José María Pérez "Peridis", arquitecto y dibujante

Tiene una memoria prodigiosa, hasta el punto de recordar con una sonrisa imágenes y sensaciones de su pueblo natal –Cabezón de Liébana, en Cantabria– antes de trasladarse a Aguilar de Campoo (Palencia) con tan solo 3 años. A finales de este mes cumplirá 76, pero sigue trabajando en lo que más le gusta: la arquitectura, los estudios sobre el románico y la tira diaria de “El País”.

José María Pérez
José María Pérez / Victoria Iglesias

La camisa blanca y el sombrero le dan un aire de viajero recién aterrizado de La Habana. Al encontrarse el despacho tomado por libros, papeles, enciclopedias sobre el románico y estanterías con las cintas de los documentales realizados para TVE, la mejor opción es buscar un sitio más cómodo, en las dependencias que tiene al lado la Fundación Santa María la Real, de la que ha sido hasta hace poco presidente. “Necesitaba descansar un poco y tener tiempo para ocuparme de otras cosas”, comenta este hombre, criado a la sombra de alguna de las joyas del románico palentino.

Usted abandonó Cabezón de Liébana a los 3 años. Demasiado joven para acordarse de ese valle cántabro.

Aunque pueda parecer extraño, me acuerdo de los olores, del paisaje y de cuando estaba en brazos de mi madre y venían las mozas... Recuerdo al niño que me llevó de la mano hasta la escuela, que estaba junto al río. Recuerdo también al gavilán que se llevaba a los polluelos o el olor de las hojas de roble y de haya caídas en los caminos cuando arreciaban las lluvias.

Le he escuchado contar que enseñaba de niño el monasterio de Santa María la Real a los turistas.

Sí, hacía de cicerone. Aprovechaba que el guarda se iba al bar para meter a los turistas por una gaterilla y enseñarles el monasterio. Inventamos el turismo de aventura, pues moverse entre aquellas ruinas tenía su riesgo.

¿El primer viaje importante del que tiene memoria?

Una excursión, desde Aguilar a Suances (Cantabria) para ver el mar. Yo tendría 8 ó 9 años y la sensación fue abrumadora. Todos los chavales nos pegamos a la ventanilla gritando: ¡el mar, el mar! Lo vimos de lejos y me pareció una llanura que surgía detrás de las montañas.

Fotos de José María Pérez
Fotos de José María Pérez / Victoria Iglesias

¿Siempre ha vinculado sus viajes al románico y a la arquitectura?

No siempre. Mi primer viaje al extranjero fue a Francia, en el año 1968, invitado por una asociación que se llamaba Les Amis de la Republique Français. Nos reunieron a estudiantes de 40 países en la ciudad de Montargi, en una experiencia muy interesante que se llamaba Le Mois de la Amitié. Hacíamos debates y fue el primer sitio donde yo escuché hablar de ecología. Entonces España era un país en blanco y negro. Visitamos París y recorrimos los castillos del Loira. Vimos iluminados y con música les châteaux de Blois y Chambord, con unos atardeceres preciosos. Ese viaje lo recordaré toda mi vida.

¿Algún otro viaje destacable?

El viaje de fin de carrera por Italia. Pero anteriormente estuve en Estados Unidos en otro viaje para estudiantes, organizado por el Departamento de Estado. Nos llevaron a conocer Atlanta, Nueva York, San Francisco y las cataratas del Niágara. También visitamos Washington y escuchamos una intervención de Edward Kennedy en el Senado. Fue un viaje increíble.

Entre los monumentos que ha restaurado como arquitecto, ¿con cuál se quedaría?

Me encantó rehabilitar la biblioteca del Alcázar de Toledo, en la última planta, cuando era un cuartel militar. Ver el edificio por la noche, con las ventanas de la biblioteca iluminadas, me producía una emoción impagable. Recordaba la frase de Rilke, cuando decía que los maestros enseñan a los niños la luz que viene de lo alto. Como metáfora, me parecía ideal.

¿En qué época de la historia le habría gustado vivir?

En esta, incluso en los peores años de la crisis. Si me dejaran asomarme, me asomaría a la Grecia de Fidias y Pericles o a la Florencia de Miguel Ángel y Brunelleschi. Estos son los dos momentos que me parecen más fascinantes: la Grecia de Pericles y la Florencia de los Médici.

