Bulgaria, donde Europa se baña en Oriente

Montañas de ensueño, ciudades medievales, iglesias ortodoxas, playas en el mar Negro y un país en paz esperan a los viajeros, dispuestos a saborear un incomparable cóctel de Oriente y Occidente.

Bulgaria, Europa

Monasterio de Rila.

/ Enrique Domínguez Uceta

La lejanía de Bulgaria, en el extremo sureste de Europa, y su escasa presencia mediática, son alicientes para lanzarse a descubrir un país de extraordinaria diversidad y riqueza natural, con un patrimonio formidable. Su tamaño supone solo una quinta parte de la superficie de España, los precios resultan muy asequibles y las playas del mar Negro son ideales para descansar después de disfrutar del latido de una tierra segura y casi secreta.

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Bulevar Vitosha, principal calle comercial de Sofía.

/ Enrique Domínguez Uceta

Encajada entre Grecia, Macedonia del Norte, Serbia, Rumania y Turquía, Bulgaria siempre ha estado rodeada de culturas poderosas, desde Grecia y Roma, al Imperio Otomano y la inmensa Rusia, pero ha sabido construir su propia historia, que se inicia con los valerosos tracios, la etnia de Espartaco, y se afirma con los dos grandes imperios búlgaros de los siglos VII y XII.

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Catedral de San Alejandro Nevski en Sofía.

/ Enrique Domínguez Uceta

Después de permanecer 482 años bajo el poder de los otomanos, renació a finales del siglo XIX y llegó a ser un estado independiente en 1908. Desde 1945 hasta 1989 estuvo tras el Telón de Acero, antes de convertirse en una democracia que se integró en 2007 en la Unión Europea.

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Puente cubierto sobre el río Osam en Lovech.

/ Enrique Domínguez Uceta

El territorio tiene forma de bandera apaisada, con la capital Sofía al oeste, el mar Negro al este, el Danubio al norte y los montes Ródope al sur. La cordillera de los Balcanes ocupa la banda central del territorio, al que divide en dos franjas, la superior ocupada por las planicies del Danubio y la del sur, por las fértiles tierras de la Tracia superior. Desde la capital se puede recorrer el norte hasta el mar Negro, gozar allí de sus pueblos de playa y vacaciones, y regresar a la capital por el sur, en un recorrido circular repleto de sorpresas, para saborear un país de aroma fascinante y complejo.

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Interior de la cueva Devetashka.

/ Enrique Domínguez Uceta

Sofía es una ciudad de arquitectura funcional y grandes parques. La presencia de los tranvías le otorga un aspecto de socialismo setentero, pero su centro es un verdadero tesoro, denso y memorable. No fue capital hasta 1879, y entonces diseñó sus grandes edificios con el estilo de la Viena más elegante. También levantó la descomunal catedral de San Alejandro Nevski, neobizantina, muy cerca de la hermosa iglesia de Santa Sofía, de la que tomó el nombre la ciudad.

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Fortaleza de Tsarevets en Veliko Tarnovo.

/ Enrique Domínguez Uceta

Kilómetro de maravillas

En poco más de un kilómetro se acumulan las maravillas, el templo de San Jorge del siglo IV, el Palacio Real, una antigua mezquita convertida en Museo Arqueológico y el conjunto conocido como el Largo, obra socialista de los años cincuenta, que integra fuentes, esculturas y ricos pavimentos con tres grandes edificios oficiales de neoclasicismo soviético, en un interesante ejemplo de arquitectura estalinista. En ese mismo lugar, hace 10 años, se encontraron los restos de la ciudad romana de Serdica, que hoy ocupan el gran foso al que asoma la mezquita de Banya Bashi, cerca de la gran sinagoga, y del Mercado de las Mujeres, en un estimulante ejemplo de la intensa mezcla de culturas que caracteriza Bulgaria.

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Interior de la iglesia San Nicolás en Varna.

/ Enrique Domínguez Uceta

Hasta ese centro llega también el bulevar peatonal Vitosha, lleno de actividad y animación, de tiendas de marcas internacionales, terrazas y restaurantes, en el que se manifiesta el ambiente más cosmopolita y populoso del país.

