Río de Janeiro, la ciudad más feliz del mundo

A pocos días de arrancar los XXXI Juegos Olímpicos de la modernidad, Río de Janeiro se prepara para mostrarse al mundo. La gran bahía, las playas de Ipanema y Copacabana, favelas rehabilitadas que se han puesto de moda como reclamo turístico y el eterno Cristo del Corcovado que todo lo vigila. La capital carioca, una de las ciudades más bellas del planeta, es única.

Río de Janeiro, la ciudad más feliz del mundo

Vista del Pan de Azúcar y el distrito de Botafogo.

/ Gonzalo Azumendi

Gaspar de Lemos, navegante portugués del siglo XVI que comandaba uno de los navíos de la flota de Pedro Álvares Cabral que descubrió el Brasil el 22 de abril del año 1500, estaba convencido de haber descubierto la filial del Edén bíblico en la tierra; un edén habitado por un conjunto de seres felices y bondadosos, excepto por su costumbre de devorarse los unos a los otros. "Nadie es perfecto", se dijo. Quinientos años más tarde, los descendientes de aquellos indios tupinambás exhiben orgullosos el documento que sitúa a Río de Janeiro en primer lugar entre las cincuenta ciudades más felices del mundo. La que ocupa el último lugar, dicho sea a título informativo, es Nueva York. El carioca se siente orgulloso de formar parte del cuadro; disfruta viviendo en el más hermoso plató jamás imaginado, una obra maestra de la Naturaleza.

Cristo Redentor. Río de Janeiro, Brasil
Cristo Redentor. Río de Janeiro, Brasil

Antes que otra cosa, Río de Janeiro es un sentimiento de pertenencia: no hay nada que le guste más al carioca que compartir su orgullo de carioca con sus conciudadanos. Orgullo de ciudad y hasta de barrio... "Para alguien de Leblon -escribe el periodista y escritor Ruy Castro, aurtor de Bossa Nova: La historia y las historias-, no vivir en Leblon es ser inferior". Para alguien que ha nacido en Río, se dice, vivir en cualquier otro lugar es, sencillamente, inconcebible. El carioca vive en una nube de felicidad, "es como si existiera la obligación de ser feliz", comenta Lúcia Araujo, paulista de nacimiento, carioca de vocación. Elegante, hedonista, romántica, voluble, Río se mira a sí misma en el botequim, foro de discusión y vigilancia de la ciudad, a medio camino entre el restaurante de lujo y el modesto bar de esquina. La rigurosa informalidad del carioca encuentra aquí su lugar para manifestarse. Y es aquí donde sueña con pasados esplendores, cuando Río de Janeiro era la orgullosa capital de un imperio inevitablemente afrancesado. Hasta que ella hace su aparición. El usuario de botequim lo dejará todo de forma inmediata para acompañar el pasar cadencioso de la garota camino de la playa. Y ahí surge Helô Pinheiro despertando las más bajas pasiones entre la clientela del Veloso, rebautizado como Garota de Ipanema por la tonada que le compusieron dos de sus clientes, Vinicius de Moraes y Antonio Carlos Jobim; la más grabada en la historia del microsurco después del Yesterday de los Beatles.

Helô Pinheiro, 70 años, recorrerá las blancas arenas de Ipanema portando la antorcha olímpica al son de su canción. "Va a ser cosa de verse", comenta socarrón Fábio sin despegar las manos del volante de su taxi.

Que hay muchos Ríos en Río de Janeiro lo sabe quien conoce la ciudad y la ha pateado con el detenimiento y la atención debidas; la ciudad de los poetas y la de los apasionados por el balompié (si bien son, básicamente, los mismos); el Río opulento y sensual de la negritud y el de las francesitas très chic; el de Copacabana -ecos de una dolce vita carioca, hoy reducto de jubilados y señoras de buen ver- y su contrario, de Ipanema, con los mejores atardeceres de la ciudad; la ciudad de los morros, por cuyas laderas trepa la favela-casba extendiendo su intrincada red de callejuelas por las que no entra la luz del Sol, y el Río civilizado y discreto de Gávea, Horto y demás barrios "con encanto".

...el Río de alta cuna del Country Club y el gamberro y protestón de los grafiteros, colándose por entre las rendijas de los otros Ríos. Su obra, en el caso de Joana Cesar, ha llegado a los museos.

