Cinco parajes donde dar la bienvenida al verano
Lagos, ciudades, islas, bosques y, por supuesto, playas. Que parecía que no llegaba nunca. Ahora sí: adiós lluvia, hola calor.

Se ha hecho de rogar más que nunca y nos ha tenido con el alma en vilo. Pero aquí está la estación más voluptuosa del año. Días largos, sol perpetuo, ganas de dejarse llevar. Estos son algunos lugares en los que prepararse a recibir la añorada desidia veraniega. Rincones a los que el calor sienta maravillosamente.
El Lago Ness (Escocia)

En la época en que las lluvias dan cierta tregua conviene descubrir este lago de las Highlands o Tierras Altas, el más visitado de Escocia. El lago famoso por la leyenda que atribuye la existencia de un ser antediluviano. Aquí, en estas aguas oscuras, profundas y frías cuentan que se oculta un monstruo que aún no ha sido descubierto y al que los lugareños, con mucho cariño, han bautizado como Nessie. Es, claro, el famoso monstruo del lago Ness, que sigue despertando tanto respeto como curiosidad. Por esto y por su sobrecogedora belleza, apuntamos como destino veraniego este lugar ubicado muy cerca de Inverness y encajado entre prados inmensos. En sus orillas, además, se puede disfrutar de las inquietantes ruinas de Urquhart Castle, un fortín del siglo VI que añade más misterio si cabe.
La Valeta (Malta)

Apetece este destino para inaugurar la estación veraniega. Especialmente este año en que la capital de Malta se ha ganado por derecho propio el título de Capital de la Cultura Europea. Esto significa que se podrá disfrutar a tope de una gran cantidad de festivales, exhibiciones y proyectos interesantísimos con los que celebrará tal acontecimiento. Y, ya de paso, será también ocasión de descubrir a fondo su belleza. Porque muchos no saben que La Valeta, con su privilegiada posición entre aguas cristalinas y su deslumbrante entramado arquitectónico, es una ciudad cargada de atractivos y con una de las historias más ricas del Mediterráneo.
Isla Canela (Huelva)

Porque verano es sinónimo de playa, recibamos la nueva estación sin irnos muy lejos, en uno de los mejores arenales del país. El de Isla Canela, en Ayamonte, el último del litoral español cercano ya a la frontera con Portugal. Una playa con un emplazamiento privilegiado en la desembocadura del Guadiana y con un mágico entorno de marismas, cayos y dunas a lo largo de siete kilómetros. Un paraíso natural, en definitiva, trazado de agua cristalina y arena dorada, y caracterizado por su bajo nivel de urbanización y su escasa masificación turística. Darse aquí el primer chapuzón, bajo un sol apremiante, puede resultar un plan perfecto. Sobre todo si la jugada se completa con un paseo en bici a lo largo de su interminable orilla, con la visita a la Torre de Canela del siglo XVI o con un merecido atracón de gambas rojas regadas con un buen vino de la tierra.
Los Tatras (Polonia)

Puede que no hayas oído hablar de ellos pero son de una belleza abrumadora. La naturaleza polaca tiene su máxima expresión en estos montes del sur tapizados de un generoso catálogo de bosques, ríos y lagos. Alcanzar sus alturas, a través de una telaraña de senderos asequibles y señalizados, permite disfrutar sobre las nubes de unas vistas fabulosas con esa magnética sensación de encontrarse en un lugar único. Además, dicen que se trata de la cordillera perfecta: majestuosa, pero segura; imponente pero accesible. Por todo ello, los Tatras constituyen un rincón remoto y salvaje que, especialmente con el buen tiempo, resulta amable para los senderistas: sus más de 300 kilómetros de caminos donde perderse propician variadas excursiones, siempre con maravillosas panorámicas.
Dubrovnik (Croacia)

Su irreprochable encanto la convierte en temporada alta en un hervidero de turistas. Así que mejor será aprovechar los días iniciales para saborearla con calma. Recorrer la calle principal, Stradun Placa, toda de mármol, que conduce hasta la Torre del Reloj en una fantástica fusión del comercio, el ocio y la fe. Una calle que pasa por ser una de las más bonitas de Europa. Pero también descubrir las callejuelas estrechas que la cortan con sus plantas sobre la escalera y su ropa tendida. Perderse por la Ulica Zudioska o judería. Admirar la iglesia de San Blas o el Palacio Sponza. Dubrovnik, que logró recuperarse de aquel brutal bombardeo de 1991 que consternó al mundo entero, es sencillamente una ciudad magnética en la que nada resulta más romántico que dar un paseo al atardecer desde lo alto de sus murallas.
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