Emilio Gutiérrez Caba, actor

Nació en Valladolid el 26 de septiembre de 1942, como podía haber nacido unos días antes o unos días después en San Sebastián, Barcelona, A Coruña, Gijón o Santander. Digno heredero de una saga familiar que se remonta a las carteleras teatrales del siglo XIX, presume de pocas cosas y confiesa que le gusta “redescubrir los sitios donde estuve de niño”. 

Emilio Gutierrez Caba
Emilio Gutierrez Caba / Victoria Iglesias

Ha conocido la España de la posguerra, la grisura de los años 50, el desarrollo industrial de los 60, la apertura de los 70 y la llegada de la democracia desde la ventanilla de trenes polvorientos y escenarios teatrales de casi todas las capitales de provincia. En una cafetería cercana a su domicilio madrileño, junto al Parque de las Avenidas, donde le llaman “Don Emilio”, el veterano actor reflexiona sobre esos cambios, a la vez que recrea –de forma amena y distendida– imágenes y anécdotas de su larga e intensa actividad viajera: “Las primeras imágenes que tengo del verano son las playas absolutamente salvajes del norte de España, cuando mis padres estaban de gira”.

Viajar en aquellos años de su infancia sí que era una verdadera aventura…

Normalmente, hacíamos los viajes en tren. Trenes muy sucios, llenos de gente, y que tardaban muchas horas en llegar a su destino. Pero, eso sí, con un material humano buenísimo. En el departamento del tren uno podía compartir la tortilla de patata y el filete empanado con todo el mundo.

Emilio Gutierrez Caba en 1946

Emilio Gutierrez Caba  asomado a la ventanilla de un tren en Valladolid en 1946.

/ Emilio Gutierrez Caba

Trasladarse por carretera también debía ser otra odisea.

El primer viaje que yo hice a Soria en autobús –en aquellos autobuses que olían a diésel que era una cosa espantosa– fue algo tremendo. La carretera estaba llena de curvas, con lo cual yo me mareé y se mareó la mitad de la compañía. Luego, llegando ya a Soria, al autobús se le rompió la dirección. Te estoy hablando de finales de los años 40.

Dando un salto importante en el tiempo. ¿Cuál es su vinculación con la Costa Brava y por qué?

Estaba rodando en Barcelona la serie de televisión La saga de los Rius (1976), y un cúmulo de casualidades personales me llevaron a comprarme un apartamento en Calella de Palafruguell. Es un sitio hermosísimo y la vista que tengo del mar desde la terraza de mi casa es impresionante.

De la España interior, ¿qué lugar le cautiva especialmente?

Me encanta redescubrir los sitios donde estuve de niño. Ver cómo han cambiado. Teruel no es la misma ciudad que yo conocí, helado de frío, en enero de 1950. Lo mismo te podría decir de Soria o de Salamanca. La Salamanca de 1965, en la que rodamos Nueve cartas a Berta, y la de ahora se parecen muy poco. En Soria se vive hoy muy bien y tiene unos cuantos restaurantes donde se come estupendamente.

¿Le gusta descubrir destinos que se salen de las rutas turísticas?

El patrimonio histórico y cultural de España está poco promocionado, salvo La Alhambra o el Museo del Prado. Por ejemplo, la Biblioteca Nacional (Madrid) es por dentro una joya. Yo he entrado con el carné de investigador y es absolutamente apasionante, un lugar precioso para ver. Hay que explotar estas cosas, como hacen los suecos, holandeses o alemanes. Pero aquí seguimos con el modelo del chiringuito, donde se planta una sombrilla, sin darnos cuenta de que ha quedado obsoleto.

¿Qué opinión tiene de ciudades pequeñas, como Sigüenza, Atienza o Ayllón, escenarios de algunos de sus rodajes?

Sigüenza es una ciudad mágica y he estado varias veces en su castillo-Parador. Conozco toda esa zona de Guadalajara muy bien: los castillos de Jadraque, de Atienza o de Hita, donde en 2015 me nombraron Arcipreste del Año. La sierra de Ayllón era el paso natural que había antiguamente entre las dos mesetas, antes de que se hiciera el túnel de Somosierra. Aproveché los rodajes de la serie No sé bailar (1990), que protagonizaba con Emma Cohen, para hacer esas rutas.

