La isla de Ré: 85 kilómetros de preciosos pueblos, enormes playas... y burros que llevan pantalones
Si quieres conocer un sitio diferente, este es tu rincón en Francia

La marítima población de La Rochelle, situada al norte de la famosa urbe de Burdeos, puede presumir de contar frente a sus costas con dos grandes islas, la de Oléron y la de Ré. Esta última, conectada con ella por un icónico puente, se ha convertido con el tiempo en un destino cada vez más apreciado por el turismo, a medida que se han ido dando a conocer los muchos recursos que ofrece al visitante. Un universo de 85 kilómetros cuadrados de marismas, salinas, bosques, dunas, enormes playas, preciosos pueblos y muchas curiosidades que la vuelven única.

Un lugar privilegiado
La cuarta isla más grande de la Francia continental se encuentra en la costa Atlántica, unida desde 1988 a tierra firme por un kilométrico puente de casi tres mil metros de largo. Con una extensión de treinta kilómetros de punta a punta y cinco de anchura en su parte más amplia, esta porción del archipiélago de Charentais, llamada “isla de Ré”, es una extensión plana dominada en gran parte por las marismas.

Su ubicación se ve beneficiada por corrientes cálidas, al mismo tiempo que disfruta de un clima con más de 2500 horas de sol al año, lo que hace de ella un lugar privilegiado que, a pesar de situarse en la costa Atlántica de Francia, tiene características que la hacen comparable con la región mediterránea costera del país.
Por otro lado, la tranquilidad que se vive en el ambiente es notable, basada sobre todo en el hecho del uso de la bicicleta como medio de transporte por excelencia y en el mantenimiento de un carácter rural de las poblaciones.
Precisamente de ese carácter rural sobresale una de las características más llamativas del paisaje de Ré, como es la estampa de los burros – en realidad asnos de la raza Baudet du Poitou - de extenso y despeinado pelaje. Cada vez menos frecuentes, aún es posible observarlos en semilibertad.
Empleados tradicionalmente en los trabajos del campo o de las salinas, se hicieron célebres por portar, durante una época del año, una especie de pantalones que les evitaban las picaduras de los insectos. Una costumbre que nació en 1860 y que ha sobrevivido hasta nuestros días como un elemento del folclore local erigido como icono.

Y es que la vida rural ha marcado desde los inicios la vida en la isla de Ré, desde la llegada de monjes cistercienses en el siglo XII, cuando comenzaron a tomar cuerpo actividades como la viticultura, la horticultura – con el cultivo de la patata a la cabeza -, la cría de ostras o la recolección de sal marina, hoy en día señas de identidad de la zona. No es de extrañar, por tanto, teniendo en cuenta esta riqueza, que los mercados sean una parte fundamental del escenario cotidiano de los pueblos presentes en la isla, como tampoco llama la atención que un 80% de la superficie de la isla esté destinada alabores agrícolas o pertenezca a los muchos espacios naturales que la integran.
Sin lugar a dudas, la conocida como “zona intermareal” es una de las grandes referencias de esos espacios naturales. Llamada así por encontrarse en los espacios afectados por las subidas y bajadas de la marea, constituye una zona de dominio público accesible y libre de pesca a pie, aunque con restricciones que la protegen medioambientalmente. Los visitantes se sorprenden al transitar por esta zona durante la marea baja y observar multitud de moluscos y crustáceos, cuya abundancia está fuera de cuestión.
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También abundantes son las muchas especies de aves que han encontrado en esta isla un punto esencial en las rutas migratorias que unen África con el hemisferio norte. Una importancia faunística ampliamente reconocida que ha asentado las bases de una política de protección de estas tierras, como ejemplifica la ecotasa que se cobra como peaje, a la entrada del puente desde la Rochelle, a la hora de entrar en Ré.
La isla blanca
Cuando observamos la configuración y la fisionomía de los pueblos de la isla de Ré, lo primero que se nos viene a la cabeza son poblaciones típicamente mediterráneas. Las viviendas de color blanco, las calles floridas… nos cuesta imaginar estos escenarios en la costa Atlántica y, sin embargo, existen y son los culpables de que este territorio se conozca también comola “isla blanca”.
Son diez las poblaciones que podemos encontrar en la isla y, cuando cruzamos el puente desde La Rochelle y dejamos atrás Ribedoux-Plage, la primera que nos saluda es la de Sainte-Marie-de-Ré, de origen medieval, con su campanario como atalaya.

Avanzando hacia el interior, pronto nos encontramos con su casi homónima Saint-Martin-de-Ré, capital de la isla y principal puerto, en la que destacan por encima de todo sus murallas fortificadas declaradas Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Levantadas entre 1681 y 1685 bajo la dirección del célebre ingeniero de Luis XIV, Sébastien Le Prestre de Vauban, se trata de un semicírculo de kilómetro y medio de radio y más de 14 kilómetros de fortificaciones en total.
Un poco más adelante no podemos olvidarnos de La Couarde-sur-Mer, un pueblo precioso, en el corazón de la isla, en el que encontramos cinco kilómetros de playas de visita imprescindible.

Mientras, al norte, Loix, Ars-en-Ré o Portes-en-Ré, nos presentan toda la zona de marismas y salinas, además de la riqueza natural de espacios protegidos, como la reserva ornitológica de Lilleau des Niges, o de pequeñas calas.
Mención especial merece Saint-Clément-des-Baleines y su célebre Faro de las ballenas, el punto más turístico de toda la isla. Uno de los faros más altos de Francia, con 57 metros de altura que, mediante 257 escalones, se remontan para llegar a lo alto de esta histórica estructura, pudiendo admirar unas vistas espectaculares de todo el entorno, como la playa de La Conche, así como la magnificencia de la isla de Ré al completo.
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