El corazón de la India: De la sagrada Benarés a las cuevas de Ajanta y Ellora

El escritor Ángel Martínez Bermejo narra y propone en este reportaje un viaje extraordinario: 1.300 km que atraviesan la India de noreste a suroeste. De los ghats de la ciudad santa de Benarés en las orillas del río Ganges hasta las espectaculares cuevas de Ajanta y Ellora, en el Estado de Maharastra. Un viaje repleto de tesoros, ciudades perdidas y lugares inolvidables.

Benarés y el río Ganges
Benarés y el río Ganges / ISTOCK

Amanece y el sol ilumina la ciudad. Desde hace miles de años, este momento se celebra en Benarés como en ningún otro lugar del mundo. La orilla occidental del Ganges está llena de gente afanándose en sus tareas y en purificarse en estas aguas sagradas. El Ganges, al pasar por Benarés, a veces parece una inmensa corriente de té oscuro, no especialmente ancho, pero la grandeza de algunos ríos no se mide en metros. También sorprende la diferencia entre las orillas: la occidental, rebosante de gente y de edificios que trepan por una ladera empinada; la oriental es una gran playa llana y desierta. Dicen que Benarés es la ciudad más antigua del mundo. Quién sabe. Pero su origen está en un simple detalle físico: el Ganges, que corre normalmente de oeste a este, ha dado un giro y en este lugar va de sur a norte. La ciudad, creada a partir de esa ladera empinada que se hunde en las aguas, recibe directamente los rayos del sol al amanecer. Aprovechando el desnivel, cualquier templo, palacio, choza, cualquier persona sentada en la orilla recibirá cada día la bendición de Surya, el dios Sol, a orillas del río sagrado. No hay mejor lugar para vivir. Ni para morir.

También dicen que quien tenga la dicha de morir en Benarés recibirá de Shiva, al exhalar su último suspiro, las instrucciones precisas para conseguir el moksha –la unión con el alma universal– y librarse del ciclo de la reencarnación. Por las calles, entre locales que ofrecen conexión rápida a Internet, se ve pasar a los porteadores que transportan los cuerpos de los difuntos a los ghats, las escalinatas que surgen del río, para llevar a cabo la incineración. En el mundo, el contacto con la muerte se oculta, los cementerios y los crematorios se llevan a lugares apartados. En Benarés es todo lo contrario, y por eso no hay lugar que se le compare.

Benarés

Benarés

En el norte de la India, a orillas del Ganges, Benarés es una de las siete ciudades sagradas del hinduismo y, por tanto, lugar de peregrinación ya que todo hinduistadebe visitarla, al menos, una vez en la vida. Y aunque no se profese esa religión, una visita a la India no es visita si no se ve Benarés. ¡Buenos días desde el Ganges!

/ Paul Panayiotou/Corbis

Benarés ofrece una enseñanza sobre la vida y la muerte. Pero, mientras esta llega, hay que seguir en este mundo, y la gente lo mismo se baña en el Ganges para purificar su alma como para lavarse los dientes o refrescarse en las horas de más calor. A orillas del Ganges los perros se comen las ofrendas dejadas a los dioses y siempre hay sadhus en trance (más o menos auténtico), sacerdotes que afeitan la cabeza a los bebés, personas serias que hacen guirnaldas de flores, peregrinos vestidos de color naranja, jóvenes viendo vídeos de Bollywood en sus móviles, búfalos metidos en el agua y vacas que pasean desorientadas por el bullicio. Pero los tiempos cambian. En la Antigüedad clásica, Caronte llevaba en barca a las almas de los muertos a través del río Estigia y ahora en Benarés los barqueros llevan a los turistas a ver las cremaciones.