¿Se puede conocer España mientras se va de gira?

Antes de la crisis, viajábamos a los sitios el día de antes, con lo cual a la mañana siguiente, si no tenías rueda de prensa, podías visitar la ciudad. Ahora se viaja muchas veces el mismo día. En Córdoba, después de la función de noche, recorríamos la ciudad y cenábamos un cocido excelente a la una de la madrugada en la antigua estación. Cuando estuve rodando otra serie en Granada, dedicaba las tardes a pasear por La Alhambra y no me encontraba un alma.

Fotos personales de Emilio Gutierrez Caba
Fotos personales de Emilio Gutierrez Caba / Emilio Gutierrez Caba

¿Una ruta recomendable y relajante?

Hay una ruta de balnearios en España muy interesante y con edificios bellísimos: Mondariz, Alhama de Aragón, Archena o La Perla, en San Sebastián. Son sitios tranquilos, que están bien acondicionados y que no están siendo explotados de forma masiva.

Después de tanto ir y venir, debe ser un maestro en el arte de hacer maletas.

Reconozco que se me da bastante bien. Calculo el tiempo que voy a estar en los sitios y solo me llevo lo justo: dos o tres camisas, un par de pantalones, unas mudas, el neceser y algún jersey, si estamos en invierno. Me asombra ver a la gente con esos enormes maletones. No lo entiendo.

¿El viaje más increíble de su vida?

El que realicé, junto a Julio Iglesias y Antonio Gamero, para el rodaje de Me olvidé de vivir. Fue una película insólita, una coproducción con Argentina, Estados Unidos y México, dirigida por Orlando Jiménez Leal, en la que yo hacía de fotógrafo. Estuvimos en Miami, en la Isla de Contadora (a 35 millas de Ciudad de Panamá), en Tikal (Guatemala), en Nueva York y en París. Fue un rodaje de lujo, que me permitió conocer lugares preciosos. Además, no había guión: improvisábamos y siempre repetíamos lo mismo. Relajados, en las playas del Océano Pacífico, Julio Iglesias nos contaba lo que había significado Isabel Preysler en su vida. Orlando, el director, estaba siempre colocado y nos decía: “Tomaros una de estas ampollas que dan mucha risa”.

¿Qué ciudad de España elegiría para vivir?

La ciudad más hermosa, para mi gusto, es San Sebastián. Me gustaría tener un piso en el Paseo de La Concha para abrir la ventana y ver toda la bahía, con la isla de Santa Clara en frente. Eso sería fantástico.

¿Una ciudad europea?

Hay muchas: Roma, Berlín, París o Praga. Difícil decantarse por una.

¿Un paisaje?

Sin duda, las playas del Pacífico colombiano, donde estuvimos rodando el año pasado Palmeras en la nieve. Las puestas de sol en Puerto Solano son de una belleza impresionante. Es una reserva biológica maravillosa, con unos parques naturales magníficos.

Dígame el escenario más increíble donde ha rodado.

En las Cuevas de Altamira, año 1964. Ahora está prohibido entrar, pero entonces rodamos en su interior un día entero una película para la televisión americana. Fue una cosa extraordinaria. Como espectador, recuerdo años después una visita por la tarde al Museo del Prado. Yo solo, sentado en una sala frente a Los Fusilamientos y La carga de los mamelucos, de Goya, durante diez o quince minutos… Eso hoy es impensable.

¿Siente nostalgia de los trenes de su infancia?

Toda mi vida he abogado por los trenes como medio de transporte, y tengo muchos recuerdos de las estaciones de Medina del Campo o Venta de Baños. Desde León a Bilbao había un tren de vía estrecha, que pasaba por los Picos de Europa, y del que había que bajarse para que pudiera subir una cuesta. El revisor de aquellos trenes, con unos vagones ingleses maravillosos, iba por fuera.

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