Burdeos, mucho más que vino
Su nombre rara vez logra desligarse del vino francés más apreciado dentro y fuera de sus fronteras. Esa enorme publicidad enológica es una ventaja, pero también se convierte en una pesada etiqueta que eclipsa el resto de atractivos que la ciudad brinda al viajero. Burdeos ofrece mucho más que buenos caldos: siglos de historia confluyen en las calles, edificios y monumentos de una urbe rebosante de vida que gira entorno al gran río que la atraviesa: el Garona.

Tras meses de lluvias, frío y humedad, los templados rayos del sol despiertan a los bordoleses. Ciclistas, patinadores que circulan a velocidad de vértigo, estudiantes y familias al completo recorren los tres kilómetros del paseo que se abre junto a la ribera oeste del Garona. Una desafinada pero simpática y muy festiva orquesta, dibuja la banda sonora de este lugar que, especialmente por las tardes y los fines de semana, demuestra ser el verdadero corazón de Burdeos. La aglomeración humana y la algarabía crecen aún más en una peculiar plaza, en el que decenas de surtidores lanzan una lluvia fina con la que se refrescan pequeños y grandes. Es el Espejo de agua'' que hace honor a su nombre cuando, cada cierto tiempo, se cierran los desagües y surge de la nada un estanque, de apenas 2 dedos de profundidad, en el que se reflejan los señoriales edificios de la plaza de la Bolsa. En ella y en su fuente central de Las tres gracias'' contemplamos el primer ejemplo de la herencia arquitectónica del rey Luis XV.
Estamos sólo ante un aperitivo de lo que nos espera, porqueson más de 300 los monumentos de alto valor histórico que se encuentran diseminados por todo el casco urbano. Esa fue la razón principal por la que la UNESCO otorgó a la ciudad, en el año 2007, el título de Patrimonio de la Humanidad. Un reconocimiento que nos parece aún más merecido cuando abandonamos el bullicio y la amplitud de la ribera del río, para atravesar la monumental puerta de Cailhau. Nos adentramos en el Viejo Burdeos en el que respiramos una tranquilidad de otro tiempo. Aquí lo recomendable es guardar el mapa y perderse, una y otra vez, para ir descubriendo los encantos de esta parte de la ciudad. Así, aunque no lo busquemos, nos iremos topando con iglesias como las de Saint Pierre y Saint Remi; nos sorprenderemos al encontrar la gran Torre de la Campana encajonada entre las callejuelas y terminaremos en la plaza del Ayuntamiento contemplando la catedral de Saint André desde cuyas torres nos gritan'' decenas de gárgolas. En su interior, y pese a las obras de restauración que se están llevando a cabo, sorprenden las coloridas vidrieras y la variedad de estilos que se sobreponen, desde los primeros restos del siglo XI, hasta las últimas aportaciones arquitectónicas realizadas 800 años después.
Otro de los edificios emblemáticos surge más allá del límite norte del casco viejo: se trata delGran Teatro, uno de los más importantes del país. Levantado en el último cuarto del siglo XVIII, destaca por su estilizada fachada neoclásica jalonada con una docena de columnas de estilo corintio. A partir de este punto, las calles vuelven a ensancharse y la ciudad recupera su rostro más recargado y palaciego.
Ciudad Ilustrada
La plaza de los Grandes Hombres está dedicada a las figuras más notables de la Ilustración: Montesquieu, Rousseau, Voltaire y Diderot. Algunos de ellos pasaron parte de sus vidas recorriendo estas mismas avenidas en las que hoy se multiplican las tiendas de modas y los centros en los que se imparten cursos de cata de vino y enología.
Esta parte de la ciudad emana el aroma de nuevas ideas y de ansias de libertad que se respiraba a finales del siglo XVIII. Es, de hecho, la libertad, la protagonista del monumento dedicado a los Girondinos que preside la explanada de Quinconces. Estamos en uno de los mayores espacios verdes de Burdeos en los que se realizan todo tipo de actividades al aire libre durante el verano.
Concluimos nuestro recorrido un poco más al norte, paseando por el pintoresco barrio de Chartrons. Este quartier'' es conocido y visitado por turistas que buscan fotografiar los numerosos palacetes que construyeron en el siglo XVIII los ricos mercaderes de Burdeos. En los bajos de algunos de ellos se han abierto anticuarios que atraen a aficionados de todo el país. En otros, encontramos restaurantes y cafés con más de un siglo de historia. Cualquiera de ellos es un buen lugar para acabar el día, ahora sí, con una copa de vino que no será capaz de borrar de nuestro paladar el sabor a vida, historia y libertad que nos ha dejado esta gran ciudad.
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