Los Alpes de Japón: extraños, místicos pero absolutamente asombrosos

El país del sol naciente ya ha reabierto sus fronteras, sin que sea necesario ningún visado para visitarlo. Este invierno es una buena ocasión para emprender un viaje por las altas montañas del norte de Honshu, la isla principal del archipiélago nipón, donde aguardan lugares tan auténticos como extraños.

Nevada invernal en la aldea histórica de Shirakawa-go, Patrimonio de la Humanidad

Nevada invernal en la aldea histórica de Shirakawa-go, Patrimonio de la Humanidad

/ ALFREDO MERINO

Kishi Akio san está contento. A pesar de que no ha dejado de nevar en toda la mañana, los copos son pequeños y el temible viento que corre como un diablo por las gargantas del río Mogami no se ha levantado. Esto ha hecho que la jornada de hoy sea productiva. Ahora se dispone a empezar el tercer viaje del día a bordo de su kotatsu, larga barcaza así llamada por el calentador tradicional japonés de su interior. El señor Kishi Akio es el barquero más veterano de los que navegan por este importante río de la prefectura de Yamagata, norte de los Alpes de Japón. Lleva más de 40 años llevando pasajeros. Es invierno y la tranquila singladura atraviesa un escenario inmaculado. Las nieblas difuminan bosques y montañas hasta transformar el paisaje en una acuarela tradicional japonesa. La nevada arrecia poco a poco y se une al manto de nieve que alcanza el borde del oscuro, casi negro, río Mogami.

Kishi Akio, el barquero más anciano del río Mogami, en la cubierta de su bote de recreo

Kishi Akio, el barquero más anciano del río Mogami, en la cubierta de su bote de recreo

/ MIGUEL MERINO

Alborozados por el hermoso cuadro, el grupo de turistas degusta la comida que se extiende por encima de la kotatsu, la mesa de patas cortas que ocupa el centro de la embarcación de la proa a la popa. Es entonces cuando Kishi san empieza a entonar a capela una canción popular de Yamagata: “Mientras viajas lejos a Sakata, conserva tu salud y no te enfríes hasta que vuelvas”. Las sentidas entonaciones muestran por qué ha sido ganador de varios concursos de canciones folclóricas. Acunados por la ancestral melodía y el calor que desprende el kotatsu bajo la mesa, los pasajeros rompen en exclamaciones cuando pasan ante la cascada Shiraito, una de las más hermosas de Japón. El torii rojo situado a sus pies es un semáforo que destaca sobre el espeso manto de nieve.

Templo Risshakuji del monte Honshu.

Templo Risshakuji del monte Honshu.

/ MIGUEL MERINO

Los viajes en barcaza por el Mogami son fascinantes las cuatro estaciones del año, pero en invierno es cuando se muestran más auténticos cubiertas por espesos mantos de nieve. Alejadas las multitudes que acuden el resto de meses atraídas por un viaje fluvial de los más recomendables del país, la singladura invernal cubre a quienes la disfrutan con otro manto, este de admiración y silencio. Viajar a lo largo de los Alpes japoneses en invierno es visitar la cara más íntima del país. El momento recomendable para viajeros que no tengan miedo al frío, ni a tener que cambiar los planes del viaje por una nevada imprevista, que cubre todo con varios metros de espesor de nieve.

Casa tradicional gassho-zukuri bajo la nevada en la aldea de Shirakawa-go.

Casa tradicional gassho-zukuri bajo la nevada en la aldea de Shirakawa-go.

/ MARGA ESTEBARANZ

También para los amantes de transitar por una naturaleza auténtica y sorprendente, en cuyo entorno perviven costumbres tradicionales y escenarios del pasado, que contrastan con los avances de un país distinguido por su posición privilegiada en la vanguardia de la tecnología. El Shinkansen es uno de los más visibles. El famoso tren bala es la mejor manera de acercarse a los Alpes de Japón. Líneas recientes, como la que une Tokio con Kanazawa, o la que lleva de la capital nipona a Yamagata, permiten alcanzar las principales ciudades del norte de Japón.

