Dubai, el emirato de lujo

El petróleo ha obrado el milagro en Dubai, un país que hasta hace cuatro décadas estaba poblado por tribus de pescadores y nómadas. Pero no contento con el bienestar alcanzado, el emirato prepara en su suelo la ciudad-estado del siglo XXI, con planes de construcción ambiciosos e inauditos. Un hotel submarino, la torre más alta del mundo y la reproducción de sus principales ecosistemas, ganándole tierra al mar, se cuentan entre sus iniciativas de vanguardia.

El parque acuático Wild Wadi.
El parque acuático Wild Wadi.

Dicen que no más de diez o doce años durarán los barriles de crudo a espuertas en el Golfo Pérsico, según el ritmo de consumo que exigen sus exportaciones a Occidente. De ahí que, después, acaso se esfume el encantamiento que hizo de los Emiratos Árabes Unidos el epicentro de la economía y la política geoestratégica mundiales desde hace poco menos de medio siglo. Quién lo sabe a ciencia cierta... En todo caso, Dubai, segundo emirato por tamaño tras Abu Dabi, ya era un puerto mercantil importante antes de hallar oro negro, bajo su suelo, en 1967. Es más, se prepara para ser la ciudad-estado del siglo XXI, diversificando su economía, ahora que puede, al margen de que se agoten o no sus reservas de crudo. Resulta del todo impresionante el salto hacia delante en el tiempo y el espacio que el país ha dado en los últimos cinco años, pero más aún su cartera de proyectos en marcha. Algunos aseguran allí que sólo el 7 por ciento de su Producto Nacional Bruto (PNB) depende ya de las exportaciones petrolíferas, que el resto viene de las transacciones comerciales y de sus 600.000 turistas anuales, cuyas divisas nutren nada menos que el 17 por ciento de su economía.

De cualquier forma, un paseo entre las obras faraónicas que transforman de día en día el highlight dubaití, puro perfil de era tecnológica y espacial, da a entender bien a las claras la soberbia proyección venidera a la que aspira. Allí prefieren hablar de lo que se edificará y no tanto de lo ya edificado. Su lujo asiático basado en la hi-tech de lo real-maravilloso puede ir mucho más allá, según se anuncia en los grandes carteles de las avenidas y autopistas de la ciudad. Algo que sugerirá en breve, 35 km al suroeste de la ciudad, su espectacular Dubai Waterfront. Una fabulosa construcción de 81 millones de metros cuadrados, frente a la playa, llamada a ser la puerta de bienvenida al Estado desde Abu Dhabi. Un complejo cuya primera fase de proyecto incluye el croquis de downtown que atiende por Madinat Al Arab, junto al canal arábigo.

En 2005 abrió sus puertas la Comunity Art Centre de Dubai. Para el 2006, cuando 70 millones de pasajeros transiten por su aeropuerto internacional ampliado, con la línea aérea de los UEA no menos fortalecida y dotada de grandes salas lounges por doquier, estará listo el parque temático Dubailand, que propone hasta esquí entre las dunas. Al año, Burj Dubai se bau tizará la torre más alta del planeta en la Madinat Al Arab. Poco después, por The Palm se conocerá la zona residencial de islotes artificiales para el emirato, sobre terreno ganado al mar. Y en el 2008, la más alta ingeniería dará a luz su gran montaje The World.

Aunque hasta el 2010 no funcionarán las clínicas y spas de su planeada urbe de la salud, con los mejores médicos del mundo en plantilla, en el 2008 experimentará el desarrollismo del emirato su máximo apogeo, cuando quede aún pendiente el monorraíl que unirá su puerto al aeropuerto y se sepa si se llevará o no a efecto su hotel submarino denominado Hidrópolys. De cualquier forma, a la vista de los proyectos futuristas que se avecinan en Dubai -rascacielos, emporios del shopping, lagos artificiales entre cottages de resort y centros de ocio a la occidental-, lo que ahora se percibe allí parecen recuerdos del pasado... Y eso pese a la majestad postmoderna que emana de la Tolet City y las Emirates Tower, torres de babel que apuntan al firmamento en el downtown de este país habitado por gente de 150 nacionalidades distintas.