Más apartado se encuentra el Museo del Arte Socialista, donde han tenido el acierto de reunir esculturas, pinturas y cartelería del periodo comunista. En su jardín, cargado de nostalgia y desencanto, conviven las estatuas de los campesinos con las de los líderes revolucionarios.

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Monumento de Buzludja.

/ Enrique Domínguez Uceta

Viajando desde Sofía hacia la costa por el norte, atravesando campos de girasoles y los frondosos bosques de los Balcanes, se encuentran pueblos intemporales como Lovech, con su hermoso puente cubierto sobre el río Osam, al pie de la fortaleza otomana de Hisar, con un precioso conjunto de casas de madera en el barrio Varosha, coronado por una plácida iglesia de muros cubiertos de pinturas bizantinas que parecen intactas desde el siglo XIX.

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Monasterio de Rila.

/ Enrique Domínguez Uceta

Siguiendo el curso del Osam se llega a la cueva Devetashka, una formación kárstica que ha generado una catedral natural de proporciones gigantescas, iluminada a través de grandes agujeros en la bóveda de piedra. No extraña que estuviera habitada en el Paleolítico, hace 70.000 años, ni que ahora sea hogar de 30.000 murciélagos cuyos agudos chillidos no pasan desapercibidos. Las cercanas cascadas de Krushuna, sumergidas en la profundidad del bosque, ofrecen otra cara del esplendor natural de los Balcanes.

La antigua capital

Veliko Tarnovo parece la fantasía de un ilustrador de cuentos infantiles. La ciudad se levanta sobre las hoces del río Yantra, junto al enorme recinto fortificado de Tsarevets, con sus murallas elevadas sobre los farallones naturales, cuyo interior ocupó la capital del Segundo Imperio búlgaro, con su palacio real, su corte y 400 manzanas de viviendas prácticamente desaparecidas.

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Sozopol, a orillas del mar Negro.

/ Enrique Domínguez Uceta

En el casco urbano, contiguo a la fortaleza, se aprietan iglesias, mezquitas y mansiones en el fuerte desnivel de las laderas. Lugares como Samovodska charshia aparecen repletos de casas típicas del Renacimiento búlgaro, que transportan a los grabados decimonónicos de los libros de viajes. La ciudad y la ciudadela establecen un espectacular diálogo de vistas recíprocas que sobrevuelan el espacio físico de las hoces formadas por los meandros del río.

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Teatro romano de Plovdiv.

/ Enrique Domínguez Uceta

En la calle principal, Stefan Stambolov, se suceden los restaurantes, con salones en el fondo del local, donde las mesas se asoman en balcón sobre el hondo cañón del Yantra. Son terrazas perfectas para degustar especialidades autóctonas como la shopska, la ensalada de tomate, pepino y queso blanco, los pimientos rellenos, chushka biurek, o la kebabcheta de carne picada mientras cae la tarde sobre un panorama espectacular.

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Cascadas de Krushuna.

/ Enrique Domínguez Uceta

Solo 43 kilómetros separan dos yacimientos solitarios, el de Pliska, capital del Primer Imperio búlgaro en el siglo VII, y el de su sucesora, Preslav, que se convirtió en una de las ciudades más importantes y hermosas de Europa bajo el mandato del zar Simeón el Grande, protagonista de un siglo de oro a partir del 893. Allí se inventó el alfabeto cirílico, que usan 20 idiomas y 250 millones de personas, y se creó la Iglesia ortodoxa búlgara, a la que pertenece el 85 por ciento de los habitantes.

Junto al mar Negro espera Varna, la capital marítima del país, acogedora, elegante y cargada de historias combinadas de Oriente y Occidente, con puerto, playas urbanas y un extenso Jardín Marítimo litoral. El centro proporciona un grato paseo visitando las ruinas de los formidables baños romanos y el estupendo Museo Arqueológico, en el que se exhiben las piezas del tesoro de oro más antiguo del mundo, enterrado hace casi siete mil años en la necrópolis de Varna.

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Frescos del siglo XVI en el monasterio de Rozhen.