Los templos más famosos de la India

Hay una ruta por el corazón de este país insondable para llegar desde Benarés a las cuevas de Ajanta y Ellora, lugares con nombres que resuenan desde siempre en la mente pero de los que, por alguna razón, apenas se habla. El camino hasta allá atraviesa el Estado de MaydhaPradesh, el corazón de la India, donde el tigre merodea en los restos de bosque y se conservan algunos de los mayores triunfos del arte indio. Algunos días de la semana sale un tren nocturno desde Benarés que llega directamente a Khajuraho, donde se encuentran los templos más famosos de la India. Es un viaje a través de la noche en donde se vive esa India del ferrocarril, la cantada por Kipling, Ruskin Bond y Satyajit Ray. La India que no duerme, la de las estaciones en las que el convoy se detiene unos minutos, la de las sombras espesas y los tenderetes que se iluminan con faroles de gas, la que espera en medio de la soledad a que ocurra algo. Luego, el tren llega por la mañana temprano a Khajuraho, un pueblo modesto, con las vacas tumbadas en la calle. Convenientemente apartados, están los templos. Los templos de Khajuraho... otra de esas cosas que no tienen equivalente. No me refiero a la calidad de los trabajos escultóricos en sí –los hay iguales como mínimo en otros templos indios– ni por supuesto a la de la arquitectura, en la que no se fija nadie. Aquí todo el mundo viene por los relieves, por la cantidad y la variedad de las escenas sexuales que adornan los exteriores de los templos. En Khajuraho hay un gran conjunto de 22 templos. Solo uno se mantiene abierto al culto y los demás son en realidad un museo. Hay otros templos en los alrededores, pero sin morbo. Las guías dicen que estos templos se levantaron alrededor del año 1000 de nuestra era. Cuando en Europa se vivía la crisis del milenarismo, en esta parte de la India se ofrecía un muestrario de las diferentes maneras de copular. Esta última frase es una reducción exagerada porque, evidentemente, lo que cuentan estas esculturas es mucho más que eso. Pero lo menos que puedes preguntarte al visitar esos templos es cómo y por qué se muestra de forma tan explícita en este lugar.

Khajuraho
Khajuraho / ISTOCK

Otra duda que plantea Khajuraho es si había conjuntos semejantes de templos en otros lugares de la India. Es posible. Sabemos que la invasión mogola, desde el siglo XII, trajo consigo la destrucción de centenares de templos hindúes. Se puede pensar que había otros khajurahos que no tuvieron la suerte de este, que se salvó al ser cubierto por la selva. Qué espectacular habrá sido descubrir estos templos olvidados durante siglos y toparse con estas esculturas. Alberto Moravia decía que las representaciones impasibles del acto sexual esculpidas en el contorno de templos resquebrajado, escondidas entre zarzas y árboles, debían de parecer germinaciones espontáneas de la selva más que creaciones humanas. Ahora resulta curioso recorrer el conjunto rodeado de familias que llevan a sus hijos a ver este recuerdo de su historia. Hay parejas de recién casados que, cuando llegan a rincones con imágenes subidas de tono, algunas mujeres se quedan rezagadas y el hombre se acerca para observar los detalles. ¿Estará pensando en copiar la escena? ¿Le propondrá algo semejante a su esposa? Seguramente no, y quizá estas estatuas sean en realidad la representación de un orden cósmico que no se puede ver.

Durante un par de siglos la ciudad prosperó al tiempo que los miembros de la dinastía reinante se asesinaban entre ellos para conseguir el trono. De esos años de esplendor son esta extraordinaria cantidad de fortalezas, templos, pabellones de caza, murallas, cenotafios y puentes que ahora transmiten una inasible sensación de historia perdida, de civilización desaparecida, de cultura comida por el tiempo, la naturaleza y el olvido. Por el día, en los palacios abandonados encontré pinturas murales que muestran mujeres que sujetan pavos reales como si fueran sus bebés, vagué entre pabellones sombríos decorados con fragmentos de espejos, como mosaicos brillantes. Pasé junto a un grupo de mujeres vestidas con saris de brillantes colores, y me imaginé cómo habrían sido estas salas en otros tiempos –llenas de músicos y poetas, pintores y danzarinas–, con las mujeres del rey de Orchha recluidas en sus aposentos e intentando vivir una vida lujosa y placentera en un palacio rodeado de selva.

