Un recorrido por el lado irresistiblemente salvaje de Costa Rica

Desde las nebulosas cumbres de los volcanes Miravalles y Rincón de la Vieja a las áridas y abrasadoras playas de Guanacaste, pasando por el remoto Refugio de Vida Silvestre de Caño Negro o el hermoso Parque Nacional Tenorio.

Costa Rica, salvaje y auténtica

Puente colgante en zona termal de Rincón de la Vieja.

/ CRISTINA CANDEL

En las llanuras septentrionales de Costa Rica las carreteras son escasas y salpican polvo y barro por la escasez de asfalto, pero es casi la única manera de llegar al Refugio de Vida Silvestre de Caño Negro. Sorteando baches en las pistas de tierra, franqueadas por centenares de hectáreas cultivadas con piñas, y tras pasar por alguna pequeña aldea local, se alcanza esta joya natural escondida lejos de las grandes masas turísticas que ocupa 10.000 hectáreas entre humedales, bosques y pastos. Es este un auténtico paraíso de vida animal que atrae a ornitólogos y pescadores en las cercanías de la frontera nicaragüense y de su gran lago Cocibolca.

En Caño Negro el principal afluente es el río Frío, que tiene una longitud de 100 kilómetros y se convierte en un hogar seguro para más de 315 especies de aves, 160 de mamíferos y 50 especies de peces, entre los que destaca el pez gaspar. A este animal omnívoro se le considera un fósil viviente, pues no ha cambiado su fisonomía en 150 millones de años, es decir, desde la época de los dinosaurios. Por sus características se le llama también pez lagarto, ya que comparte alguna morfología con los reptiles, aunque lo que más llama la atención es su cráneo en una sola placa, una mandíbula prolongada en forma de trompa con dos filas de dientes muy afilados y unas escamas brillantes que son utilizadas por los artesanos del pueblo para elaborar souvenirs.

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Catarata Llanos de Cortés y Poza Escondida.

/ CRISTINA CANDEL

Las hembras del pez gaspar, a las que los lugareños llaman “yeguas”, tienen un tamaño mayor que el del macho y desovan unos 40.000 huevos en zonas del río poco profundas, entre 20 y 50 centímetros, lo que los convierte en una presa fácil para libélulas, arañas y otros peces. Ha sido, sin embargo, la pesca tradicional la que ha menguado notablemente su población por ser su carne muy sabrosa, parecida a la de la gamba o el langostino, por lo que las autoridades han impuesto una veda anual que se inicia el 1 de marzo y termina el 31 de agosto.

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Catarata Río Celeste en el Parque Nacional Volcán Tenorio.

/ CRISTINA CANDEL

Los locales, unos 500 en el pueblo, lo degustan en sus casas habitualmente, pero existe una casa de comidas fuera de Caño Negro que suele servirlo en ocasiones puntuales, como el Restaurante Tabacón en la carretera a Upala. Rosi Arqueda, nuestra guía en este magnífico humedal, nos comenta que la pieza más grande que se ha capturado sigue siendo una hembra de 14,76 kilos y 1,31 metros de longitud en 2014 y que cada año se celebra en octubre un Festival del Gaspar, en el que se pueden adquirir objetos procedentes casi siempre de los huesos y de las escamas de este pez prehistórico.

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Se pueden observar más de 20 especies de lepidópteros, entre ellos, la Heliconius Ismeniu

/ CRISTINA CANDEL

La mayor exposición artesanal se encuentra en el mariposario del pueblo que regenta doña Carmen Jiménez desde hace 15 años, otro aliciente más de la visita a Caño Negro, pues se pueden observar más de 20 especies de lepidópteros. Según doña Carmen, que dirige personalmente un pequeño tour por cinco dólares, las mariposas ponen muchos más huevos en su jardín gracias a los trozos de piña que esparce en cada rincón siempre decorado por ella misma con plantas ornamentales.

Un paraíso animal

El humedal de Caño Negro alberga decenas de aves migratorias y acuáticas, principalmente entre enero y marzo, la temporada seca, conviviendo con un gran número de caimanes que aparecen en las orillas para tomar el sol y nadar sigilosamente con sus ojos muy abiertos y parte de la cabeza fuera del agua. Estos reptiles suelen ser presa fácil para los jaguares que se acercan al río Frío y dejan un olor fuerte muy peculiar ante la mirada asustada de los monos araña o los monos aulladores que comparten las copas de los árboles con algún perezoso de dos dedos.

