Loira Atlántico: el país del buen vivir

Situada en el noreste de Francia, justo al sur de la Bretaña, la región del Loira Atlántico, formada por cinco provincias, encierra ciudades llenas de historia (Le Mans, Angers, Nantes...), castillos donde pernoctar, abadías maravillosas, ríos navegables y paisajes generosos. Todo ello acompañado de una gastronomía única y de gente hospitalaria que ama el buen vivir.

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/ Revista viajar

Dejando a nuestras espaldas los Pirineos y camino de París por la autopista, a la altura de la ciudad de Le Mans conviene detenerse para tomar una drástica decisión: girar a la derecha o a la izquierda. A la derecha, nos aguardan los majestuosos castillos del Loira. A la izquierda, sin embargo, hay un mundo por descubrir: Loira Atlántico.

Conviene aclarar, ante todo, que Loira Atlántico es la versión castellana de lo que los franceses denominan Pays de la Loire, y que lo componen cinco provincias o departamentos: Vendée, Mayenne, Sharte, Maine-et-Loire (también conocida por Anjou) y Loire Atlantique. Esta última es una provincia de reciente creación política y administrativa, teniendo en cuenta que en 1941 el régimen de Vichy separó la Loire Inférieure de la Bretaña. Tras la retirada alemana y la caída de Pétain tomó el nombre actual. Pero los viajeros no entienden de límites administrativos y políticos sino de escenarios y ciudades. Y la ruta que recorreremos nos llevará desde Le Mans hasta el Atlántico, donde muere el gran río Loira, que va a dar al mar -como todos los ríos- que aquí es el vivir y no el morir, como en el soneto de Jorge Manrique.

Dulces exquisitos, ostras del Atlántico y, para terminar, un Cointreau

Una tierra tan rica como el país del Loira no podía por menos de ofrecer exquisiteces en lo que se refiere a la gastronomía. Empecemos por los dulces. En la ciudad de Nantes se pueden degustar los berlingots y los rigolettes, es decir, caramelos rellenos de pulpa de fruta, y por supuesto las galletas Lu y las BN. En Angers son populares los quernons de pizarra, un chocolate con pasta de avellana, de color azulado, que recuerda la pizarra. En cuanto a las recetas saladas, hay que degustar los champiñones, que se cultivan desde hace más de un siglo en las bodegas de toda la región de Saumur. Tampoco pueden faltar las ostras provenientes del Atlántico. La sal y la "fleur de sal", provenientes desde hace más de mil años de las salinas de Guerande y Noirmoitier, son indispensables en muchos condimentos de la zona, junto a las patatas de la citada Isla de Noirmoitier, que son llamadas bonnottes. Respecto a los licores, no podía faltar la sidra de la Mayenne. También hay que mencionar el kamok, el nantillés, la menta pastille Guiffard, los licores de frutas de Combiére y, sobre todo, el famoso cointreau, que es elaborado en la ciudad de Angers desde el año 1849.

Turismo fluvial: sin esclusas para realizar excursiones inolvidables

Francia siempre se ha enorgullecido de que a través de sus ríos, canales y esclusas es posible llegar alquilando una embarcación desde el Atlántico hasta el Mediterráneo. Cierto es. Lo que ocurre es que se puede emplear un mes y, además, están las esclusas, que de tanto utilizarlas cansan y aburren a cualquiera. Pero en Loira Atlántico no sucede esto, afortunadamente, porque las aguas discurren por los ríos, casi todos afluentes del Loira, y su nivel depende de la temporada. Las esclusas resultan escasas, están abiertas durante todo el año, son gratuitas y no se necesita ningún permiso para la navegación. Manejar una "penichette" resulta muy sencillo y están totalmente equipadas. También se pueden incluir bicicletas para discurrir por los senderos de la orilla. En Loira Atlántico hay una veintena de localidades ubicadas al borde del río del mismo nombre y de sus afluentes, donde se pueden alquilar las embarcaciones. Quien no quiera complicarse mucho la vida, tiene los barcos-excursión (18 en total), que recorren los ríos más anchos y ofrecen cenas a bordo.

