Filipinas, Sardá operado a barriga abierta

La antigua colonia española es una caja de sorpresas: desde la fiebre por tunear los jeeps hasta los santeros que te sacan hilillos de "sangre" de la barriga y luego te ponen una tirita. También visitamos antiparaísos, como la prisión de Manila, y subimos a un avión ordenados según el peso. Y ojo a algunos apellidos que dejaron allí los curas españoles: el recepcionista de mi hotel se llamaba Juan Maricón.

Filipinas, Sardá operado a barriga abierta
Filipinas, Sardá operado a barriga abierta

PRIMER DÍA:

Paraíso del "tunning"

Lo primero que sorprende cuando llegas a Manila, la capital de Filipinas, es que el 70 por ciento de los vehículos son Jeeps tuneados o, como les llaman allí, "Jeepneys". Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, los fi - lipinos reciclaron los jeeps americanos y los tunearon a su manera. Lo peor es que lo que empezó como una curiosidad acabó siendo una epidemia y ahora existe una competición popular a ver quién lo tunea más a lo bestia. Hoy en día dicen que no existen dos "jeepneys" iguales, no me extraña. La cosa ha llegado hasta tal punto, que el "jeepney" se ha convertido en el souvenir estrella: hay imanes de nevera, cochecitos de juguete y hasta dedales de plata; en fi n, que lo primero que hice al llegar a casa fue ponerme un "jeepney" souvenir encima del televisor

SEGUNDO DÍA:

Una tirita para Sardá

Nos empeñamos en visitar a uno de esos curanderos que poniendo las manos en la barriga consigue curar a sus pacientes sacando vísceras sin cicatriz. Para llegar hemos de entrar en un barrio marginal de Manila. Las calles son tan estrechas, que nuestro coche provoca el caos en cada esquina. Al llegar al local tengo la sensación de haber estado antes... Luego me doy cuenta de que es igual que "el sanatorio" de Carlos Jesús. Tras cinco minutos de cánticos al Espíritu Santo, aparece una señora que al entrar en trance empieza a hacer puntos sobre un papel con un bolígrafo; tras la demostración de estilográfi ca empieza lo bueno: una señora se tumba sobre el altar y, tras ser rodeada por seis personas, la curandera le aprieta con los dedos la barriga hasta que saca un hilillo de sangre y algo sangriento que introduce en una palangana. El truco se ve a kilómetros de distancia: toda la operación se realiza mezclando gasas entre los dedos, una de las cuales lleva dentro una víscera pequeñita de pollo que con un poco de habilidad a lo David Copperfi eld sale de la barriga del "primo" paciente. El siguiente "primo" fue Sardá; juro que ni él lo sabía: en cuestión de segundos estaba siendo operado de la barriga (no sé porqué, pero a él un señor le soplaba en la cabeza; sería para aturdirlo). A Javier se le notaba la poca fe porque mientras le operaban, él iba siguiendo con los dedos del pie el ritmo de los cánticos religiosos. A Sardá no le salió sangre, pero al terminar tuvieron la amabilidad de colocarle una tirita por encima de su ombligo. Luego nos enteramos de que nuestro contacto con la curandera había pactado intervención sin vísceras. Entonces, ¿para qué la tirita? En fi n, sólo nos faltó salir de allí gritando: ¡Tongo! ¡Tongo!

TERCER DÍA:

La prisión de Manila

Vamos a la prisión de Manila a visitar a Paco Larrañaga, el español que cumple cadena perpetua por el presunto asesinato de dos chicas adolescentes. La verdad es que todo lo que envuelve su caso es confuso, pero lo que está claro es que en el juicio hubo muchas irregularidades. Yo nunca había entrado en una cárcel y espero no volver a hacerlo, el lugar no es muy agradable... porque, además, esta no es una cárcel cualquiera, aquí hay más de 22.000 reclusos. Paco nos cuenta que en su celda hay ¡300 presos! y, por supuesto, no hay camas para todos, muchos duermen en el suelo y se hacen ellos mismos la comida dentro de las celdas...

Lo curioso es que al entrar no hubo ni arco detector de metales, ni registros, ni control de lo que llevábamos en las bolsas. La única medida de seguridad fue un sello en el antebrazo, al puro estilo discoteca, que ponía en letras mayúsculas "MONDAY", o sea, era lunes. Las únicas condiciones que la cárcel nos puso al equipo de TV fueron no grabar nunca de frente al reo. Todavía no entiendo la razón, pero por si las moscas lo cumplimos.

