La ruta por los escenarios de El Código Da Vinci

El mundo, en la actualidad, se divide en dos clases de ciudadanos: los que han leído "El Código da Vinci", de Dan Brown, y han visto el film y los que se niegan en rotundo a llevarlo a cabo. Los que se resisten cada vez son menos. El fenómeno Da Vinci está provocando una oleada de viajes turísticos a los lugares descritos por la novela, con especial incidencia en Francia y en Reino Unido.

El gran patio del Louvre 
con la pirámide.
El gran patio del Louvre con la pirámide.

"Y aquí estuvo alojado Robert Langdon...", me dice la simpática encargada de relaciones públicas del Hotel Ritz en París. "¿ Aquí, exactamente aquí, en esta habitación ?", insisto. Ignora que los mitómanos somos gente peligrosa, al igual que los fetichistas. " Usted sabrá -me dice con mirada cómplice- que Robert Langdon nunca estuvo aquí, no pudo estar aquí...". "Pero sí el actor Tom Hanks", le replico. " Exacto, y aquí en esta habitación se rodó la secuencia de la película ". Comienzo a emocionarme. " Es decir -insisto-, en este teléfono recibió Robert Langdon la misteriosa llamada telefónica de las 12.32 horas que desencadenará una serie de singulares peripecias ". La mirada cómplice se torna en mirada de asombro. Acababa de darse cuenta de que estaba ante un mitómano y buen conocedor de la novela de Dan Brown. Ya el resto no le asombró en absoluto, y a mi requerimiento me mostró la bata de baño amarilla con el anagrama del hotel bordado. Otra emoción. "¿La puedo comprar? ", pregunté. " Por supuesto ". Posiblemente esta conversación, que sucedió en la realidad, no la entenderá quien no haya leído El Código da Vinci o no haya visto la película.

El perfecto mitómano-fetichista no repara ni en medios ni en gastos a la hora de recuperar los escenarios imaginados. Desde luego, hospedarse en el Hotel Ritz de París no está al alcance de cualquiera, pero cabe el recurso de visitar el bar, al que ya no acude Hemingway desde que tuvo la mala ocurrencia de pegarse un tiro. Si uno puede alojarse en el hotel, podrá comprobar que su dormitorio es como el utilizado por Robert Langdon: " Renacentista, con muebles estilo Luis XVI, frescos en las paredes y la gran cama de caoba con dosel ". No todas las habitaciones son así, pero la alfombrilla colocada al pie de cama sí es una " alfombra savonneire " y, desde luego, cada habitación tiene su cadena de seguridad en la puerta, como la de Langdon.

Para llegar desde el Ritz, en la Plaza Vendôme, al Museo del Louvre no hace falta tomar un taxi ni transporte público. A Robert Langdon se lo llevaron en un Citroën ZX a toda velocidad, pero tenía un motivo: le esperaba un cadáver en la Gran Galería del museo. A partir de este momento, el mitómano puede elegir entre visitar el Louvre con el voluminoso libro de Dan Brown en la mano o dejarlo en casa y conocer la realidad de París sin las curiosas, pero muchas veces equivocadas, explicaciones de Dan Brown.

El héroe de Dan Brown , metido en un veloz taxi que se salta el semáforo de rue Castiglione con rue Rivoli, se adentra en el Jardín de las Tullerías, que Brown define como " el equivalente parisino del Central Park neoyorquino ". Posiblemente, llegados a este punto es cuando hay que arrojar el libro por la ventana, esa " ventanilla " del taxi de Langdon que le permite ver " cuatro de los mejores museos del mundo... uno en cada punto cardinal ". Un poco difícil resulta la constatación, pero da lo mismo. Lo importante es que tengamos en cuenta que en París hay tres museos ineludibles: Louvre, Orsay y Pompidou. El cuarto hace referencia al Museo del Jeu de Paume.

Langdon se refiere al Louvre " light ", ironizando sobre esa ingente masa de turistas que hacen carreras para contemplar rápidamente sus tres obras de culto: La Gioconda, de Leonardo da Vinci, la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia. Mucho me temo que ahora los turistas sólo se dirijan a la Gran Galería en busca de los dos cuadros de Da Vinci acreditados en la novela: La Gioconda y La Virgen de las Rocas. Claro está que antes de admirar las citadas obras hay que alcanzar el gran hall subterráneo, que cubre la gran pirámide del patio de Napoleón III y a la que jamás se me había ocurrido atribuir las simbologías que figuran en la novela. Conocí hace años el gran patio del Louvre sin pirámide y con jardines, y debo confesar que me llevé un disgusto cuando construyeron la dichosa pirámide. Creo que rompe la armonía de la plaza. Pero esto lo digo por mi cuenta y riesgo.

