Chinatown, el barrio más vibrante de Nueva York

Chinatown, el asentamiento chino más numeroso del mundo occidental, es también la zona más dinámica, vibrante y caótica de Nueva York. Una auténtica joya que hay que descubrir en pequeñas dosis, buceando en las calles que rodean Canal Street, principal arteria turística y comercial, paraíso de las imitaciones en este barrio de 40 manzanas donde muchos de sus 150.000 habitantes no hablan ni una palabra de inglés. Un microcosmos en estado puro. Y en caracteres chinos.

Chinatown, el barrio más vibrante de Nueva York
Chinatown, el barrio más vibrante de Nueva York

El M15 es un autobús que recorre Manhattan desde South Street Seaport, en la punta sur de la isla, hasta la calle 125 en Harlem. El bus sube por la primera avenida y baja por la segunda atravesando los barrios al este de la Gran Manzana. Y de todos, Chinatown es sin duda el más bullicioso, colorido, activo, vibrante y multitudinario. No tiene rascacielos ni oficinas acristaladas ni el tráfi co infernal que paraliza el Midtown en plena hora punta.

Tampoco hay lujosos townhouses , reservados a los privilegiados neoyorquinos del Upper East Side, ni presume del sabor negro e hispano de Harlem ni hay tantos jóvenes como en el East Village. Pero Chinatown es el único de todos estos barrios donde sus habitantes recorren sin complejos la ciudad paradigma de la modernidad. Y lo hacen sin abandonar sus tradiciones. Ni siquiera necesitan hablar inglés. De hecho, muchos no pronuncian ni una sola palabra en el idioma de su país de adopción.

Pero sólo en Chinatown se puede presenciar una escena como ésta: martes 1 de noviembre, mediodía, un chino sube al M15 cargado con un cubo rebosante de agua. Dentro lleva dos enormes peces que coletean y salpican a quienes están sentados en la parte trasera del bus, que no reparan demasiado en sus acompañantes de viaje, esos pescados con los que el tipo recorrerá la exclusiva isla de Manhattan. La imagen, tan habitual en los países asiáticos, también es posible en Nueva York por obra y gracia de la comunidad china. Así que uno de los gags más cómicos de Borat , alter ego del británico Sacha Baron Cohen en su programa Da Ali G Show , que en un momento de su nueva película saca accidentalmente un pollo de la cartera en pleno Metro neoyorquino, no está tan lejos de la realidad.

Una vez más, hay que repetir el dato para hacerse una idea de las dimensiones: el Chinatown neoyorquino es el asentamiento chino más numeroso del mundo occidental. Una auténtica joya que hay que descubrir en pequeñas dosis (consejo especialmente útil para los enemigos de las multitudes), buceando en las calles que rodean Canal Street, principal arteria turística y comercial, paraíso de las imitaciones.

Tampoco está de más saber que el primer chino censado en la ciudad adoptó el nombre de su mujer irlandesa en 1825, que The New York Times cifraba en 150 los inmigrantes de este origen en el Bajo Manhattan en 1859 y que en 1870 ya eran más de 2.000, llegados desde California para construir el ferrocarril, huyendo del odio originado en aquella época en la costa oeste contra esta comunidad hasta el punto de aprobar la llamada Chinese Exclusion Act (1882), que les prohibía reunirse con sus familias y conseguir la ciudadanía americana.

China y Estados Unidos se convirtieron en aliados en la Segunda Guerra Mundial. De ahí que el presidente Roosevelt derogara esta ley en 1943. Dos décadas después, tras la eliminación de la cuota de inmigración en 1968, podían entrar hasta 20.000 inmigrantes chinos al año, y el primitivo asentamiento entre las calles Mott, Pell y Bowery (donde quedan los templos) le fue ganando terreno a Little Italy y al Lower East Side hasta alcanzar hoy 40 manzanas. Sólo el 30 por ciento de los chinos que vive en Nueva York tiene casa en este mercado que es Chinatown. Muchos no salen del corazón del barrio, al sur de Canal, donde Worth Street, East Broadway y Bowery se cruzan en Chatham Square, junto a la plaza Confucio con la estatua del gran filósofo.

En el 18 de Bowery está la casa más antigua, de 1785, y en el 70 de Mulberry Street el Museum of Chinese in the Americas, que organiza interesantes recorridos a pie. Hoy los carteles con letras chinas, las típicas casas de cuatro plantas con escaleras de incendios y los miles de negocios de Chinatown ocupan un área de cinco kilómetros cuadrados entre las calles Lafayette, Worth, East Broadway y Grand. Hogar de 150.000 almas, el barrio es también uno de los más diversos.

Más datos sobre su evolución: desde el siglo XIX ha acogido el mayor número de inmigrantes de Nueva York, siendo primero los irlandeses, alemanes y esclavos liberados quienes lo ocuparon hasta que, a finales de ese siglo y principios del XX, llegaron los judíos de la Europa del Este, los italianos y los chinos. En este 2006 la mayoría de sus habitantes proceden de las lejanas provincias chinas de Guangdong, Toisan y Fujian, así como de Hong Kong. La más asentada es la comunidad cantonesa, mientras que los llegados desde Fujian, en la costa sur de la China continental, son tachados de nuevos inmigrantes. ¿Más nacionalidades? Dominicanos, puertorriqueños, vietnamitas, filipinos o africanos viven dentro de las fronteras chinas de Nueva York.

