Bretaña, leyendas y paisajes del salvaje noroeste francés

Es verde, marinera y rural como nuestra Galicia, de la que parece casi una fotocopia. En su esquina francesa, Bretaña se deja querer con su mar bravío, el viento que azota una costa singular y su interior de pueblos de ganaderos y agricultores que conviven con viejas leyendas y piedras prehistóricas.

Paisajes de Bretaña
Paisajes de Bretaña / Eduardo Grund

Antes de iniciar la ruta por la costa bretona con destino al Finisterre francés, casi siempre en ese Saint-Malo de pasado pirata, hay que detenerse en Rennes, la capital, el bastión de la coronación de los duques de Bretaña, con sus hermosas casas de entramados de madera del siglo XV. Del trágico incendio de 1720 solamente se libró la zona de Les Lices de toda la ciudad medieval, en la confluencia de la Île canalizada y el río Vilaine, pero hoy un agradable paseo por esta ciudad universitaria y cultural permite conocer el encanto de sus rincones y sus monumentos, como la catedral de Saint Pierre o la iglesia de Saint Sauveur.

El pasado más auténtico se palpa siempre en su centro histórico: la calle del Chapitre, con sus edificios del siglo XVII que se salvaron de las llamas; la plaza del Champ-Jacquet, la única puerta que formó parte de la muralla medieval; la luminosa plaza del Parlamento, solo una excusa para descubrir una vieja cárcel que se cae a trozos, incrustada en un acogedor patio con dos bares-restaurantes y una discoteca que se abarrotan en verano, y su más moderno Palacio de Justicia, sede de los juicios más famosos que se han sucedido en la historia penal de Francia. Bretaña, sus leyendas y lugares, se presta a descubrirla por partes.

Campo de Bretaña
Campo de Bretaña / Eduardo Grund

Saint-Malo, la ciudad corsaria

LA ciudad corsaria. A 70 kilómetros de Rennes, aparece en el horizonte Saint-Malo, la famosa ciudadela fortificada que se adentra en el mar, en la desembocadura del río Rance. Desde esta antigua isla dominaron los piratas un canal en el que obligaban a los barcos ingleses a rendir tributo intercambiando prisioneros cuando eran vencidos y a dividir el botín en tres partes: una para el rey, otra para la tripulación y la tercera para el armador. Fue sin duda un lugar estratégico en esta esquina francesa desde el que partieron las expediciones de Jacques Cartier, colonizador de Canadá en 1534, varios siglos antes de que se reconstruyera la ciudad tras los severos bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.

Saint-Malo es, por su proximidad a la isla normanda de Saint Michel, el destino más visitado de Bretaña. A los visitantes les encanta pasar por las casas reformadas de los siglos XVII y XVIII, que culmina casi siempre con la subida a las murallas, para contemplar el litoral a la caída de la tarde, y en el faro. A través de la imponente, extensa y bella playa de Saint-Malo, protegida por un enjambre de troncos que defienden las murallas, renovados cada 50 años, se alcanza la isla de Le Grand Bé, donde descansan los restos del escritor y político François-René, vizconde de Chateaubriand, siempre y cuando haya bajado la marea y haya seguridad de poder regresar y no quedarse aislados en ese punto.

También existe la posibilidad de visitar la isla Harbour, que adquirió el actor Alain Delon y acabó vendiendo a toda mecha al no recibir el permiso oficial para construir una sala de fiestas, y otros islotes como Le Petit Bé, Aleth –hoy con una habitación que se puede alquilar por 700 euros la noche– y los fuertesNacional y De la Conchée, que protegían con gran seguridad a la ciudad corsaria de los ataques marítimos enemigos. Solo el ejército alemán conquistó Saint-Malo a lo largo de la historia y lo hizo por tierra en la II Guerra Mundial, como lo hacen de alguna manera, lógicamente sin ningún tipo de violencia, los numerosos visitantes que llenan la ciudad en los fines de semana.

Su objetivo tras recorrer las murallas es descubrir el faro vigía de la fortaleza que sigue siendo la catedral de Saint Vincent, iniciada en 1146 y deslumbrante en su interior con una tumba relevante, la del navegante francés Jacques Cartier. Los visitantes atraviesan la puerta de Saint Vincent, la más espectacular con el Hotel de Ville a la cabeza, que acoge el Museo de la Ciudad, o la de Saint Servan, si proceden de la zona portuaria, para pasear por sus calles y mercados y comprar tres delicias corsarias: el sabroso pastel Kouign Amann de Saint-Malo, a dos euros la pieza, la mantequilla Bordier y el exótico bogavante azul, a 39 euros el kilo.