En cierto sentido, el Le Mans automovilístico perjudica al lugar en sí, porque son muchos los que desconocen la belleza que encierra esta urbe medieval que conserva muy bien, en su centro histórico, edificios de época y, sobre todo, la fabulosa Catedral de Saint-Julien du Mans. Llama la atención su fachada sur y una capilla que muestra una rara representación de 47 ángeles tocando distintos instrumentos musicales del siglo XIV. A la catedral le falta ahora la fléche, actualmente en fase de restauración gracias a las donaciones voluntarias de los ciudadanos.

La muralla romana, del siglo III, es la mejor conservada de toda Europa. Pasear por sus callejuelas constituye toda una emoción y hasta sería posible topar con Cyrano de Bergerac. Precisamente en la Plaza del Cardenal Grente se rodó una de las secuencias de la película del mismo título que protagonizara Gérard Dépardieu. Otro atractivo permanente de la ciudad es el mercado de los jacobinos, al pie de la catedral. A primeras horas de la mañana convoca a cientos de vendedores con sus productos hortícolas.

Desde luego, no resulta conveniente abandonar Le Mans sin visitar antes el circuito automovilístico emplazado en Les Raineries, al sur de la ciudad. Todavía un tramo del circuito se encuentra abierto una parte del año al tráfico rodado. Tampoco dejen sin visitar el Museo del Automóvil de La Sarthe, donde se exhiben 115 vehículos que recuerdan un siglo de triunfos y epopeyas. El director del Museo, Francis Piquera, habla muy bien el castellano y es un entusiasta del mundo de los bólidos.

Laval se siente orgullosa de su casco antiguo, con su castillo, que alberga un Museo de Arte Naïf, porque -conviene decirlo cuanto antes- en esta ciudad nació el pintor Henry Rousseau, a quien no se sabe muy bien por qué llamaban "el aduanero", pero que no pasó de ser un modesto funcionario de un fielato de París. Rousseau forma parte de los llamados "hijos terribles de Laval", entre los que se encuentran también el escritor y ciclista Alfred Jarry, creador del personaje Ubu el Rey; Ambroise Paré, fallecido en 1590 y considerado el padre de la cirugía moderna, y Robert Tatin, fallecido en 1983 y que dejó una serie de estatuas y un sorprendente museo en pleno campo, al que acuden visitantes del todo el mundo. Viajero incansable y trabajador infatigable, Tatin construyó durante veinte años su museo bebiendo de todas las fuentes, o casi, de las civilizaciones y las culturales y recreándolas a su manera. Tatin inauguró en 1962 este museo al aire libre, puente entre Oriente y Occidente. El último "hijo terrible" es Alain Gerbault, el primer navegante que dio la vuelta alrededor del mundo en solitario en 1929. La réplica de su barco Firecrest está expuesta en los preciosos jardines de La Perrine, en el llamado "Espacio Gerbault". Murió en Timor durante la Segunda Guerra Mundial y en 1946 sus restos fueron trasladados a la mítica isla de Bora Bora.

Desde Laval a La Fléche, la ruta tiene dos paradas interesantes: Solesmes y su abadía, y Malicorne-sur- Sarthe, un centro de fabricación de cerámica con escuela incorporada y un museo de "faïance", que es como denominan los franceses a este tipo de cerámica iniciada en Faenza (Italia). La historia de la cerámica de Malicorne-sur-Sarthe se remonta a 1740, cuando un artesano llamado Moreau abrió la primera fábrica. Desde entonces, la localidad ha adquirido una creciente reputación en la cerámica artística.

Un millar de castillos, casonas y casas solariegas, un clima privilegiado y el Loira, presente en todas partes, hacen de la región un lugar muy acogedor. Angers es la gran desconocida. Lo reúne casi todo: un castillo impresionante que alberga el Tapiz del Apocalipsis, la catedral y dos grandes museos, el de Bellas Artes y el de David d''Angers. Ya de por sí toda la urbe es un bello museo donde sus edificios conjugan el negro de la pizarra de los tejados (l''ardoise) y la toba, esa piedra blanca, calcárea, fina y fácil de trabajar. El castillo es una de las fortalezas medievales mejor conservadas de Francia. Nuestra Blanca de Castilla impulsó la construcción en el siglo XIII de un complejo defensivo con 17 torres. Cuando dejó de ser cuartel, pasó a ser cárcel. Muy interesante es la visita de su interior, con sus jardines, sus paseos por las murallas y el descubrimiento de un pequeño viñedo.