El Río delirante del Sambódromo -engendro megalomaníaco digno de un Cecil B. DeMille- y el carnaval espontáneo y lenguaraz de los barrios, las escolas de samba y los blocos vecinales. La ciudad del pecado y la penitencia, el Cristo en las alturas, y el orixá en las criptas. El Río de tarjeta postal y el del extrarradio, que es otro Río igualmente apasionante.

El todo aquí se mezcla y se confunde, la choza y el rascacielos, el obrero y el patrón, el bicheiro, vendedor del bicho -la lotería presuntamente ilegal a la que todo Río apuesta- y el mico que deambula por el tendido eléctrico de la ciudad con el derecho que le otorga su condición inalienable de carioca. Y a ver quién le lleva la contraria.

La población flotante de macacos sobrealimentados tiene en el Jardín Botánico de la ciudad su parque de diversiones particular, y una despensa de desperdicios alimenticios inagotable a su disposición con lo que dejan a su paso los turistas. Un poco más allá se alza el menos concurrido pero no menos interesante Parque Lague, con su aire de jardín encantado y un mini acuario al gusto de los más pequeños. Desde aquí, los más valientes pueden tentar la ascensión a pie al Corcovado (en torno a las tres horas, dependiendo del estado físico del interesado).

La "Favela Experience"

Cosas que pueden suceder durante la visita a una favela: que el visitante se encuentre con un desfile de modelos de Benetton; que sea invitado a comer el mejor sushi de la ciudad; o que sea recibido con un intercambio de disparos a cargo de facciones de narcotraficantes rivales. Todo depende. Los favela tours (en torno a los 25 euros al cambio) conducen al turista por las intrincadas callejuelas de Villa Canoas, Alemão, Acari, Rocinha... Algunas, las más nuevas, han sido levantadas en una noche, aprovechando el boom de las Olimpiadas. "Cuando regresamos al día siguiente -comenta el maestro de obras al diario O Globo-, nos encontramos con que hay una ciudad donde antes no la había". Pacificadas o no, la diferencia está en el matiz. Los habitantes de las favelas, hoy, anhelan pagar impuestos: "Queremos que nos llegue la luz, y un servicio de alcantarillado en condiciones, y que los autobuses no den la vuelta cuando llegan aquí". Acaso aspiren, también, a tener sus macacos, como tienen en el Río pudiente.

La culinaria mata-hambres

El club de jazz más pintoresco del mundo está en una favela: The Maze. Y la mejor caipirinha de cajú, en el hotel Copacabana Palace, donde pasa sus días ajeno al mundo y su circunstancia João Gilberto Prado Pereira de Oliveira, inventor de la bossa nova. La nouvelle cuisine brasileña, se nos dice, está por inventar. "Lo mejor de la culinaria carioca -sentencia Ruy Castro- está en el boteco y los carritos callejeros", que es decir, en los mata-hambres, de los que aquí hay cantidad y variedad; del bolinho de mandioca o bacalao al sustancioso pastel de camarón y queso catupiry, la longaniza de a metro y la carne-seca.

-"¿Hace un cafezinho?".

-"Toma, claro".

Hay algo de simbólico en el aumento desaforado del consumo del café expreso entre los cariocas en detrimento del café a la manera tradicional, tan atado al alma de la ciudad; lo que pudiera ser tomado como una muestra de la vitalidad de una ciudad en constante -y no siempre evidente- renovación. Ahí quedan los vestigios marchitos del viejo Río portuario de Guanabara (bahía de); el de las tabernas y los burdeles, territorio que fue del malandro chuloputas y bravucón, a un punto de quedar sepultado bajo el emergente Río del Futuro; el Río de escuadra y cartabón del Puerto Maravilla y el Museo del Mañana, polémica obra del polémico Calatrava, que los cariocas detestan y adoran a partes iguales. Aquí nació Río y aquí se conserva su memoria rocosa: la pintoresca Pedra do Sal, donde nació la samba; los contados fragmentos existentes de la calzada que llevó al esclavo hacia su calvario...

Los parroquianos en el botequim acompañan las obras del nuevo Río con una pasión digna de un duelo en Maracaná entre los dos clubes de fútbol de mayor solera en la ciudad: el Clube de Regatas do Flamengo y el Fluminense Football Club.

-"Nos están cambiando Río, señores", apunta el parroquiano que parece más entrado en años.

-"Sí, pero aquí seguimos nosotros", remata su compadre.

