Carlos Saura, director de cine

Acaba de estrenar en el Festival de Cine de Toronto “La Jota”, un homenaje a la música, el cante y el baile de Aragón. Tiene pendiente una película en la India y aún le queda tiempo para pintar, escribir y disfrutar de las puestas de sol en su casa de la sierra madrileña. Doctor honoris causa por siete universidades, su vitalidad a los 84 años parece no tener límites.

Carlos Saura
Carlos Saura / Victoria Iglesias

Tres perros grandes salen a recibirnos, en son de paz, a la entrada de la casa que este gran realizador, fotógrafo y escritor tiene en Collado Mediano (Madrid). Aparece Carlos Saura, sonriente, con pantalón blanco y camiseta, y los perros corren a saludar a su amo. Basta con ver la primera planta de esta casa solariega para darse cuenta de la personalidad del morador. Una colección de cámaras fotográficas de distintas épocas, cintas de vídeo, retratos, miles de CDs y DVDs, libros, dibujos, carteles de películas... La sala la preside un gran ordenador, donde guarda historias y fotos que dan testimonio de la intensa actividad de un aragonés universal.

Sus primeros viajes, en plena Guerra Civil española, fueron épicos y de huida...

Me acuerdo muy bien del primer viaje. Tenía 4 años. Mi padre era uno de los secretarios del ministro de Finanzas del Gobierno republicano y tuvimos que trasladarnos a Valencia y luego de Valencia a Barcelona.

Acabada la contienda, usted volvió a su Huesca natal. ¿Cómo recuerda ese retorno?

El viaje de Barcelona a Huesca fue tremendo. Un viaje por carreteras destrozadas, con gentes y soldados que iban y venían también destrozados. Aquel viaje me recuerda mucho a la novela rusa, con lluvia, con un tiempo neblinoso, y la gente subiendo a los camiones. Fue un viaje verdaderamente tremendo.

¿Cuándo viajó por primera vez fuera de España?

No pude salir de España hasta los 20 años, una vez terminado el servicio militar. Sin embargo, mi hermano Antonio no hizo mili porque estuvo enfermo y se marchó muy pronto a París. Yo fui a verle y pude conocer a sus amigos pintores, escritores... Allí estaba Jorge Semprún y otra gente conocida muy maja. Mi hermano tenía un estudio cedido por el gobierno francés, que siempre ha sido generoso  –no como el español– con los artistas.

¿Cómo nació la vinculación de su familia con Cuenca?

Mi padre compró una casa en la parte alta de Cuenca porque mi hermano estaba tuberculoso y le aconsejaron un sitio de altura. Me gusta muchísimo Cuenca. Me parece una ciudad mágica, que tiene cierto misterio. Es una ciudad muy bonita, sobre todo la parte de arriba, que era donde vivíamos. Siento un amor muy grande por esta ciudad.

¿Nunca iban a la playa?

Algunos veranos fuimos a San Sebastián. Luego mis padres compraron una casita en Suances (Cantabria) y simultaneábamos Cuenca con Santander.

Brasil 2006

En Brasil en 2006.

/ Carlos Saura

Usted puede presumir de haber viajado por todo el mundo.

Conozco bastante bien China y Japón, y he estado varias veces en Rusia y en la India... Esta entrevista me ha obligado a hacer un repaso de mis viajes y me cansé de mirarlos. La única parte en la que no he estado es Australia, aunque he sido invitado a festivales en Sidney y Melbourne.

En Latinoamérica además ha rodado algunas películas.

He rodado tres películas en Argentina, El Sur, Tango y Zonda. En México hice Antonieta y soy doctor honoris causa por la Universidad de México. También rodé en Costa Rica El Dorado, que fue un rodaje precioso: una aventura, como la propia película.

¿Qué imágenes se le quedaron grabadas de este rodaje?

Al estar rodando un año y pico, el barco se fue deteriorando. Nuestras hamacas se iban pudriendo, las telas perdían su color original y los figurantes iban empequeñeciéndose, en el sentido de ir envejeciendo, aburridos, tirados. Yo decía: esto cada vez se parece más a la expedición de Lope de Aguirre. Viví una aventura en vivo. Reconstruí una expedición tremenda y, al mismo tiempo, esa aventura se convirtió en una aventura personal.