La autosuficiencia de un barrio único Para entender el funcionamiento y la autosuficiencia de este singular barrio hay que volver 200 años atrás, cuando comenzaron las asociaciones de comerciantes que les daban trabajo, ayuda económica, servicios sociales y protección. Una estructura que no sólo ha sobrevivido sino que ha aumentado hasta las cientos de fábricas textiles que facturan más de 170 millones de a al año, un distrito de joyería que vende unos 83 millones anuales en oro y diamantes, más de 200 restaurantes y 27 bancos, la cifra más elevada por habitante en todo Nueva York. Todo eso sin contar con la auténtica mina de oro de Chinatown: las imitaciones, que según un reciente estudio le cuestan cada año al ayuntamiento unos 416 millones de a en evasión de impuestos.

" Ladies and gentlemen, please do not take pictures" ("Damas y caballeros, no hagan fotos, por favor"), advierte un cartel colocado sobre un puñado de gorros a 8 a en una tienda de Canal. Eso sí les enfada: sacar fotos de la mercancía protegida por los comerciantes que la esconden en cuanto ven el peligro de una cámara y no se cortan nada en seguir con la mirada los pasos del turista que se atreve a saltarse las normas de las compras falsas en Chinatown.

Hace un tiempo la revista Time Out , la célebre guía semanal neoyorquina, dedicó su portada a la fiebre por las imitaciones en Canal Street. La titulaba "Yo fui una espía encubierta en Chinatown". En páginas interiores, el artículo "Espías como nosotros" contaba lo que la periodista descubrió sobre la industria de las falsificaciones para su divertida "investigación privada". Datos como que el de las falsificaciones es un sector multimillonario responsable del 7 por ciento del comercio mundial en el año 2002, según la Cámara Internacional de Comercio. O que cuando los turistas buscan ese ansiado bolso de Louis Vuitton a 25 a (el mismo que en la tienda oficial cuesta unos 700) jamás reparan en que hay firmas de abogados e investigadores privados trabajando para las marcas, vigilando atentamente la venta de productos falsos. También la Policía puede confiscar artículos y hacer arrestos desde 1984, cuando el comercio de falsificaciones se convirtió en un delito federal en Estados Unidos. " Pero la gente lo ve como un crimen sin víctimas -explica un mando policial-. Así que lógicamente ponemos más atención a otro tipo de problemas, como las bandas armadas, que a la actividad en Chinatown".

Y mientras las autoridades confiscan unos 75 millones de a al año, los detectives consiguen órdenes judiciales para frenar la venta. Aun así, las fachadas de Canal Street se encuentran repletas de artículos ilegales: bolsos, relojes, corbatas, carteras y hasta collares de perro con los logos estampados sobre el cuero. Si descubren en algún momento la presencia policial, se avisan de un lado a otro de la calle a través de móviles y walkie-talkies. "Bolsos, relojes ", susurran los vendedores al paso de los transeúntes en las diminutas tiendas de Chinatown, donde el mismo número se divide en muchos locales. Por haber, existen hasta artículos que las propias marcas -las auténticas- no fabrican, como las chanclas o las pinzas para el pelo con el símbolo LV que Vuitton jamás ha vendido en sus boutiques (lo que sí vende son sandalias de piel a 375€).

También están los que no llevan etiqueta: el vendedor las guarda en una bolsa de plástico, su más preciado tesoro que sólo enseña cuando está absolutamente convencido de que no hay moros en la costa. Cuando el cliente elige, marca el producto con la etiqueta que prefiera. Así, si la compradora ha escogido un típico bolso de Prada pero decide convertirlo en un Gucci, no tiene más que decirlo y está hecho. Muchos de esos productos llegan a Chinatown sin logos. Las etiquetas viajan por otro lado para evitar problemas con la ley. Otras veces cubren las carteras con plásticos negros que una vez despegados dejan los logos al descubierto. Sí, esta industria utiliza todo tipo de trucos para saltarse las normas. A cambio obtienen márgenes de beneficio de hasta el 8.000 por ciento, como se comprobó hace un par de años cuando un juicio de Cartier contra numerosos implicados en el negocio de las imitaciones reveló cómo fabricaban relojes falsos por 1€ y los vendían por 100€.

Vayan, miren, caminen, pregunten, entren y salgan de las tiendas, observen y aprendan a regatear. Cinturones de Dolce Gabbana por 12€, paraguas Gucci por 8€... "¿Por qué pagar 275 a por el original?", apuntan los aficionados de las falsificaciones, incondicionales de los pañuelos Fendi y las gafas de Chanel a 15€. Dicen que en Chinatown todo el mundo está plenamente involucrado en este lucrativo negocio: los vendedores chinos a un lado de Canal, los vietnamitas al otro; los camareros de la tienda de noodles , la mujer que empuja el carrito de bebé, el niño que vende refrescos, los ancianos que juegan en Columbus Park. Todos. Y hasta dicen que los vendedores se visten con ropa vieja, pero viven en impresionantes casas de dos millones de dólares en Long Island.

Chinatown es un gran mercado. Y un gran caos. Una aventura para las compras, pero también para colarse en un pedazo de China en pleno Nueva York, con sus raíces, sus hierbas medicinales, sus gritos cantoneses, sus coloridos carteles y curiosas verduras. Tan diferentes que hasta organizan rutas guiadas para explicar con todo lujo de detalles el origen de los productos que abarrotan las vías. " Esto es ginseng ", dice sonriente el guía David Eng. "O lo que me gusta llamar ‘Panax quinquefolium'', del griego ‘Panakos'' o panacea ", continúa. " Una hierba de larga raíz que se cultiva en Manchuria, Corea y Japón desde hace miles de años. Lo que muy pocos saben es que también hay un ginseng originario de Norteamérica que los indios utilizaban como remedio natural. Hoy una de las áreas de cultivo más importante es... ¡Wisconsin !", suelta con una carcajada este tipo nacido y crecido en Chinatown.

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