Selecta urbanización en un oasis de islas

Por Burj Al Arab atiende aún su mejor hotel, el único del mundo catalogado como "siete estrellas". Una pasarela de uso privado te lleva a su hall de mármol reluciente. Sus escalinatas mecánicas dan paso a suites con todo el refinamiento imaginable en materia de kilims, azulejos de alhambra y vidrieras. Sus huéspedes cenan en el restaurante principal alrededor de una gran cristalera de acuario que les trae tiburones, mantas y calamares vivos a ras de mesa... Y, como el dinero llama al dinero, las vistas de su azotea no dan ya a la ciudad edificada en el siglo XX sino a las bases marítimas en las que comienza a levantarse The World: el oasis de islas que Dubai se ha propuesto como metáfora y microcosmos a la hora de convertir sus sueños multiculturales en realidad... Esta urbanización de lujo está diseñada para que el nuevo dueño de casa en Dubai pueda hacerse la ilusión de estar viviendo en Manhattan o en Australia, sin atentados terroristas o tsunamis en kilómetros a la redonda, comunicado por ferry con la tierra firme del emirato... No en vano, aparte de componer a vista de pájaro y pequeña escala el mapamundi, los 200 islotes que la forman pretenden recrear los principales ecosistemas del planeta en sus áreas residenciales: cocoteros, playas de arena blanca y hamacas del Mar Caribe, fiordos escandinavos o sabanas características de las tierras altas de Kenia. Desde luego, no hay nada como venir a la nueva Creación del planeta Tierra en Dubai para huir del mundanal ruido. Por lo demás, tantos potentados andan buscando parque temático con visos de realidad que, según se asegura, están vendidos sobre plano e incluso revendidos buena parte de los apartamentos que brinda The Palm, la otra joya de la corona inmobiliaria en Dubai, ese complejo con forma horizontal de palmera, apreciado desde las alturas, que contempla villas en sus ramas y una recepción de hotel en su tronco. Además, parece que Brad Pitt y David Beckham ya figuran entre los propietarios de parcela en The Palm. Sea o no cierto, el rumor atrajo muchas miradas a semejante vecindad y de esta circunstancia se ha alimentado el boca a boca que ha puesto de moda el lugar entre otros famosos y ricos del star-system globalizado. Puede que hasta se le haya regalado casa al famoso futbolista inglés en The Palm, a modo de inversión publicitaria, según algunas lenguas.

El milagro del oro negro

En el siglo XVI la costa de la península arábiga cercana al estrecho de Ormuz estaba habitada por tribus, que habían visto pasar de largo aventureros portugueses por toda penetración europea. Gentes que malvivían arrancándole cultivos de dátiles al desierto, pastoreando camellos y pescando. Así que cuando en el siglo XVIII se multiplicaron los barcos comerciales del Viejo Continente por sus aguas jurisdiccionales, vieron la ocasión de mejorar su nivel de vida dando refugio y patente de corso a la piratería que los interceptaba y exigía aranceles, cuando no saqueaba su carga de especias, maderas, sándalo o esclavos. Piratas que establecieron rivalidad entre sí, terminando por llamar la atención de la Armada Británica, que desmanteló sus bases y, a cambio de otorgar protección militar, política y financiera a los jeques de la zona, tierra adentro, mantuvo control sobre ella desde 1820 a 1971. Ocurrió, entonces, que las prospecciones petrolíferas se habían extendido ya con éxito por lo que en ese momento se conocía como Emiratos de la Tregua, razón suficiente como para que el resto del mundo, con las multinacionales americanas como punta de lanza, exigiera su independencia colonial. Abu Dabi descubría bolsas de oro negro en su subsuelo hacia 1958, apenas una década antes de que también lo hicieran Dubai y otros pequeños reinos contiguos del Golfo Pérsico, a partir del cual se creó la confederación de los Emiratos Árabes Unidos. Unas siglas, las que rezan EAU, destinadas a ligar el destino político de Abu Dabi y Dubai con el de Sharya, Achman, Um al Qaiwain, Ras al Jaima y Fuchaira, los cinco Estados restantes de su entorno.