Shadiabad, la “Ciudad de la Alegría”

A lo largo de los siglos, lo que ahora es Madhya Pradesh ha sido lugar de paso y conquista de todos los poderosos de la India. Estas tierras han pertenecido a emperadores maurya y reyes gupta, a príncipes de Parmar y rajás de Malwa, a sultanes de Delhi y a los grandes mogoles, y a los soberanos maratha que se enfrentaron a los ingleses. Todo un libro de historia que se va abriendo a medida que se recorren los kilómetros y te adentras en la meseta del Deccan o se cruzan ríos sagrados como el Narmada. También te encuentras con mujeres cargadas de joyas y vestidas de colores brillantes que son adivasis, los indios de grupos tribales que habitan desde hace milenios estas tierras centrales del subcontinente. Tras la pista de todas estas culturas que se han ido superponiendo a lo largo de los siglos hay que llegar a Mandu, la ciudad que en el siglo XV alcanzó la cima de su gloria y ahora muestra sus restos dispersos entre colinas donde se afirman los baobabs. La antigua capital de Malwa, dentro del imperio mogol, estuvo en manos de un conquistador afgano y esta dinastía principesca de guerreros y poetas creó la que las crónicas de su tiempo llamaron Shadiabad, la Ciudad de la Alegría, donde prosperó una corte de arquitectos, pintores y poetas. Se dice que el inmenso harén del príncipe llegó a tener 15.000 concubinas, que eran vigiladas por un escuadrón femenino de guardianas turcas y abisinias. Dentro de sus murallas ahora recorres palacios que parecen flotar sobre los estanques. También hay mezquitas, baños, pabellones de recreo, torres levantadas para celebrar victorias, madrazas y piscinas. Entre unos y otros hay caminos solitarios que serpentean junto a ruinas cubiertas de vegetación tropical que se alzan al borde de precipicios. Junto a la pequeña población actual de Mandu acompañé a las familias indias en peregrinación al mausoleo de Hoshang. Es probable que sea el monumento de mármol más antiguo de la India, la cumbre de la arquitectura afgana del subcontinente, y en su tiempo era tan admirado que el emperador Sha Jahan envió a sus arquitectos para que lo conocieran a la hora de concebir el Taj Mahal. En Mandu hay mezquitas. La historia religiosa de esta región anterior a la llegada de los conquistadores musulmanes se muestra en las cuevas de Ajanta y Ellora, esos templos tallados en las rocas para rendir culto a las religiones nacidas en la India.

Las estupas de Sanchi

Las estupas de Sanchi
Las estupas de Sanchi / ISTOCK

En Sanchi se encuentran los monumentos budistas más antiguos y mejor conservados de la India y, probablemente, del mundo. El lugar fue elegido por el emperador Ashoka, a mediados del siglo III a.C., para levantar una estupa y una columna que señalaran al mundo que su gran imperio Maurya tenía una nueva religión: el budismo. El emperador Ashoka fue una de las personas más influyentes de la historia de la humanidad. En Sanchi quedan ahora cinco estupas y los restos de templos y monasterios, pero todo empalidece ante la belleza de los cuatro pórticos que abren las cuatro entradas de la gran estupa. En ellos Buda nunca está representado de manera realista sino a través de símbolos: el loto (su nacimiento), el árbol sagrado (el despertar), un trono vacío (la iluminación), la huella de los pies (su presencia) o la rueda (la doctrina). Es una forma diferente de plasmar el mundo. Las imágenes figurativas de Buda –y de las que hay varios ejemplos en Sanchi– no fueron aceptables hasta mediados del siglo V de nuestra era. El complejo de Sanchi estuvo activo durante casi 1.500 años, pero acabó siendo abandonado.

El tesoro de Ajanta

El emplazamiento de Ajanta es excepcional: un desfiladero tallado en la roca basáltica por el río Waghora. Hay un punto en el que el río traza una curva pronunciada y casi se cierra sobre sí mismo. Justamente allí, en el lado cóncavo de la garganta, están las cuevas, un conjunto de 28 grutas artificiales, talladas penosamente hace siglos en este remoto rincón de las montañas en lo que ahora es el interior profundo del Estado de Maharashtra. Llegas a Ajanta con la mente llena de historias. Como la de esa comunidad budista que floreció en este apartado lugar en tiempos de un rey hinduista. De las generaciones de hombres que tallaron la roca para reproducir, en el interior, los detalles de los edificios –techos abovedados, pilares–, aunque no fueran necesarios estructuralmente. O la de esa partida de oficiales británicos que en 1819 batía la zona en busca de algún tigre y un muchacho bhil, el grupo tribal que habitaba la zona, los llevó hasta el borde del precipicio y les señaló la entrada a una de las cuevas. Ahí dentro se escondía uno de los mayores tesoros de la escultura y de la pintura mural antigua de la India. Sobre todo de la pintura. Un conjunto como Ajanta no se creó en un momento. Las cuevas más antiguas fueron excavadas probablemente en el siglo II a.C. y, durante dos o tres siglos, se desarrolló un pequeño complejo monástico en el que se refugiaban en los meses del monzón los santones budistas que peregrinaban por la región. Mucho tiempo después, en la segunda mitad del siglo V, Ajanta volvió a florecer y se convirtió en uno de los principales centros de cultura budista de la India.