Bien, nos guste o no, la pirámide está ahí, como lo está la Torre Eiffel. Procuren visitar el Louvre en algún día de la semana que no sea el lunes. Tiene su explicación: todos los museos parisinos cierran los lunes por descanso del personal, menos el Louvre, que lo hace los martes. Y un martes, precisamente, el departamento de promoción del filme alquiló una parte del museo, una vez rodada la película, para ofrecer una rueda de prensa con el director Ron Howard y otros componentes del equipo. Así supimos que alquilaron, gracias a la mediación del presidente Chirac, el Louvre durante una semana, de diez de la noche a cuatro y media de la madrugada, incluida la pirámide pequeña para la secuencia final. No encontraron las mismas facilidades en la Iglesia de San Sulpicio, cuyo párroco se negó en rotundo. Cuesta imaginarse cómo será el aspecto del Louvre por la noche y cerrado al público. Desde luego, tiene que ser apasionante pasear por las galerías y pasillos del museo totalmente vacíos. Experimenté esta emoción en El Prado madrileño cuando Antonio Mercero rodó su película La hora de los valientes . La productora alquiló un lunes parte del museo para el rodaje de una secuencia y resulta increíble pasear en solitario por las grandes salas sin turistas japoneses con sus cámaras... Me imagino el ambiente del Museo del Louvre por la noche, iluminado sólo con las luces-piloto rojas. Desde luego, Dan Brown lo refleja muy bien. Películas aparte, las antigüedades egipcias del recinto bien merecen una visita, con el Busto de Amenophis y la colosal Estatua de Ramsés II . El Louvre precisa por lo menos de tres días para poder decir que lo conocemos. Y, desde luego, los españoles no olviden que el Museo del Louvre recoge maravillas de compatriotas nuestros como Velázquez, El Greco, Ribera, Murillo, Goya, Zurbarán o Carreño de Miranda.

En el ala denon se halla la gran Galería, y en la misma, la Salle des Etats (Sala de los Estados), que ahora se llama Sala La Gioconda. Tras los forcejeos para ver de cerca este cuadro, muchos visitantes no prestan ni pizca de atención al gigantesco lienzo de El Veronés titulado Las bodas de Caná , que tienen a sus espaldas. Quizás porque Brown en su libro coloca en su lugar otro cuadro de Da Vinci, La Virgen de las Rocas . Esta obra, que en la novela y en el filme oculta algo que Sophie descubre, se encuentra abandonando la Sala de La Gioconda enfrente a la izquierda. Ahora bien, para hacer las cosas bien, según Brown, habrá que ir más tarde a Londres, a la National Gallery, para conocer la segunda versión que Leonardo da Vinci llevó a cabo de La Virgen de las Rocas , pues al parecer al cliente no le gustó la primera, es decir, la que se ubica en el Museo del Louvre.

La Iglesia de San Sulpicio es otra cita obligada para los fans de Brown. La magnífica y grandiosa iglesia, ubicada en la plaza que lleva su nombre, es una obra maestra de la arquitectura clásica. En la actualidad, la torre está cubierta por el andamiaje, en pleno proceso de renovación, una reforma que durará unos cuatro años y costará 30 millones de euros. Conocía esta iglesia, enclavada en el barrio de Saint-Germain-des-Pres, junto a la estación de metro que lleva su nombre, y también sus maravillosos vitrales. Nunca había gozado del favor de los turistas, pese a ser la segunda en tamaño después de Notre Dame. Hasta que llegó Dan Brown y su libro. Ironías del destino, seguro que su párroco ignoraba, cuando escribió el prefacio de un folleto explicativo -también editado en castellano-, lo que iba a ocurrir... " También me gusta esta iglesia en los fines de semana y domingos del tiempo ordinario, cuando nos encontramos como en familia... ", escribe. Pero llegó la familia Brown, con gran indignación de la encargada de la sacristía, donde se venden los folletos que explican la historia de la Iglesia de San Sulpicio. Aquí no vienen a rezar sino a contemplar el obelisco del gnomon astronómico. Las guías bien documentadas de París, al referirse a San Sulpicio, siempre hacen referencia al curioso pero razonable fenómeno del rayo de sol que, en los solsticios de verano (21 de junio) y de invierno (21 de diciembre), se reflejan en lugares concretos y definidos.