Un 80 por ciento de población foránea

Dubai vivió la revolución cultural del 68 nadando en petróleo y con prospecciones de gas natural, mientras en Europa y EE UU se hablaba de contracultura hippy. A pesar de todo, ya había hecho fortuna comerciando bienes de contrabando y oro dorado antes que oro negro. Un dato que el viajero puede apreciar si brujulea por su zoco de los metales preciosos, vecino del dedicado a las especias, en la ciudad vieja, antes de quedar boquiabierto cruzando el Creek, un canal que la separa del desarrollismo urbano alcanzado por su emirato al extenderse hacia Deira. Allí, en el old town, su población aborigen -unas 6.000 personas en 1950- dejó esforzados aperos de pesca y monturas de camello para seguir los designios del Profeta, que en vida bendijo a quienes participaban de su oficio como mercader. Y, a modo de premio por creer en los milagros, tiene ahora casa, medicina y estudios universitarios en el emirato. Junto a la población local, no obstante, tal como puede comprobarse en los zocos dubaitíes, también se estableció un buen número de comerciantes indios, iraníes y paquistaníes: aquellos que no quisieron vivir como asalariados bajo la prosperidad del país sino como profesionales autónomos, dentro del 80 por ciento de población extranjera que sostiene su censo. Un porcentaje que posee permiso de residencia, pero nunca adquirirá la nacionalidad dubaití ni siquiera por matrimonio. Si acaso, hallar el respeto en la pirámide social del país, que, en materia de extranjeros, considera por orden de preferencia a europeos, asiáticos de Oriente Medio e indios.

El emirato de Dubai acoge emigrantes laborales, pero no ofrece la misma permeabilidad a las inversiones de capital foráneo, empeñado como está en multiplicar sus arcas con la actividad financiera e inmobiliaria del dinero propio y las divisas del turismo que recibe. Aun así, últimamente ha sido bienvenida la inyección de dinero que los kuwaitíes invertían en Túnez. Dubai es un cruce de caminos entre la billetera de Oriente y la tecnología y el lifestyle de Occidente, eso sí, bajo preceptiva árabe y musulmana. El milagro del oro negro no ha sido, al parecer, el mayor ocurrido en esta tierra de milagros, que aún espera más maná.

El eterno mito de la Arabia feliz

El aeropuerto de Dubai reinaba en 1971 a solas en su desierto como una instalación marciana, sin que sus operarios imaginasen que en el año 2000 tendría capacidad para 24 millones de pasajeros con una nueva terminal, a poco de albergar en los años 90 el mayor duty free del mundo. ¿Soñaban, por entonces, que para el 2006 su tercera terminal triplicará esa capacidad? Incluso, a principios de aquella década, apenas eran tres las construcciones elevadas sobre las arenas del emirato, sueño de herrajes y metacrilato futuro. Ahora el desierto dubaití no trae para el visitante maldición solar alguna sino safaris organizados en todoterreno -cátering incluido-, magníficos crepúsculos y espectáculos bajo carpa nómada. Piscinas, champán y, dentro de poco, hasta presentaciones power point, siempre que el turista venga a sus arenas con business card de ejecutivo en reunión exclusiva de trabajo.

Por otra parte, en las inmediaciones del puerto Al Rashid, base histórica y comercial de la bonanza económica de Dubai, abundan las singladuras en crucero dhow frente a panorámicas de minarete y marisquería tradicional árabe. Porque si algo cuidó el emirato fue su imagen, en tanto prosperaba creando para su sociedad del ocio campos de golf, festivales de compras, logos de Rolex coronando su skyline, derbys de hipódromo y tránsito de limusinas y descapotables entre sus hotelazos, aparte de un Grand Prix de Fórmula 1, al plantearse como objetivo rescatar el mito de la Arabia feliz.

Según los geólogos, hace milenios hubo un vergel y no ardiente arena de erial en su península. Vergel que Dubai porfía en rescatar y reproducir por obra y gracia de su inversión en ecosistemas, que para eso se mueven los ejecutivos patrios con maletín y chilaba blanca en su World Trade Center, sin plantearse el anacronismo de las mujeres con la cara cubierta que aún se ven frente a sus ordenadores, en sus boleras y complejos comerciales próximos. Mujeres que la tradición, más que la fe musulmana, sigue tapando de pies a cabeza. De todas formas, para que nadie saque con clusiones apresuradas sobre credos fundamentalistas, el emirato también muestra a sus señoras y señoritas vestidas a la occidental, cara al viandante extranjero, en discotecas y soberbias piscinas de hotel; todo hay que decirlo. Y quien quiera más tipismo y look tradicional beduino, que acuda a los museos silenciosos o vivientes con que también cuenta el emirato. Para empezar, hay que pasarse por Al Hatta Heritage Village y Fort Fahidi, donde se reconstruyen los hábitats que el nómada fue ganándole al extenso desierto en Dubai. Y luego, a sus mezquitas más tradicionales, a sus zocos y al distrito de Bastakaia, que mantiene en pie sus torres del viento, tan emblemáticas antaño como lo son hoy las Emirate Towers.

