De Alsacia a los tejados de Estrasburgo: recorriendo la ruta del Gran Este de Francia entre castillos y catedrales

Alsacia y Lorena comparten un pasado común ligado a Alemania y Francia, pero son hoy los territorios más importantes del Gran Este del país galo. En esta esquina francesa descubrirás ciudades históricas, como Estrasburgo, Nancy o Metz, y un entorno natural verde sin aglomeraciones en el curso del río Mosela.

Una ruta que te lleva por los lugares más icónicos del Gran Este francés.
Una ruta que te lleva por los lugares más icónicos del Gran Este francés. / Juan Serrano Corbella

Desde el 1 de enero de 2016, los tres departamentos franceses de Alsacia, Lorena y Champagne-Ardenas fueron englobados en una nueva región gala denominada Gran Este y su capital se ubicó en Estrasburgo. Y es en esta ciudad, la capital europea cuyo centro histórico está inscrito en el Patrimonio Mundial de la Unesco desde 1988, a la que normalmente se accede en avión desde España, aunque otra opción de este viaje es el vuelo a Luxemburgo. Nos encontramos en el nordeste de Francia en dos regiones, Alsacia y Lorena, que han sido durante siglos objeto de disputa entre galos y alemanes y la historia confirma que han cambiado de nacionalidad en cuatro ocasiones desde 1871.

Una de las calles de Estrasburgo.

Una de las calles de Estrasburgo.

/ Juan Serrano Corbella

Esa conexión franco-germana les ha unido aunque se trata de dos regiones diferentes. Lorena, por un lado, es el país de la ciruela mirabel y los vinos grises que presume de un rico patrimonio natural muy verde con una campiña intacta regada por los ríos Mosela, Meurthe y Mosa, y por otro, Alsacia destaca por ser una tierra fértil entre las montañas de los Vosgos y la Selva Negra alemana con sus viñedos, sus casas de entramado de madera y sus elevados castillos. Uno de ellos, en ruinas, se alza en nuestra primera parada en dirección a las tierras lorenas, a 40 kilómetros de Estrasburgo. Lo llaman Haut-Barr aunque se le conoce popularmente como el Ojo de Alsacia al ofrecer una vista estratégica de 360 grados entre la meseta lorena y la llanura alsaciana y las colinas situadas en Saverne a orillas del río Zorn y el canal Marne au Rhin.

Redacción Viajar

La fortaleza tuvo su origen en el siglo XII pero su aspecto actual se debe a la reforma que ejecutó Jean de Manderscheid en 1583. Hoy siguen divisándose sus tres grandes rocas de arenisca, a 473 metros de altura, y su popular puente del diablo, que conecta dos de sus peñascos desde los que se avistan en días claros las agujas de la catedral de Estrasburgo. La visita es libre y cuenta con un café-restaurante abierto en 1901 con unas exquisitas tartas flambeadas de la región.

Río Mosela en Metz.

Río Mosela en Metz.

/ Juan Serrano Corbella

El Centro Pompidou de Metz

Desde Saverne, situada en la frontera de las dos antiguas regiones del Gran Este, bastará una hora y media en coche por la A-4 para alcanzar Metz, actual capital de Lorena. La ciudad se levanta en la confluencia de los ríos Mosela y Seille y nada menos que veinte puentes cruzan los ríos y canales de esta antigua ciudad galorromana. Algunos se pueden cruzar en el barco Solis con un pícnic incluido por 45 euros durante una hora y media.

Vista de la catedral de Metz desde el río Mosela.

Vista de la catedral de Metz desde el río Mosela.

/ Juan Serrano Corbella

Desde este bateaux se observa como la urbe fue erigida en una colina sobre el Mosela desde la que sobresale la silueta de la imponente catedral de Saint-Etienne con sus doradas agujas. Su construcción se alargó durante tres siglos (1220-1522), pero hoy está considerada la tercera iglesia más alta de Francia (42 metros) y sus vidrieras góticas, realizadas desde el siglo XIII al XX, ocupan 6.500 metros cuadrados, siendo las más modernas las firmadas por Chagall en tonos rubí, oro, zafiro y topacio. A