El Rastro carioca

Y lo que queda del Río pre-olímpico: el pintoresco Saara, versión carioca de nuestro Rastro, donde todo está a la venta y (casi) todo puede comprarse. Explosión de color, de vida, en pleno centro de la ciudad; la quintaesencia del Brasil de pandereta y vestido de fantasía Made in Taiwan. Y, junto a los mercachifles, el recogimiento del barroco portugués. Iglesias, a cual más deslumbrante, de Candelaria, São José, Nossa Senhora do Carmo, Santa Cruz dos Militares... La basílica de Nossa Senhora do Rosário e São Benedito dos Homens Pretos, perteneciente a la hermandad del mismo nombre, alberga uno de los museos más singulares de Río de Janeiro, dedicado a la representación histórica del negro en Brasil, su religiosidad y tradiciones. El segundo, aún más extravagante, es el Mueso Odontológico de Río Comprido. Entre su colección, la broca usada por el líder de la insurgencia Joaquim José da Silva Xavier, Tiradentes, cuando ejercía la profesión de dentista. Y, entre las unas y los otros, un Gabinete Português de Leitura sacado del túnel del tiempo; baño de irrealidad en medio del fragor de la ciudad. "Ninguna ciudad con tanta belleza y tantos secretos en cada esquina" (Charles Stone).

Detenga su marcha el viajero para degustar un té ilustrado en Colombo, la más célebre de las confiterías de la ciudad, fundada en 1894. De entonces le viene su decoración estilo art noveau, herencia de la trepidante y estimulante belle époque carioca. Existe un segundo Colombo, abierto en el fuerte de Copacabana sobre la playa del mismo nombre. Pero, claro, no es lo mismo.

De "bondinhos" y sonrisas

Domingo de verano en Río de Janeiro. Se me ocurre realizar una rápida encuesta entre la clientela del botequim. Mira por dónde, ninguno entre los presentes ha subido al Corcovado o Cristo Redentor -elegido como una de las nuevas 7 Maravillas del Mundo y considerada como la estatua art decó más grande en el mundo, con una altura total de 38 metros- y solo uno lo ha hecho al Pão de Açúcar... "Monumentos, conjuntos arquitectónicos, balaustradas y hasta árboles", los dos iconos de la ciudad son, para Ruy Castro, sendas islas en medio de la ciudad. Nada hay que les una a ella, si no es el incesante flujo de turistas que cada día lucha a brazo partido por acceder a sus cimas. "Hay quien sube solo por el ‘trenzinho'' que va al Cristo -me cuenta Fábio-, como hay quien va al Pão de Açúcar por el ‘bondinho'' (funicular)nada más".

La amplia oferta de bondes y bondinhos con que cuenta la ciudad incluye el entrañable tranvía de Santa Teresa, vuelto a la circulación con motivo de las Olimpiadas después de un tiempo en dique seco, además del imponente teleférico que conecta Inhaúma con el complejo de Alemão, pensado como una atracción para el turismo, que apenas utilizan los del lugar.

"Aquí no viene un turista ni queriendo", me suelta Fábio.

Oculto entre la inmensidad de la urbe, el bondinho de Santa Marta repta con serena majestuosidad por la pendiente que conduce a la más singular de las favelas cariocas, redecorada por los holandeses Haas Hahn (Favela Painting Project lo han denominado). Oasis expresionista en medio de la gran ciudad, Santa Marta esconde en su interior no pocas sorpresas, incluyendo una sobrecogedora estatua en bronce de Michael Jackson con la que se recuerda la visita del cantante al lugar para rodar un videoclip. El Rey del Pop sonríe y, con él, la ciudad entera. Pero así es Río de Janeiro, la ciudad más feliz del mundo.

Una médium en el Ayuntamiento

Enero de 2013. Osmar Santos, portavoz de la Fundación Cacique Cobra Coral (CCC), especializada en fenómenos climáticos, anuncia el fin del convenio firmado entre dicha organización y el Ayuntamiento de Río de Janeiro, dirigido a la prevención de inundaciones en la ciudad. La noticia no hubiera llamado la atención si no fuera por la naturaleza inusual del servicio que la fundación venía prestando al consistorio, de carácter supuestamente "técnico, científico y esotérico". Al frente de CCC se halla el espíritu del susodicho cacique, reencarnado, sucesivamente, en las personas de Galileo Galilei, Abraham Lincoln y Adelaide Scritori, actual máxima responsable de la organización, con el poder de controlar el tiempo y reducir con su mente los estragos producidos por los temporales. Actualmente, CCC presta sus servicios a la organización de Rock in Río con el objetivo de alejar la lluvia durante los días de festival.

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