No osbtante, el gran tesoro es su maravilloso tapiz, que ha sobrevivido hasta hoy gracias a un canónigo, apasionado del arte medieval, que en el año 1845 consiguió recomponer el tapiz que en el siglo XVII casi se perdió porque la Corte lo consideró fuera de moda. Lo encargó en 1375 Luis I de Anjou y tardaron diez años en fabricarlo. Sufrió muchas vicisitudes, pero cinco siglos después luce con esplendor en unas dependencias anexas al castillo, modernas y adecuadas para su visión. Es el conjunto medieval tejido más grande del mundo, con 130 metros. Realizado, según revelaciones de San Juan Evangelista, en Patmos, el tapiz o colgadura constituye, además, una extraordinaria transcripción visual de un texto religioso

La visita al Museo de Bellas Artes, renovado por completo en 2004, se compone de dos circuitos diferenciados: la historia de la ciudad desde el Neolítico hasta nuestros días y la sección de Bellas Artes, que incluye pinturas y esculturas de los siglos XIV al XX. Aquí están Lippi y Guardi, al frente de la pintura florentina y veneciana; Watteau, Chardin, Fragorad, y entre los impresionistas, Ingres, Monet y Henner.

Muy cerca del Museo, en la restaurada Abadía de Todos los Santos, construida en el XIII y abierta al público en 1984, se expone la obra de Pierre-Jean David d''Angers, que quiso firmar así sus obras en agradecimiento a su ciudad por las ayudas que recibió y para diferenciarse del otro David pintor. A principios de este año 2006, la urbe le ha recordado en el 150 aniversario de su muerte. Obras monumentales, encargos como el frontón del Panteón de París, bustos de personajes como Balzac, Víctor Hugo o Andrea Chénier y medallones componen esta impresionante galería en una genial rehabilitación.

Todavía en Angers se puede visitar la Catedral de San Mauricio, que muestra unas magníficas vidrieras de los siglos XII, XIII y XV. Se comenzó a construir a mediados del XII y se terminó alrededor de 1250. Es la primera construcción que presenta las características propias del estilo gótico angenivo, con sus bóvedas con ojivas que dan paso a finos nervios en el coro y en el transepto.

A lo largo de las orillas del río Loira se yerguen edificios espléndidos, y en el interior de su casco antiguo todavía parecen resonar los pasos de Monsieur Grandet y de su hija Eugenia. La casa donde presuntamente vivían está localizada en la Plaza de Saint Pierre, plagada de coches estacionados por todos los resquicios y con bellos edificios de la época. Y es que decir Saumur es decir Balzac y su novela Eugenia Grandet (1833), de recomendable lectura (existe un filme del mismo título, dirigido por Matio Soldati en 1946 y protagonizado por la actriz italiana Alida Valli, recientemente fallecida). Aquí todavía el mundo del gran escritor francés se puede decir que sigue vigente en sus calles y edificios. Saumur y su región son sinónimo de buenos vinos y de excelentes caballos. Su fama es internacional. Los prestigiosos jinetes del Cadre Noir, herederos de la Escuela Francesa Clásica, ofrecen sus demostraciones en la Escuela Nacional de Equitación. Cuatrocientos caballos perpetúan la tradición ecuestre francesa. La ciudad vieja está dominada por el castillo, que sería utilizado como prisión bajo el reinado de Luis XIV. Desde 1906 es propiedad de la ciudad y alberga dos museos: el de Artes Decorativas y otro dedicado al caballo. El culto hípico se plasma también en los trece hipódromos y en los 500 kilómetros de senderos balizados para el mejor desarrollo del turismo ecuestre en la región. Más de mil haciendas perpetúan la riqueza de la cría de caballos de Anjou.

Desde Angers o Saumur, lo mismo da, están cercanos dos famosos castillos y una abadía. Los castillos son el de Brissac, en Brissac Quincè, y el de Montreuil Bellay. Y la abadía, la de Fontevraud, una maravilla que conviene visitar con calma. Luego nos aguarda Nantes, la ciudad de Julio Verne, a la que todavía le dura la resaca de los grandes festejos organizados el año pasado con motivo del centenario del fallecimiento del genial escritor de ciencia ficción.