l noroeste de la catedral, conocida también como la linterna de Dios, un estrecho puente de madera conduce a la isla de Petit Saulcy, donde sigue activo el teatro más antiguo del país. Lo encontrarás en la Plaza de la Comedia junto a un encantador jardín donde estuvo instalada una guillotina durante la Revolución Francesa. El Temple Neuf (Templo Nuevo), construido por los alemanes en 1904, es otro aliciente indispensable en este barrio y se puede ver junto a la catedral desde el Moyen Pont (Puente Medio), la postal más conocida de un Metz muy aficionado al fútbol. En sus cafés siempre recuerdan cuando el equipo de la ciudad eliminó al F. C. Barcelona de la Recopa de Europa en 1984 y siguen admirando a algunos de sus jugadores más famosos como Platini o Pirès, este último un héroe de Metz que acabó su carrera jugando en el Villarreal español.

Porte de la Craffe de Nancy.

Porte de la Craffe de Nancy.

/ Juan Serrano Corbella

Ese viejo Metz emociona en otros monumentos como la Puerta de los Alemanes, que parece un castillo del Medievo por su puente y sus torres defensivas instaladas en el recinto amurallado, o el antiguo Palacio Obispal, hoy mercado cubierto donde resulta imprescindible degustar una quiche Lorraine con bacon, jamón y huevo en Chez Mauricette (10,75 euros), y la plaza medieval de Saint Louis con sus soportales y sótanos sorprendentes. La ciudad más moderna se halla en el Barrio Imperial, ideado por el káiser Guillermo II tras la anexión de Metz a Alemania en 1870. Su arquitectura puede admirarse en la espectacular estación de tren, una de las más hermosas de Europa, o en la oficina de Correos en un nuevo barrio funcional y pintoresco, pero estas construcciones con aire prusiano ya van a la zaga del Centro Pompidou Metz, una sucursal del célebre museo de París que exhibe la mayor colección de arte moderno de Europa. El edificio, con su llamativo tejado que simula un sombrero chino, fue diseñado por el japonés Shigeru Ban y está construido con madera laminada recubierta de fibra de vidrio. En 2025 cumple su XV aniversario con dos nuevas exposiciones, Endless Sunday y Copyists, que reúnen obras de la colección parisina, del Museo del Louvre y de otros coleccionistas del mundo.

Mural Giulia de David Walker en la Rue de Léopold Lallement de Nancy.

Mural Giulia de David Walker en la Rue de Léopold Lallement de Nancy.

/ Juan Serrano Corbella

Nancy, culto al art nouveau

Poco más de 50 kilómetros separan Metz de Nancy, la antigua capital de Lorena junto al canal de Marne y el río Meurthe que fue embellecida por Stanislas Leszczynski, duque de Lorena, en el siglo XVIII para dedicársela a su yerno Luis XV. Esa belleza arquitectónica es admirable en la plaza neoclásica de Stanislas, declarada Patrimonio Mundial de la Unesco en 1983, y ahora exclusivamente peatonal. Solo por ver sus edificios emblemáticos, como el Hôtel de Ville, el Museo de Bellas Artes o la Ópera Nacional de Lorena, y las elaboradas verjas de las puertas de hierro de Jean Lamour, merece la pena acercarse a este punto clave del corazón de Nancy que contará en 2026 con un nuevo hotel superlujoso reformado, el Grand Hôtel de la Reine, de cinco estrellas. Además, sus fuentes rococó, que manaban vino cuando se inauguraron en 1755, y el arco del triunfo que conecta con la plaza de la Carrière con una dedicatoria a Luis XV (“Terror de sus enemigos, artífice de tratados, gloria y amor de su pueblo”) completan un escenario urbano realmente único.

Catedral Saint-Étienne de Metz.

Catedral Saint-Étienne de Metz.

/ Juan Serrano Corbella

Desde esta última plaza se accede a la Grande Rue y al laberinto de callejuelas del viejo Nancy. El Palacio de los duques de Lorena, ahora en restauración hasta 2029, y la iglesia de Saint-François-des-Cordeliers, que alberga las tumbas de estos duques, son una parada obligatoria en el paseo. La Oficina de Turismo organiza también todos los sábados a las 14:30 un tour guiado por el centro histórico.

