Arizona, la puerta del Gran Cañón

Hubo un tiempo en el que sólo el cielo fue testigo mudo de la belleza de esta tierra. Fue hace millones de años cuando el Gran Cañón, icono de Arizona y del oeste norteamericano, recién comenzaba a cobrar forma. Viento, agua y hielo esculpieron la sinuosa cuenca del río Colorado, que hoy zigzaguea entre rocas multicolores de más de 1.500 metros de altura. Cada era geológica dejó su huella en esta majestuosa obra de la naturaleza, que hoy subyuga a más de cinco millones de turistas cada año.

Arizona, la puerta del Gran Cañón
Arizona, la puerta del Gran Cañón

Arizona recibe todos los años a millones de visitantes que llegan desde todas partes del mundo armados con sus cámaras, que son insufi cientes a la hora de intentar reflejar la experiencia real. Sin embargo, dicen, vale la pena intentarlo, y el Parque Nacional que resguarda la zona ofrece muchas alternativas de exploración. Sobrevolar el área en un avión biplano, helicóptero o globo aerostático es alguna de las opciones que permiten una vista panorámica de los 480 kilómetros de longitud del Cañón y de sus imponentes paredes de piedra. El sol, omnipresente en esta región donde rara vez llueve, participa del espectáculo haciendo percibir las diferentes tonalidades de las rocas en cada momento del día, pasando de una claridad blanquecina por la mañana a los ocres y rojos del atardecer.

Los recorridos terrestres posibles son numerosos y variados. Los hay para quienes les guste caminar, andar en bicicleta, todoterreno, caballo o a lomos de una mula. Conviene elegir un sendero predeterminado que asegure paradas obligadas en los miradores estratégicamente ubicados. Uno de ellos, el Grand Canyon Skywalk, fue inaugurado el año pasado y consiste en una sólida estructura de hierro y vidrio en forma de U, que pende sobre el aire a 1.200 metros de altura. Y para quienes sufren de vértigo pero aman la adrenalina, la práctica de rafting en las inquietas aguas del río Colorado es una invitación a la aventura. Pero reducir Arizona a este coloso del norte sería no hacerle justicia. Esta tierra ofrece un paisaje plagado de contrastes y atesora un patrimonio cultural heterogéneo, donde se mezclan y fusionan las influencias aborígenes, españolas y anglosajonas. La comunidad de los indios navajo, por ejemplo, lleva más de un milenio asentada en el noroeste -el sector llamado Navajo Nation- y desde entonces preside una reserva natural en torno al Monument Valley, otra joya geológica que se erige sobre una meseta en medio del desierto y sirvió como marco de algunas de las legendarias películas de John Ford. Aquí también el entorno da la impresión de haber sido bien delineado: en medio de extensas alfombras de tierra y arena, gigantes monolitos se elevan como rascacielos inmutables a través de los siglos, o se inclinan y entrelazan dando lugar a angostos pasadizos teñidos de naranja. Una postal similar es la que se encuentra en el Cañón de Chelly, donde los muros de arenisca rojiza pueden alcanzar una altura de 300 metros. Para explorar esta región es necesario contar con un guía de la tribu, que se puede contratar en los centros de información para visitantes, del mismo modo que si se quiere alquilar un vehículo 4x4 (para no quedar atascado en las dunas), un caballo o cualquier otro servicio. Como todo pueblo ancestral, los navajos atesoran secretos, mitos y leyendas a los que el turista gusta aproximarse entre la fascinación y el escepticismo, mientras examina los vestigios entre las ruinas u observa la cuidadosa elaboración de artesanías. Y si todo esto resulta poco para acentuar la sensación de haberse transportado en el tiempo, todavía hay más: cerca de Tuba City -uno de los pueblos a la vera de la carretera 160- pueden verse huellas y huevos de dinosaurios jurásicos, y en los alrededores de Holbrook, el Petrified Forest National Park conserva troncos de árboles prehistóricos y fósiles petrificados hace 225 millones de años. Los nativos de Arizona saben que ha pasado mucho tiempo desde que los aventureros llegaran aquí atraídos por la fiebre del oro que brotaba de las entrañas del suelo, cuando la misma aridez de la tierra parecía tallar el temperamento de aquellos intrépidos vaqueros y temibles fugitivos. Sin embargo, aquel espíritu del salvaje oeste es rememorado en los rincones de muchos de los pueblos a lo largo y a lo ancho del Estado. Algunos, llamados ghost towns ("pueblos fantasma"), mantienen la estructura de las calles y edificios del siglo XIX, reconocidas mundialmente por los famosos westerns cinematográficos. Tombstone, cerca de la frontera con México, fue en 1881 realmente el escenario de un combate a mano armada entre dos clanes enemigos: los Clanton y los Earp (cuyo héroe fue interpretado, entre otros, por Kevin Costner en una película llamada, precisamente, Wyatt Earp). Actualmente se puede visitar el cementerio Boothill para ver las lápidas de estos pistoleros, o asistir a la recreación del duelo célebre hecha por actores locales. El cobre, mucho más que el oro y la plata, fue el hallazgo que en realidad impulsó el crecimiento económico de gran parte de Arizona. Dos siglos después, la riqueza mineral de esta tierra está lejos de agotarse y aún es un imán para coleccionistas y recolectores de piedras preciosas.

En lugares como Bisbee y Jerome se permite el ingreso guiado a minas históricas y se enseña a clasificar las pepitas de oro como lo hicieron los pioneros. Pero aún después de atravesar desiertos y cañones e intentar revivir la mística de los antiguos cowboys, incluso el viajero más presumido debe admitir que no lo ha visto todo de Arizona. Todavía podrá internarse en los valles de las montañas del sureste, con sus inimaginables explosiones de verdes vibrantes, conducir a lo largo de la legendaria Ruta 66, jugar al golf en alguno de sus trescientos complejos o indagar en las profundas raíces de su herencia hispánica. Porque, tal y como dice la letra del himno del Estado, Arizona es "la tierra donde brilla el sol, donde la vida es joven, donde el ancho, ancho mundo espera".

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