Es obligadísimo un paseo por el centro histórico, por el llamado Barrio del Bouffay, con sus callejuelas medievales cuyos nombres evocan antiguos gremios, con sus tiendas y restaurantes de todo tipo y procedencia.

Nantes se muestra muy orgullosa del Castillo de los Duques de Bretaña, construido en el siglo XV, que desde 1921 ha sido sede de un museo municipal. En obras durante muchos años, este 2006 será testigo de la apertura de su gran Museo de Historia de Nantes. Muy cerca del castillo se yergue la Catedral de San Pedro y San Pablo, cuyas obras se iniciaron en 1434 y finalizaron en el año 1891. Desgraciadamente sufrió un terrible incendio en 1972, pero ha sido felizmente restaurada y sigue siendo un bello edificio gótico de líneas muy puras. Por su parte, "el Nantes moderno" podría definirse perfectamente a través de estos cuatro lugares: la Isla Feydeau, el Pasaje Pommeraye, el Barrio Graslin y la Torre LU.

La denominada Isla Feydeau dejó de ser tal ínsula cuando uno de sus flancos fue unido a tierra firme. En los tiempos de Julio Verne era todavía una isla y quizás para él un gran buque de piedra. Era la época en que llegaban los barcos a la ciudad cargados de esclavos negros, que luego eran vendidos por toda Francia. Los llamados negreros de la ciudad se dedicaron a construir bellos edificios en el siglo XVIII con toba y granito y una singular particularidad: los adornaban con mascarones y balcones de forja. Algunos de estos mascarones retrataban a su dueño. Las tiendas y almacenes de los bajos de la época han dado paso ahora a almacenes y restaurantes, pero todavía se pueden visitar algunos de los antiguos patios, que se conservan tal como eran.

Si hay algo que convierte en emblemática a la ciudad es, sin duda, el llamado Pasaje Pommeraye. Inaugurado en 1893 y de estilo barroco, tiene tres pisos, una escalera central y unas galerías que unen la ciudad alta con el puerto. Jacques Demy y algún otro director de cine utilizaron el pasaje para sus películas. Siempre está repleto de público, pues ofrece una amplia gama de locales comerciales.

El Barrio Graslin constituye un hermoso ejemplo de neoclasicismo, que tanto gustaba al arquitecto Crucy. Su Teatro de la Ópera ofrece en la actualidad temporadas líricas importantes y el paseo, una especie de avenida y jardín, es comparado con el del Palacio Real de París. Curiosamente hay un restaurante en el barrio llamado La Cigale ("La cigarra"), un establecimiento que comenzó a funcionar en 1895 y que ha sido declarado Monumento Histórico Artístico.

Y, por último, la Torre LU, que durante mucho tiempo funcionó como fábrica de galletas hasta que en 1986 la factoría se desplazó a las afueras de la ciudad. En el viejo edificio se reconstruyó en 1998 una de las dos torres, que es hoy otro de los emblemas de la ciudad de Nantes. Alberga el Lugar Único, encuentro de culturas y punto de cita de lo más chic de la ciudad. Y de Nantes, directos al Océano Atlántico...

alculando las mareas, es posible su utilización. Si se llega tarde, una barrera impide el paso de peatones y coches. Tuvimos ocasión de observar la transformación de la bahía con marea alta y baja. Resulta impresionante el cambio de paisaje. A través de unos postes emergentes se adivina el recorrido de la carretera sumergida. Aseguran que los postes han sido la salvación de más de un despistado.

Noirmoutier-en-L''Ile ("monasterio negro") es el refugio de los que quieren vivir alejados del mundanal ruido. Por algo el 65 por ciento de sus diez mil habitantes son jubilados. Su planificación urbanística impide todo desmán inmobiliario. Todas las casas son de una sola planta, pintadas de blanco y azul, los colores de la isla. No se permite más construcción y las salinas son respetadas en sus primitivos perímetros. Los habitantes en activo viven de la sal, del cultivo de sus famosas patatas y de la pesca -especialmente crustáceos, ostras y mejillones-. Se calcula que en verano la población llega a los cien mil habitantes. Abandonamos la isla por el puente y, al llegar a Fromentine, unos rótulos anuncian los horarios de los barcos que hacen la travesía a la encantadora Isla de Yeu. Entre los turistas siempre hay viejos nostálgicos del mariscal Pétain, fallecido nonagenario en la prisión de la isla, que acuden a visitar la tumba del viejo militar.