Al terminar, siguiendo el consejo de su madre, regalamos a Paco un pastel -veo que el chaval tiene mis mismas afi ciones-; y un dato más: si alguien quiere ir a verlo, prueben a meterle una lima dentro de la tarta porque nadie controló el interior del regalo. Tras desearle mucha suerte, salimos de la cárcel simplemente enseñando el sello del brazo; ya saben, los que se quieran escapar de esa cárcel sólo deben recordar el día de la semana en que están.

CUARTO DÍA:

La báscula traidora

Decidimos volar a la isla de Corón. Para ello estás obligado a volar en un vuelo interno que no tiene desperdicio. La primera en la frente llega cuando ves que en el mostrador de facturación no sólo pesan el equipaje sino también al viajero. ¡Dios mío! ¡Delante de todo el mundo! Y por si fuera poco con la bolsa de mano a cuestas... ¡Quiero morirme! La báscula tiene al menos medio siglo. Al subir a la pesa intento tapar con mi cuerpo la fl echa indicadora que, a traición, supera los 100 kilos. Miro hacia atrás intentando justifi carlos porque llevo en la mochila el ordenador portátil, pero ya es tarde: el equipo está partiéndose de risa.

Lo peor es que esta operación la realizan para distribuir el peso de los pasajeros en el avión... ¿En qué aparato vamos a volarrrr? Para colmo, en la sala de espera de la terminal hay una hornacina con una fi gura de una virgen enorme. Cada vez hay más señales para salir corriendo. Otra de las sorpresas es que la azafata reparte los caramelos ya en la puerta de embarque, nos pareció extraño... (por cierto, las azafatas de South East Asian Airlines llevan la minifalda más corta que he visto nunca). Al cabo de unos minutos descubrimos el porqué: y es que la azafata, tras dar las indicaciones del chaleco salvavidas, se bajó del avión y se fue... ¡Cobarde! Mi primer impulso fue volver a la terminal y arrodillarme ante la hornacina con la virgen, pero ya era tarde...

(60 minutos más tarde): Por culpa de mi peso, soy el pasajero nº 1, sentado casi en el lugar del copiloto. Gracias a mi situación privilegiada puedo ver la cabina perfectamente, casi podría coger los mandos del avión; pero, de repente, veo que el altímetro lleva una inquietante etiqueta pegada, me acerco para verla y leo: "Not in use"... ¡Mamáaaaa!

Pero aún quedaba lo peor: el aterrizaje, la guinda del trayecto... Veo desde mi "asiento para gordos" cómo al acercarnos la pista se ve muy, muy, muy pequeña; pensé que nunca antes había visto un aterrizaje desde la cabina y me autoconsolé creyendo que era lo normal, pero no: cuando el avión tocó tierra, vi cómo la pista se iba acabando... ¡Se acabó! ¡Nooooo! El piloto se comió la pista entera y todo un campo de tierra hasta frenar por los pelos a 50 metros de unos árboles... Padre nuestro que estás en los cielos...

QUINTO DÍA:

La "huella" de los curas

En Filipinas casi no recuerdan la presencia española. Quienes de verdad dejaron huella fueron los curas españoles. Prácticamente no hay familia que no descienda de un cura español. Dicen que Imelda Marcos, durante una visita a nuestro país, provocó una situación muy violenta cuando le dijo a Franco que ella era descendiente de un cura español. A Franco, desde luego, no le hizo ninguna gracia: qué curioso que su propio padre tuviera una hija secreta en Filipinas.

Cómo sería la huella que dejaron los sacerdotes españoles en Filipinas, que en la antigua fortaleza española intramuros, Manila, hay una pequeña distracción para los turistas que consiste en un recortable de un cura español para que pongas tu cabeza y te fotografíes con el aspecto de un misionero de hace unos siglos. Algunos de ellos se ganaron la santidad, como éste que recibió un machetazo en la cabeza o algunos que se merecieron el destierro cuando en el siglo XIX censaron a la población fi lipina y pusieron nombres y apellidos a los que tenían, improvisando en algunos casos nombres que hoy en día perduran, como "Orejudo" o "Maricón". De hecho, el recepcionista de mi hotel se llamaba Juan Maricón... Pues menuda la gracia del "jodío" cura.

INFORMACIÓN

Para obtener más información sobre Filipinas, ir a www.tourism.gov.ph

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