Pero las estrellas de este paraíso animal son las aves: el elegante jabirú, en peligro de extinción, el zanate nicaragüense, el coqueto pato cantíl o la bella garza agamí están a la cabeza de las preferencias de los birdwatchers por ser más escasos, pero nadie queda defraudado cuando distingue de cerca al martín pescador, la abundante aninga o pato aguja americano, la apuesta garza real, los coloridos ibis o los bellos tucanes. La riqueza del refugio de vida silvestre no tiene límites, aunque sí peligros, como los incendios, la pesca ilegal, los residuos sólidos y la sedimentación, que han puesto en guardia a todo el pueblo, muy consciente de su tesoro natural.

Para descubrir Caño Negro lo ideal es tomar a primera hora de la mañana un bote con guía que se adentra primero por el sector norte del río Frío y se acerca lo suficiente hasta los animales para que puedan ser fotografiados. De la mano de Rosi, al frente de Paraíso Tropical con su marido y sus dos hijos pequeños que viven en una pequeña isla del humedal, es posible acceder en alguna de sus tres embarcaciones por el río. Cuando el curso goza de un buen caudal, estos barcos pueden penetrar en las vías más estrechas y llegar a pocos metros del basilisco o de las iguanas, muy presentes también en este refugio.

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Rana verde de ojos rojos en la reserva Valle del Tapir.

/ CRISTINA CANDEL

En un momento dado se apaga el motor del bote para escuchar el inquietante sonido de la jungla espesa con más de 300 especies de plantas y ese silencio impresiona a cualquiera. Después, por la tarde, se puede acceder a los vastos humedales esparcidos, el llamado sector sur, a través de 14 lagunas navegables para alimentar más la sorpresa de contemplar a las aves revoloteando libremente. Desde este punto, cuando los días son despejados, hay otro regalo para la vista al contemplar unas magníficas panorámicas de los volcanes Arenal, Tenorio, Miravalles y Rincón de la Vieja.

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Iguana en Caño Negro.

/ CRISTINA CANDEL

A partir de Caño Negro tomamos dirección sur hacia Bijagua, ya en la provincia de Alajuela entre las montañas de los cantones de Guatuso y Upala, para penetrar en el Parque Nacional Volcán Tenorio. En las faldas de este volcán maravilla un efecto óptico en el río Celeste, primero en su gran salto de agua, que se precipita 20 metros en caída libre hasta una amplia poza de color azul turquesa rodeada de riscos. Esta es, sin duda, una de las auténticas joyas naturales de Costa Rica, pues los minerales de cobalto de volcán le proporcionan un tono azulado que se acentúa cuando disminuyen las lluvias.

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Llanos de cortés, la gran playa del interior tico

/ CRISTINA CANDEL

Tenorio y el río Celeste

Se accede a la cascada descendiendo por unas escalones tras una hora de caminata desde la entrada del parque y después, al regresar al camino principal, solo hay que recorrer a pie 500 metros para divisar en días despejados las cumbres del Tenorio uno, Tenorio 2, Montezuma y Bijagua desde un mirador. A continuación, se suceden la laguna azul, donde se intensifica aún más el color en días soleados, y los borbollones con el agua caliente burbujeando al emitir las chimeneas volcánicas fumarolas sulfúricas que acaban creando una zona de aguas termales.

La ruta concluye en los teñideros, el punto donde se aprecia con nuestros propios ojos cómo el río se vuelve drásticamente más azul al confluir dos afluentes no coloreados, el río Buenavista y la quebrada Agria. El baño está prohibido dentro del parque nacional, pero los que lo desean pueden sentir este agua en su cuerpo al salir al exterior y tomar la carretera en dirección a San Rafael de Guatuso. A un kilómetro y medio hay un área de baño libre junto a un puente de la carretera que es muy frecuentado por los visitantes y vecinos ticos.

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Tour en bici organizado por Hacienda Guachipelín en Rincón de la Vieja.

/ CRISTINA CANDEL

El Parque Nacional Tenorio, creado en 1995, protege especies endémicas y en peligro de extinción. De hecho, su fauna es muy abundante, con el danta o tapir, el puma y los monos aulladores y de cara blanca, entre otros muchos, y su flora sorprende por la diversidad de palmas, heliconias, helechos, bromelias y orquídeas. Los vecinos de Bijagua, el pueblo más próximo al parque, también se sienten muy comprometidos con ese equilibrio natural y algunos de ellos, como Donald y Pip (él, guía naturalista bijagüeño, y ella, australiana), no solo dan alojamiento en su encantador bed and breakfast Casitas Tenorio, sino que tratan de recuperar la flora y la fauna de estos bosques en una reserva natural privada, adquirida hace 16 años y bautizada con el nombre de Valle del Tapir, intentando también inculcar a vecinos y visitantes la imperiosa necesidad de frenar la caza furtiva.

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Higuera estranguladora en Parque Natural Rincón de la Vieja.