Si hay algo que destaca en Nancy, es su vinculación al art nouveau, ya que en el siglo XX un artista especializado en el trabajo con el cristal llamado Émile Gallé fundó la Escuela de Nancy, precursora de este movimiento en Francia, que demostraba como los objetos habituales de la vida diaria podían ser también maravillosos. Esos interiores, repletos de piezas de arte en vidrio, cerámicas, vitrales y esculturas, se pueden admirar en el Museo de la Escuela de Nancy instalado en una villa del siglo XIX y abierto como museo en 1963, visita clave para descubrir esta revolución artística junto a la de la Villa Majorelle, diseñada en 1902, que luce vidrieras de Jacques Gruber y muebles portentosos y una pieza maestra, la chimenea de piedra del salón Les Blés que asombra a todos los visitantes. Henri Sauvage construyó esta casa de tres pisos para Louis Majorelle y su familia y es hoy el principal icono del art nouveau en Nancy.

Salón de té en Metz.

Salón de té en Metz.

/ Juan Serrano Corbella

El segundo Versalles

De camino a Estrasburgo y antes de regresar a Alsacia, un impresionante templo impresiona en Saint-Nicolas-de-Port por su tamaño y su cercanía a Nancy (a 12 km). Se trata de la basílica de San Nicolás y alberga reliquias del patrón de Lorena en el interior de esta joya del gótico flamígero en cuya creación colaboraron maestros vidrieros del Renacimiento venidos de toda Europa. Es tanta la devoción a este santo que Nancy organiza en Navidad la fiesta de San Nicolás durante 40 días con todo tipo de eventos y mercados de artesanos y artistas, incluyendo casi 100 espectáculos y un original videomapping.

Chateau de Luneville

Chateau de Luneville

/ Juan Serrano Corbella

Solo habrá que recorrer 23 kilómetros por la A33 para alcanzar Lunéville. Su castillo fue la residencia de Stanislas Leszczynski, duque de Lorena, y Voltaire quedó tan impresionado al visitarlo que lo denominó el segundo Versalles francés tanto por sus jardines, de los más bellos levantados en el Siglo de las Luces, como por su interior, hoy muy utilizado para la organización de exposiciones. Lunéville fue restaurado tras un grave incendio en 2003 y Lutzelbourg, ya en el límite con Alsacia, no corrió la misma suerte en su paradisíaca ubicación en el distrito de Sarrebourg. En la actualidad permanecen sus fantasmales ruinas, encaramadas a 322 metros de altura, que regalan una de las más bellas panorámicas de Lorena y del canal Marne au Rhin.

Estrasburgo, siempre en torno a su catedral

En Lutzelbourg existe la posibilidad de tomar un barco fluvial que conduce a Estrasburgo, a poco más de 50 kilómetros, después de superar un ramillete de esclusas, pero en coche solo se necesita una hora para alcanzarlo. Es esta una ciudad que combina de manera casi perfecta tradición y modernidad y aunque ahora la corporación municipal se esfuerza en extender la red de tranvías como gran proyecto urbanístico, lo cierto es que la Gran Isla continúa siendo el principal atractivo de la capital europea. Esa isla, rodeada por el río Ill, se conecta con el resto de la ciudad por 21 puentes y pasarelas, siempre con la presencia más lejana o más cercana de la catedral, levantada sobre una amplia plaza adoquinada como en la Edad Media. El templo fue el más alto de la cristiandad en el mundo hasta el siglo XIX con sus 142 metros, una cima a la que se puede acceder a través de 332 escalones para disfrutar de dos vistas panorámicas en su terraza.

Paseo en barco por Estrasburgo.

Paseo en barco por Estrasburgo.

/ Juan Serrano Corbella

Otra alternativa es visitar el barrio de las instituciones europeas, con sus calles y edificios que evocan la construcción europea y sus fundadores: Jean Monnet, Winston Churchill, Robert Schuman, Louise Weiss… aunque la mayoría de los turistas prefieren acercarse a la Petite France, el antiguo barrio de curtidores, molineros y pescadores que constituye un gran remanso de paz en la ciudad. Sus callejuelas ofrecen restaurantes tradicionales, tabernas (winstubs) y una sucesión de casas de los siglos XVI y XVII con entramados de madera, patios interiores y grandes tejados inclinados abiertos en los que antiguamente se ponían a secar las pieles. Hoy ese viejo barrio nauseabundo está tan cotizado que una casa de una sola habitación supera el medio millón de euros.

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