Preciosas villas balnearias en la costa

Desde Fromentine a Saint Nazaire, por la costa, el viaje es impresionante con la visión de las marismas, repletas en algunos puntos de redes fijas que los pescadores mantienen y utilizan para la pesca de lucios, carpas, percas y anguilas.

Pornic es una preciosa localidad costera que recuerda mucho a los pueblos ingleses de Cornualles. Está repleta de balnearios y talasoterapias, pues se ha convertido en un centro de moda.

Después nos aguarda el río Loira, inmenso en su desembocadura. Para atravesarlo se ha construido un moderno y espectacular puente que nos conduce a Saint Nazaire, la ciudad que fue casi destruida por la aviación aliada durante la Segunda Guerra Mundial, ya que en su puerto las tropas alemanas construyeron una gran base para albergar sus submarinos, que resistió todos los bombardeos. Fue el último reducto alemán que capituló en tierras francesas. Ocurrió el 11 de mayo de 1945, el mismo día en que oficialmente finalizó la Segunda Guerra Mundial. Vien- do sus enormes paredes, no cabe duda de que podrían haber resistido hasta hoy día. La urbe, ante el coste de su destrucción años después de acabada la guerra, decidió conservarla y convertirla en el Museo L''Escale Atlantique, dedicado al mundo de los transatlánticos. Merece la pena la visita, pues resulta curiosa.

La playa más famosa de la región

También se pueden visitar los astilleros donde se siguen construyendo grandes transatlánticos. Fue en 1964 cuando se construyó el primero, bautizado como Emperatriz Eugenia, en homenaje a Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III. El último gran buque construido en Saint Nazaire, botado en diciembre de 2003, fue el Queen Mary II.

Abandonando Saint Nazaire y llegando a la costa nos espera un pueblecito encantador, St. Marc-sur- Mer. En una barandilla, oteando la playa, un curioso personaje -el director y actor francés Jacques Tati- aparece reproducido en bronce y con su vestimenta de Mr. Hulot durante sus vacaciones en esta localidad.

A partir de aquí, la costa se convierte en playa, siendo la Baule la más famosa de la región y de Francia, siempre en competencia con Deauville y Biarritz. Luego las playas dejan de serlo y se transforman en la denominada "Costa salvaje", escenario de tantos naufragios. Desde la Baule hacia el interior pronto se llega a una deliciosa ciudad, Guerande.

Salinas y marismas

Guerande -cuyo nombre bretón es "Gwenrann"-, la querida ciudad de los Duques de Bretaña, es un pequeño museo dentro de sus cuidadas murallas. Sus callejuelas adoquinadas aparecen salpicadas de comercios modernos, tiendas antiguas y locales de artesanía curiosa, como un taller de caligrafía y un museo de muñecas. La ciudad medieval fortificada atrajo a escritores como Zola, Apollinaire y Balzac.

Guerande se sitúa en medio de dos paisajes de contrastes: el país blanco, el de la sal y de las salinas; y el país negro, el de la Turba y el del Parque Natural Regional de Brière. A partir del siglo XVI, Guerande dejó de ser un importante puerto marítimo, puesto que las arenas invadieron los puertos y el valor de la sal descendió. Pero, gracias al turismo, Guerande ha renacido. Resulta interesante recorrer las marismas de agua salada que el hombre ha creado y que están divididas formando un mosaico de cuencas separadas por taludes arcillosos y abastecidas de agua a través de canales. Se puede visitar una típica casa de los cultivadores de sal y también una cooperativa de fabricantes. La producción de sal y de moluscos son las principales actividades en estas marismas.

Dejando Guerande, enseguida se llega al Parque Natural Regional de Brière. Creado en 1970, se extiende sobre 49.000 hectáreas -el segundo de Francia en extensión- y de su equilibrio depende la protección de los territorios de agua dulce y de agua salada. Los viajeros podrán saber cómo vivían sus antiguos habitantes visitando la aldea de Kerhinet, admirablemente restaurada. En cada una de sus cabañas se desarrollan actividades artístico-culturales, gastronómicas y pedagógicas. También se brinda la posibilidad de pasear. Un paseo con una chalande, una barca manejada por los pescadores, nos hará recordar a Venecia. Es una manera romántica de poner el broche final a esta ruta fabulosa.