Dinan, otro recinto amurallado

La ruta por este rincón bretón continúa en Dinan, una de las ciudades medievales mejor conservadas de Bretaña, con sus tres kilómetros de muralla, sus creperies y el centenar de casas antiguas a las que se accede a través de la empinada rue du Jerzual, repleta también de tiendas de artesanos, como la del escultor Jean-Patrick Poiron, una de las más antiguas. Si se puede elegir una época para visitar esta encantadora ciudad, que llegó a tener 5.000 habitantes en el siglo XV, hay que abrir el calendario en julio, pues se celebra una fiesta medieval que homenajea y recrea los torneos medievales, las ferias comerciales y los opíparos banquetes de la época.

La Isla de las Flores y la Costa de Granito Rosa

Es el momento de enfilar la recortada y singular costa pasando por la isla de Brehat, conocida como la Isla de las Flores, con variedades de diferentes partes del mundo. También isla de marineros, de ahí que tenga tres embarcaderos operativos. Brehat es un destino ideal para tomar una bicicleta y admirar su variada y hermosa flora: hortensias, geranios gigantes, violetas, amarantas, buganvillas, rosas, camelias, agapanthe, árboles como el brezo, autóctono en la isla, y otras plantas más mediterráneas entre las que destacan palmeras, eucaliptos, higueras y encinas. Siguiendo en paralelo por el Canal de la Mancha, la Costa de Granito Rosa sorprende por sus paisajes marítimos a lo largo de unos quince kilómetros, ofreciendo un espectáculo de un color único con lugares graníticos excepcionales y protegidos.

Entre los principales puntos de interés de esta costa brilla un ramillete de pequeñas ciudades como Perros-Guirec, Lannion y Trégastel, sobre todo la primera, que ofrece al visitante un Parque Natural protegido de una belleza excepcional. Enamoran en este área sus calas, acantilados y paisajes fantásticos, donde la tierra y el mar están salpicados de rocas de granito rosa, cuyas formas han sido esculpidas por el viento y por las olas. Es esta una franja litoral de trece kilómetro y tres grandes playas de arena fina, con un destino incuestionable, Perros-Guirec, que proporciona una vista panorámica del archipiélago de las siete islas, una gran reserva ornitológica en Francia.

El misterio de Huelgoat

A continuación conviene realizar una incursión, de camino al departamento de Finisterre, hacia Huelgoat. Este mágico lugar se distingue por su espectacular paisaje geológico y prehistórico de piedras gigantes con un color verde intenso que emociona. La más famosa de todas, la piedra que tiembla, pesa 137 toneladas y mide 7 metros de largo, y se encuentra junto al río de La Plata, llamado así por la proximidad de unas minas ya abandonadas. En este espectacular bosque de 555 hectáreas hay decenas de rocas gigantes y pasajes ocultos como la Gruta del Diablo, otra fuente inagotable de cuentos, a la que se puede acceder por unas escaleras que parecen llevar al mismísimo infierno. La excursión nunca defrauda por la atmósfera mística que se respira entre las piedras repletas de líquenes verdes y el agua del río Argent que serpentea por este reino de hadas.

El Finisterre francés

Desde el corazón de los Monts d'Arree hay dos opciones recomendables. La primera, acercarse a la Punta de Raz, en el Finisterre francés, loada por Flaubert y Víctor Hugo en sus obras. Desde este peñón granítico del cabo Sizun las vistas hacia faros como el de Armen y la isla de Sein son toda una delicia, especialmente durante los atardeceres. Una gran parte de esta joya del litoral fue adquirida por el Departamento de Finisterre para preservar su estado natural. Algunos mercadillos y varias construcciones fueron retirados de este espacio natural y hoy aparece ante el turista como un lugar privilegiado donde algunas raras especies, como la gaviota tridáctila, la chova piquiroja o el arao común, han conseguido reproducirse. Un paseo entre los brezos salvajes y las brillantes y espinosas aulagas en esta tierra del fin del mundo, que se lanza sin remedio al océano, no defrauda ante la presencia de la estatua de Nuestra Señora de los Náufragos, situada unos metros antes de llegar a los miradores de los faros.

