Las Islas Salvajes: la reciente mayor reserva marina de Europa está en Portugal

La Convención sobre Diversidad Biológica de las Naciones Unidas se ha fijado como objetivo para el año 2030 la protección del 30% tanto de la superficie de la Tierra como de los mares y océanos, alineado con el mismo horizonte temporal de la Estrategia de Biodiversidad de la Unión Europea.

Es en el contexto de esta declaración de intenciones en el que recibimos una excelente noticia: el nacimiento de la mayor área marina protegida de toda Europa y del Atlántico Norte, la de las Islas Salvajes.

Gracias a ello, este archipiélago portugués ha cobrado en los últimos meses un protagonismo que nos permite poner en el foco unas tierras emergidas de naturaleza volcánica que, a pesar de su proximidad a las Islas Canarias y a su gran riqueza biológica, han pasado totalmente desapercibidas a nuestras miradas.

Las menos conocidas de la Macaronesia

Las Islas Salvajes son, con total certeza, el más desconocido de los archipiélagos que forman la región macaronésica, una vasta extensión que ocupa una buena porción del océano Atlántico oriental.

Situado entre Madeira y las Islas Canarias, a tan solo 100 millas náuticas de estas últimas, se trata de un conjunto de afloramientos rocosos de origen volcánico formado por tres islas principales y algunos otros islotes, donde tan solo habitan los guardas del Parque Natural de Madeira.

Las erupciones producidas atrás en el tiempo levantaron una estructura cuya base se encuentra a 3500 metros bajo el nivel del océano, mientras que en superficie asoman con timidez unas tierras emergidas de escasa altitud que, con el trascurrir de los años, se han ido esculpiendo por la acción de las mareas y los vientos alisios.

Salvaje Grande, la de mayor extensión de las tres principales, es característica por su pequeña meseta, en la que destacan tres picos y un faro que, además de su función, hace las veces de baliza.

Mucho más reducida en tamaño, Salvaje Pequeña sobresale entre las olas gracias al Pico do Veado y a otro faro, haciendo visible desde cierta distancia el punto geográfico donde se sitúa junto con la más pequeña isla de Fora.

Un archipiélago de escasas hectáreas que, sin embargo, ha sido protagonista histórico de disputas territoriales entre España y Portugal sin saber que con el tiempo acabaría por convertirse en un importante reducto de biodiversidad del planeta.

Un excelente refugio marino y ornitológico

Aunque una leyenda situaba el paradero del tesoro del pirata español Cabeza de Perro en las Islas Salvajes, lo cierto es que la verdadera riqueza de este archipiélago no se mide en monedas de oro o piedras preciosas.

Las frías aguas que bañan los arrecifes de estas islas son testigo de excepción de la gran riqueza natural que presentan. En superficie, las más de 150 especies vegetales – reducidas drásticamente durante la explotación del cultivo de la «barrilla» en los siglos precedentes – se unen a un santuario ornitológico con 38 especies diferentes, entre las que destacan las pardelas y los paíños – aquí vive la mayor colonia de esta especie del planeta -.

Mientras, bajo las aguas, encontramos un excepcional refugio con la presencia de mamíferos marinos, más de 50 especies de peces y el doble de moluscos, que dan buena cuenta de la importancia biológica de esta área macaronésica – muchas de esas especies son, además, endémicas -.

Toda esta riqueza fue protegida en 1971 por el Gobierno de Portugal, convirtiéndolo en ese año en la primera Reserva Natural del país. Cincuenta años más tarde, coincidiendo con el aniversario, a finales de 2021, fue ampliada su superficie de 94,71 kilómetros cuadrados a 2677 – comprendiendo doce millas náuticas alrededor de las islas –, para pasar a convertirse, desde ese momento, en la mayor área protegida marina de toda Europa y el Atlántico Norte.

Un resultado en consonancia con el objetivo 30x30 de las Naciones Unidas (30% de la superficie terrestre y oceánica de la Tierra protegida para el año 2030), que ha sido la materialización de un esfuerzo de investigación llevado a cabo desde 2015 por el Instituto para la Conservación de la Naturaleza y de los Bosques y por la Fundación Océano Azul, dentro del ambicioso proyecto «Pristine Seas» de National Geographic.