El impresionante oasis escondido en Perú que se funde con el mar: “Es un espejismo alucinante”

Entre las dunas infinitas del desierto de Ica, las palmeras y la laguna de Huacachina contrastan con la aridez del paisaje, conquistando a los viajeros de todo el mundo que llegan hasta este privilegiado rincón peruano.

Huacachina, un oasis entre las dunas del desierto de Perú
Huacachina, un oasis entre las dunas del desierto de Perú / Gonzalo Azumendi

Todo viajero sueña con viajar a Perú para alcanzar Machu Picchu y las cumbres andinas que envuelven este magnífico rincón sagrado, pero el país guarda un sinfín de lugares inesperados. Desde los Andes hasta la costa, bañada por el Pacífico, pasando por la selva amazónica, los paisajes peruanos mutan emocionando a cada kilómetro. Pero entre todos ellos hay uno que esconde, entre sus dunas de más de 100 metros, un sorprendente espejismo hecho realidad. Se trata de Huacachina, una laguna circundada de palmeras que rompe con cualquier imagen preconcebida de Perú. En la orilla se levantan pequeños hoteles, restaurantes y bares de aires bohemios.

Huacachina se esconde en el desierto de Ica

Huacachina se esconde en el desierto de Ica

/ Gonzalo Azumendi

Este oasis es único en Sudamérica y está declarado zona de reserva en 2014. Se ubica en la costa sur, muy cerca de la localidad de Ica, conocida por sus viñedos, y a unas cuatro horas de Lima, la capital peruana. El desierto donde se emplaza Huacachina se ha convertido en un codiciado destino, tanto para aquellos que quieren relajarse ante sus atardeceres o amaneceres, como para quienes buscan algo de adrenalina deslizándose en tablas por las dunas o sorteándolas a toda velocidad a bordo de un buggy. Ya solo el hecho de recorrerlo hace preguntarse cómo es posible que los conductores puedan seguir sus carreteras invisibles sin perderse.

Adriana Fernández

El oasis que brotó de una lágrima

Según la leyenda, la laguna de Huacachina, que viene a traducirse del quechua como “la que llora sal”, nació de las lágrimas de una princesa inca que lloraba la pérdida de su amado. La princesa desapareció entre las aguas y las dunas convirtiéndose en parte del desierto. Aunque la tradición lo envuelve en un halo místico, las aguas que conforman este paisaje brotaron de los manantiales subterráneos del desierto. De hecho, sus beneficios terapéuticos atrajeron a numerosas familias de Lima entre los años 30 y 60 del pasado siglo, haciendo que el lugar se convirtiera en un glamuroso destino para la época. De aquel periodo dorado aún se pueden contemplar algunos hoteles y casonas coloniales. En la actualidad, este estilo de turismo ha sido sustituido por mochileros de todo el planeta y viajeros que buscan hacerse con todas las caras que dibujan un país de gran diversidad.

Las gigantescas dunas del desierto de Ica se extienden hasta casi darse de bruces con la inmensidad del océano Pacífico. Al este es la Cordillera de los Andes la encargada de delimitar el territorio. Desde lo alto de los montículos es posible contemplar panorámicas onduladas que se irrumpen ante la población de Ica. Sus formas cambian según la hora del día, creando estampas de lo más fotogénicas, especialmente al atardecer, cuando los últimos rayos del sol pintan de toda la gama cromática de naranjas posibles esas olas de arena.

Lo recomendable es quedarse a dormir en uno de los campamentos que salpican sus dunas para capturar, también, el amanecer. Pero antes de arrancar un nuevo día en el desierto, habremos cenado ante una fogata y habremos dormido bajo un manto infinito de estrellas. Una experiencia íntima y cargada de emoción que completa de la mejor forma posible esta aventura en el desierto peruano. Aunque si de lo que se trata es de llevar el viaje a otro nivel, tampoco debemos dejar de visitar el resto del departamento.

A tan solo 5 kilómetros se extiende la ciudad de Ica, la cual, además de ser puerta de acceso al desierto, es conocida como la capital del vino y del pisco en Perú. Su privilegiado clima, cálido y seco, hace de ella un punto idóneo para el cultivo de viñedos. Un manto de verdes en contraposición a los tonos dorados del desierto. En las bodegas es posible conocer el proceso de producción, degustar tanto el vino como el pisco e incluso dormir rodeado de viñedos en hoteles coloniales llenos de encanto como Viñas Queirolo.

Por su parte, en el litoral, a una hora de distancia en coche, los magnéticos y salvajes paisajes áridos encierran los enigmas de las líneas de Nazca antes de bañarse en aguas que son un verdadero paraíso para numerosas aves.

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