La muy Bretona Quimper

La segunda propuesta nos conduce a Quimper. Después de realizar una breve parada en Locronan, con su elegante conjunto de edificios renacentistas y la bella iglesia de Saint-Ronan, con su calvario y un llamativo cementerio, espera la antigua capital de Cornualles. Quimper muestra un carácter típicamente bretón. Aquí se pueden comprar libros en bretón, un idioma que en la región hablan casi 200.000 personas, y música bretona, adquirir un traje tradicional, disfrutar de las mejores creperies de Bretaña y probar su afamada sidra. Simplemente un tranquilo paseo por su barrio medieval bastará para percatarse de su patrimonio arquitectónico. Comenzando por su catedral, dedicada al fundador de la ciudad, el obispo San Corentin, un edificio extrañamente construido pues el coro está en ligero ángulo respecto a la nave, y siguiendo por el Museo Bretón, instalado en el Palacio Obispal, que exhibe una excelente colección de trajes típicos, cofias y muebles de la región.

Calle de Quimper
Calle de Quimper / Eduardo Grund

A veinte kilómetros de Quimper hay que reencontrarse con el mar, siempre presente en esta Bretaña embaucadora, esta vez en la costa sur de la región, para iniciar el recorrido en Bénodet, punto de partida de los barcos que se dirigen al archipiélago de las Islas Glénan. Este conjunto de islas es muy similar a nuestras Islas Cíes, con playas de arena muy blanca, un fuerte de 1725 en Cigogne y un faro. Los aficionados al buceo y al kayak visitan estas islas en las que está prohibido construir casas y acampar. Hay dos restaurantes, buen marisco, unas pocas habitaciones para alquilar y veinte residentes a los que les encanta vivir aislados.

Pont-Aven y Carnac

En el caso de descartar la excursión insular, lo más conveniente es acercarse a Concarneau para contemplar su ciudad amurallada, edificada en una isla del puerto y protegida por macizas murallas de granito, y dirigirse después a Pont-Aven, un antiguo y pintoresco pueblo de catorce molinos y quince casas que atrajo a un puñado de artistas, especialmente pintores, a finales del siglo XIX, como el aventurero Paul Gauguin. La villa, que guarda un encanto especial por el río que la atraviesa, cuenta con una reciente atracción turística desde el pasado 26 de marzo de 2016. Se trata del nuevo Museo de Arte, instalado en el antiguo Hotel Julia, residencia de muchos integrantes de la Escuela de Pont-Aven que fundara Gauguin en 1886. A esta zona acuden asimismo los seguidores del singular inspector Dupin, personaje creado por el escritor Jean-Luc Bannalec.

Siguiendo la N165 en dirección a Auray con el fin de enfilar la recta final del tour, hay que tomar un desvío en esta bonita ciudad, famosa por su espléndida vista del puente de Saint-Goustan, para llegar a Carnac, uno de los asentamientos prehistóricos más importantes del mundo. En este punto los alineamientos de megalitos siguen constituyendo una incógnita para los estudiosos de la arquitectura sagrada y funeraria. Existen más de 3.000 megalitos intactos, de 6.000 años de antigüedad, que se esparcen de este a oeste, y, aunque los antiguos pensaban que se trataba de una obra del diablo y no de las comunidades sedentarias que se dedicaban a la ganadería y a la agricultura, sus características han llevado a pensar que debían ser lugares ceremoniales. Hipótesis y discusiones no faltan en este asunto.

Finalmente, desde Carnac merece la pena darse una vuelta por la Costa Salvaje de Quiberon, un espectacular paisaje que se ha librado de las construcciones en su vertiente oeste gracias a un proyecto del gobierno que intenta recuperar el espacio natural y su flora. En esta península también es muy recomendable presenciar un concierto de algún bagad (tropa en bretón), el grupo musical típico de la región con sus instrumentos clásicos: gaita escocesa, bombarda, caja clara y percusión. Sus actuaciones son espectaculares y los bretones las celebran al compás de sus bailes tradicionales y más modernos, repletos siempre de intensidad y emoción. Será un excelente broche para terminar el viaje por Bretaña.

