entre los peldaños de cada tramo de escalera y más allá. Si se mira hacia dentro, este pueblecito por el que siempre suspiraron las clases nobles es blanco, muy blanco. Si se mira hacia afuera, es azul, como el mar mismo que a sus pies lame las reliquias de la vieja Cartago. Sidi Bou Said tiene nombre de señor, aquel que, allá por el siglo XIII, se retiró al acantilado que hoy le sirve de alfombra para encontrarse con Dios. Estamos en tierra santa: hasta su café más famoso está construido sobre un antiguo templo sufí. Pero esta pequeña villa también es terrenal. Con un narguile en los labios y un vaso de té con su toque justo de menta, el barón inglés Rodolphe d''Erlanger se hizo construir, en el año 1912, un palacio para contemplar el atardecer. Fue él quien descubrió los encantos de Sidi Bou Said al resto de los mortales que hoy pueden pasear por su mansión, La Estrella de Venus, reconvertida en Centro de Músicas Árabes y Mediterráneas.

Pasear. Ésa es la clave. Perderse por esas calles que se elevan hasta el cementerio, romántico y con vistas, y descienden una y otra vez sin que un solo ruido altere la paz que se consigue lejos de su mercado, entre casas blancas de puertas que de tan azules parecen recién pintadas. Paul Klee y tantos otros encontraron aquí sus musas, que hoy se reparten entre los cuadernos de hojas a cuadros de improvisados poetas que leen sus versos mientras el visitante cumple con el ritual: subir las escaleras del Café des Nattes, dejar los zapatos sobre las esteras y tomarse un té con piñones mientras en la radio suena la misma canción de siempre. Al menos eso piensan los profanos que, asomados a algún mirador, escuchan cómo las repetitivas notas ponen el sonido de fondo a las playas de La Mersa, las preferidas por las clases altas de Túnez, que se escapan de la capital, a 20 kilómetros por carretera, para sentir el Mediterráneo todavía más cerca.

Rèsidence de Charme Dar Said. (Rue Tuomi. 216 71 72 96 66). Mansión del siglo XIX con vistas al mar. Cada habitación es distinta, con exquisita decoración árabe. Cuenta con restaurante, hammam y piscina (habitación doble, desde 140 €).

Restaurante Au Bon Vieux Temps. (56, rue Hedi Zarrouk. 216 71 74 47 33). Excelente cocina tunecina. Su especialidad son los pescados.

Oficina de Turismo de Túnez: Torre de Madrid, 4º-1. Plaza de España, 18.

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