Y a la hora del balance de las emociones vividas, de las sensaciones experimentadas, surge inevitablemente el recuerdo del gran escritor francés Honorato de Balzac, que reflejó en su magistral obra La Comedia Humana estas tierras y sus ciudades de principios del siglo XIX. "Bien sabemos -escribió- que la Francia del siglo XIX está dividida en dos grandes zonas, la provincia y París". Tenía toda la razón del mundo. Hoy día, en los inicios del siglo XXI, París sigue siendo París, pero la provincia francesa es una cosa bien distinta. La provincia que Balzac refleja en sus novelas es mediocre, cerrada, vulgar y monótona. Desapareció. Ahora las provincias desafían a París y acogen a los parisinos hartos de la gran metrópoli que engulle y estresa. Aquí encuentran la paz.

En el Loira Atlántico resulta normal que un marqués nos reciba en mangas de camisa, nos salude en castellano y se ponga a hablar de vinos españoles. Nos ocurrió en el Castillo de Brissac, en el Val de Loira, cerca de Saumur. Vive en el castillo todo el año con su esposa y tres hijos en edad escolar. El Castillo de Brissac es una espléndida construcción medieval del siglo XV al que le quedan dos torres de aquella época. En la actualidad pertenece al decimotercer Duque de Brissac. Su hijo mayor, Charles André, Marqués de Brissac, fue quien nos guió en la visita por los salones. Desde sus ventanales, la vista panorámica del parque no tiene fin. A este parque le cruza el río Aubance y suelen elevarse numerosos globos de recreo en un festival de mucho colorido. En uno de los salones, el marqués nos mostró fotografías de algunos personajes que se han alojado allí: Sofía Loren, Paulo Coelho, Jeremy Irons, Roger Moore o Gérard Dépardieu, que tiene también cerca su mansión.

En Champigné, en la ruta que va de la Val a Angers, se encuentra el Castillo de Briottieres, que más bien es un magnífico palacio sin torres. Lo atiende personalmente François de Valbray, un enamorado de su tierra, de su mansión, de sus vinos y de sus caballos. El castillo está rodeado de un hermoso parque cuyos límites no se vislumbran. Él atiende a los huéspedes y habita en la mansión junto a su esposa, Heehewige, y sus cuatro niños. El castillo, que dispone de diez suntuosas habitaciones, está siempre reservado durante la celebración del Gran Prix de Le Mans (a 70 kilómetros) por un acaudalado estadounidense que se presenta invariablemente con sus amigos.

La última plaza fuerte de Anjou

Muy cerca está también el Castillo de Vaulogé, regentado y dirigido por Marisa Radini, que habla cuatro idiomas, entre ellos el castellano. Además de sus fascinantes salones y habitaciones para los huéspedes, dispone de dos capillas, un molino y hasta de una prisión. Eran otros tiempos. Ahora Marisa Radini vive sola con su servicio doméstico, y sus cuatro hijos la llaman desde diversos lugares del orbe. Ella nos confesaba que se siente feliz en su castillo, charlando con sus invitados, a los que jamás considera "clientes".

Un castillo maravilloso que no admite huéspedes, pero que sí se puede visitar, es el de Montreuil-Bellay, cercano a Saumur y a la Bahía de Fontevraud. Desde lo alto de sus trece torres y las almenas la vista de la campiña es impresionante. Fue este castillo el último de las 32 plazas fuertes amuralladas de Anjou en la Edad Media. En su interior, espléndidos salones suntuosamente amueblados y, sobre todo, las escaleras, 18 en total. Es famosa la llamada "escalera de honor", construida con dos clases de piedra diferentes, amarillas y blancas. La Duquesa de Longueville, que vivió exiliada en el castillo durante dos años con su pequeña corte y que, al parecer, se aburría mucho, las subía montada a caballo. Cuentan que para descender tenían que vendar los ojos al caballo.

Viviendas excavadas en la roca

Ya en Rochemenier, próxima a Saumur, se puede conocer la otra cara de la vida de los franceses en otros tiempos, no tan lejanos porque los últimos habitantes de las cuevas trogloditas las abandonaron a principios del siglo XX. La palabra "troglodita" no tiene gran significado en nuestro idioma, como se lo hice ver a Víctor Leray, responsable de este curioso "museo". Para nosotros, los españoles, habituados a las cuevas granadinas y almerienses, el término "troglodita" nos trae invariablemente a la memoria a Los Picapiedra. En las granjas trogloditas de Rochemenier, que se inauguraron en el año 1967, los objetos expuestos explican la vida de esos últimos moradores.