¿De dónde le viene su pasión por el románico?

Es lo que tenía más a mano. Mi casa estaba al lado de la iglesia de Santa Cecilia y en los alrededores hay muchas iglesias románicas. Los pueblos se quedaban vacíos y había que poner en valor ese entorno.

¿Convendría volver la mirada hacia el turismo interior?

Soy partidario de salir fuera, pero hay que conocer también España. Yo he estado en todas las capitales de provincia y en muchos pueblos, como viajero, dando charlas o viendo el románico.

¿Cuál es el mayor atractivo que encuentra en los viajes?

Descubrir las cosas por ti mismo. Casi sin ayuda. A ver qué encuentro. Para pasarlo bien, tienes que hablar con la gente, ser una esponja y empaparte.

Peridis
Peridis / Victoria Iglesias

¿Deberíamos invertir más en turismo cultural?

Por supuesto. Es el gran potencial de España, con una gran diversidad de paisajes y con un valioso patrimonio. Entras en una carretera comarcal y hay paisajes variadísimos: alta montaña, meseta, desierto, el Atlántico, el Mediterráneo, el Cantábrico, los Monegros; las más variadas tipologías arquitectónicas, desde los pueblos blancos de Málaga y Cádiz a los pueblos de adobe de Castilla o los de pizarra de León. Lo que nos falta en España son iniciativas y más ofertas culturales que atraigan a otro tipo de turista que no busca el sol y la playa.

¿El viaje más raro que ha hecho?

Un viaje por Escandinavia, con la excusa de haber patentado unas casas de madera con el nombre de Sistema Peridis. Viajé a Suecia y luego me llevaron desde Estocolmo hasta muy cerca del Círculo Polar Ártico. Después nos hicimos toda la costa noruega en tren, viendo los acantilados. Es el viaje más peregrino que he hecho, después del que hice a Garabandal (Cantabria), cuando se les apareció la Virgen a unos niños del pueblo.

En las fotos casi siempre se le ve pintando paisajes y monumentos.

Nunca me ha gustado hacer fotos. Pierdes la vivencia. Les veo a todos haciendo fotos y digo: dejad de mirar a través de la cámara y disfrutad del ambiente. A mí me gusta mirar a la gente a los ojos. Yo siempre hago apuntes de los lugares que visito. Es una manera de capturar lo que ves mucho más profunda que las fotos.

¿Es usted una de las personas que más sabe del románico?

No soy el que más sabe, pero sí el que lo ha juntado y divulgado. La serie de televisión ha servido para concienciar y sensibilizar a la gente sobre la conservación de nuestro patrimonio.

¿Es importante el papel de los guías?

Hay guías disparatados, pero divertidísimos por cómo te lo cuentan: “Por allí veo venir al Cid Campeador...”. Eso es lo que le da identidad. Las personas son las que llenan de contenido el conocimiento.

¿Un sitio que le gustaría conocer?

Japón, siempre me ha interesado su arquitectura y su cultura. Y me gustaría volver a los fiordos noruegos, pero en verano.

¿Hay que poner freno a la avalancha de turistas?

En Barcelona y en Venecia, por los cruceros, hay problemas, pero Madrid, por ejemplo, tiene mucha más capacidad. La Venecia que yo conocí cuando tenía treinta y tantos años tampoco es la misma que ahora. Entonces era la Plaza de San Marcos, Rialto y poco más. Ahora la gente se reparte por toda la ciudad, que está llena de tiendas y comercios. En mi opinión, está más viva ahora que hace cuarenta años.

¿Su sitio preferido para descansar?

Santander, donde tengo un rinconcito y se vive estupendamente. Es una ciudad donde tienes las cuatro estaciones en un mismo día: por la mañana es otoño, al mediodía invierno, por la tarde primavera y por la noche verano. Otro refugio para mí es Aguilar de Campoo, donde tengo las raíces y la casa de mis padres.

¿Una ruta?

La del románico en el norte de Palencia. La revista VIAJAR ya hizo un reportaje de esa ruta hace casi cuarenta años.

¿Por qué viaja la gente?

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