Dan brown sitúa al misterioso y siniestro monje Silas en San Sulpicio, "admirando la longitud de aquel enorme bloque de mármol, arrodillado junto a la base, no por devoción, sino por necesidad". Buscaba la baldosa suelta, "siguiendo la línea de bronce en dirección del obelisco". Tanteaba y encontró un hueco bajo la baldosa semoviente. Esa línea de bronce es "la línea rosa" de la novela. Una franja metálica de bronce que atraviesa el templo de norte a sur. Antes de Greenwich, la longitud cero pasaba por París y atravesaba la Iglesia de San Sulpicio. No fue en 1888, como asegura Brown, sino en 1911 cuando Francia adopta el meridiano internacional de Greenwich. Lo que no dice Brown ni el folleto de la iglesia es que la línea de cobre se interrumpe en medio del templo por culpa del altar ubicado de cara a los fieles. Esto tuvo que ocurrir cuando, tras el Concilio Vaticano II, todos los altares se acercaron a los devotos y el ministro del Señor oficiaba de cara y no de espaldas.

"¿Sabría decirme donde podría encontrar a sor Sandrine Bieil?", pregunté con cierta ironía a la señora que atiende la librería de la sacristía. Enseguida captó mi alusión y, agradecida por la compra de la brochure y la generosa limosna para las necesidades de la parroquia, se despachó a gusto contra Brown y su novela. ¡Y todavía no se había estrenado la película...! Observé un cartel, solicitando guías voluntarios para la visita de la iglesia. Y un nombre " Michel Rouge, 01 42 22 99 84 ". Los van a necesitar...?

La ruta de El Código da Vinci conduce en París a la Embajada de los Estados Unidos, justo al norte de los Campos Elíseos. Siempre resulta placentero recorrerlo a pie, hasta el Arco del Triunfo. Lo mismo sucede con Le Bois de Boulogne, pero por la noche no resulta recomendable. Bien lo sabe Sophie en la película, pues las prostitutas la miran como una competidora que les ha robado un cliente llamado Robert Langdon . Luego, el fetichista deberá dirigir sus pasos a Saint Lazare. Pronto se percatará de que la estación de ferrocarril se ha convertido en un caos por culpa de unas obras eternas. Tampoco el personal que cobija resulta agradable. Además, comprobará que Robert y Sophie jamás habrían podido adquirir, con o sin tarjeta, dos billetes para Lille porque jamás los trenes que parten de la estación han ido a esa ciudad gala. La ruta incluye también la visita al Château de Villette, donde se rodaron algunas secuencias, pero evidentemente no está habitado por sir Leigh Teabing , encarnado en la película por sir Ian Mckellen. El castillo no se encuentra situado " a 25 minutos al noroeste de París, cerca de Versalles ", tal y como informa Dan Brown. Pero, si se dispone de tiempo y dinero, puede uno alojarse en el propio castillo y gozar de las maravillas de la región, rica en historia y en arte.

La ruta tiene su gran final en el Museo del Louvre . Si no quieren arruinar la lectura de la novela o el visionado del filme, eviten leer el epílogo antes de tiempo e impida que se lo cuenten. Para rendir un homenaje a Langdon , pueden situarse ante la puerta del Ritz. Curiosamente, la película no arranca en dicho hotel y sí la novela. Es después, al final de toda la aventura vivida, cuando Langdon , afeitándose en el maravilloso cuarto de baño descrito por Brown, se percata de que tiene que volver al museo, cuando cree que ha descubierto " el misterio ". No es necesario hacerlo de nuevo desde el Ritz, como lo hace Langdon , pero resulta muy curioso porque así, al igual que el protagonista de la novela, podrán encontrar en la rue Richelieu una de las treinta y cinco señales que jalonaban en las calles de París la indicación del eje norte-sur que atravesaba la ciudad, el mismo eje que discurre por la Iglesia de San Sulpicio.

Los parisinos ya se han acostumbrado a observar a los fetichistas de Brown mirando las aceras o fotografiando unos medallones de bronce incrustados en el suelo, de diez centímetros de diámetro, con las letras "N" y "S" grabadas. Al igual que Garbancito , Langdon alcanza de nuevo el Louvre y termina descubriendo el emplazamiento de la pirámide invertida.

Tampoco a mí me resultó fácil su localización. Y es que, observada desde el interior y echando la mirada hacia el cielo, se contempla una cristalera transparente. Jamás había visto en la Gran Plaza del Louvre esta cristalera. Subí de nuevo al exterior y no conseguía localizarla. Por fin, al igual que Langdon , abriéndome paso entre los setos de una zona ajardinada circular de difícil acceso, observé que allí estaba la base de la pirámide invertida. Saciada mi curiosidad, bajé de nuevo al interior. En aquel momento lo entendí todo, estaba la gran pirámide invertida y la pirámide en miniatura de apenas un metro de alto, tal como lo describe Brown. Aquí no hay nada inventado. Es en este lugar donde Langdon " con repentina emoción cae postrado de rodillas". Y con él millones de fetichistas. ¡Que Dios los perdone!

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