El tradicional arte de la cetrería

La World Cup en su hipódromo y su Grand Prix, con sus fiestas de alta sociedad, bien valen el despliegue de papel couché que la prensa rosa dedica a Dubai en medio mundo. Pero no hay acontecimiento en el emirato, ni siquiera sus carreras de camellos, que haberlas también las hay, con la trascendencia de la cetrería, su verdadero deporte rey. Y es que allí adquirió una simbología especial. La caza de la ciencia ficción define como nunca a los halcones dubaitíes de la EAU, lanzados hacia ella con cálculo y agudeza tecnológica modelo Silicon Valley. De hecho, muchas de sus sociedades pioneras, IBM y Microsoft entre ellas, han establecido cuarteles generales en el parque empresarial denominado Dubai Internet City. Y el llamado Dubai Media City ha terminado reuniendo en el mismo perímetro a Reuters, CNN, Siemens, Kodak, Rahbani Productions y Taj TV. Cero impuestos pagan al Estado los dubaitíes y, puestos a establecerse en su suelo, no se le iban a poner demasiados impedimentos fiscales a los agentes de la actual era de las comunicaciones. Porque, a todo esto, la naciente industria cinematográfica de Dubai, que acaba de abrir los estudios Dollywood, piensa ya en expandir a los cuatro vientos la fama de un emirato donde todo es posible, a ojos de quienes puedan y no puedan visitarlo. Ciento veinte canales de televisión sirven como dinamo de esta cultura fílmica, que busca reeducar sentimentalmente a las nuevas generaciones del orbe árabe. Así que pronto nuestras pantallas se teñirán con sus películas.

Dubai decidió apostar fuerte para ser dueño de su destino como línea costera con salida por el estrecho de Ormuz al golfo de Omán y al Mar de Arabia. Un litoral en el que algún día quedarán apenas gotas de chapapote, en recuerdo de los ríos y ríos canalizados de oro negro que ahora desembocan en ella, con depósito en grandes buques petroleros. También se secaron una vez los ríos de Babilonia que dicen regaban el paraíso terrenal..., ese cuya topografía tratan de actualizar en el emirato, con jardines y parques por doquier, entre su skyline, en una ciudad impoluta que abrillanta capós de limusina y hoteles sobre piso encerado. Es como si los antepasados del actual jeque en Dubai, Maktum Bin Rashid Al-Maktum, hubieran comenzado por frotar la lámpara de Aladino a la hora de adecentar su emirato. Como si de su genio hubieran sacado a relucir, finalmente, el cumplimiento de tres deseos: el hallazgo de petróleo, la emancipación colonial y, en el colmo de su opulencia, cerebro para invertirla mejor que despilfarrarla con las típicas veleidades de un nuevo rico.

Caprichos de magnate se los da el emirato, pero con sentido avanzado de la rentabilidad. Y, puestos a concitar más cerebros para sacarle partido a su patrimonio, resulta que su emir se hace rodear ya por los mejores profesionales del mejor mundo posible, preclaros informáticos, ingenieros sobre el terreno ganado al mar y linces de la mercadotecnia, dispuesto a seguir reviviendo fábulas de Las mil y una noches. A eso se le llama hacer florecer el desierto. Allí donde el beduino buscaba agua dulce, resulta que encontró petróleo y algo más: la manera ideal de refinarlo.

Todas las zonas mesopotámicas donde alguna vez se pensó que estaba el paraíso bíblico mantienen eternas disputas. Así que Dubai tiene derecho a reivindicarlo sobre su suelo vecino y moderno, ahora que además su jeque capitanea el timón político de todos los Emiratos Árabes. Por qué no.

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