Kanazawa feudal

A bordo de este ferrocarril, cuya velocidad emborrona los paisajes que se suceden al otro lado de la ventanilla, en poco más de dos horas se produce un viaje que lleva de la Tokio futurista al Japón feudal del periodo Edo. Kanazawa fue sede del clan Maeda, uno de los más poderosos de su tiempo, hasta el punto de que su ciudad rivalizó con Tokio y Kioto.

Vista invernal del valle Tachiya

Vista invernal del valle Tachiya

/ MIGUEL MERINO

Capital de la prefectura de Ishikawa, conserva importantes testigos de entonces, pues la ciudad no sufrió en exceso los ataques aéreos de la Segunda Guerra Mundial. El castillo de Kanazawa, destruido varias veces por incendios, sufre una restauración desde hace 30 años que lo está convirtiendo en uno de los más espectaculares del país. Sus dos torres inmaculadas, la muralla y sus diferentes puertas de acceso, y el recoleto jardín, son partes destacadas del conjunto, que cuenta con exposiciones que relatan la historia del monumento.

El castillo se alza junto al jardín Kenrokuen. Este excelso espacio, considerado uno de los tres jardines más hermosos de Japón, ocupa más de 11 hectáreas, donde se albergan 160 especies vegetales y más de ocho mil árboles. Su nombre responde al canon de belleza que la tradición establece nipona para los jardines: Kenrokuen significa Jardín de las seis sublimidades. Son: amplitud, tranquilidad, antigüedad, cuidado y modelación de su paisaje, agua abundante y amplias vistas del entorno. Un paseo por los caminos, puentes y avenidas de Kenrokuen confirman el porqué de su nombre. Estanques, canales, macizos vegetales, fuentes, pequeñas casas de té, miradores, lámparas de piedra y estatuas dan lustre a este espacio donde destaca el monumento al príncipe Yamato Takeru Meiji.

 Una joven realiza el temizu, ceremonia de ablución antes de entrar al templo Risshakuji.

 Una joven realiza el temizu, ceremonia de ablución antes de entrar al templo Risshakuji.

/ ALFREDO MERINO

Los pinos son la especie arbórea más destacada. Desde finales de otoño, el ejército de jardineros que cuida con primor Kenrokuen, ata con largas maromas las ramas desiguales. Es una técnica tradicional japonesa denominada yukizuri, que evita que estas se quiebren por el peso de la nieve que traen las copiosas nevadas invernales. Los cordajes componen una estructura cónica que otorga un sorprendente aspecto al arbolado.

No lejos queda Nagamachi, el distrito samurái, hoy residencia de clases acomodadas. Hace 400 años aquellos guerreros habitaban en sus bukeyashiki, viviendas cuyo estilo tradicional perdura. Rodeadas de vallas de piedra y paja, entre ellas se extiende un pintoresco dédalo de callejuelas y canales. Destaca la residencia del clan Nomura, que atesora el que está considerado tercer mejor jardín particular de Japón. El mercado Omicho funciona desde entonces. Su visita permite comprobar la importancia que tiene para la sociedad nipona la interminable variedad de pescados, mariscos y productos del mar. Junto a sus más de 200 puestos, abren la puerta izakayas, tabernas y pequeños restaurantes populares, recomendables no solo por sus precios, también porque nutrirse de los productos más frescos.

Puesto de comida en el Festival de la nieve de Yamagata

Puesto de comida en el Festival de la nieve de Yamagata

/ ALFREDO MERINO

Higashi Chaya es otro imprescindible en Kanazawa. El histórico distrito de las geishas conserva su ambiente de antiguas construcciones de madera y evocadoras calles. Aquí se concentraban las casas de té de las geishas. Ya desaparecidas, ocupan su lugar tiendas y cafeterías. Igual que ocurre en Nagamachi, la relajada geografía del distrito es contrapunto del ajetreado centro de la urbe, donde destaca el Tsuzumi Mori, Puerta del Tambor, gigantesco torii que da acceso a la moderna estación central.

En este viaje por los Alpes japoneses, el templo Zenkoji de Nagano no puede quedar fuera. Centro espiritual de la ciudad, es uno de los más venerados de Japón. Fundado hace 1.400 años, incluye 39 edificios. Se accede al interior del recinto por la histórica puerta Sanmon. Presidiendo el amplio espacio central se alza el rotundo Salón principal Hondo. Reconstruido en 1707, es ejemplo perfecto de los templos Edo. Alberga la primera estatua budista que llegó a Japón y en su fachada destacan esvásticas levógiras, esto es con sus puntas orientadas a la izquierda, propias del budismo y de otras religiones orientales.

