Las minas de Riotinto son como de otro planeta

Desde hace cinco mil años han estado los hombres hurgando en aquellas tripas de colores violentos. El Parque Minero de Riotinto, en la provincia de Huelva, rescata la memoria de titanes en alpargatas que explotaron, destriparon y trasmutaron aquella región del andévalo, creando escenarios oníricos donde la NASA realiza ensayos para la futura exploración del planeta Marte.

Riotinto.
Riotinto.

Parece otro planeta. La tierra despellejada, los cerros cortados, laminados, triturados, hieren con su estallido puro de carmines, bermellones, cadmios, violetas, ocres o azabaches, y sus balsas y arroyos de tintes metálicos. Parece un auténtico escenario de una película de ciencia ficción o de aventuras jurásicas. En esa Faja Pirítica Ibérica (como la llaman los geólogos) de 300 millones de años los hombres han ido arrancando la piel de bosque mediterráneo, que aún se deja ver por algunos rodales, en busca de codiciadas riquezas minerales.

Ha sido un pastel muy goloso, desde que se guarda memoria. Los romanos -y antes los tartesos y los fenicios- cavaron minas y asentaron poblados. La necrópolis de La Dehesa (que ahora no se visita) constituye un testimonio muy elocuente. Pero la historia adulta de estas minas comienza en el año 1873, cuando los ingleses obtienen la concesión para la Río Tinto Company Limited. Desde 1954, las minas pasaron a manos españolas, bajo diversas concesiones. En los viejos buenos tiempos llegó a haber unos 17.000 operarios trabajando, 143 locomotoras a vapor y siete eléctricas. La actividad minera fue decayendo durante los años 70. En 1984 partía el último tren desde las minas de Riotinto al muelle de carga en Huelva.

El actual Parque Minero de Riotinto (que tuvo en su inicio el poco afortunado rótulo de Aventura Mina-Parque) trata de lograr básicamente dos cosas: primero, que no se pierda esa memoria histórica y salvar o recuperar las huellas e instalaciones de la minería en la comarca; y segundo, darle a la región un impulso económico, aprovechando ese patrimonio para el turismo. En este sentido, el de Riotinto es un parque pionero, ya que lleva un cuarto de siglo volcado en este empeño.

En efecto, aunque fue en 1992 cuando abrió el Museo Minero, se venía trabajando en el proyecto desde los años 80. El museo sirvió de aglutinante, de centro de interpretación y recepción del Parque (aún cumple esas funciones). Está instalado en el hospital proyectado por R.H. Morgan en 1927, y destinado no sólo a los británicos y obreros españoles, también a los pobres de la comarca, que encontraban allí unas "camas de gracia".

En el museo se resumen dos mil años de minería: ídolos de piedra, togados romanos y artilugios rudimentarios de los inicios de la era industrial. Lo más reciente en el museo es la muestra de sistemas de evacuación hidráulica, con la reproducción de una noria romana y la recreación, en el sótano, de una mina romana; hay algunas por la zona, inaccesibles al público, así que ésta sirve para hacerse una idea. Pero la auténtica estrella, lo que más capta la atención, es el vagón del Maharajá, un lujoso coche construido para una visita de la reina Victoria de Inglaterra a la India y traído aquí para otra visita regia, la de Alfonso XIII.

El repaso al museo es esencial, pero deja un poso un tanto académico: hay que completarlo con un paseo por el barrio inglés de Bella Vista para captar la dimensión social de aquella aventura. En 1883, Charles Prebble decidió crear un barrio para su staff británico, donde los mandos pudieran desarrollar su estilo de vida. Se construyó primero la Casa Consejo (para el general manager) y una hilera de diez casas; en 1895 se añadió una nueva tanda, con otras diez viviendas. Además, se levantó una capilla anglicana, de líneas inconfundibles, y un Club inglés. Hace un par de años se convirtió en museo la Casa 21, perteneciente a un ingeniero. Además, se han recuperado otras dos casas, equipándolas para que los visitantes puedan alojarse en ellas reviviendo las esencias de la atmósfera victoriana.

Aún queda algo importante: visitar las minas. Desgraciadamente, no se accede ahora a Corta Atalaya (por problemas con los propietarios, aunque está declarada Bien de Interés Cultural; algo similar a lo que ocurre con la necrópolis romana). Una "corta" es una mina a cielo abierto (a diferencia del pozo o galería subterránea) y Corta Atalaya es un hoyo escalonado gigantesco: en él cabrían tres Giraldas puestas una encima de otra. La mina que se visita es Peña del Hierro (situada a unos diez kilómetros, en la localidad de Nerva). Allí se ha recuperado la sala de máquinas (que sirve de centro de recepción), el malacate, y se puede ingresar (protegidos con casco) en una galería de unos 200 metros. También se tiene previsto restaurar una casa de mineros. El lago artificial que inunda un cráter pone una nota de irrealidad; sensación que se acentúa cuando se recorre el nacimiento del río Tinto (paraje protegido) o el lugar donde la NASA realiza sus investigaciones para el Proyecto Marte.

Falta la guinda, lo que vuelve locos, sobre todo, a los más chicos: un viaje en el tren minero. Se tendió la línea entre Riotinto y la ría de Huelva (300 kilómetros) en sólo dos años (1873-1875), y hubo que construir ocho puentes y cinco túneles, con doce apeaderos, ya que también utilizaban aquel ferrocarril los colonos de la zona. El tren no circulaba "ni los domingos ni el cumpleaños de la reina Victoria"; Not on Queen Victoria''s Birthday es el título del libro en el que David Avery documenta el choque cultural entre los amos ingleses y los peones andaluces. Actualmente se han rehabilitado 12 kilómetros, que se recorren con dos máquinas de vapor (de 1875 y 1883) y una diésel. Se hace un alto en Las Zarandas (las zarandas eran cribas para cernir la ganga) y se prosigue hasta Los Frailes; allí, el antiguo apeadero sirve ahora de cantina, antes de iniciar el regreso. En ese breve recorrido, siempre circulando a la vera del río Tinto, el movimiento y el humo parecen insuflar aliento al paisaje, que respira como una entraña sangrante; un escenario de película en cinemascope y technicolor: lo mismo podrían asomar por allí Blade Runner o Terminator que un tyranosaurius spielbergensis. O ya puestos, por qué no, una partida de indios apaches.

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