A lo largo del cauce del Loira resulta frecuente observar en las rocas socavadas por el discurrir de las aguas casas-cavernas de las que sólo la fachada es obra del hombre. La diferencia entre estas construcciones y las cuevas "trogloditas" estriba en que las primeras se excavaban en rocas sedimentarias, provenientes de la sedimentación marina de la Era Secundaria, mientras que las cuevas de Rochemenier surgen del "falun", rocas del Terciario. Todas ellas son fáciles de ser trabajadas. Se calcula que ya en el siglo VII, en plena llanura, los campesinos excavaban hasta obtener un profundo hoyo. Después lo horadaban en horizontal para obtener las viviendas y anexos. Como la arena de la roca servía de abono para los campos, los granjeros la vendían y con su beneficio reembolsaban la compra del terreno y los gastos de la mano de obra.

La vivienda así obtenida resultaba más barata que las construidas en superficie. Además, protegía a los animales de la granja de los lobos, que en esta región proliferaban, y por ello hay muchos pueblos que ostentan denominaciones formadas con la palabra "lobo" -en francés, "loup"-, como Louresse, Lourre... Y aparte de lobos, también estaba el peligro humano en forma de guerras y persecuciones. En resumen, que los "picapiedras" franceses hallaron una forma de vida lejos del ruido y de los fastos de los castillos.

En todo el mundo occidental son famosos los cantos gregorianos de la Abadía de Solesmes, quizás la abadía benedictina más prestigiosa de la Cristiandad. Su origen se remonta al siglo XI y, como todos los monasterios, tuvo un origen modesto. Ni los ingleses, que la arrasaron, ni la Revolución Francesa ni el moderno laicismo han podido con este reducto del que sólo se muestra al público la iglesia, abierta diariamente al culto. No hay en la vida cosas tan emotivas como asistir a la misa de diez de la mañana o a las vísperas de las cinco de la tarde, sentarse en los bancos de madera y escuchar durante 45 minutos canto gregoriano en estado puro. Además, una estudiada coreografía ayuda a experimentar una emoción que aturde: hábitos blancos y negros se entremezclan en un austero y grave ceremonial que roza lo místico.

Descubrimos que el padre Bosel, un monje estadounidense que habla estupendamente castellano pues vivió cuatro años en el Real Monasterio de El Escorial, conocía a un fraile español amigo mío y, quizás gracias a esto, nos permitió algo que está prohibido a los visitantes: fotografiar los jardines del claustro, donde los sesenta monjes que habitan la abadía meditan, pasean y se relajan.

La tumba de Ricardo "Corazón de León"

Resulta obligada la visita a la Abadía de Fontevraud, considerada uno de los complejos monásticos más grandes del Occidente cristiano. Lo creó en el año 1101 Robert d''Arbrissel con una particularidad: también podían ingresar mujeres y leprosos. Eso sí, cada uno con su grupo. Los Plantagenêts la eligieron como necrópolis real y hasta la llegada de la Revolución Francesa siempre estuvo regida por una abadesa. En total fueron doce. Tras la Revolución, asumida en Patrimonio Nacional, en 1790 Napoleón la transformó en una cárcel que podía acoger hasta 1.750 reclusos. Funcionó como tal hasta el 30 de septiembre de 1985, día en que se fue el último prisionero. Durante la Segunda Guerra Mundial fue prisión de numerosos miembros de la Resistencia y después de los colaboracionistas con los alemanes. Ahora, olvidado aquello y restaurada de manera maravillosa, la abadía nos invita a explorar mil años de historia. Además de su famosa cocina románica, fabricada aparte por aquello de los incendios, en la abadía se encuentran las tumbas yacentes de los reyes de la dinastía de los Plantagenêts: Enrique II, Ricardo Corazón de León, Leonor de Aquitania e Isabel de Angulema. Se dice que por el claustro y los corredores se pasea el fantasma de Leonor cuando los turistas se van. La llaman "la dama blanca".

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