 En bici por el centro histórico de Takayama.

 En bici por el centro histórico de Takayama.

/ ALFREDO MERINO

Alejados de las grandes ciudades, hay dos lugares en los Alpes japoneses que conservan como ningún otro el aroma de la época medieval. Shirakawago y Hida no Sato nos muestran cómo eran las construcciones de aquel tiempo y la vida rural de entonces.

El mundo rural Edo

Hida no Sato es un conjunto de casas tradicionales convertido en museo. Son 30 gassho-zukuri, granjas de madera de característicos techos inclinados de paja, procedentes de la cercana Shirakawago, cuya construcción se remonta al tiempo de los samuráis, entre 1603 y 1868. La aldea se rodea de jardines donde se encuentran jirones místicos, como las seis estatuas de Jizo, datadas en 1720, ante la que nunca faltan ofrendas florales.

Menú kaiseki, compuesto por varios platos diferentes.

Menú kaiseki, compuesto por varios platos diferentes. 

/ Alfredo Merino

En plenos Alpes japoneses, para alcanzar Shirakawago desde Takayama hay que transitar por el segundo túnel más largo de Japón, de 11 kilómetros. La aldea es un conjunto de gassho-zukuri, cuyos tejados de paja las hace impermeables y evita que la nieve se acumule en la techumbre. Su singularidad y el perfecto estado de conservación de la aldea son los motivos por los que la Unesco la ha incluido en la lista de Patrimonio de la Humanidad. Varias casas son pequeños museos que conservan los muebles antiguos y los, en este tiempo, tan deseados irori, hoyo en el suelo en el centro de la estancia donde arden leña y brasas de carbón. Ya no se cocina en ellos, pero en los crudos inviernos alpinos se saca partido de su segundo uso: a su alrededor se aprietan los turistas, para calentarse un poco y, de paso, secarse los calcetines empapados en la caminata sobre la nieve.

Alrededor de las casas se extienden pequeños arrozales. Los canales cubiertos de nieve y los pequeños penachos de arroz inmaculados añaden encanto al escenario. Arrecia la nevada en Shirakawago. Algunos visitantes aprovechan para cruzar el puente colgante Ogimachi que, bajo los copos, se transforma en una pintura. Al verla uno duda si es obra de Hokusai o de Yoshida. Al otro lado del río Sho se extienden impenetrables bosques donde habitan osos. No hay peligro, ahora hibernan bajo las nieves. Otros turistas han subido al cercano mirador de Ogi-machi, el mejor lugar para contemplar la armonía del pueblo, pero la nevada hace que se contenten con ver a la aldea difuminada por los copos.

Zao Onsen Ski Resort.

Zao Onsen Ski Resort.

/ ALFREDO MERINO

No menos tradicionales que Shirakawago son las teteras de hierro fundido. Auténticas joyas que, desde hace 400 años, se fabrican y perfeccionan en Japón para alcanzar la cima de su artesanía. Las que salen de Iwachu Nambu, fábrica fundada en 1902 en Morioka, son las más afamadas. Su trabajo manual sobre hierro fundido, Nambu tekki, produce teteras inconfundibles. Taller, museo y tienda, en su entrada una enorme tetera cuyo peso alcanza 350 kilos recibe a los visitantes. Ya en los talleres, se asiste al minucioso trabajo de elaboración llegado del periodo Edo, que supone hasta 65 procesos diferentes. “Es un trabajo delicado. Para llegar a kamashi (maestro artesano) se necesitan 15 años. Solo producimos 160 teteras al mes”, asegura su director Aira Iwashimizu. El trabajo se comprueba en la visita al taller. Luego, en la recién reformada tienda, un universo de teteras de todos los tamaños, formas, colores y decoración son una llamada irresistible para los amantes de la bebida.