Como fotógrafo profesional, ¿con qué imagen de la naturaleza se quedaría?

Con las montañas de Cafayate, en Argentina. Son unas montañas rojizas, de hierro o cobre, mezcladas con montañas verdosas. Es una maravilla de sitio, algo impresionante, uno de los paisajes más bellos que haya visto nunca.

¿Van quedando ya pocos sitios inmaculados?

Ahora vas a un pueblo cualquiera de España y las calles están ocupadas por los automóviles. No tienen nada que ver con los años 50, cuando España era un país medieval, quitando las capitales. Cuando estaba buscando escenarios por Andalucía para la película Llanto por un bandido, llegamos a un pueblo en el que las mujeres iban totalmente tapadas, como en Marruecos. Todas de negro, con los mantones de toda la vida.

¿Hay en España alternativas para el turismo de sol y playa?

Yo tengo sobre España una idea muy especial: a partir de los Pirineos, quitando un poco el Norte peninsular, entramos en África. Hace poco volaba en avión desde Polonia, todo verde, Alemania con unos bosques maravillosos, y de repente, al cruzar los Pirineos, llegamos a Aragón y todo amarillo, un poco rojizo. Precioso, pero todo muy parcelado. Te das cuenta de que entras en África. Hay que reconocerlo, y que conste que a mí España me gusta mucho. En los siglos XVIII y XIX, escritores e intelectuales venían a España por la curiosidad de ver un país exótico, como se va a Egipto o a Marruecos.

África 1970

En  Tanzania, con el Kilimanjaro al fondo, en 1970.

/ Carlos Saura

En España la gente antes apenas viajaba.

Los españoles empezamos a viajar tarde, pero ahora es un desmadre, una locura. Nueva York, Londres o París están llenas de españoles. Vas a Praga y te llaman a gritos: “¡Saura, Saura!”. Coño, pero, ¿quién es ese señor? “No, es que soy de Murcia y tu padre era murciano”. Digo, sí. Te quedas sorprendido. Y en Moscú. “Oye, ¿cómo estás, Saura? ¿Y qué hace usted aquí?”. Es que vengo de turismo, tenía curiosidad por conocer Rusia.

Eso le pasa por ser reconocido incluso fuera de España.

He hecho más de cuarenta películas y fuera de España soy más reconocido, aunque últimamente en España se me aprecia más. Debe de ser por la edad. Yo he pasado de ser un genio a ser un imbécil, a ser un tipo medio... En España, ya se sabe, son oleadas.

¿Ha sentido alguna vez la tentación de huir?

Hubo un momento. Tras presentar mi primera película, Los golfos (1956), en Cannes, donde conocí a Buñuel, al regresar a España la censura le había quitado quince minutos a la película. La habían destruido. Estuve a punto de irme a Cuba con mi amigo Tomás Gutiérrez Alea.

¿Un medio de transporte?

Soy partidario del tren. El avión cada vez me gusta menos por los controles que te hacen. La última vez en Alemania me examinaron a ver si tenía pólvora en las manos. En Estados Unidos te miran la pupila y las huellas digitales. Están media hora mirándote, para comprobar si de verdad eres tú.

¿Sigue recorriendo España con la cámara?

Con los años, viajo menos. Recorro lo que está más cerca de aquí: Segovia, Valladolid, Zamora... En Valladolid estuvimos el año pasado unos meses  haciendo la obra de teatro Flamenco India, con músicos y bailarines de Rajastán. Está muy bien viajar fuera, porque te da la medida de cómo viven los demás, pero tendríamos que viajar más por nuestro propio país.

Alguna anécdota viajera.

Una vez me perdieron la maleta en Nueva Delhi y el embajador me tuvo que prestar ropa interior porque mi maleta estaba en Moscú. En Burdeos también tuve que comprarme un traje para ir elegante a un acto por lo mismo.

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