/ CRISTINA CANDEL

La pareja lo ha pasado mal con la pandemia del covid-19, pero sigue mostrando a los huéspedes su paraíso, donde es posible ver de cerca al tapir, a los perezosos con sus bebés, a tucanes, serpientes caracoleras, cabezonas y la temible terciopelo y a todo un mundo de ranas y sapos nocturnos, entre otras muchas especies. “Nosotros mostramos los animales a la gente que viene —comenta Pip— para que sepan por qué Costa Rica es una tierra de pura vida y estamos orgullosos de que en nuestro valle no haya conexiones ni internet, solo bosque para tomar su energía, que la necesitamos todos”.

Junto al Tenorio se halla otro gigante dormido, el volcán Miravalles, que se despliega por unos hermosos paisajes ideales para recorrer a caballo y después, en ese Cinturón de Fuego del Pacífico que culmina en el volcán Orosi en suelo costarricense, surge Rincón de la Vieja. A 25 kilómetros al nordeste de Liberia, la capital de Guanacaste, este volcán místico recuerda la leyenda de una princesa indígena que se enamoró de un guerrero enemigo. El padre de la princesa, no contento con esta relación, arrojó al joven al interior del cráter. Para estar siempre cerca de él, la princesa se retiró a vivir junto al volcán y aprendió a sanar con las plantas del lugar hasta su vejez.

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Parque Nacional Volcán Tenorio.

/ CRISTINA CANDEL

Por esta razón, la gente del lugar empezó a llamarlo el Rincón de la Vieja. Hoy el volcán sigue siendo uno de los más activos de Costa Rica con nueve cráteres, un lugar de bosques nubosos donde se concentran cascadas, fumarolas, géiseres y fuentes termales. Fue declarado parque nacional en 1973 con el fin de proteger los 32 ríos y arroyos que nacen en sus estribaciones y para recorrerlo existen dos senderos, el más largo conduce hasta la catarata de la Cangreja y el pequeño se convierte en un paseo circular repleto de pequeñas lagunas de barro hirviente, conocidas como pailas, y de llamativas fumarolas que surgen entre el espeso bosque.

En esta masa forestal destaca una población de guaria morada, la flor nacional de Costa Rica, en estado silvestre, y una fauna muy variada con mamíferos como el saíno, la guatusa, el tolomuco, el armadillo o los monos carablanca y aves tan icónicas como el quetzal, el tucán arcoíris o los eléctricos colibríes, que casi podrían pasar por un insecto.

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Garza y caimán en el humedal de Caño Negro.

/ CRISTINA CANDEL

En las laderas bajas permanecen las antiguas fincas ganaderas que ahora ofrecen alojamiento, paseos a caballo, tirolinas, descensos en neumáticos y baños termales con propiedades terapéuticas para la piel y las alergias, entre un puñado de actividades de ocio al aire libre. La más importante es Hacienda Guachipelín, por la que siempre debes pagar un dólar en una especie de peaje de la carretera, si no eres cliente del hotel y simplemente quieres visitar la zona y el parque nacional. Hasta 1988 era una hacienda ganadera a la que se acercaban los visitantes a pie o a caballo pues no existía carretera alguna y el desplazamiento desde Liberia al volcán se alargaba cinco horas utilizando un potro, hecho que acabó convirtiéndola en hotel para dar cobijo a los curiosos que se acercaban a Rincón de la Vieja y les sorprendía la noche.

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Caño Negro desde el mirador en el río Frío.

/ CRISTINA CANDEL

La catarata oropéndola

Dentro de la hacienda se distribuyen siete saltos de agua, pero el más espectacular es la catarata Oropéndola, cuyas aguas caen desde 25 metros de altura a una poza turquesa donde sí es posible bañarse en un entorno rodeado por la hermosa vegetación del cañón del río Blanco.

Costa Rica, salvaje y auténtica, MAPA
Costa Rica, salvaje y auténtica, MAPA / Ricardo Salvador

El tour por el norte de Costa Rica no estaría rematado sin visitar la costa de Guanacaste, que ocupa la mayor parte del Pacífico Norte. Sus playas atraen a miles de visitantes, especialmente entre los meses de diciembre y mayo, donde se alcanza una temperatura media próxima a los 34 grados. Es entonces cuando surfistas y bañistas disfrutan del agua y de los atardeceres rojos, los primeros para disfrutar del fuerte oleaje que se desploma por la costa y los segundos buscando el refugio de las hermosas bahías más protegidas, siempre repletas de pelícanos y fragatas.

Playa Naranjo, Playa Grande, Playa Tamarindo y Playa Negra son muy populares para los amantes de las tablas y las olas, mientras que Playa Hermosa y Playa Panamá en las cercanías del Golfo de Papagayo resultan más recomendables para el chapuzón.

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