Jigokudani Yaen-Koen es un lugar famoso en el mundo entero. Este valle montañoso situado en las proximidades de Yudanaka, en Nagano, alberga a los únicos monos que se bañan en aguas termales. Son los llamados macacos de la nieve que, en invierno, hacen justicia a su nombre. Habitantes de las zonas montanas y bosques de los Alpes japoneses, es el primate que vive más al norte, muestra de su extraordinaria capacidad de adaptación. En grupos de 200 y más individuos soportan las grandes nevadas y unas temperaturas que en invierno descienden por debajo de los 15 ºC bajo cero.

Uno de los templos de Higashiyama

Uno de los templos de Higashiyama

/ ALFREDO MERINO

Se ayudan de un singular comportamiento: refugiarse en las charcas termales que abundan en esta zona volcánica. Al singular onsen de los macacos se accede tras una breve caminata por un espeso bosque conífero. En el camino, de vez en cuando se vislumbra a un macaco escarbando en la nieve o que escapa de los visitantes con la pelambrera cubierta de nieve. Ya en la charca humeante, decenas de monos dormitan, se expurgan, pelean y amamantan a las crías, indiferentes a los visitantes que los contemplan a escasa poca distancia.

En Zao Onsen viven durante el invierno otras criaturas de nieve bien diferentes. La estación de esquí situada en las laderas del monte Zao es una de las más populares de Yamagata. Esquí, snowboard y raquetas de nieve entre sus bosques son más que recomendables. Sin embargo, son más los visitantes que no vienen a practicar deportes en la nieve. Llegan atraídos por un fenómeno único. Las copiosas nevadas, junto con la humedad y el frío invernales, transforman a los árboles en seres fantásticos. Sus formas inquietantes les han dado nombre. Son los Monstruos de Zao, maravilla de la naturaleza invernal nipona, que atrae a viajeros de todas partes del mundo.

Macacos de la nieve de Jigokudani.

Macacos de la nieve de Jigokudani.

/ ALFREDO MERINO

Misticismo en el Templo de la Montaña

Rumbo norte, el mínimo tamaño de Yamadera la haría pasar desapercibida en cualquier recorrido por Tohoku. Sin embargo, esta localidad situada en el valle del río Tachiya es referencia obligada de Japón. La razón es el templo Risshakuji, uno de los enclaves con mayor misticismo del norte de Hokkaido, la principal isla japonesa. En invierno las visitas son pocas. Los rigores que se gasta el clima de aquí no son para tomárselos a broma. Mucho menos la extenuante ascensión al epicentro de su conjunto de templos, la sala Godaido, nido de águilas colgado en la cima de un cantil, al que se accede después de subir mil escalones, la mayoría chapados en hielo. Nadie tema, las barandillas y el esmerado trabajo de escuadrillas de limpiadores son ayuda inestimable en la escalada. No menos que la prudencia que hay que tener a la hora de colocar el pie en uno u otro lugar.

Templo Zenkoji de Nagano.

Templo Zenkoji de Nagano.

/ ALFREDO MERINO

Fundado en el año 860 de nuestra era, el Templo de la Montaña, que es el significado de su nombre, guarda en uno de sus templetes, el salón Konponchu-do, al pie de la subida, una llama que se mantiene encendida sin interrupción desde entonces.

La ascensión transcurre por el interior de un espeso bosque de cedros, cuyas dimensiones señalan que tal vez tengan más años que el propio templo. A lo largo de la interminable escalera se suceden templetes, ofrendas, pequeñas tallas y faroles de piedra que distraen el cansancio de los peregrinos. Ya en la cumbre, las balaustradas de la sala Godaido sirven de apoyo para el éxtasis que provoca la visión del valle Tachiya. Los cerrados bosques de las montañas, el fondo del valle y Yamadera misma ofrecen su más lánguida visión, adormecidos bajo el denso manto de nieve. Desde el Templo de la Montaña el río Mogami queda lejos. Allí arrecia la nevada. Kishi Akio san asegura al pantalán las maromas de su barca. Luego, contempla por un momento cómo el viento que se ha levantado vuelve locos a los copos de nieve. “Será un duro invierno”, piensa, mientras deja atrás el muelle, que desaparece detrás de los enormes montones de nieve acumulados en la orilla. En el Mogami es la hora de comer.

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