No hay nada que te prepare para la maravilla queaparece en algunas de estas cuevas. En la número 1 se encuentran algunas de las obras maestras de Ajanta: el Buda esculpido más grande de todo el conjunto y unos murales que quitan la respiración. Ahí está una de las pinturas más hermosas de Asia, la del bodhisattva Padmapani. Es la figura de un hombre con el torso desnudo, con una corona puntiaguda y una flor de lotoen una mano, con el cuerpo ligeramente curvado, como si estuviera danzando. Su cara refleja la tranquilidad absoluta. Todas las cuevas de Ajanta son de origen budista, aunque muchas talladas bajo el patrocinio de tolerantes reyes hinduistas, pero las de Ellora muestran un proceso diferente. La decadencia de Ajanta coincide con la intransigencia de estos monarcas, lo que llevó al olvido de Ajanta y a convertir a Ellora en un centro hindú.

Las cuevas de Ellora –con templos de origen budista, hindú y jainista– están talladas en una ladera rocosa de unos dos kilómetros de longitud. Allí, alineadas, hay 34 grutas artificiales, algo similar a Ajanta. Pero ahí en medio está la excepción: el templo Kailasanatha, una de las glorias de la arquitectura –aunque tal vez sería mejor decir de la escultura– de toda la historia de la humanidad. Si el resto de los templos de Ellora y todos los de Ajanta son cuevas en las que se han reproducido los elementos del interior de los edificios al tallar la roca, en el Kailasanatha la proeza ha sido infinitamente mayor. Al llegar puede parecer que es un templo como otros que hay en la India, solo que este no ha sido construido sino tallado. Durante generaciones los obreros tallaron la montaña con un plan muy preciso. Las esculturas, los obeliscos, cualquier elemento exento que en otros lugares ha sido colocado en cualquier momento, aquí ha sido tallado de la roca madre porque alguien lo concibió así. Y nadie pudo cometer ningún error. Ahora, más de trece siglos después de que se consagrara este templo que representa el monte Kailash, la morada de Shiva en el Himalaya, se recorre con una sensación de asombro e incredulidad. Hay estatuas de elefantes de tamaño natural, paneles que representan escenas del Ramayana y el Mahabharata. Hay uno en el que aparece el demonio Ravana zarandeando al monte Kailash, y al verlo sientes que te enfrentas a un mundo extraño, del que apenas puedes entender algo. Pero, como decía el místico Vivekananda, no hay que intentar comprender el mundo sino contentarnos con maravillarnos ante lo que encontramos.

En las cuevas de Ellora
En las cuevas de Ellora / ISTOCK

Santidad y ciencia en la ciudad de Ujjain

Ujjain es una de las siete ciudades sagradas de la India y uno de los cuatro lugares donde se celebra el Kumbh Mela. Estas multitudinarias peregrinaciones se celebran en los cuatro lugares donde cayeron unas gotas del néctar de los dioses. Pero al lado de tanta divinidad, de tanta santidad, también hay muchas otras cosas, no en el lado de la religión sino en el de la ciencia. Ujjain está atravesada por el meridiano que ha definido, históricamente, la hora en la India. Un recuerdo de esa historia es que ahora la hora oficial de este país es GMT + 5:30, saltándose la convención de la mayoría de los países del mundo, que cambian de hora en hora respecto al meridiano de Greenwich. También se encuentra prácticamente sobre el Trópico de Cáncer, por lo que es un lugar muy apropiado para observaciones astronómicas. En la primera mitad del siglo XVIII, el rajá Jai Singh II hizo construir allí, a orillas del río Shipra, un pequeño observatorio, el quinto de la serie que incluye Delhi, Jaipur, Benarés y Mathura, aunque este último ha sido destruido.

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