/ Enrique Domínguez Uceta

Toda la costa de Bulgaria es un gran balneario de aguas mansas con 130 kilómetros de playas de arena dorada, en el que destaca Burgas, con el principal puerto del país, y dos pequeñas ciudades que ocupan sus propias penínsulas. Nesebar es la más hermosa, un incomparable puerto desde la Antigüedad, que no ha perdido su carácter placentero a pesar de contar con valiosas iglesias del siglo XIV y haber sido declarada Patrimonio de la Humanidad. Sozopol posee menos patrimonio, pero es uno de los mejores destinos de playa en el mar Negro, desde donde se puede iniciar el regreso a Sofía recorriendo las tierras de la antigua Tracia búlgara, viajando entre las cordilleras de los Balcanes y los Ródope.

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Monasterio de Rila.

/ Enrique Domínguez Uceta

En verano se acumulan los puestos de frutas y verduras junto a las estrechas carreteras, por las que todavía circulan carros tirados por caballerías. La actividad agrícola se extiende sobre un paisaje cerealista, con maizales y viñedos que dan vida a los prestigiosos vinos búlgaros. En Kazanlak se visitan los frescos de una impresionante tumba tracia que ha sido incluida en la lista del Patrimonio Mundial, pero la zona es famosa por el valle de las rosas damascenas, especialmente perfumado en mayo y junio, cuando se recogen los pétalos con los que elaboran el exquisito aceite que utilizan los perfumistas de todo el planeta.

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Desfiladero de Trigrad.

/ Enrique Domínguez Uceta

En el camino hacia la bella ciudad de Plovdiv, segunda ciudad del país y la de mayor interés patrimonial, se suceden las maravillas del gran caleidoscopio búlgaro, la Iglesia Conmemorativa de Shipka con sus cúpulas doradas de estilo ruso, o el impresionante y telúrico monumento de Buzludja, una descomunal obra brutalista del régimen anterior.

Plovdiv se considera la ciudad más antigua de Europa habitada sin interrupciones. Cuenta con un fantástico barrio histórico cuajado de villas del pintoresco Renacimiento búlgaro, de los siglos XVIII y XIX, algunas convertidas en museos. Todo se apiña en torno a la parte más alta, donde permanecen los restos de la primera fortaleza tracia de Nebet Tepe, que quizá tenga siete milenios. La ciudad histórica se derrama a su alrededor, y contiene el impresionante anfiteatro romano, colgado en balcón sobre la parte baja de una ciudad cosmopolita, en la que residen muchos artistas que animan la vida cotidiana de la Capital Cultural Europea en 2019.

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Parque de las Campanas, en Sofía.

/ Enrique Domínguez Uceta

El viaje debe incluir una incursión en los agrestes montes Ródope, que guardan el complejo arqueológico de Perperikon, un centro religioso con 7.000 años de historia donde se cree que estuvo el templo de Dionisos. Entre los acontecimientos naturales impresiona el angosto desfiladero de Yagodina, cerca de la Cueva del Diablo, en la garganta de Trigrad. Abundan los pueblos llenos de tipismo, Shiroka Laka, Leshten o Kovachevitsa, que muestran una Bulgaria rural anclada en el siglo pasado. Melnik se extiende al pie de las pirámides de piedra arenisca, rodeado por un paisaje de viñedos, entre bodegas, cerca del encantador monasterio cristiano ortodoxo de Rozhen, con paredes cubiertas de bellos frescos del siglo XVI.

Bulgaria, Europa
Bulgaria, Europa / Enrique Domínguez Uceta

El recorrido anular invita a internarse en los montes Rila antes de volver a Sofía. No solo acogen la estación de esquí de Borovets y siete lagos glaciares ideales para el senderismo, también guardan el primoroso monasterio de Rila, centro espiritual del país. Inmensos bosques rodean su extraordinaria iglesia de la Natividad, cubierta de pinturas en el exterior y en el interior. A cien kilómetros espera Sofía, donde se completa un apasionante carrusel de experiencias que enlaza alguna de las montañas con mayor carga histórica de Europa con las playas del mar Negro, templos ortodoxos con mezquitas, y los tesoros tracios que brillan en los museos con las ruinas de los monumentos del periodo comunista que fascinan con su oxidada grandeza, mientras los búlgaros acogen a los viajeros con sencillez y naturalidad cargadas de humanidad y agrado.

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