Lo que hay que saber de las singulares Islas Glénan

Desde abril hasta septiembre, las compañías de cruceros ofrecen viajes regulares que cubren el trayecto entre Beg-Meil (Fouesnant-les Glénan) y las Islas Glénan. En apenas una hora de viaje, los visitantes se encuentran rodeados de playas de finas arenas blancas, aguas bañadas de azul turquesa y numerosos afloramientos rocosos. Todo ello constituye un paisaje que recuerda al de unas islas tropicales. Aunque el archipiélago está a tan solo diez millas náuticas de la costa, el contraste paisajístico es notable.

Hay distintas teorías sobre el origen del término Glénan. Una de ellas apunta que proviene de la palabra bretona glein, que significa “claro/a”, en lo que se refiere a la descripción del agua, algo que cuadra en la descripción del agua que rodea a las islas, que es absolutamente transparente.

Situada en el centro del archipiélago, la isla de San Nicolás debe su nombre al patrón de los marineros. Aunque no es la más grande en extensión, está considerada la isla principal del archipiélago. En este rincón del planeta no hay supermercados, únicamente dos restaurantes, en los que se puede para a tomar algo o disfrutar de una comida reservando con unos días de antelación.

Bénodet, puerto de partida a las Islas Glénan
Bénodet, puerto de partida a las Islas Glénan / Eduardo Grund

Se pueden explorar las 35 hectáreas de la isla San Nicolás, disfrutar de la naturaleza o alojarse, reservando con mucha antelación, en la pensión St Nicolas Sextant. Únicamente hay 30 plazas y durante el verano no está permitido permanecer más de tres noches seguidas. En 1974 la isla de San Nicolás fue catalogada como Reserva Natural debido a la presencia de una flor muy particular y difícil de encontrar, el narciso de Glénan (Narcissus triandrus capax). En la actualidad solo se puede contemplar esta flor durante cuatro semanas del mes de abril en una Reserva Natural de unas cuatro hectáreas de extensión en el centro de esta isla.

Descubierta en 1803 por el químico Quimper Mr. Bonnemaison, no fue hasta los años 80 del pasado siglo cuando esta flor comenzó a ser estudiada gracias en parte a la implantación de un programa de gestión en el que se eliminaron los helechos y los tojos de la reserva. Estudios recientes han demostrado un aumento significativo en el número de plantas de la isla, pasando de 300 flores en 1984 a 286.460 flores de color amarillo pálido en 2015. Algo realmente fascinante.

La Chambre (habitación en español) es un mar interior entre varias islas, ideal para nadar o practicar deportes acuáticos. El abanico de actividades es muy amplio, desde aprender a montar en un barco de vela en el Colegio de Navegación de Glénan (uno de los mejores de Europa) hasta pasar unos días en el Centro Internacional de Buceo. La Isla Bananec está conectada con la de San Nicolás por un tómbolo, una barrera de arena que reluce cuando baja la marea y desaparece cuando esta sube. En 1992 se creó el Grupo Europeo ecológico Natura 2000. Los objetivos de este grupo eran proteger la biodiversidad local y promover la herencia natural. Desde 2004 las Islas Glénan, así como toda su fauna y su flora, están especialmente protegidas por Natura 2000.

El carrovelismo llena las playas

Las playas bretonas se han llenado en los últimos años de aficionados al carrovelismo (char à voile, carro a vela), un deporte emocionante que procede de Bélgica, país en el que comenzaron a usarse estos vehículos de recreo en el año 1898. La velocidad y la adrenalina engancha a los carrovelistas, auténticos especialistas en gozar de los arenales cuando se produce la bajamar y el viento sopla con fuerza. Los profesionales alcanzan con facilidad los 100 km/h sin demasiado viento. De hecho, el récord mundial de esta especialidad se estableció en el año 2009 con una marca excepcional: 202,9 km/h, con vientos entre 40 y 80 km/h.

La obtuvo el británico Richard Jenkins. A lo largo de las costas de Bretaña ha aumentado considerablemente el número de clubes que imparten clases prácticas de carrovelismo. En Pentrez se encuentra uno de los más populares, el Club de Char à Voile de Pentrez, con precios asequibles (16 euros/hora iniciación, 18 euros/hora perfeccionamiento y 25 euros/hora biplaza).

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