Las islas de Sicilia, un mundo aparte entre África y Europa

La isla de Salina, con un suelo feraz donde crecen viñas que producen un malvasía muy codiciado, está formada por seis volcanes extintos y, aparte del vino, se dan bien los olivos, las alcaparras y los millonarios; muchos tienen en esta isla su refugio secreto.

Restaurante La Vela en la
población de Scauri.
Restaurante La Vela en la población de Scauri.

Como le corresponde a su condición de isla-continente, Sicilia tiene islas edecanes. Archipiélagos que poseen su propio carácter, y donde a veces se habla de los "sicilianos" con la misma falta de respeto con que los sicilianos hablan a su vez de los "italianos" de la península.

Las más tranquilas tal vez sean las Égades, frente a la costa de Trápani; en Levanzo y Favignana, las más grandes, el turismo aventaja a la pesca tradicional. Descolgada de ese racimo, Pantelleria es una isla mediana que vive del campo (exporta un moscatel famoso) y del turismo. Las islas Pelagias: Lampione, Lampedusa y Linosa, más próximas a África que a Sicilia, son las más vulnerables a los botes sin papeles, y permiten veranear en pleno invierno.

Un mundo aparte, y muy diferente, es el de las islas Lípari, o Eolias, en el norte, a media hora de ferry desde Milazzo. Formadas por volcanes más o menos revoltosos, son "las siete hermanas", cada cual diferente y respondona; sólo las une su origen volcánico (sigue vivo y coleando el de Strómboli, y medio dormido y humeante el de Vulcano), la red de aliscafi o barcos de línea y la devoción a San Bártolo (el apóstol Bartolomé), cuyo pellejo apareció flotando en Lípari un buen día del año 264, y goza de iglesias y festejos por todo el archipiélago.

Lípari es la isla que ejerce de capital, además de dar nombre al grupo. En su acrópolis, junto a la catedral, el museo histórico (hay otro de vulcanismo) recuerda que estas tierras fueron codiciadas e invadidas desde hace más de 4.000 años; los europeos necesitaban la obsidiana de los volcanes eolios para sus armas de piedra. La cosa es que por aquí pasaron todos los pueblos, griegos, romanos, árabes, normandos...: la misma retahíla que en la isla grande. En la Piazzeta Ugo di Sant''Onofrio, así como en Marina Corta y Marina Lunga, se respira una atmósfera elitista y reposada; muy contraria, en general, a la parodia de Nanni Moretti en Caro Diario, donde aparecen las calles de Lípari al borde del colapso por el tráfico veraniego.

La isla de Salina es de suelo más feraz. Sus viñas producen un malvasía dulzón muy codiciado. En realidad, la isla está formada por seis volcanes ex tintos y, aparte del vino, se dan bien los olivos, las alcaparras y los millonarios; muchos tienen casa en la isla. Menos poblada que las dos anteriores, Vulcano es de las más frecuentadas, gracias al Gran Cráter que permanece en fase fumarólica, y al que se puede ascender por laderas gualdas y humeantes. Bajo ese cráter, según los antiguos, moraba Eolo, dios del viento, y sus labios eran la boca del averno: San Gregorio Magno afirmó sin pestañear que él mismo había visto a ciertos difuntos de su época entrar por allí de patitas en el infierno.

Hacia oriente de estas islas mayores se alejan Panarea y Strómboli; hacia poniente, Filicudi y Alicudi, dibujando los tentáculos de una especie de constelación anfibia. Panarea es una isla tan chic o más que Salina, escoltada por islotes y farallones que flotan en la caldaia, un sopicaldo formado por burbujas de fumarolas submarinas. Pero la gran olla a presión es Strómboli, cuyo volcán es de los más activos del globo, lanzando gruñidos y explosiones cada quince o treinta minutos. Se le puede espiar desde un observatorio que está a sólo 500 metros de sus fauces; pero el gran espectáculo es acudir de noche en barco (se organizan excursiones) y ver cómo se vierte la lava por la Sciara del Fuoco hasta zambullirse en el agua enrojecida. A

licudi y Filicudi, al otro extremo del archipiélago, son más salvajes, y allí llega más bien un turismo de aventura, si puede tildarse así a los buceadores y submarinistas que aprovechan las grutas socavadas por el agua en la roca volcánica para explorar mundos de escondida y silenciosa belleza.

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